La dulzura de un cadáver

Débora significa “la abeja”, animal considerado por los hebreos como ordenado, sabio y laborioso.

30 DE NOVIEMBRE DE 2017 · 17:00

Abeja. / Foto: Antonio Cruz,
Abeja. / Foto: Antonio Cruz

…y he aquí que en el cuerpo del león había un enjambre de abejas, y un panal de miel (Jue. 14:8)     

Hay miles de especies distintas de abejas. Algunas tienen costumbres solitarias, mientras otras forman colmenas capaces de albergar hasta 80.000 individuos. La mayoría posee un aguijón venenoso con función defensiva pero también existen especies que carecen de él. La más famosa de todas, la abeja doméstica (Apis mellifera), cuyo nombre específico se refiere a su capacidad para generar miel, forma colmenas que contienen una reina adulta, una mayoría de obreras y menos de un 4% de machos zánganos.

Las abejas son insectos himenópteros pertenecientes a la familia de los ápidos o apoideos. Se trata de animales muy activos distribuidos por casi todo el mundo que difieren de los abejorros y las avispas, entre otras cosas, por el hecho de formar colonias que sobreviven al frío invierno, gracias a las reservas de alimento que han almacenado. Mientras que estos otros insectos mueren a finales del verano, con excepción de las reinas fecundadas que hibernan para fundar nuevas colonias en la primavera siguiente.

Desde la más remota antigüedad, han impresionado al ser humano sobre todo por su compleja organización social y su división en castas con funciones diferentes. Pero también por los exquisitos y útiles productos que generan, como la miel y la cera. Durante la mayor parte de la historia, el hombre se ha limitado a inducir a las abejas a construir colmenas o colonias en recipientes vacíos de diversos tipos, como tinajas, troncos huecos, cestos de mimbre, etc., con el fin de recoger sus preciados productos.

Las abejas poseen una buena visión de los colores, aunque no pueden ver el rojo y, en cambio, ven el ultravioleta, que resulta invisible para nosotros. Son capaces de orientarse, con respecto a la colmena, memorizando la posición del sol o el plano dominante de la luz polarizada. Como el sol parece moverse sobre el horizonte a lo largo del día, estos minúsculos animales poseen una especie de GPS interno que les permite compensar los errores que podrían derivarse de este continuo cambio de posición.

La biología evolutiva pretende explicar la adaptación de los insectos polinizadores, como las abejas, a la forma de las flores que frecuentan por medio de la llamada coevolución. Es decir, los insectos obligarían a las plantas a producir determinados olores, colores y néctar, mientras que éstas impondrían a las abejas la presión selectiva de dirigirse a estas señales vegetales para obtener su alimento. Las abejas serían seleccionadas por los pelos más gruesos de sus patas para atrapar más polen y así podrían fertilizar a más plantas, lo que les proporcionaría mayor suministro de alimento. Todas estas historias de coevolución pueden parecer muy verosímiles, pero recientemente se ha visto que sólo explican pequeños ajustes insignificantes en estructuras que ya existían anteriormente. 

Los verdaderos cambios complejos, como nuevos órganos o nuevos planes corporales, requieren transformaciones radicales que solamente puede proporcionar la introducción de grandes cantidades de nueva información biológica. Y esta información no la puede aportar el medio ambiente, las mutaciones al azar o la selección natural. Tal es el enigma que lleva hoy a muchos biólogos y zoólogos a preguntarse por el verdadero origen de la información que presentan los seres vivos. ¿Se generó ésta por azar o fue introducida originalmente en las especies?

A los hombres de la Biblia no les pasó desapercibido el ingenioso comportamiento de las abejas en estado salvaje. El pueblo de Israel estaba familiarizado con estos insectos ya que las flores son muy abundantes en todo el valle del Jordán, así como en la región sudoriental. Además de la cita mencionada al principio (Jue. 14:8), la Escritura se refiere a ellas en dos ocasiones más (Sal. 118:12 y Is. 7:18). Incluso se ponía su nombre a algunas mujeres. Débora significa “la abeja”, animal considerado por los hebreos como ordenado, sabio y laborioso. Varias civilizaciones, desde los sumerios hasta el Imperio romano, relacionaron este insecto con el poder real. Incluso, en ciertos sectores del cristianismo, la abeja fue considerada como símbolo del propio Señor Jesucristo. En la miel se pretendía ver la dulzura de su amor y misericordia, mientras que el aguijón representaba su justicia divina.

Por último, las abejas nos permiten hacer la siguiente reflexión. En las sociedades animales que forman estos insectos, lo importante no es el individuo sino la colectividad. De ahí que en ocasiones las colonias de abejas se vean como un solo superorganismo constituido por miles de ejemplares. Salvando las distancias, también en el Israel del Antiguo Testamento era corriente la noción de “persona colectiva”. Esta idea tan arraigada de que uno pertenecía a una colectividad les llevaba a los hebreos, por ejemplo, a sentirse responsables de las acciones, buenas o malas, de los demás miembros del pueblo. Si alguien pecaba, todos eran culpables. Los hijos heredaban las consecuencias del pecado de los padres pero también podía ser al revés. Esta mentalidad de la personalidad colectiva fue cambiando poco a poco hasta llegar a la responsabilidad personal, en la que cada cual tendrá que dar cuenta de sus propios actos y no de los demás.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Zoé - La dulzura de un cadáver