Amar a Dios con nuestro corazón

Quizás dedicamos muy poco tiempo para analizar el impacto liberador que tiene nuestro mensaje.

25 DE NOVIEMBRE DE 2017 · 22:00

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No siempre vivir una vida con marcado énfasis religioso es equivalente al sentimiento auténtico de amar a Dios. Se da el caso de personas muy entregadas a los cumplidos religiosos, pero en su día a día son negadoras del amor a Dios. Es posible apreciar el amor de Dios en personas de poses religiosas un tanto toscas y no muy refinadas, en cambio extrañar este sentimiento en otras personas que se muestran muy empeñadas atraernos por sus prendas rituales y su fervor y entusiasmo religioso.

Es bastante viejo el conflicto entre el ritualismo religioso y la práctica de una vida que verdaderamente agrade a Dios como Él quiere. Si a través de la religión estamos buscando alivio temporal en el presente y respuesta de seguridad y permanencia gloriosa en el futuro, es importante saber que las poses y las investiduras religiosas no pueden garantizarnos muchas cosas en este sentido.

Es cierto que existe una manera formal en que se puede adorar a Dios: Las visitas a la iglesia, la vida devocional, las lecturas doctrinales, etc, pero detrás de estas prácticas pueden esconderse las más groseras y pecaminosas acciones; cuando no, la indiferencia, la avaricia, el abuso de poder y el más insolente desprecio a nuestros semejantes. El ritualismo religioso no es garantía por sí mismo de ninguna bondad.

El poder que da el ejercicio social de la religión puede convertirse en un instrumento de opresión. Puede la religión, sin lugar a dudas, convertirse en un elemento de manipulación y todo el ropaje ministerial puede pasar a servir a intereses contrarios al verdadero propósito que la Escritura establece.

Nuestro Señor Jesucristo fue claro en cuanto a su misión. Él dijo, precisamente, en un momento que le tocó hablar en la sinagoga y frente a los representantes de la religión oficial, “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar los quebrantados de corazón; a pregonar la libertad a los cautivos, y vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor”. (Lucas 4:18-19)

Esta agenda que el Señor nos presenta, coincide plenamente con su hoja de servicio. Precisamente a esto fue que Él vino. La pregunta necesaria sería, ¿hasta donde estamos nosotros, sus seguidores, siendo consecuentes con esta verdad? Lo más probable es que tengamos mucho del ropaje religioso tradicional.

Casi todo nuestro énfasis está puesto en la práctica ritual. Muchas de nuestras ceremonias están sobredimensionadas, sin importar si esto se hace en desmedro de las necesidades de todo tipo que se mueven a nuestro alrededor.

Quizás dedicamos muy poco tiempo para analizar el impacto liberador que tiene nuestro mensaje. No evaluamos la proyección de nuestro testimonio en términos de mejorar la calidad de la vida humana de quienes nos rodean. Con frecuencia nuestra religión funciona como un trofeo que alzamos en hombros para que todos los vean y celebren, pero nada más.

Jesús tuvo una elocuente respuesta para alguien, calificado como intérprete de la ley, que oyéndolo hablar del amor al prójimo quiso probar si solo se trataba de una retórica sin referencia práctica. Esta fue la ocasión en que Jesús narró la parábola conocida como “El Buen Samaritano”.

Es el caso del caminante que fue asaltado y tirado en el camino. Pasaron de largo e indiferentes, primero un sacerdote y luego un levita. Como se puede notar, se trataba de dos funcionarios religiosos de connotada jerarquía. Si embargo, un samaritano sin nombradía y sin cargo, cuya característica más resaltable era su tradicional desavenencia con los judíos, se detuvo, y más que detenerse se ocupó personalmente del judío estropeado y desvalido.

Aquí queda perfectamente ilustrado el sentido que tiene el Señor Jesucristo de la práctica de la religión. Es estar un poco más allá de lo ritual. Es ver las necesidades que están a nuestro alrededor y suplirlas en la medida de nuestras posibilidades. Es no guardar un silencio que pueda hacerse cómplice de las injusticias y de otros males.

La pregunta que dio lugar a la respuesta contenida en la parábola del buen samaritano, fue una pregunta religiosa con cierto tono de egoísmo: ¿Maestro, haciendo que cosas heredaré la vida eterna? La respuesta fue de carácter solidario y social. Jesús dejó claro que la forma de vida que a Él le agrada es aquella que le da el primer lugar a Él dentro de un ejercicio de piedad y compasión que incluye a todos los seres humanos independientemente de su raza, nivel social, credo religioso o político. No existen barreras para ejercer el amor y la solidaridad con nuestro prójimo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Para vivir la fe - Amar a Dios con nuestro corazón