La pesca milagosa, ¿cuál fue el milagro?

Es lamentable que no estemos quedando con los peces, cuando el Señor no está dando más.

21 DE OCTUBRE DE 2017 · 21:35

Foto: Unsplash.,
Foto: Unsplash.

Jesús vivió como un hombre común. Lo diferente eran sus palabras y sus hechos. Nunca recurrió al artificio populachero ni hizo aspavientos para hacerse notar. Apelando a gestos y a poses sencillas logró ser una persona sin igual.

El punto clave de Jesús fue que no hizo su ministerio aparte de la vida cotidiana. No trazó una línea divisoria entre Él y los otros.

Todo lo contrario, se acercó a la gente, se confundió con el pueblo llano, palpó sus temores y se identificó con sus expectativas. Fue desde el pueblo llano que construyó con su vida y su mensaje la esperanza del Reino.

Jesús les estaba hablando a la multitud en las proximidades del lago. Allí, atestado ente la muchedumbre y las aguas de la ribera, observa dos pequeñas embarcaciones y a unos pescadores que lavaban sus redes, tras retirarse cansados después de una infructuosa noche de pesca.

El Señor le solicitan a uno de estos pescadores que le presten la barca y se sienta en ella para desde allí continuar platicando con la multitud que se mantiene atenta. Al concluir, invita a los pecadores a que naveguen mar adentro y a que echen sus redes para pescar.

Lucas narra que: “Cuando Jesús terminó de hablar le dijo a Simón: navega mar adentro, y echad vuestras redes a pescar”. Respondiendo Simón le dijo: “Maestro toda la noche hemos estado trabajando, y nada hemos pescado; más en tu palabra echaré la redes. Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces.” (Lucas 5, 5-6)

El discurso de Jesús parece que había tenido algún efecto sobre estos hombres anónimos que vivían de la pesca. Hay en ellos una actitud de obediencia y de reconocimiento a Jesús.

Primero, le prestaron la barca, luego atendieron sus instrucciones de navegar mar adentro, y por último, acogieron el mandato del Maestro de tirar las redes al mar nuevamente, a pesar del de la falla reciente.

Fue una pesca sin mucha fatiga ni espera. En breve tiempo las redes se estaban reventando de peces. La abundancia era tan grande que llamaron a los hombres que estaban en la otra barca para que le ayudasen.

Lucas continúa relatando que: “Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen ayudarles; y vinieron y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían”. (Lucas 5:7)

El milagro pudo cerrarse aquí. Por lo menos, ya esto era suficiente para ganarle liderazgo y simpatía a Jesús entre la gente. Pero aún hay mas: Simón, el más expresivo y espontáneo de los pecadores, se mostró conmocionado y perplejo.

El discurso cautivante del Maestro viene acompañado de demostraciones portentosas que despiertan el asombro de los más escépticos y descreídos. Simón es impactado por la fuerza sobrenatural que emana del Maestro y se percibe indigno, impuro, desestimable y dice: “Apártate de mí, Señor, porque soy pecador.” (Lucas 5:8)

Aquí viene el milagro que completa el propósito de Jesús. Él está interesado en los seres humanos. Los peces fueron un medio, las personas son el fin. Es aquí donde El Maestro separa la religión, o más bien los artificios religiosos, del verdadero propósito que es restaurar la comunión entre Dios y el hombre.

La respuesta de Jesús a la perplejidad y temor de Simón fue: “No temas: desde ahora serás pescador de hombres.” Que manera más práctica y sencilla tiene Jesús de cambiar nuestras expectativas y propósitos.

Todo comenzó con una frustrante noche de pesca y concluyó con el llamado de Jesús para la construcción de un hombre nuevo llamado a ser ciudadano de un mundo mejor.

El milagro no fue la pesca abundante de peces, ese fue el medio, el milagro fue la transformación de los pescadores. Es lamentable que no estemos quedando con los peces, cuando el Señor no está dando más.

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