Stuart Park: ‘Sola Scriptura’ en perspectiva

Difundo el discurso que Stuart Park ofreció en Valladolid el pasado sábado 23, tras recibir el Premio Personalidad del Año de la Alianza de Escritores y Comunicadores Evangélicos (ADECE) y dentro de su IX Encuentro Anual.

05 DE OCTUBRE DE 2017 · 20:00

Stuart Park, en un momento de su intervención (foto de MGala),
Stuart Park, en un momento de su intervención (foto de MGala)

El 31 de octubre de 1517 Martín Lutero, un monje agustino alemán de 34 años de edad envió una carta a Alberto de Brandenburgo, Arzobispo de Mainz, que incluía su Disputatio pro declaratione virtutis indulgentiarum, las célebres 95 tesis que formuló en contra del comercio de las Indulgencias, certificados vendidos por predicadores ambulantes para remitir los pecados de familiares o amigos difuntos y sacar sus almas del purgatorio a cambio de dinero. Las tesis fueron rápidamente reimpresas, traducidas y distribuidas a lo largo de Alemania y de otros países de Europa. El envío de la carta marcó el inicio de la Reforma Protestante, y el 31 de octubre ha sido adoptado, en consecuencia, como el Día de la Reforma.

No se sabe a ciencia cierta si Lutero también clavó sus 95 tesis en la puerta de la iglesia de Todos los Santos de Wittenburg, y de otras iglesias de la ciudad, conforme a la costumbre universitaria de la época para convocar debate, y aunque esta anécdota no se ha podido constatar con certeza absoluta, ha servido para ilustrar de manera gráfica el origen de un seísmo teológico y político que cambió la historia de la Iglesia y marcó el mundo para siempre. Profesor de teología, traductor, lingüista y compositor, Lutero no fue el único en denunciar las prácticas abusivas del clero de su tiempo, pero su protesta llegó a Roma y, al negarse a renunciar a estos y a otros de sus escritos en la Dieta de Worms de 1521, fue excomulgado por el Papa León XI y declarado proscrito por el Emperador Carlos V, una decisión que provocó un cisma en la Iglesia, y desencadenó persecuciones de uno y otro signo, y guerras de religión.

El epicentro del seísmo luterano se localiza en el término sola Scriptura, que significa ‘solo por la Escritura’, un concepto que implica que ninguna autoridad, clerical o papal, posee una autoridad espiritual superior a la Biblia, un libro no disponible en lengua vernácula para el hombre común. Según los reformadores, todo creyente tiene el derecho de leer e interpretar la Biblia por sí solo, y su traducción a las lenguas vernáculas dio cumplimiento al sueño del lingüista William Tyndale (1494-1536), educado en las universidades de Oxford y Cambridge, y autor de una magnífica versión inglesa, de que cualquier mozo de labranza pudiera conocer la Palabra de Dios.

Al mismo tiempo, sola Scriptura planteó un problema serio. Rechazado el magisterio de la iglesia y la autoridad del papa, ¿quién puede certificar una interpretación correcta de la Biblia? En palabras del catedrático de Oxford Alister McGrath:

“Ya que cada protestante tiene el derecho de interpretar la Biblia, una muy amplia gama de interpretaciones resulta inevitable. Y, ya que no existe una autoridad central dentro del protestantismo, esta proliferación no puede ser controlada. ¿Quién tiene el derecho, por tanto, de decidir lo que es ortodoxo o lo que es herético? Para muchos de los primeros protestantes esta era una idea peligrosa que abría las compuertas a un torrente de distorsión, mal entendido y confusión”.

En otras palabras, ¿cómo se puede garantizar que el mozo de labranza sea capaz de interpretar correctamente la Escritura que tiene en sus manos? Dentro del protestantismo el problema no se ha resuelto nunca, ni se resolverá y, sugiere McGrath, tal vez sea mejor que sea así.

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Los reformadores vieron enseguida este problema y produjeron sus catequesis y comentarios para orientar a los nuevos lectores de la Biblia en su propio idioma. Y aquí comenzaron las primeras grandes divergencias, disputas, incluso hostilidades entre ellos. La ruptura de Lutero con el reformador suizo Zwinglio se centró en la interpretación de las palabras de Jesús cuando instituyó la Cena del Señor. Para el catolicismo, «esto es mi cuerpo» se refería a la transubstanciación; Lutero discrepaba, y hablaba de ‘consubstanciación’, no la transformación del pan y el vino en cuerpo y sangre, sino de la ‘real presencia’ de alguna manera efectuada al tomarse los elementos. Zwinglio rechazó la interpretación de Lutero como filo-católica, y solo aceptó el pan y el vino como símbolos, lo mismo que Calvino y los anabaptistas.

Frente a Lutero y Melancthon, discípulo de Lutero y primer sistematizador de su obra, de mente más abierta sobre asuntos que consideraba ‘indiferentes’, surgió un nuevo y poderoso movimiento, el calvinismo, para liderar la llamada tradición ‘reformada’. Las célebres Instituciones de Calvino (primera ed. en latín en 1536, seguida de múltiples versiones ampliadas en francés), ejerció un influjo enorme (en Escocia, en el puritanismo del Nuevo Mundo, incluso en la formulación de la Constitución norteamericana) a la vez que dio lugar a nuevas disputas sobre la Real Presencia y la Predestinación, entre otros asuntos polémicos. Los luteranos cosían a sus túnicas las siglas VDMA (Verbum Dei manet in aeternum) pero para hacer la Palabra de Dios accesible al pueblo común los reformadores produjeron comentarios, leccionarios (sermones expositivos) y obras de teología sistemática, como las propias Instituciones de Calvino.

La llamada Reforma Radical llevó la doctrina de sola Scriptura más allá incluso que Lutero y Calvino, lo que generó no poco conflicto y amargor. Para Lutero y Zwinglio, además de lo que la Biblia decía, tenían valor otras fuentes consistentes con la enseñanza bíblica (Lutero tenía predilección por Agustín, y para Zwinglio Orígenes constituía una autoridad). Para los anabaptistas de la Reforma radical, sin embargo, solo tenía validez lo que decía la Biblia, es decir, ¡sola Scriptura!

 

Alencart y J. C. Martín, entregando a Stuart Park un cuadro de Miguel Elías (foto de MGala)

 

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La Reforma protestante no se produjo en un vacío histórico, claro está, y conviene recordar la vorágine cultural y religiosa en la que se gestó. El humanismo renacentista estaba en auge en toda Europa, y su lema era Ad fontes, ‘a las fuentes’, en referencia al redescubrimiento de la cultura clásica en su lengua original. El Renacimiento era un tiempo de regeneración cultural, que ‘se saltó’ el escolasticismo de la Edad Media, por así decirlo, para ir directamente a las fuentes del derecho romano, la retórica de Cicerón, o la filosofía griega. El mismo fermento se produjo en torno a los textos originales de la Sagrada Escritura. Recuérdese que Erasmo de Rotterdam había publicado su Nuevo Testamento en el griego original en 1516, es decir un año antes de que Lutero difundiera sus 95 tesis. El cardenal Cisneros (1436-1517) ya tenía preparada su Biblia Políglota en hebreo, griego, latín y arameo, cuando salió la versión de Erasmo, y se habían fundado varias cátedras trilingües (en griego, hebreo y latín) en las grandes universidades europeas: en Alcalá (1499), Wittenberg (1502), luego en Oxford (1517), Louvain (1517) y el Collège de France en París (1530). La imprenta de tipo móvil se había inventado en 1439, y se ha dicho que sin la invención de Gutenberg, no habría habido Reforma.

Hasta entonces se había dado por sentado que la versión más fiable de la Biblia era la editio vulgata de Jerónimo, pero ¿qué ocurriría si se volviera al texto original de la Escritura? La versión griega de Erasmo detectó múltiples discrepancias con la Vulgata, y era evidente que la lectura directa de la Biblia podría desestabilizar la teología medieval. Un ejemplo lo encontramos en la traducción de Mt. 4:17. La Vulgata rezaba: «Haced penitencia, porque el reino de los cielos se ha acercado». Erasmo tradujo: «Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado». La diferencia es enorme.

Si se ha dicho que sin la imprenta la Reforma no habría sido posible, se ha afirmado igualmente que sin el Renacimiento tampoco se habría producido la revolución protestante. El humanismo renacentista puso en primer plano al hombre como ser individual, una idea que Lutero reflejó en su célebre afirmación del ‘sacerdocio de todos los creyentes’. Nadie era más importante que ninguno: nadie, ni el papa, ni el cardenal ni el monarca, de ahí también que la salvación se convirtiera en un asunto personal, no mediado por el clero, ni las indulgencias, ni el magisterio eclesial. El gran descubrimiento de Lutero de ‘la justificación por la sola fe’ (él es quien introdujo la palabra ‘sola’ en su formulación) se centraba en el asunto de la relación individual del hombre a solas ante Dios.

 

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Todo movimiento tiende a politizarse, y el cristianismo de la Reforma no ha sido una excepción. Basta recordar la figura de Enrique VIII, muy proclive al status quo del catolicismo vigente y hostil a los reformadores hasta que le convino romper con Roma, o el empleo del antisemitismo del propio Lutero por el Tercer Reich para justificar sus atrocidades. Cuando la Escritura se lee al margen de Cristo, se abre la puerta a una interpretación sesgada. El historiador francés David Luthy ha realizado una observación iluminadora sobre la hermenéutica particular de los hugonotes franceses y los puritanos ingleses:

“Sabemos que para los hugonotes franceses y los puritanos ingleses la época heroica, el Antiguo Testamento, es una lectura más apasionante y una fuente de inspiración más poderosa que el Nuevo. Con la excepción de los temores del Apocalipsis, las batallas de Israel y las cóleras proféticas estaban para un Cromwell más próximas que el evangelio de la caridad y la clemencia. Observémosles en los extraños nombres hebreos con que bautizaban a sus niños, escuchémosles en sus cantos y sermones utilizar las exaltaciones y fulminaciones de los salmos y profetas, observémosles cómo trasladan naturalmente los episodios coloristas de la historia de Israel a su propio tiempo, cómo lanzan a los adversarios de su fe la imprecación de los profetas, cómo claman sobre ellos la cólera de Dios y hacen de Roma la nueva Babilonia, del Papa el sacerdote de Baal o el nuevo Nabucodonosor, de la reina una nueva Jezabel, del rey Carlos I un nuevo Roboam. Perseguidos lloran con los judíos la cautividad a las orillas del Éufrates, o entonan después de la victoria, como Cromwell después de Marston Moor, el salmo de la victoria de David”. 

Según el historiador Teófanes Egido, la feroz persecución del luteranismo en Valladolid por la Inquisición se debió, en el fondo, a razones de Estado:

“La agitación coincidió con el retorno de estancias extranjeras de Felipe II, que se encontró con una política religiosa intransigente alentada sobre todo desde Yuste por el Emperador, empeñado en compensar el fracaso de su política religiosa en el Imperio. Y como premisa para la actuación radical, se fue creando un ambiente de terror y convirtiendo la Inquisición en instrumento el más poderoso para asegurar la ortodoxia pues no hay que olvidar que la herejía era el más temible delito no sólo religioso sino también político y social en aquellas formaciones sacralizadas”.

¿De qué se les acusó formalmente a los luteranos de Valladolid? (Cito del informe oficial enviado por el Santo Oficio a Roma): Del delito de negar la existencia del purgatorio, de decir que por la pasión de Cristo quedó el hombre justificado, que no era menester las oraciones a los santos, que Martín Lutero y sus obras fueron muy buenas, que clérigos, frailes y monjes pueden ser casados, que la confesión se había de hacer mental a solo Dios y con el espíritu, y no a los frailes ni a clérigos, que las misas no se habían de vender, etc. Se trata de ideas que podrían parecer en sí inofensivas, pero que atentaban, según los inquisidores, contra la propia fábrica del Estado.

 

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Resulta inevitable hablar de luces y de sombras en todo lo relacionado con la Reforma. El propio Lutero, firme defensor de la doctrina de los ‘dos reinos’, apoyó a los príncipes en la Guerra de los Campesinos, mantuvo hasta el final la noción de la ‘Real Presencia’ en los sacramentos, dio rienda suelta a su inquina hacia los judíos, y sacrificó grandes amistades en aras de sus férreas convicciones, perdiendo en el camino la amistad  de sus aliados más fieles. Pero el legado espiritual  de Lutero ha sido el gran descubrimiento cristológico que revolucionó su fe, la doctrina de ‘la justificación por la fe’, es decir, cómo puede el hombre pecador ser reconciliado con Dios. La grandeza de Lutero, a mi modo de ver, no disminuye a la luz de sus defectos, sino que aumenta. He aquí un hombre de carne y hueso, un monje medieval, producto de su tiempo, que se enfrentó al poderío eclesiástico de su tiempo, un genio teológico y lingüístico indiscutible que dio al mundo una doctrina, la justificación por la fe, y un libro, la Biblia, asequible en la lengua vernácula de sus conciudadanos.

El problema de la justificación ejercitaba la conciencia de muchos en la época de  la Reforma, y sigue candente hoy. La doctrina no era nueva, por supuesto. La descubrió San Pablo en su lectura del Antiguo Testamento, y la había encontrado Agustín, obispo de Hipona (354-430) uno de los teólogos más importantes de la era cristiana, en las epístolas de Pablo. Agustín nació en el norte de África, en una región que pertenece ahora a Argelia. En su juventud se entregó a una vida de disolución que le sumió en una desesperación profunda, ya que no veía la manera de cambiar, ni encontrar perdón. Un día, sentado debajo de un árbol en su jardín mientras lloraba profusamente por causa de sus pecados, oyó la voz de un niño (o niña, no sabía cuál) desde una finca colindante que decía repetidamente (en latín): «Tolle, lege, tolle, lege», que quiere decir «Toma y lee, toma y lee». Le pareció que el Señor mismo le invitaba a leer la Escritura, así que tomó la Epístola a los Romanos, que tenía a mano, la abrió y leyó este texto de Pablo: «Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne» (Romanos 13:13-14). «Vestirse del Señor Jesucristo» significa recibir la gracia de Dios en la persona de Jesús, que «cubre» todos nuestros pecados y nos hace justos a los ojos de Dios. Lo entendió al instante, y a partir de aquel momento Agustín cambió, y dedicó su vida por entero a Cristo.

Siglos después, el propio Lutero se sentía atribulado por el peso de sus pecados, como Agustín, y tampoco encontraba paz. Luchó con otro texto de Pablo en La Epístola a los Romanos, que dice: «en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe…». La idea de la justicia de Dios le aterraba, ya que creía que le condenaba como pecador. Un día, Lutero cayó en la cuenta de que las palabras de Pablo significan todo lo contrario: la justicia de Dios es «dada» como don gratuito por la fe en Jesús, y en vez de condenar, otorga salvación. Pablo escribió: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» Y añadió: «Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús…» (Romanos 5:1; 8:1). «Estar en Cristo Jesús» significa lo mismo que «vestirse del Señor Jesucristo», como descubrió Agustín. El cambio que se produjo en Lutero lanzó la Reforma en Europa que recordamos hoy.

 

Público asistente (foto de MGala)

No acabó ahí el impacto de la doctrina de la justificación. El  comentario de Lutero sobre la Epístola a los Romanos afectó profundamente a otro destacado reformador, John Wesley (1703-1791), un miembro de la Universidad de Oxford dedicado al ministerio pastoral. Wesley era un hombre piadoso, fundador del Metodismo, llamado así por lo «metódico» de la vida personal de él y de sus seguidores. Wesley, sin embargo, no había tenido una experiencia personal de Cristo. En un viaje misionero a la colonia americana de Georgia, la nave en la que cruzaba el Atlántico fue zarandeada por una tormenta en alta mar. Mientras él y los demás viajeros sintieron pánico y temían por sus vidas, vio cómo un grupo de cristianos moravos (procedentes de una región que pertenece ahora a la moderna República Checa) hacían oración y cantaban himnos, con total tranquilidad. El hecho impresionó mucho a Wesley, y de vuelta a Londres, tras el fracaso de su misión, acudió a una reunión de los moravos en la capital.

Wesley describió su experiencia en el famoso Diario en el que registraba detalles fascinantes de sus viajes por todo el país. Cuenta que el 24 de Mayo de 1738, en una reunión celebrada en Aldersgate Street, oyó la lectura del Prefacio de Lutero a la Epístola a los Romanos, en el que se explicaba la realidad de la fe personal en Cristo.   Mientras escuchaba la lectura sintió cómo su corazón se conmovía dentro de sí, y por primera vez en su vida recibió la seguridad de que Cristo había muerto por sus pecados en la Cruz. La conversión de Wesley tuvo un efecto profundo en la sociedad inglesa del s. XVIII, ya que los metodistas promovieron muchas obras sociales y educativas, y fundaron miles de iglesias a lo largo y ancho del país. Una placa situada frente al Barbican Centre en Londres marca el lugar de la famosa reunión de Aldersgate Street, y una estatua de Wesley situada al lado de la Catedral de San Pablo (un nombre muy apropiado, a mi parecer) conmemora la vida y obra de aquel hombre singular.

Haré mención de otro acontecimiento más, que marcó época en la Inglaterra victoriana, la conversión del predicador bautista londinense, Charles Haddon Spurgeon (1834-1892). Él mismo  cuenta cómo en una mañana de domingo cuando se dirigía a la iglesia en busca de paz, una fuerte nevada impidió su progreso, obligándole a internarse en una callejuela donde había un lugar de culto perteneciente a la denominación llamada Iglesia Metodista Primitiva. Relató su experiencia así:

“El ministro no pudo acudir, al parecer, por causa de la nieve. Por fin ascendió al púlpito un hombre de aspecto famélico, zapatero o sastre, o algo por el estilo. Ahora bien, es bueno que los predicadores hayan recibido instrucción, pero este hombre era verdaderamente ignorante. Tuvo que limitarse a su texto, porque no tenía nada más que añadir. El texto era: ‘Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la tierra’ (Isa. 45:22). Ni siquiera fue capaz de pronunciar las palabras correctamente, pero no importaba. En aquel texto vislumbré un atisbo de esperanza. El predicador comenzó así: “Es este un texto muy sencillo. Dice: ‘Mirad’. Pues mirar no requiere un gran esfuerzo. No hay que levantar el pie o el dedo, simplemente dice: ‘Mirad’. No hace falta tener estudios para mirar. Tú puedes ser el tonto más grande, pero puedes mirar. No necesitas ganar mil libras al año para mirar. Cualquiera puede mirar, hasta un niño puede mirar”. Y así siguió durante unos diez minutos, ya que el predicador no daba más de sí. “Mira a mí, que sudo grandes gotas de sangre. Mira a mí, que estoy colgado en la cruz… Oh, pobre pecador, ¡mira a mí! ¡Mira a mí!” Al terminar, fijó sus ojos en mí, que me encontraba sentado en la galería, y dijo, como si conociera mi corazón: “Joven, tú pareces muy desgraciado, y siempre lo serás, desgraciado en la vida y desgraciado en la muerte, si no obedeces al texto; pero si obedeces, ahora mismo, en este momento, serás salvo”. Luego, alzando sus manos como solo un Metodista Primitivo era capaz de hacerlo, gritó: “Joven, mira a Jesucristo. ¡Mira! ¡Mira! ¡Mira! No tiene que hacer nada más que mirar, y vivir”. Vi enseguida el camino de la salvación… En ese mismo instante miré, y el nubarrón se levantó, y en aquel momento vi el sol”.

¿La consecuencia? Spurgeon, conocido como «el Príncipe de los Predicadores», se convirtió en maestro consumado del pensamiento penetrante y la exposición precisa. Su oratoria mantuvo absortos a los miles de hombres y mujeres que se congregaban para escucharle. Escribió himnos y poesía, comentarios y exposiciones, y sus sermones  figuran entre los mejores de la historia cristiana. Su cortejo funeral fue seguido por decenas de miles de personas en su procesión por la ciudad de Londres, y sus obras siguen siendo leídas hoy. Sola Scriptura conduce a Cristo, y la figura de Lutero, demonizada por sus detractores, abrió las puertas a la posibilidad de que el hombre común tuviera acceso a la Palabra de Dios, al margen de políticas de Estado, de nacionalismos o de intereses materiales. Los testimonios que he relatado tienen un hilo conductor. En ello consiste, en lo espiritual, el verdadero legado de la Reforma.

 

Público asistente (foto de MGala)

 

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Estamos en Valladolid, centro de las actividades de la Inquisición, junto con Sevilla, célebre por el Auto de Fe de 1559 que ha popularizado Miguel Delibes en su novela  El hereje. Terminaré con un breve homenaje a los hombres y mujeres que sufrieron las consecuencias de aquellos tiempos recios, como tantos otros, en otros países, de uno y otro signo. El carmelita Teófanes Egido, gran admirador de Lutero y editor de sus obras en castellano, ha escrito con simpatía acerca de los (pocos) luteranos que se reunían en sus ‘cenáculos’ en nuestra ciudad para leer la Biblia y hacer oración, cayeron víctimas del Santo Oficio, y pagaron con sus vidas en la hoguera su interés por la Palabra de Dios. No eran políticos, ni nacionalistas, ni sectarios, ni violentos. Escribe Teófanes:

“Al fijarse en los procesados por luteranismo en Valladolid, puede verse cómo, en efecto, en su inmensa mayoría pertenecían a las élites de aquella sociedad. Eso sí,  hay una diferencia neta entre los luteranos de Valladolid y los de Sevilla. Los andaluces son hombres de letras, desde el Dr. Constantino hasta Juan Pérez. Aunque no pueda detenerme en ello, no hay que callar que la lengua española, especialmente con sus traducciones, así como la espiritualidad, debe mucho a aquellos luteranos, o calvinistas, o anabaptistas (o por lo que fuesen pasando en sus éxodos), que desde el exilio escribieron obras cuyos valores tiene que reconocer el propio don Marcelino Menéndez Pelayo. Los de Valladolid, en cambio, no escribieron nada, fueron ágrafos (prescindo deliberadamente del arzobispo Bartolomé de Carranza, cuyo proceso, aunque con la apoyatura de la acusación de herejía, es debido a otros factores que pesaron más que los doctrinales). El único con cierta altura intelectual parece haber sido Agustín de Cazalla, predicador real.

La mayoría pertenece al sector privilegiado del clero y al de la nobleza. Hay clérigos seculares, como los hermanos Cazalla y alguno más; regulares como Domingo de Rojas, dominico eximio, o las monjas del monasterio cisterciense de Belén, comprometidas en buena parte con la nueva doctrina o en la nueva espiritualidad. A veces, estos mismos clérigos coinciden con la nobleza, o con esa burguesía ennoblecida como los Cazalla: la Capilla más noble del famoso monasterio de San Benito el Real (la de Fuensaldaña o de los Vivero) era propiedad y fundación suya. Lo mismo acontece con Domingo de Rojas, de los marqueses de Poza. Y en el auto de fe comparecieron doña Ana Enríquez, de los Alcañices, emparentados con los Borja; un comendador de la Orden de Alcántara, otro de la de San Juan. Hay algún labrador, algún zapatero, algunas personas del estado llano: son los pertenecientes al pueblo de Pedrosa o criados de las anteriores familias. La burguesía propiamente tal, o el artesanado, está escasamente representado por un alcalde de Sacas de Logroño, relacionado con Carlos de Seso, o por el platero vallisoletano Juan García.

La mayoría, repitamos, pertenecen al estado clerical o nobiliar. Y de ello se dieron cuenta enseguida los responsables de la pesquisa. En la comunicación que el Consejo de la Inquisición envía a Paulo IV, para lograr competencias excepcionales e inhabituales en las prácticas inquisitoriales, se pone énfasis especial en esta extracción social. Y lo razonan con palabras que no necesitan interpretación por su meridiana claridad”.

¿Cómo se iniciaron estos personajes en la fe llamada ‘luterana’? A través de libros introducidos clandestinamente desde el norte de Europa, gracias a los ataques furibundos contra Lutero que oían en los sermones y, sobre todo, por las conversaciones privadas, que giraban, según cuenta Teófanes, en torno a la justificación por la fe en Cristo.

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Por último, ¿cómo deshacer el nudo gordiano de la interpretación? ¿Se puede perfilar un principio hermenéutico que nos permita encarar la interpretación bíblica con confianza? Los propios reformadores, a pesar de sus diferencias, dieron con las claves de la interpretación. Para Lutero, el propósito de las Escritura es «inculcar a Cristo», el «punto matemático» de la Biblia. Para Calvino, la Escritura ha sido dada «para conocer a Cristo», y el teólogo suizo Karl Barth ha afirmado que «de principio a fin la Biblia nos dirige al nombre de Jesucristo». El principio liberador de sola Scriptura invita a una interpretación madura y equilibrada que entra en los recovecos del texto para descubrir su sentido último, la revelación de Cristo. Solo así puede convertirse el principio de sola Scriptura en fuente de salvación, y evitar el peligro de una lectura contenciosa o dañina.

Acabo con una reflexión personal. La Reforma que se inició hace 500 años, al margen de cuestiones políticas, culturales o de personalidades, surgió de una renovada lectura de la Escritura. Su solidez y permanencia deriva de su respeto por la Biblia, y el lugar central de Cristo en su teología. Los cinco lemas de la Reforma fueron: sola Scriptura (solo por la Escritura), sola gratia (solo por la gracia), sola fide (por la fe sola), solus Cristus (solo Cristo), y soli Deo gloria (solo a Dios la gloria). Yo me identifico con ellos, pero no de una manera sectaria o tendenciosa. Cuando la Escritura se lee desde Cristo, y hacia Cristo, las sombras se desvanecen, y la luz de Cristo resuelve las incógnitas de la interpretación.

Este principio es el que ha guiado mi producción literaria, y ha alumbrado cada paso de mi vida hasta aquí, con mis propias luces y sombras, en esta mi ciudad de adopción. Estoy muy agradecido.

STUART PARK

Valladolid 

 

 

Stuart Park con su esposa, hijos, nietos, yerno y nuera (foto de MGala)

 

ALGUNOS DATOS Y LIBROS PUBLICADOS POR STUART PARK

Park nació en la ciudad inglesa de Preston, condado de Lancashire, en 1946. Tras cursar estudios en el Preston Grammar School ingresó en el Downing College de Cambridge, donde se licenció en Filología Románica. Entre 1971 y 1972 vivió en Castile, y de 1972 a 1976 en Philadelphia, donde obtuvo el doctorado en la Temple University con una tesis sobre Don Cristalián de España (1545), novela inédita de la escritora vallisoletana Beatriz Bernal. A partir de 1976 la familia traslada su residencia a Valladolid. Desde 1996 Stuart Park es director de Alétheia, la revista teológica de la Alianza Evangélica Española. Ha recibido varios reconocimientos por su obra, entre ellos el Premio Jorge Borrow de Difusión Bíblica, otorgado en Salamanca.

En 1991, bajo el sello de Publicaciones Andamio, Stuart Park publicó Desde el torbellino. Job: más allá del dolor humano’. Siguen otros títulos publicados por la misma editorial: Bajo sus alas. Rut: más allá del amor humano’, en colaboración con David F. Burt (1993). En 1995 publica ‘In memóriam’; en 1996 La señal. Jonás: más allá de la voluntad humana’en colaboración con David F. Burt. En 2000 publica El cetro de oro. Ester: más allá del poder humano’en colaboración con David F. Burt y David Pradales Ciprés; y Diez historias’, en 2004. Durante este tiempo publica, bajo el mismo sello editorial, varios estudios monográficos: La Biblia. Un libro para la postmodernidad’ (1988), Literatura y BibliaEl Señorío de Cristo y las letras’ (2ª ed. 1995); ¿Resucitó Jesús?’ (2ª ed. 1995); ¿Cómo interpretar la Biblia?’ (2ª ed. 1995); y Jesucristo hoy (1997).

A partir de 2009 comienza una nueva y fructífera etapa de intensa actividad literaria. Publica libros de temática muy variada bajo el sello Ediciones Camino Viejo: Las hijas del canto. Las aves del cielo en la tradición bíblica y la poesía de José Jiménez Lozano’ con Prólogo del Premio cervantes José Jiménez Lozano (2009); En el valle de la sombra. Conversaciones con Sirio’ (2010) que relata las conversaciones con un amigo íntimo durante los últimos días de su vida. En el mismo año reedita ‘Diez historias’. En 2011 aparecen tres libros: El lucero de la mañana. La tumba vacía de Jesús’, que reexamina la evidencia de la Resurrección; El camino de Emaús. Parábola y símbolo en la narrativa bíblica’que explora la hermenéutica bíblica desde el magisterio de Jesús; y Doce nombres’ que recorre la historia bíblica a través de algunos de sus personaje más emblemáticos. En 2012 publica Magníficat. María la madre del Señor’ y reedita ‘Desde el torbellino’. En 2013 publica Cartas a mis nietos’, un recorrido por la historia bíblica de forma epistolar, y ‘El cordón de granaHistorias de mujeres en la narrativa bíblica’. En el mismo año aparece Jardín cerrado. El Cantar sublime de Salomón’, y en 2014 publica La vida breve. El libro de Qohélet’, con prólogo de Pablo Martínez Vila, y Siete Palabras’, una reflexión acerca de las últimas palabras de Cristo en la Cruz, entre otros.

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