Lutero: ¿Padre de la ‘iglesia evangélica’?

Los que afirman que lo es no debieran olvidar que 16 siglos antes de ‘la Reforma’ Jesucristo ya edificaba ‘su iglesia’; y que hubo muchos reformados y reformadores ‘evangélicos’ antes de Lutero.

10 DE SEPTIEMBRE DE 2017 · 11:00

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El propósito de esta serie comenzada el primero de octubre de 2016 es adherir a la conmemoración de los 500 años de la Reforma, el 31 de octubre próximo. En el artículo titulado ‘Jesucristo el primer reformador’ decíamos: “Mucho antes del célebre Martin Lutero otros valientes elegidos por el Señor dieron la vida por el Evangelio, la perfecta obra reformadora iniciada por Jesucristo con la edificación de Su iglesia.” (01) 

 

Lutero: ¿Padre de la ‘iglesia evangélica’?

Desde la creación de la Iglesia imperial hubo movimientos de cristianos que resistían sus desviaciones doctrinales; lo hacían desde dentro y fuera de la poderosa organización territorial con sede en Roma.

Toca hoy comentar sobre grupos de cristianos reformadores conocidos como ‘valdenses’ y ‘albigenses’ (02) que se aferraban a las doctrinas evangélicas. Mucho se ha escrito sobre ellos a favor y en contra. Nosotros hemos de resumir aquí las características de una comunidad y de dos predicadores que en pleno Oscurantismo valientemente predicaban el Evangelio de Jesucristo enfrentando al papado romano y su pretensión de representar a Dios en la Tierra.

 

Los cristianos Valdenses 

Durante los siglos XII y XIII de la Edad Media surgieron simultáneamente grupos de creyentes que se reunían para compartir el Evangelio de Jesucristo. Estos cristianos se extendieron desde Francia, Italia y España a otros países europeos predicando ese Evangelio. Luchaban heroicamente por la fe que fue dada una vez a los santos (03). Dejando de lado a los historiadores que los presentan como maniqueos (04) o predicando herejías, tomamos en cuenta a quienes los pintan representando el retorno al simple y primitivo cristianismo. Se oponen a esta interpretación los que los consideran sectarios y les endilgan creencias que nunca profesaron. En el otro extremo están los que asocian a los valdenses con los primeros seguidores de los apóstoles de Cristo, aunque de esto no haya constancia alguna. 

Frente a la duda histórica, lo más apropiado es aceptar que estos movimientos no se originaron en un solo país, por la obra de un solo hombre, ni de hombres que fueran perfectos. 

Podemos afirmar que lo mismo ocurrió con la Reforma del siglo XVI. Cristianos como Pedro Valdo, John Wycliff, Jan Hus, Guillaume Farel surgieron simultáneamente en Francia, Inglaterra, Bohemia (Checoslovaquia), antes que Martin Lutero, Zuinglio y Calvino. Sin conocerse, aquellos estaban imbuidos del mismo deseo que terminó por impulsar la Reforma.

Entre los valdenses resaltan Pedro de Bruys, nacido en Bruis, Francia en el siglo XI; Enrique de Cluny, nacido en Le Mans, en el año 1116; Amoldo de Brescia, en Italia, en el año 1135; y Pedro Valdo, en Lyón, en el año 1173. Conozcamos qué características evangélicas tenían los dos primeros mencionados. 

 

Pedro De Bruys

Este joven cristiano, movido por un espíritu misionero era cura de una pequeña parroquia de los Alpes entre fines del siglo XI y comienzos del XII. Su prédica despertaba asombro donde fuese. Rechazaba toda tradición humana contraria a la enseñanza del consejo de Dios en las Escrituras:

1.  Jesucristo es el salvador, no la Iglesia o sus obispos.

2.  En el Evangelio el bautismo sigue a la declaración de fe en Jesucristo; los párvulos no pueden confesar. Por esta razón bíblica él bautizaba a los católicos romanos después que confesaban su fe en Jesucristo.

3.  Las únicas doctrinas y costumbres a seguirse son aquellas que tienen fundamentos bíblicos. 

4.  La eucaristía es una recordación del sacrificio de Cristo hecho una vez y para siempre. La misa es un ritual en el que se lo sacrifica en vano pues Él ya murió, resucitó y está sentado a la diestra del Padre. 

5.  La transustanciación es otra doctrina introducida caprichosamente por el clero. Ningún hombre puede transformar la hostia en carne de Cristo. El pan y el vino son símbolos del cuerpo y la sangre de Cristo.

6.  La cruz, por ser un símbolo de la tortura y muerte del Hijo de Dios no debía usarse. Para evitar que se convirtiese en amuleto u objeto de idolatría ordenó quemar todas las cruces de madera.

7.  No se debían construir edificios para destinarlos al culto; pues se los convertía en ‘santuarios’ y ‘casas de Dios’ dedicadas a los santos.  Debían derribarse los ya existentes para que la gente no fuese a ellos en busca de milagros. 

8.  Las bendiciones divinas pueden recibirse en cualquier sitio y momento; la oración hecha con fe sincera es tan eficaz en un taller, un mercado, una plaza como en un lugar de culto; y agrada a Dios al subir del templo que es cada creyente.

8.  La pompa en las ceremonias, el canto en idiomas desconocidos y la música teatral no tenían parte en la genuina adoración a Dios.

9.  El culto a los muertos: orar, levantar ofrendas y ayunar por ellos, es una herejía espiritualista. A él se atribuye la frase: "Todo depende de la conducta del hombre durante su vida; esto es lo que decide sobre su destino futuro. Nada que se haga por él después de su muerte puede serle de beneficio."

10. La iglesia está compuesta de personas regeneradas que viven de acuerdo con la confesión de fe en el Señor Jesucristo. No es iglesia cualquier agrupación de personas que usan el nombre de Cristo pero que no llevan una vida pura y santa. Nadie debe pretender ser miembro de una iglesia si no es un verdadero creyente: vive piadosamente y testifica con su conducta en favor del poder regenerador del evangelio.

“Durante veinte años, este infatigable soldado de la verdad, no cesó de predicar viajando por todas partes de la Francia Meridional. Un día llegó a San Giles, cerca de Nimes, asiento de un rico convento de frailes. Sin temor a las consecuencias se puso a reunir cruces y con ellas levantó una hoguera. La multitud enfurecida se apoderó de él y lo hizo morir, siendo quemado vivo, probablemente en el año 1124. Así terminó gloriosamente su carrera terrenal, este hombre que no supo lo que era temor, y quien en días de espantosas tinieblas y tempestades mantuvo encendido el faro del evangelio para conducir las almas al puerto de segura salvación”, concluye Varetto. Para mayor información sobre este predicador se sugiere leer la síntesis que de él ha escrito la Iglesia Evangélica Pueblo Nuevo en su bien informado blog (05).  

 

Enrique De Cluny

Contemporáneo de Pedro de Bruys, también conocido como Enrique de Lausana, no se conoce de él más que por lo que aportan sus opositores doctrinales. Entre estos, lo que Pedro de Cluny relata en su obra ‘Tractatus Contra Petrobrussianos’ (06). Datos sobre su vida se conocen solamente en documentos de la Iglesia católica (07)

Por su parte, el prolífico escritor e historiador de religiones comparadas, el español Luis Ernesto Romera, se ocupa de él en su Blog ‘El Trigo Ahogado’ en el que construye lo que denomina ‘proceso y  evolución del cristianismo e historia de los movimientos cristianos alternativos’ (08).

En síntesis, Enrique se presentó en la ciudad de Le Mans, probablemente procedente de Lausana, como un predicador ermitaño y asceta; con la apariencia de un nuevo Juan Bautista, en total ruptura con el mundo, con largos cabellos y barba, descalzo, vistiendo y comiendo de limosna, con una simplicidad radical. Se hacía preceder por un hombre que portaba un gran báculo rematado por una cruz de hierro. 

A diferencia de otros predicadores no buscaba seducir a las multitudes; pero tenía una gran eficacia oratoria, una voz sonora y unos ojos fulgurantes. Su carisma le hizo enormemente popular, y adquirió un gran ascendiente sobre el pueblo, que comenzó a rechazar a las autoridades eclesiásticas. Algunas damas, inflamadas por sus palabras, se desprendían de sus joyas y lujos, algunos jóvenes se casaban con las prostitutas con quienes habían tenido contacto. 

Sus oponentes insistieron en señalar la inconveniencia de sus predicaciones sobre moral sexual y castidad, incompatibles con la doctrina marital católica impuesta en la reforma gregoriana (en concreto con el celibato eclesiástico) y con instituciones sociales como los matrimonios concertados y el pago de la dote. De vuelta en su diócesis (1103 ó 1116) el obispo Hildeberto mantuvo un debate público con él, y decidió no condenarle a muerte como se había solicitado por los acusadores, sino expulsarle de la ciudad, al considerarle más culpable de ignorancia que de herejía. 

En 1134, por orden del arzobispo de Arles, Bernard Garín, fue arrestado y conducido al sínodo de Pisa,  donde fue obligado a renegar de sus doctrinas y aceptó recluirse en el monasterio de Citeaux, donde probablemente esperaba ser acogido por Bernardo de Claraval. En vez de ello, de vuelta en Francia volvió a predicar en la zona de Toulouse, con apoyo de Ildefonso, conde de Saint-Gilles

En el concilio de Letrán II (1139) volvieron a ser consideradas sus doctrinas, y volvieron a ser condenadas. En 1145, las autoridades religiosas locales del mediodía francés, preocupadas por la difusión que alcanzaban sus predicaciones, solicitaron la intervención de Bernardo de Claraval, que persuadió al conde de Sant-Gilles (09) para que le retirara su apoyo con lo que Enrique fue finalmente capturado y condenado a prisión por el resto de sus días, en 1148, en el concilio de Reims, por el papa Eugenio III.  Murió al año siguiente. (10)

Este artículo solo intenta demostrar que en las sórdidas tinieblas que cubrían la Europa medieval hubo destellos de luces que pugnaban por iluminar a los perdidos. Que esas eran manifestaciones reales de la verdad afirmada por el Señor Jesucristo en su ministerio terrenal (11); y que fueron resistidas por los que ostentaban el poder terrenal y religioso en nombre del cristianismo.

Creer que esas luces provenían de hombres y mujeres que eran perfectos sería un error.  Pero, denunciar solo sus errores - como hizo la corrupta Iglesia dominante - es tan deplorable como rechazar la necesaria autocrítica. El cristianismo de esa época estaba infestado por las prácticas inhumanas de una religión que portaba el nombre de Dios y lo imponía con la espada, la prisión, la tortura y la muerte. 

Rodeados como estamos hoy por quienes atacan desde todos lados nuestra fe en Jesucristo ¿estamos actuando con el valor y coraje de aquellos que se animaron a denunciar la corrupción? ¿Nos respetan personas cercanas que ven en nosotros coherencia entre lo que decimos creer y practicamos? 

Entre quienes critican a los cristianos evangélicos de excederse en mencionar a la Reforma del siglo XVI, no faltan los que apuntan que 500 años desde Lutero son muchos menos que los 1600 años de vida de la Iglesia fundada durante el Imperio Romano en el siglo IV. Dicen que la Tradición de esta Iglesia es tan grande que desautoriza a la pobrísima tradición de la iglesia evangélica ‘fundada por Martín Lutero’. Con estas disquisiciones se opaca al Evangelio de Jesucristo que “es poder de Dios para salvación de todo aquel que cree” (11).

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Notas

Ilustración:  https://sobrehistoria.com/la-iglesia-en-la-edad-media/organizacion-de-la-iglesia-durante-la-edad-media/

01.   Leer más: http://protestantedigital.com/magacin/40402/Jesucristo_el_primer_reformador

02.   El espíritu del movimiento valdense era el mismo en todas partes;  cuando huyendo de la persecución sus adherentes llegaban a otro país “encontraban hermanos que los recibían con los brazos abiertos” apunta Varetto. La coincidencia del autor de ´La Marcha del Cristianismo’ (páginas 252 a 258) con algunos historiadores católicos resulta muy interesante. Para verificarla, se recomienda leer en el sitio católico romano: http://www.mercaba.org/K/medieval/historia%20de%20los%20valdenses%20comba.htm y comparar lo que aquí se escribe con lo que escribe Varetto. Para información sobre los albigenses (o cátaros) se recomienda leer al historiador español Mario Escobar Golderos en:  http://protestantedigital.com/magacin/10084/Los_cataros_o_albigenses

03.  Judas 1:3.

04.  Herejía que prosperó a partir del siglo III; sostiene que los hombres estamos sometidos a dos reinos: el del bien y el del mal.

05.  http://www.iglesiapueblonuevo.es/index.php?codigo=bio_pedrobr

06.  Jacques Paul Migne, Patrologia Latina, vol. 189, pp. 720-850 en ‘Peter of Cluny’. 

07.  Uno de ellos es el del influyente doctor de la Iglesia católica, Bernardo de Claraval (Ep. 241).

08.  Este blog es un encomiable intento de armonizar las vertientes históricas y sus interpretaciones para una mejor comprensión de los temas que apasionan al creyente sincero que busca conocer los diferentes tañidos de campana, a diferencia del  fanático; http://www.eltrigoahogado.com/search/label/083%20Maestros%20y%20monjes%20Incomprendidos%20del%20siglo%20XII%20%3A%20Enrique%20de%20Lausana

09.  Ejerciendo la autoridad eclesiástica obligó al príncipe a dejar de apoyar al predicador con esta frase en latín: ‘versatur in terra vestra sub vestimentis ovium lupus rapax ‘ que en buen castellano se traduce: ‘se halla en vuestra tierra bajo vestimentas de oveja [siendo] un lobo rapaz’.

10.  William E. Addis, A Catholic Dictionary, Aeterna Press, pg. 1349.

11.  Mateo 5:14; comparar con Marcos 4:21,22; Lucas 11:33,34; Juan 8:12 y 9:5.

12.  Romanos 1:16.

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