Los noventa y nueve justos

La vida sin mácula que habían llevado se imponía como argumento incontestable para entrar con holgura por las puertas de perlas… pero algo no funcionaba.

25 DE AGOSTO DE 2017 · 07:05

Foto: Liane Metzler. Unsplash.,
Foto: Liane Metzler. Unsplash.

Érase una vez los “noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento”, que por fin se dispusieron a ocupar su merecido destino eterno.

En el control de acceso a la Gloria estuvieron retenidos más tiempo del razonable, y no precisamente porque estuviesen de huelga los ángeles de seguridad, las razones parecían otras. Por más que fueron examinados, nada indicaba que debieran ser rechazados.

La vida sin mácula que habían llevado se imponía como argumento incontestable para entrar con holgura por las puertas de perlas… pero algo no funcionaba.

—No es nuestro interés impedirles el acceso, antes al contrario, queremos que una vez dentro se encuentren a gusto —dijo el ángel—. El caso es que por sus características quizá sea inapropiada su presencia.

—¿Qué lugar es más apropiado para el justo que el cielo de justicia? — replicó molesto el justo mayor.

—Sí, sí, haremos lo posible para que aquí estén felices —insistió el ángel—. Pasen y prueben durante un tiempo.

Una vez acomodados e higienizados, dieron un paseo por los exteriores como ocupantes legítimos de aquel lugar. Lástima que pronto se escandalizaron al presenciar un jolgorio que consideraron excesivo procedente de unas gentes participantes de la misma gloria, pero que contrastaban con el porte serio y solemne que ellos mostraban. Alegría, cánticos, alabanzas, exclamaciones en grito…, parecían ocupas de un espacio impropio.

Enseguida comunicaron su incomodidad a las autoridades angelicales, las cuales les rogaron paciencia y comprensión.

También ellos querían alabar y solicitaron día y hora para expresar la adoración que creían más adecuada para el momento y lugar.

En una nube alejada comenzaron a entonar cánticos gregorianos en tono severo aunque nadie les hacía caso, todos estaban ocupados en ser felices y hacer felices a los demás.

La indiferencia con que se sintieron tratados les molestó profundamente, por lo que solicitaron se despejase la morada de los justos de toda aquella chusma anárquica.

—Ya dije que quizá no encajarían —les dijo el ángel.

—No nos esperábamos esto —dijo el justo mayor—. Estábamos mejor en la Tierra.

—Por ese motivo hemos acordado que vuelvan al planeta con el fin de que cometan alguna irregularidad y así necesiten arrepentirse —dijo el ángel—. Con el agradecimiento por el perdón estarán felices y alegres en este lugar.

—¿Qué nos está pidiendo? ¡Eso va contra nuestros principios! —dijo otro justo—. Además, es del todo impropio que usted nos proponga tal cosa.

—Es cierto, me la estoy jugando ante mis superiores —confesó el ángel—. Pero no veo otra manera de que ustedes gocen del lugar.

—Bueno, ¿y qué? ¿en qué consistiría tal irregularidad? —cedieron por fin.

—En eso no les puedo ayudar, va contra el cielo de justicia que ustedes dicen. No sé… algo que no desmerezca del todo su pulcra imagen pero que les conduzca al arrepentimiento… quizá pronunciando algún taco de mal gusto, alguna mentirijilla que no sea piadosa, algún nudismo playero, en fin, ustedes verán —dijo el ángel.

—¡Santo Dios! ¡Cómo nos hemos de ver! —murmuraron escandalizados.

Al final estos noventa y nueve justos aprendieron la lección. En su estancia fugaz por la Gloria habían sentido que se perdían algo de todo aquel disfrute, por lo que en Tierra se esforzaron más allá de sus posibilidades en soltar algún taco que otro y andar sin bañador por la playa.

“Como está escrito: no hay justo, ni aún uno” (Romanos 3:10)

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