Algunas lecturas sobre la Reforma Protestante (XXII)

Lo redactado por José Moreno Berrocal es una síntesis muy valiosa sobre los reformadores españoles del siglo XVI.

20 DE AGOSTO DE 2017 · 19:00

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Debido a factores y personajes endógenos, autóctonos les denomina José Moreno Berrocal, se fue gestando en España el cristianismo evangélico. En las dos entregas anteriores he resumido secciones del capítulo inicial de La Reforma ayer y hoy (Publicaciones Andamio, Barcelona, 2012). Prosigo con la tarea de compartir el estimulante panorama trazado por Moreno Berrocal en “La primera Reforma en España”.

Lo he mencionado anteriormente y considero que es importante reiterarlo: lo redactado por José Moreno Berrocal es una síntesis muy valiosa sobre los reformadores españoles del siglo XVI. Creo que su lectura brinda una visión general que debiera ser consulta obligada para quienes busquen información sobre un proceso que, por desgracia, es desconocido en amplias franjas del cristianismo evangélico/protestantismo latinoamericano.

En distintos momentos y a distintos directivos de instituciones teológicas protestantes mexicanas les he comentado, incluso puedo decir estimulado, para que abran un curso sobre los reformadores españoles. Contamos con un respetable cúmulo de obras que, de ahondar en ellas, nos dan un horizonte nuevo sobre la Reforma que no fue. No cristalizó por causa de la implacable persecución en su contra, y sin embargo los obligados al exilio prohijaron un legado muy rico y que es imprescindible transmitir para no continuar con la idea predominante de que la Reforma protestante es casi exclusivamente anglosajona. La excepción sería Juan Calvino en Ginebra y los intentos reformistas en Francia.

Está por comenzar a circular, o tal vez ya lo está, un libro coordinado por Justo L. González y Harold Segura, La Reforma en América Latina: pasado, presente y futuro (Asociación para la Educación Teológica Hispana-Visión Mundial), del cual he podido leer el primer capítulo. Lo anterior gracias a que Samuel Escobar tuvo la generosidad de hacerme llegar el ensayo con el que contribuyó a la obra colectiva. Su escrito abre el volumen y se titula “Reforma y cultura hispana”. Acertadamente afirma que “Para los evangélicos de habla hispana, el tema de la Reforma Protestante en España saca a luz las limitaciones de nuestra conciencia histórica. Por lo general nuestra memoria da un salto desde San Pablo hasta Martín Lutero o Juan Calvino y poco o nada sabemos de lo que hay en medio. Por eso nuestro tema requiere un cambio de actitud y un esfuerzo por conocer un proceso histórico que desconocemos, y que en el caso del cristianismo en España merece atención especial. Durante el siglo XVI la Reforma Protestante estalló en Alemania y se extendió por Europa, pero España no era la típica nación europea”.

El deficitario conocimiento histórico mencionado por Samuel Escobar tiene buen antídoto en lo escrito por José Moreno Berrocal. Este autor, después de haber brindado los antecedentes de anhelos de reforma espiritual en España, poco antes o coincidentemente con la irrupción de Martín Lutero en Alemania, asevera (proporcionando como fuente a José María Martínez, La España evangélica ayer y hoy, Andamio-CLIE, 1994) que los escritos del teólogo germano llegaron a España en fecha tan temprana como 1519. “En marzo de 15121 [un mes antes de la Dieta de Worms] se expedían breves papales al almirante de Castilla para que vedase la entrada en España de los libros del fraile alemán. Ya entonces circulaban libros luteranos en castellano. Desde abril de 1521 la Inquisición dictó decretos contra las obras de Lutero y recordó al rey la obligación de extirpar a moros y herejes. Ya incluso en el Edicto de Toledo, de 1525, vemos cómo la Inquisición manifiesta su inquietud acerca de Lutero y su influencia, además de condenar sus doctrinas” (p. 25).

No nada más en Sevilla y Valladolid, aunque principalmente en estos lugares, existieron focos protestantes. Los esfuerzos internos se vieron reforzados por contribuciones exógenas, como las de españoles que conocieron del protestantismo, y se identificaron con él, durante sus viajes al exterior. Francisco de San Román, comerciante, asistió a una iglesia evangélica en Bremen, Alemania, “poco después de su conversión mostró un increíble celo” por su nueva fe y la difundió. “Fue arrestado en 1541. Sufrió prisión y fue torturado. Pereció quemado por su fe en Valladolid, en 1544” (p. 28).

Otra manera de tener contacto con las ideas de Lutero y otros teólogos reformadores fue mediante libros que llegaron de contrabando a España. Ignacio J. García Pinilla “Lectores y lectura clandestina en el grupo protestante sevillano del siglo XVI” (en María José Vega e Iveta Nakládalová, Lectura y culpa en el siglo XVI, Universidad Autónoma de Barcelona, Bellatera, 2012, pp. 45-59) demuestra las peripecias acontecidas para que llegase a manos del núcleo sevillano literatura contraria doctrinalmente al catolicismo romano.

 

Presentación del Nuevo Testamento traducido por Juan Pérez de Pineda, 1556.

El esfuerzo por imprimir en castellano las ideas protestantes y su posterior distribución encubierta en España se debió a uno de los monjes de San Isidoro del Campo, Juan Pérez de Pineda, quien huyo de España al parecer en 1549 y se refugió en París. Después se trasladó a Ginebra y “en esa ciudad hizo imprimir seis obras: en concreto, dos traducciones bíblicas de cosecha propia (los Salmos y el Nuevo Testamento), dos traducciones de comentarios bíblicos de Juan de Valdés (de la Epístola a los Romanos y de la Primera Epístola a los Corintios), un catecismo (Sumario breve de la doctrina christiana hecho por vía de preguntas y respuestas) –el único publicado con su nombre– y una obra polémica, quizá la invectiva más virulenta de la época contra la Iglesia Católica: la traducción castellana de la Imagen del Antechristo, del protestante italiano Bernardino Ochino” (Ignacio J. García Pinilla, op. cit., p. 46).

Los materiales descritos, y otros, fueron llevados a Sevilla por Julián Hernández (conocido por Julianillo, debido a su corta estatura y complexión delgada). Originario de Tierra de Campos, en Castilla, emigró muy joven a los Países Bajos y más tarde a Alemania. Llegó a ser diácono de una congregación luterana en Frankfurt. Entre los germanos se inició como aprendiz de impresor, oficio que le permitió leer lo que se preparaba en las imprentas. Posiblemente hayan pasado por sus manos de corrector escritos de reformadores españoles, como Juan de Valdés, Francisco de Enzinas y Juan Pérez de Pineda. Por Antonio del Corro, monje en San Isidoro del Campo, se sabe que en el monasterio se leyeron “algunos libros de Lutero y otros doctores protestantes de Alemania” (cita Moreno Berrocal, p. 30). La forma en que reaccionaron las fuerzas inquisitoriales al descubrir a los lectores de obras consideradas heréticas la describe bien Michel Boeglin (“Evangelismo y sensibilidad religiosa en la Sevilla del [mil] quinientos: consideraciones acerca de la represión de los luteranos sevillanos”, Studia Histórica: Historia Moderna, Universidad de Salamanca, vol. 27, 2005, pp. 163-189).

En una obra publicada en 1567, titulada Artes de la Santa Inquisición Española, y de autor anónimo (aunque algunos especialistas la atribuyen a Casiodoro de Reina, monje huido de San Isidro del Campo y posterior traductor de la Biblia del Oso que inicia su circulación en 1569), se narra que el núcleo protestante sevillano estaba integrado por 800 personas y que a ese círculo Julianillo entregaba la literatura protestante prohibida en España. En octubre de 1557 Julián Hernández cayó en las garras de la Inquisición, lo torturaron bárbaramente, pero él guardó heroico silencio y no delató a sus hermanos en la fe. De su valerosa actitud, M’Crie escribió: “Recurrieron a todas las artes engañosas en que eran maestros, a fin de arrancarle a Hernández su secreto. En vano emplearon promesas y amenazas, interrogatorios y careos, a veces en la sala de audiencias y a veces en su celda… Cuando lo interrogaban sobre su fe, respondía francamente; y aunque desprovisto de las ventajas de una educación liberal, se defendía con valentía silenciando a sus jueces y a los eruditos que ellos traían para refutarle, por su conocimiento de las Escrituras solamente. Pero cuando se le preguntaba quiénes eran sus maestros y compañeros religiosos, se negaba a proferir palabra. Tampoco tuvieron más éxito cuando apelaron a esa horrible maquinaria que a menudo había arrancado secretos a los corazones más fuertes, haciéndoles traicionar a sus amigos más amados. Hernández demostró una firmeza muy superior a su fuerza física y a sus años: Durante los tres años completos que permaneció en la prisión, fue sometido frecuentemente al tormento… pero en cada nueva oportunidad aparecía ante ellos con una insubyugable fortaleza” (Thomas M’Crie, Historia de la Reforma en España, Editorial La Aurora, Buenos Aires, 1950. La edición original fue publicada en inglés, en Edimburgo en 1829. La obra fue reeditada por Editorial Renacimiento, Sevilla, 2008, 368 pp.).

 

La obra pionera de Thomas M’Crie sobre los reformadores españoles.

En el Auto de Fe del 22 de diciembre de 1560 fueron quemadas 14 personas vivas, una de ellas era Julián Hernández, y tres de forma simbólica. Los 14 se mantuvieron firmes en su fe, no quisieron retractarse. Ocho eran mujeres, cinco de éstas pertenecían a una misma familia; María Gómez, tres hijas suyas y su hermana. Tres fueron incinerados en efigie: Juan Gil (el doctor Egidio), el doctor Constantino Ponce de la Fuente y Juan Pérez de Pineda. Así, en un mismo día, el autor de la traducción del Nuevo Testamento (Pérez de Pineda) y su distribuidor en España (Julián Hernández) fueron llevados a la hoguera por la Inquisición. Sus verdugos creyeron que así terminaban con la causa de Julianillo, Juan Pérez de Pineda y tantos otros que sufrieron persecución en la España de la Contrarreforma. Bien sabemos que no fue así (en esta parte retomo lo que escribí con motivo de los 450 años del martirio de Julián Hernández, aquí).

La conjunción de las labores dentro de España en condiciones muy adversas para difundir el protestantismo, y los apoyos sobre todo de españoles exiliados que buscaron formas de fortalecer los núcleos clandestinos tuvieron frutos que a menudo ignora la historiografía sobre la Reforma que se centra en Alemania, Inglaterra, los Países Bajos y Suiza. José Moreno Berrocal cita que “en 1559 había mil protestantes en Sevilla, mil en Valladolid y mil en otras partes de España; pero el número podía haber sido mayor, puesto que la Inquisición en los grandes autos de fe para castigar a los herejes, en 1559-1562, solamente condenó a doscientos protestantes españoles y no es inverosímil que otros miles escaparan de su vigilancia” (p. 33).

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