Chimpancés y humanos: ¿especies hermanas?

El diseñador pudo usar unas mismas frases de ADN para expresar cosas bien diferentes.

12 DE AGOSTO DE 2017 · 21:56

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El evolucionismo viene afirmando -desde los primeros estudios de hibridación del ADN realizados a mediados de los ochenta1- que la especie de los chimpancés (Pan troglodytes) y la nuestra (Homo sapiens) comparten alrededor del 98-99% de los nucleótidos del genoma. Independientemente de las modificaciones que han experimentado tales cifras, lo cierto es que han contribuido a crear la imagen de que somos dos especies hermanas muy parecidas, puesto que evidenciamos una gran proximidad genética, y que, por tanto, ambas habríamos evolucionado a partir de un mismo antepasado común. ¿Es científicamente correcta esta imagen? Los estudios realizados con posterioridad nos llevan a una respuesta que puede ser sorprendente para muchos: no lo es.

A pesar de que las diferencias entre los genomas puedan ser muy pequeñas, lo cierto es que no sucede lo mismo con las proteínas resultantes de dichos genomas. ¿Qué significa esto? Como es sabido, el ADN contiene la información necesaria para fabricar todas las proteínas del organismo y éstas son las encargadas de realizar las funciones que nos mantienen vivos. En principio, cabría suponer que si hombres y chimpancés poseemos un ADN casi idéntico, deberíamos tener también unos conjuntos de proteínas (proteomas) casi idénticos. Sin embargo, esto no es así.

Desde hace más de una década, se sabe que las diferencias entre los proteomas de chimpancés y personas rondan la increíble cantidad del 80%.2 El cálculo realizado por Galina Glazko y su equipo colaborador (2005), comparando las proteínas que formaban los cromosomas 21 y 22 de chimpancés y humanos, evidenció esta espectacular divergencia. Tales resultados explican, como es lógico, la enorme disparidad existente entre estos simios y los seres humanos. No sólo a nivel bioquímico y fisiológico sino sobre todo desde el punto de vista anatómico. Algo que ya se intuía desde el sentido común pero a lo que no suele hacerse referencia habitualmente porque no encaja con los planteamientos evolucionistas imperantes.

Es indiscutible que las diferencias entre los simios y las personas son tremendamente grandes. Esto lo reconocen hoy muchos partidarios de la evolución: “hablar de la diferencia del 1% en términos que implican una práctica identidad entre chimpancés y humanos supone dejar por completo en el olvido la inmensa importancia de los procesos de desarrollo. Al fin y al cabo, alrededor del 50% del material genético lo compartimos con las Drosophila, las moscas del vinagre, sin que quepa sacar de eso grandes consecuencias respecto de nuestras respectivas semejanzas. Y en términos fenotípicos, el organismo adulto de un chimpancé y el de un humano difieren, como ya hemos dicho de manera notable.”3 De ahí que, cuando se intenta compararnos con los chimpancés, aparezcan resultados paradójicamente contradictorios. Según cuál sea el carácter estudiado, la conclusión podrá ser que somos muy parecidos o bien todo lo contrario, muy diferentes. Nos parecemos en los genomas, pero nos diferencian notablemente los proteomas, el aspecto físico, el comportamiento y muchas cosas más como la conciencia, el sentido moral, la espiritualidad, etc. Tanto la anatomía como la conducta de ambas especies son muy diferentes.

Hay muchos rasgos físicos que distinguen a los humanos de los chimpancés. Desde la forma del cuerpo y el tórax a la caja craneal y la cara. Desde el tamaño relativo de su cerebro a la longitud relativa de las extremidades. La topología cerebral. Su largo período de desarrollo embrionario, así como la longevidad. Los dientes pequeños. Un cráneo equilibrado situado en lo alto de la columna vertebral. El reducido vello corporal. La forma de manos y pies. El tamaño de la pelvis. La barbilla. Una espina dorsal en forma de “S”. Y, desde luego, la capacidad para hablar y construir herramientas complejas.

Además de todo esto, hoy conocemos esta otra diferencia fundamental, que comentamos en el presente trabajo, proveniente de la genética molecular. Resulta evidente que la notoria discrepancia, entre el parecido genético y las diferencias proteínicas, demuestra que el ADN no se expresa de la misma manera en chimpancés y humanos. Además, el propio genoma presenta también algunas diferencias importantes que no se manifiestan en distancia genética cuando se compara secuencia por secuencia. Nuestro genoma es comparativamente más grande que el de los chimpancés ya que presenta mayor número de inserciones y recolocaciones (rearrangements) diferentes, posiblemente relacionadas con la producción de proteínas distintas.

¿Cómo es posible que a partir de un mismo ADN (o en un tanto por ciento muy similar) puedan formarse especies tan distintas como un ser humano o un chimpancé? ¿Qué responde a esto el evolucionismo? Simplemente, que se trata de una cuestión que escapa por el momento a las posibilidades explicativas de la evolución.4 Es decir, hoy por hoy, no se puede dar una respuesta satisfactoria. En cambio, desde la hipótesis del Diseño inteligente, un Creador pudo emplear los mismos ladrillos genéticos (ADN) para construir edificios proteínicos (especies biológicas) diferentes. Por tanto, no sería necesario apelar a un hipotético ancestro común sino a diseños diversos hechos a partir de unos mismos materiales. Y eso es precisamente lo que viene a confirmar ese 80% de diferencias proteínicas entre humanos y chimpancés.

El diseñador pudo usar unas mismas frases de ADN para expresar cosas bien diferentes. Por ejemplo, comparemos estas dos oraciones: “El evolucionismo es la única cosmovisión a que puede acogerse un ateo” y “el evolucionismo no es la única cosmovisión a que puede acogerse un ateo”. Las dos frases son similares en un 96%. Sin embargo, significan lo contrario. De la misma manera, las distintas secuencias génicas del ADN pueden ser encendidas o apagadas por medio de pequeñas secuencias de control, originando proteínas y mensajes diferentes.

Si los humanos no nos pareciésemos en nada a las demás especies biológicas, ¿cómo podríamos vivir? Si nuestras células estuvieran hechas de componentes bioquímicos distintos a los del resto de la creación, ¿de qué nos nutriríamos? Necesitamos elementos químicos como el carbono, agua, aminoácidos, proteínas, azúcares, lípidos, energía, etc., ¿de dónde obtendríamos todo esto si las demás especies estuvieran hechas de otros compuestos diferentes? ¿Cómo sería posible digerirlos y asimilarlos si cada especie tuviera una química y un metabolismo diferente? La similitud bioquímica entre nosotros y el resto de los seres vivos es imprescindible para nuestra existencia y la de todos los ecosistemas naturales.

De manera que el ADN humano debe poseer cierto grado de parecido con los demás organismos para que podamos sobrevivir en la Tierra. Y, además, esta unidad que evidencia la creación constituye un testimonio de la existencia de un Dios creador inteligente, tal como escribió el apóstol Pablo, a propósito del linaje humano (Rom. 1: 20).

Es lógico, por tanto, que si dos animales se parecen físicamente entre sí posean también cierta similitud entre sus respectivos genomas. El ADN de un caballo y el de un perro, por ejemplo, deberían ser más parecidos entre sí que el del caballo y el de una sardina. Es lógico que dos mamíferos posean más similitudes genéticas que un mamífero y un pez porque tienen más cosas en común. De lo contrario, la idea de que el ADN es el portador de la información biológica de los seres vivos quedaría cuestionada.

De la misma manera, como hombres y simios presentan muchas similitudes morfológicas, es de esperar que existan también notables parecidos en su ADN. Y esto no solamente podría explicarse por medio de una supuesta evolución a partir de antecesores comunes sino también mediante un diseño deliberado. Que dos seres se parezcan en algo no demuestra que ambos hayan evolucionado del mismo antepasado. Parecido no implica necesariamente filiación evolutiva. Pueden parecerse en algún aspecto y ser muy diferentes en cualquier otro.

En resumen: lo que sabemos ahora es que las notables semejanzas genéticas existentes entre humanos y chimpancés se disuelven casi por completo cuando se pasa al nivel de las proteínas de cada especie. Y, desde luego, esto encaja mucho mejor con la concepción del diseño inteligente de cada una de tales especies. Como dice la Escritura: E hizo Dios animales de la tierra según su genero (Gn 1: 25); Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Gn. 1: 27).

 

Notas

1 Sibley, C. G. y Ahlquist, J. E., 1984, “The Phylogeny of the Hominoid Primates, as Indicated by DNA-DNA Hybridization”, Journal of Molecular Evolution, 20: 2-15. La hibridación del ADN es una técnica que consiste en cortar un trozo de la doble hélice de esta molécula humana, en pequeños filamentos simples, para insertar sobre ellos otros filamentos complementarios del chimpancé, con el fin de comprobar así el grado de correspondencia o similitud entre ambas especies.

2 Glazko, G. V. et al., 2005, “Eighty percent of proteins are different between humans and chimpanzees”, Gene, 346: 215-219.

3 Cela, C. J. y Ayala, F. J., 2013, Evolución humana, Alianza Editorial, Madrid, p. 138.

4 Ibid., p. 80.

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