El cristianismo decadente

La persona que se aleja de la Palabra de Dios pierde la guía del Espíritu Santo y niega a Jesucristo. Vive una religión a la medida de sí misma; esclavizada por su codicia, el sistema mundano y el diablo.

13 DE AGOSTO DE 2017 · 13:30

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El cristianismo decadente

Si ‘seguir a Jesucristo’ o ‘cristianismo’ da igual se desvirtúa la enseñanza bíblica y se da lugar a la mentira. Vivimos en la era caracterizada por el reclamo de minorías que ‘valientemente’ salen del armario y airadamente exigen que se dicten leyes ‘humanitarias’. Buscan con ellas que las distraídas mayorías opten por estilos de vida que generalizan sus desafíos al perfecto diseño de Dios. 

En cualquier ‘Historia del Cristianismo’ leemos las controvertidas acciones de personajes cuya única intención es la de disfrutar del poder temporal.

Los agentes de cambio satánicos acusan a los hermanos (01), minan su fe y enfrían el amor genuino (02). Aprovechando el insaciable afán de lucro, la corrupción y la pérdida del amor reinantes, instalan como verdad irrefutable que ‘la gente culta no se aferra a la leyenda de Jesucristo’. Tapan  con distracciones la histórica influencia benéfica de los hijos e hijas de Dios.  Esto no es nuevo; en los primeros siglos de esta era ‘la luz del mundo y sal de la tierra’ ya confrontaba con la decadente cultura secular ‘cristiana’. 

Esto es lo  que simple y claramente describe J.C.Varetto en ‘La Marcha del Cristianismo’ (03).

 

Avance del clericalismo 

“A medida que nos acercamos al fin de este período, año 604, notamos una pronunciada decadencia en la fe, vida y costumbres de los cristianos. 

Por todas partes, es verdad, se oyen gritos de protesta; ellos demuestran que los verdaderos cristianos todavía existen, y que ‘la fe que fue dada una vez a los santos’ (04) cuenta con un gran número de testigos y defensores ardientes que no sucumben bajo el peso de las nuevas circunstancias creadas por la gran apostasía.  La fe ya no es la misma; una multitud de creencias anti bíblicas obscurecen el brillo de la verdad traída al mundo por el Señor Jesucristo. La organización ha degenerado en extremo; en lugar de congregaciones autónomas y altamente democráticas, hallamos las pretensiones episcopales de varios patriarcas, que terminan con un franco pronunciamiento hacia el papado, encarnación del despotismo espiritual y religioso. 

 

La Organización 

En el Nuevo Testamento no hallamos ningún sistema artificiosamente elaborado de gobierno eclesiástico. Cuando los discípulos disputaron acerca de cuál de ellos sería el mayor, el Maestro les dijo: 

‘Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que sobre ellas tienen autoridad, son llamados bienhechores; mas no así entre vosotros.’ (05) 

Las iglesias no reconocían otro Maestro y Señor fuera de Jesucristo. Todos los miembros eran iguales y ejercían libremente los dones que manifestasen. Los pastores u obispos elegidos por ellos mismos, sin la intervención de ningún poder extraño, eran hermanos a quienes el Espíritu Santo elegía primero, manifestándose esta elección por las obras que obraba el mismo Espíritu. Pero a medida que se fue perdiendo el primitivo concepto de organización simple y natural de la iglesia local, empezó a ganar terreno el espíritu clerical, y los obispos de las grandes ciudades se enseñorearon de las iglesias más pequeñas, matando poco a poco en ellas la costumbre vigorizadora de manejar sus asuntos locales por medio del voto de todos los miembros. El obispo empieza a ocupar un lugar demasiado prominente, y el gobierno de las congregaciones queda por completo en sus manos. El obispo dejó de ser lo que había sido en los tiempos apostólicos y siglos inmediatos. 

Oigamos lo que dice al respecto el distinguido historiador Mosheim (06)

‘Nadie confunda los obispos de la primitiva edad de oro de la iglesia, con aquellos de quienes leemos más tarde. Porque aunque ambos eran designados con el mismo nombre, diferían grandemente, en muchos sentidos. Un obispo en el primero y segundo siglo, era un hombre que tenía a su cuidado una asamblea cristiana, que en aquel tiempo, por lo general, era tan pequeña que podía reunirse en una casa particular. En esta asamblea, él actuaba no con la autoridad de un señor, sino con el celo y diligencia de un siervo. Las iglesias, también en aquellos tiempos, eran completamente independientes; y ninguna estaba sujeta a jurisdicción exterior, pero cada una se gobernaba por sus propios oficiales y por sus propios reglamentos. Nada es más evidente que la perfecta igualdad que reinaba en las iglesias primitivas.’ 

Referimos aquí lo que fue la organización de las iglesias apostólicas para que resalte el contraste que ofrecen con la organización al fin de este período, cuando los grandes patriarcas han tomado la dirección del rebaño. Los patriarcas de Constantinopla, de Alejandría y de Antioquia gobiernan en Oriente. El patriarca de Roma, en Occidente, aunque su autoridad no era generalmente reconocida en España ni en la Galia. 

 

El Papado 

El nombre de sede apostólica fue dado a las iglesias que habían sido fundadas por los apóstoles o sus colaboradores. Este calificativo que hoy se usa sólo en singular se usaba en plural, y era aplicado tanto a Roma como a Alejandría, a Jerusalén, a Antioquia, etcétera.  No se reconocía a la Iglesia de Roma ningún primado ni superioridad. Pero siendo Roma la gran capital del mundo, los obispos de esa ciudad empezaron a creerse superiores a los demás y procuraron centralizar en ellos la autoridad suprema del gobierno eclesiástico. Ya en el año 190 manifestó esa ambición el obispo que figura con el nombre de papa Victorio I, quien quiso hacer valer su autoridad fallando sobre una cuestión que se había levantado sobre la fecha en que debía celebrarse la Pascua. Pero sus colegas de Oriente no quisieron tenerlo en cuenta. 

A principios del siglo tercero, Serafín (07) hizo tentativas para implantar el primado, pero tuvo que chocar con la voluntad férrea de Tertuliano, quien en tono de burla lo llama Pontifex Maximus, y obispo de obispos. Muchas veces los defensores del papado citan estas palabras de Tertuliano ignorando, o queriendo ignorar, que fueron dichas para mostrar el carácter pagano de las pretensiones del obispo de Roma.  A mediados del mismo siglo, al suscitarse la cuestión de la validez del bautismo administrado por los herejes, el obispo de Roma quiso imponer una norma de conducta: pero los obispos de Asia y de África, mayormente Cipriano, le desconocieron el derecho de intervenir en asuntos que no afectaban a su jurisdicción. 

La sede de Roma, no obstante, iba ganando terreno día a día. Rodeada de toda pompa y magnificencia exterior, atraía las miradas del mundo. Su situación política y geográfica, lo mismo que su brillo, contribuían a darle un primado moral que se lo reconocían aún los que no aceptaban sus pretensiones. Las deliberaciones del Concilio de Nicea demuestran que el obispo de Roma era todavía en aquel tiempo un metropolitano como el de Alejandría o Antioquia. 

El concilio de Calcedonia, reunido el año 451, tampoco reconoce primado a Roma; y claramente establece que Constantinopla tiene igual autoridad por ser la ciudad del emperador. Esta declaración del concilio colocó en estado de decadencia a los otros patriarcas y abrió la contienda entre Roma y Constantinopla que duraría largos siglos. 

La rivalidad entre los obispos de las dos ciudades nombradas, llegó a su punto culminante cuando Gregorio I, obispo de Roma, protestó contra el título de obispo universal que usaba el de Constantinopla. Al atacar a su antagonista hace un terrible proceso del papado. Considera el título de obispo universal un nombre vanidoso, suntuoso y redundante; una palabra perversa, un título envenenado, que hace morir a los miembros de Cristo; un ensalzamiento perjudicial a las almas; una usurpación diabólica, y nombre inventado por el primer apóstata: el diablo. Quien se atreviese a usarlo sería el precursor del Anticristo, y más soberbio que Satanás. No olvidemos que fue Gregorio I, papa, quien dijo estas cosas. 

‘Las citas de San Gregorio sobre esta controversia, - dice muy bien el autor italiano Luigi Desanctis (08)- son un documento perentorio para demostrar que el primado del papa era en el siglo sexto mirado como una iniquidad, y un grandísimo pecado: y esto por uno que fue papa, que se llamó Gregorio el Grande, y a quien lo representan con el emblema del Espíritu Santo dictándole al oído lo que debe escribir, que es santo y doctor de la iglesia romana.’ 

En el año 604 murió Gregorio I, y en el año 606 fue elegido papa Bonifacio III, quien por medio de bajas e indignas adulaciones al tirano Poca, consiguió se le diese el título de obispo universal, título que desde entonces han usado los que ascienden al papado.

 

Iglesia Y Estado

Los emperadores continuaron interviniendo en todos los asuntos eclesiásticos y ejerciendo el patronato. Los favores que recibía la iglesia eran cada vez mayores. El permiso de recibir legados que le fue concedido, aumentó asombrosamente los bienes inmuebles de las comunidades. 

El clero fue exceptuado del servicio militar, y de otros deberes públicos. Los bienes eclesiásticos quedaron exceptuados del pago de contribuciones, y a menudo se disponía del tesoro público a favor de ciertas obras y ciertas personas. 

El Código o Institutos de Justiniano, promulgado el año 529, indica el carácter de esta unión. Se ve el deseo de cristianizar el Imperio por medio de leyes y medidas oficiales lo que, como siempre, dio funestos resultados. 

La esclavitud, si no abolida, perdió su antiguo carácter cruel. La vida humana, antes de tan poco valor, empezó a ser respetada; y ya no morían decenas y centenas de hombres en los combates de los gladiadores, los que llegaron a quedar del todo prohibidos. 

Las relaciones de familia, que habían llegado a su último grado de relajación, fueron dignificadas en las nuevas leyes. Se limitó el derecho de los padres sobre los niños, y el infanticidio fue declarado crimen. La mujer adquirió más derechos y más nobleza. Las leyes contra la inmoralidad se hicieron severas, y el divorcio quedó limitado sólo a los casos más graves. 

El estado también se constituyó en defensor de la ortodoxia, y éste fue el mayor de sus errores; pues para lograr su fin persiguió a los herejes. El Código de Justiniano califica de herejes a todos los que no se conforman a las creencias establecidas por la mayoría llamada Iglesia Católica, de modo que el rigor de la ley se aplicó a todos los que lucharon contra las innovaciones contrarias a la fe primitiva.”

Conclusiones. Como se puede apreciar, mezclar los asuntos de Estado con la fe de Jesucristo es desairar al Hijo de Dios. Él declaró  abiertamente a sus contemporáneos: “Mi reino no es de este mundo” (09).

No gustó a los que por haber interpretado mal la promesa mesiánica hecha al rey David aspiraban a reinar en toda la tierra. Y fue esta desilusión de los ambiciosos, precisamente, una de las causas que contribuyeron a su crucifixión (10). También se niegan a aceptarlo hoy muchos líderes religiosos que usan la Biblia para apoderarse de las ovejas que vagan sin pastor. Convierten el púlpito en un trono y ‘la iglesia’ en un palacio lleno de súbditos que sin temor de Dios lo entregan todo gritando ‘¡amén!’ a aquello que les halague y entretenga. A esto llamo ‘cristianismo decadente’; eso que nada tiene que ver con ‘seguir al Señor Jesucristo’. La historia se repite: el descuido del estudio de la Escritura nos aparta de Su autor. Es hora de volver a la Palabra de Vida. ¡El Señor nos ayude a no apartarnos de ella, y a practicarla cada día!

 

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Notas

Ilustración: imagen de la Biblia, encadenada y ensangrentada por decreto de los poderosos a cargo del ‘cristianismo’.

01.   Apocalipsis 12:10.

02.  Lucas 18:8; Mateo 24:12.

03.  Obra citada, páginas 184 a 190.

04.  Judas 1:3,4: “Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros acerca de nuestra común salvación, me ha sido necesario escribiros exhortándoos que contendáis ardientemente por la fe que ha sido una vez dada a los santos.  Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo.”

05.  Lucas 22:25, 26.

06.  Johann Lorentz von Mosheim, historiador eclesiástico luterano alemán, nació en Lübeck el 9 de octubre de 1694 o 1695 y murió en Gotinga el 9 de septiembre de 1755. Se recomienda leer su biografía en: http://www.iglesiapueblonuevo.es/index.php?codigo=bio_mosheim

07.  Mencionado en ‘Tercera Orden Serafica’, páginas 38 y 39. 

08.  Luigi Desanctis nació en Roma el 31 de diciembre de 1808 y murió en Florencia el 31 de diciembre de 1869. Católico de cuna, se dedicó al estudio bíblico-histórico del cristianismo; este le llevó abandonar el clero. Puede leerse su biografía en: http://www.iglesiapueblonuevo.es/index.php?codigo=bio_desanctis

09.  Juan 18:36.

10.  Mateo 27:11; Marcos 15:2; Lucas 23:3; Juan 18:33; Lucas 23:38.

Importante: todas las citas y énfasis (negritas) son responsabilidad del autor.

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