El grillete de las siete llaves

Un grillete con bola de hierro sujeto al tobillo del que se librarían cuando fuesen abiertos sus siete candados

28 DE JULIO DE 2017 · 06:40

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(Dedicado a Juan Marcos Mena, visitador evangélico de presos)

Aquel país era muy particular en lo que se refiere a cuestión penitenciaria, quizá porque el sistema de gobierno era dictatorial.

Los presos al cumplir condena y salir en libertad, debían arrastrar consigo un grillete con bola de hierro sujeto al tobillo del que se librarían cuando fuesen abiertos sus siete candados, por siete llaves que estaban en posesión de diferentes personas.

La primera llave la tiene la familia del liberado; la segunda los amigos; la tercera los vecinos; la cuarta la policía; la quinta el médico; la sexta el gerente del lugar de trabajo y la séptima el propio excarcelado.

Este cuento narra lo que le sucedió a Rufián después de salir de la cárcel, donde cumplió tres años de condena, cargando con la bola de hierro. Su misión consistió desde entonces en conseguir librarse del grillete por el método autorizado de las llaves.

Fue visitando a los poseedores de las llaves, pero la cosa no parecía fácil. Su padre recelaba de él porque lo conocía mejor que nadie; sus amigos traicionados en otro tiempo, le dieron la espalda; los vecinos no creían que tres años fueran suficientes para cambiar a un delincuente; a la policía le parecía que el juez lo había librado demasiado pronto; el médico no vio que llevase una vida saludable fumando y bebiendo; en las colas para acceder a trabajos, todos sabían quién no iba a ser seleccionado a la vista de la evidente bola de hierro.

Nadie se prestó a abrir con su llave el candado correspondiente, no confiaban en él.

Desanimado, fue arrastrando la bola hasta la playa. Se tumbó boca arriba en la arena junto a unos niños que jugaban con palas y cubos. Mirando hacia el cielo dio un repaso a su vida y le dolió en el alma los males cometidos.

Comenzó a sentir un pesar que hasta entonces no había experimentado. Abrumado por aquel dolor, sufrió un desmayo del que ninguno de los bañistas próximos se percató, por lo que nadie avisó a urgencias médicas. Estirado e inconsciente parecía un bañista más, y así estuvo durante varios minutos.

Pasado ese tiempo despertó, al principio no sabía dónde estaba, no sabía quién era ni cómo se llamaba.

La primera imagen que vio fue la de los niños que jugaban en el agua con un grillete como el suyo.

Poco a poco le fueron viniendo los recuerdos, y volvió a su cruda realidad desde un sueño del que hubiera preferido no despertar.

— ¿Qué hacéis con ese grillete? ¿Cómo ha llegado a vuestras manos? — dijo a los niños.

—Estaba sujeto a tu tobillo— contestaron.

—¡¡Queeeé! ¡¡Cómoooo!! — exclamó sorprendido.

Se miró el pie, y efectivamente ya no estaba allí el grillete.

—Te hemos estado gritando pero no contestabas— dijo un niño.

— ¿Y cómo habéis abierto los siete candados? — dijo él.

—Probando…, la llave que llevabas colgada los ha abierto todos.

— ¿La séptima llave? ¿La que era mía? ¿Era una llave maestra?

Los niños no le entendieron, ni entendían por qué se puso a dar saltos de alegría.

El resto de la tarde se la pasó Rufián con los niños en la playa haciendo el agujero en la arena más profundo de que fueron capaces, de modo que ya asomaba el agua del mar por el fondo. Dejaron caer la pesada bola y la enterraron para el olvido.

En el chiringuito playero se hizo fiesta y los niños acabaron con más dosis de azúcar de la permitida por sus padres, por la cantidad de chuches y caprichos que Rufián les compró.

A Rufián le cambió la vida, y el estigma social desapareció. Porque sin grillete, aquella sociedad no tenía que sospechar nada de su pasado.

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