Consejos para quienes dejan una iglesia

Hay cristianos capaces de hablar horas de lo que hace o no hace su iglesia (positivo o negativo) pero incapaces de charlar cinco minutos de lo que Dios ha hecho en sus vidas.

24 DE JULIO DE 2017 · 12:00

,iglesia, camino

A veces pasa, y no ocurre nada. En esta época de deslocalización de la iglesia y de grandes movimientos (doctrinales, pero también geográficos), es común que haya personas, matrimonios o familias que en cierto momento decidan dejar de reunirse en cierta iglesia local.

Las razones pueden ser muchas: desde una mudanza hasta verdaderas diferencias teológicas. O conflictos internos y personales. La decisión de dejar de asistir o de reunirte con cierto grupo se debe tomar en oración y, en la medida de lo posible, lejos del enfado y la ira.

Es bueno tener algo en cuenta: antes de tomar la decisión de irte, se debe tener un tiempo de reflexión acerca de si el problema está en nosotros, y de si el estudio bíblico, la oración y la profundización en nuestra relación con Dios nos lleva a un cambio de perspectiva, al perdón, a pasar por alto ciertas cuestiones menores.

Pero si aun así entendemos que es hora de marchar, pongo aquí algunos consejos para que la decisión no acabe con nosotros.

Porque, seamos sinceros: hay cristianos que son capaces de hablar durante horas, o días, de lo que se hace o no se hace en su iglesia (tanto en positivo como en negativo), pero son incapaces de charlar durante cinco minutos de lo que Dios ha hecho en sus vidas.

Si decimos cosas como: “Pero qué bueno es el Señor igualmente, ¿verdad?”, o “Aun así confío en que el Señor sabe lo que hace”, o cualquier expresión parecida, a veces notas que en el lenguaje corporal y en la respuesta evasiva que se sienten incómodos hablando de esto, o bien porque tú lo estás llevando al terreno de la experiencia personal y para ellos no es más que una teoría, o bien porque no están nada acostumbrados a hablar de esas cosas, lo cual, si son miembros activos de cierta iglesia local, no deja de ser asombrosamente sospechoso.

Y son esta clase de personas que han descuidado su relación con Dios en detrimento de su relación con la iglesia las que lo pasan peor en una transición. Porque toda su vida espiritual pasa por lo que hacen o no hacen en una reunión de iglesia, y la poca relación personal que han tenido con Dios solamente ha tenido lugar en el marco de una actividad de iglesia.

Son esta clase de personas las que a menudo nos sorprenden con que les cuesta abrir sus Biblia un rato todos los días, y con que les cuesta encontrar un momento para orar en privado.

No es estrés ni vida ajetreada: es que toda su relación con Dios pasa por el filtro de la iglesia. Son personas a las que el primer consejo les cuesta muchísimo:

 

1. No apresurarse y no sustituir inmediatamente una iglesia por otra. Porque cuando no tienes una relación sólida con Dios, tu impulso es a correr a otra iglesia para evitar esa sensación de vacío espiritual. Pero Dios no quiere gente así en su reino.

La idea no es acudir a una iglesia a que nos provea, sino reunirnos con una iglesia para aportar a las personas y a la comunidad la riqueza de nuestra vida con Dios. Para edificarnos unos a otros. Si no va a ser recíproco, no va a ser una buena relación. Y quizá en la nueva iglesia, en corto o en breve, vuelvas a repetir el mismo patrón de incomodidad y desafección, porque la relación se basa en una sustitución. Es mejor dejar pasar un tiempo, tomárnoslo con calma y al ritmo que necesitemos. Porque:

2. Lo de “no dejéis de congregaros” no es una maldición, aunque a veces lo parezca en boca de algunos. Este texto de Hebreos 10:25 y el de Malaquías 3:10 sobre el diezmo son de los versículos más malinterpretados y más mal usados de la historia de la Biblia.

Si sentimos por dentro que el hecho de no asistir un domingo a un culto (el que sea) nos aparta de la gracia de Dios o levanta su ira, o tendrá consecuencias negativas… estamos bien lejos de conocer al Dios verdadero, y a Cristo.

Simplemente, este versículo de Hebreos es una expresión de todo lo bueno que hay en compartir nuestra vida espiritual con otros, en tener amigos, hermanos en la fe (aunque vivan a kilómetros de distancia, aunque no nos veamos a menudo) con los que poder compartir nuestra vida con Dios. No es una obligación ni una ley. Quienes entienden el evangelio como “leyes” u “obligaciones” que cumplir para ganarse el favor de Dios o que las cosas les vayan bien, no saben nada del evangelio en el fondo, y tienen un problema. Si lo que sientes al faltar un domingo a un culto, al que sea, es culpabilidad, también tienes un problema.

3. Dios también tiene un propósito para esta época de tu vida. Como él no va a estar enfadado contigo por dejar la iglesia (siempre y cuando se haga con madurez, lejos de rencores, al más puro estilo “Pablo y Bernabé”), aprovecha este tiempo para afianzar tu relación con él.

Suena obvio, pero funciona: estudia la Biblia con libertad y sana curiosidad, no la leas solamente. Busca tiempos especiales para orar y pasar en compañía de Dios, como un paseo por la playa o la montaña, o una tarde en casa con música de alabanza. Invierte tiempo en leer buenos libros.

Poco a poco, si le dejas, el Señor te irá señalando por dónde has de crecer espiritualmente, porque él es el primero que sabe lo que necesitas.

4. Bendice y perdona, aunque no te hayas ido de buena manera de la iglesia. Aun así, esfuérzate por bendecir y perdonar a todas las personas que dejas atrás. Y esfuérzate por hacerlo cada vez que te acuerdes de ellas, porque el perdón no sucede de la noche a la mañana: es un proceso que dura lo que tiene que durar, y la clave es, simplemente, agarrarte al Señor y perseverar.

Será bueno para los otros y para nosotros mismos al final, y el Señor estará de nuestro lado. Recuerda que las personas nunca son nuestros enemigos (Efesios 6:12). Por muchas diferencias que tengas con ellos, por muy sano que sea cortar esas relaciones, eso no impide que bendigas y les perdones, si es necesario. De otro modo no podrás avanzar, ni madurar en Cristo, ni seguir adelante.

Y cuando llegues a otra iglesia, lo único que aportarás a la nueva comunidad será tu rencor y tu mal rollo. En serio: no sabéis qué triste es conocer a alguien que aún lleva a cuestas ofensas de hace diez o quince años (o incluso veinte o treinta), lejanos conflictos de iglesia, y que los saque a colación cuando no conviene.

5. Si te encuentras mal, pide ayuda. A veces no es sencillo. A pesar de haber tomado una decisión correcta, la culpabilidad nos persigue y nos incomoda en los momentos más inapropiados.

Esto suele pasar cuando hemos dejado de lado una relación tóxica. No digo nada que no sepáis: hay pastores, o líderes de iglesia, que son personas tóxicas. Son los que utilizan precisamente los versículos que cité arriba de Hebreos y de Malaquías, y tantos otros, como armas para controlar a la congregación, en vez de pastorear a las personas. Son gente cuya autoimagen está distorsionada y están muy lejos de agradar a Dios, que utilizan a las personas para sus propios fines. Ahí están.

Si al dejar la iglesia sientes alivio pero, a la vez, pasado un tiempo te empiezas a encontrar mal o te sientes culpable, quizá sea porque estabas metido en una relación abusiva (sí, incluso sin haberte dado cuenta) y salir de esas relaciones tiene consecuencias psicológicas. Si te encuentras mal, busca ayuda: hay muy buenos profesionales de psicología, incluso cristianos, que te pueden ayudar. Aquí es donde entra también lo de no dejar de congregarnos: busca también ayuda de otros cristianos maduros que conozcas, aunque no asistas necesariamente a su iglesia o a sus cultos. Aunque sea por Internet o por Whatsapp. Si son cristianos de verdad, no te pedirán el peaje de asistir a su congregación para poder orar por ti y contigo.

6. Aprende a identificar la paz de Dios dentro de ti, porque será la guía necesaria para cuando sea el tiempo de volver a buscar iglesia o comunidad. Romanos 14:17 dice que el reino de Dios es justicia, gozo y paz en el Espíritu Santo. No es algo difícil de identificar si uno ha decidido invertir tiempo en su relación con Dios.

Da igual lo que hagas, o donde vayas, esa paz está contigo y te va sanando: de tus heridas, de tus pecados, de tus defectos. Te da sabiduría para empezar a ver el mundo desde otra perspectiva, más a la manera de Dios. No nos volvemos perfectos, pero sí perfeccionados, y esa pequeña diferencia se nota. Esa paz te acompañará cuando empieces de nuevo a visitar iglesias o lugares de reunión. Quizá en esto Dios no tenga una opinión muy radical. Quizá, porque Dios es una persona y se relaciona de forma personal con cada uno, con unos lo haga de una manera y con otros de otra. Pero a menudo tenemos mucha libertad para decidir en qué iglesia, comunidad o reunión vamos a participar de ahora en adelante.

La paz de Dios (su gozo y su sabiduría, que vienen con el Espíritu Santo que habita en nosotros) no sirve tanto para averiguar dónde debemos estar, sino más bien para identificar lugares o personas que no nos convienen.

7. Llega a un acuerdo con tu pareja. Si estás casado/a, es más sano que la decisión tanto de dejar la iglesia como de buscar otra se haga en pareja. Es importante que en esto no os dividáis en bandos y podáis acordarlo conjuntamente, porque muy a menudo los problemas con la iglesia acaban significando problemas dentro de la pareja, y eso no es bueno ni para la iglesia ni para la pareja.

Si aplicamos todo lo que he dicho en los puntos anterior a la vida de pareja, también es cierto que hay matrimonios cuya única relación con Dios es a través de la iglesia, y que en casa nunca hablan del tema. Quizá sea el momento de cambiar eso; a veces, en ciertas parejas (sobre todo si llevan años juntos y se han acomodado) hablar de temas espirituales profundos de cada uno es casi tan incómodo como tener una conversación sobre sexo.

Así que, si es posible, en el tiempo de la transición sería bueno también poder crecer juntos espiritualmente, y encontrar en tu mujer o en tu marido al primer miembro de tu iglesia: aquel con quien quieres hablar de lo que Dios hace en ti, con quien compartes los versículos que te impactan o te hacen pensar, y las pequeñas reflexiones.

8. Si tus hijos son mayores, no tomes las decisiones espirituales por ellos. No soy experta en esto porque mi hijo aún es pequeño, y en este momento de su vida él vendrá a la iglesia donde vayan sus padres; pero sé que si él fuera mayor, aunque aún viviera con nosotros, tendría que respetar que él no quisiera venirse con nosotros a buscar otra iglesia, o que en la búsqueda él se encontrase cómodo en otra comunidad distinta.

En la medida de lo posible (siempre que no haya debajo otras implicaciones), es mejor respetar eso. La relación dentro del matrimonio es diferente a la relación de los padres con los hijos. La pareja convivirá toda la vida (esa es la idea, al menos), pero los hijos deben aprender a ser independientes y vivir sus propias vidas tarde o temprano.

 

Todo esto no son más que apuntes en los que se podría profundizar muchísimo, y me animé a escribirlos porque he ido conociendo a mucha gente que o bien ya ha tomado la decisión de dejar su iglesia o bien sienten pánico ante la idea de hacerlo, a pesar de que intuyen que podría ser bueno.

En cualquier caso, mi consejo final es el mismo: no te lo tomes a la tremenda y descansa en el Dios que todo lo hace y todo lo puede, en la medida de lo posible. Los seres humanos somos expertos en agrandar cuestiones que no son tan grandes. Y, parafraseando a Pablo, en lo que dependa de vosotros, estad bien con todos.

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