"María Magdalena y su tratamiento erótico", por Alicia Gallego

Todo el morbo de la leyenda que ahora circula en torno a María Magdalena parte del desconocimiento de los Evangelios. Esta maraña de teorías y de leyendas en torno a la santa de Magdala, la primera persona que vio a Jesús resucitado, tiene su origen en falsas interpretaciones de los libros sagrados.

21 DE JULIO DE 2017 · 05:00

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 “MARÍA MAGDALENA Y SU TRATAMIENTO ERÓTICO”

Alicia Gallego Zarzosa, Universidad Complutense de Madrid, 2012, 33 páginas.

Dos años antes de este breve libro Alicia Gallego publicó otro de parecido tema: una tesis sobre “La mejor enamorada, la Magdalena” de Lope de Vega, libro al que dediqué un comentario. Alicia Gallego es mujer joven, intelectual exquisita, licenciada en Filología Hispánica y con un Master sobre Literatura Española de la Universidad Complutense de Madrid.
En tanto que en aquél trabajo la autora limitaba su atención a Lope de Vega, en este se ocupa de otros autores que escribieron sobre la Magdalena con disimulado tinte erótico, y sin disimulo alguno llamándola prostituta. 
Alicia Gallego inicia su ensayo destacando el papel de Magdalena en la vida de Cristo, “tantas veces cuestionado y discutido por papas, historiadores, teólogos, poetas y escritores de todas las épocas”.
Una parte del libro está dedicada a lo que autores tempranos pensaron de la Magdalena. Una segunda parte trata de la sensualidad de Magdalena en la poesía española, señalando algunos ejemplos.
A mí, conocedor creo que a fondo de la Biblia y crítico literario, me resulta incomprensible que hombres muy versados en las Escrituras e historiadores consagrados digan que la mujer pecadora de la que habla San Lucas en el capítulo 7 de su Evangelio, cuyo nombre no se dice, sea María Magdalena. O que María de Betania, hermana de Marta y Lázaro, sea María de Magdala. Tampoco acepto que culpen a Magdalena de mujer pecadora, cuando el Nuevo Testamento absolutamente nada dice de lo que yo considero infamia. Pecadora como todos nosotros, nada más. 
El primero, o el más considerado históricamente que calificó a Magdalena de pecadora fue el papa Gregorio primero, más conocido como Gregorio Magno. Nació en Roma el año 540 y murió en la misma ciudad el 604. Su familia pertenecía a la nobleza romana. El 578 fue nombrado nuncio en Constantinopla y papa en e1 590, jerarquía que ocupó en la iglesia católica hasta el año de su fallecimiento, el 604. Según Melquiades Andrés en el primer tomo de “Año Cristiano”, Gregorio Magno “es el más fecundo de los papas medievales y uno de los cuatro doctores de la Iglesia occidental, con San Ambrosio, San Agustín y San Jerónimo. Sus obras ocupan cuatro volúmenes”.
En la homilía 25, un sermón del año 591, dando muestra de una gran ignorancia bíblica, Gregorio primero reduce a tres mujeres, la de Lucas capítulo 7, María de Betania y María de Magdala a una sola; puntualiza:


“La mujer descrita por Lucas como pecadora, llamada María por Juan, es la misma que Marcos atestigua que fue liberada por Jesús de siete demonios. Por lo tanto esta mujer es la misma persona: María Magdalena”.

En otro lugar de sus escritos, siempre identificando a Magdalena con la mujer de Lucas 7, insiste en el carácter sexual de sus pecados. Dice:


“He aquí que ha puesto el ejemplo de una mujer liviana, y manifiesta que después de su liviandad no puede ser recibida; mas el Señor, por su misericordia, pasa sobre el ejemplo que antes puso, diciendo que aunque no podía ser recibida la mujer fornicaria, Él no obstante, estaba dispuesto a recibirla”.

¿Qué Evangelios leyó Gregorio primero? Los cuatro canónicos que figuran en el Nuevo Testamento, desde luego, no.
Porque estos Evangelios, como puede comprobar cualquier persona que se moleste en leerlos, hablan de tres mujeres distintas. Ya lo he explicado ampliamente y con abundancia de argumentos en otros lugares. No veo la necesidad de repetirlo aquí. Ni siquiera para dejar constancia de la ignorancia o malas intenciones del papa Gregorio primero, llamado magno, que aplicado como epíteto quiere decir que supera a lo común. ¡Anda que si no lo superara!
Desde Gregorio primero hasta el papa Pablo VI en 1969, la Iglesia católica ha venido considerando a Magdalena como una pecadora pública, una prostituta con siete demonios en el cuerpo. ¿Ha reparado Gregorio el Magno en que una prostituta con siete demonios en sus carnes poco negocio podía hacer? Sin negarle su valía al citado papa en otros aspectos de su ministerio eclesiástico, el hecho de denigrar en público (los sermones sobre una mujer tan cercana a Jesús y tan respetada por los apóstoles sería suficiente para descalificarlo como santo. Un santo no difama. Es lo que se supone.
Otro alto dignatario de la Iglesia católica, Jacobo de Vorágine, arzobispo de Génova, nacido en 1230 y desnacido en 1298 publicó en 1260 una obra de 177 capítulos, dividida en cinco partes, titulada “Leyenda aurea”. En este libro Vorágine silencia la referencia a María Magdalena como prostituta, pero sí escribe que sus pecados (¿qué pecados?) eran de origen carnal. Dijo el señor arzobispo en el siglo XIII:


“Magdalena era muy rica, pero como las riquezas y los placeres suelen hacer buenas migas, a medida que fue tomando conciencia de su belleza, y de su elevada posición económica, fuese dando más y más a la satisfacción de sus caprichos y de sus apetitos carnales, de tal modo que las gentes, cuando hablaban de ella, como si careciera de nombre propio, designábanla generalmente por el apodo de “la pecadora”.

La consideración de Magdalena como pecadora viene dada por confundir a la santa de los Evangelios con la mujer pecadora de Lucas capítulo siete. Pero todo un señor arzobispo católico debería aprender a blasfemar menos, a no injuriar gravemente a una mujer inocente y a estudiar más e interpretar mejor la palabra de Dios.
El error no tiene freno. Insinuado al principio, se hace grande a lo largo del camino. Un proverbio español dice que errar es humano. Puede. Pero perseverar en el error, tal como hacen no pocos tratadistas de María Magdalena, no es humano, es diabólico. Lo peor del error no es lo que en él hay de falsedad, sino lo que hay en él de intencionalidad, de ceguera, de apasionamiento.
De esa misma ceguera participa un autor de prestigio, pero al fin y al cabo criado en la doctrina católica, Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645), secretario particular de la reina doña Ana, mujer de Felipe II. Alicia Gallego cita de Quevedo el soneto titulado “Llegó a los pies de Cristo Magdalena”, escrito en torno a 1605. Aquí Quevedo no identifica a Magdalena con la pecadora mencionada por San Lucas, lo hace con María de Betania, hermana de Marta y Lázaro. El evangelista San Juan sitúa con precisión cronológica la escena. Tuvo lugar “seis días antes de la pascua”. Jesús llega a Betania. Entra en la casa que habitaban los tres hermanos. María, la más pequeña de los tres, se arrodilla ante Jesús, vierte un ungüento de nardo en los pies del Maestro y a continuación “los enjugó con sus cabellos”. Toda la casa se llenó del olor del ungüento (Juan 12:1-8).
De una vez por todas: María, hermana de Marta y de Lázaro, no era María Magdalena. No, no, rotundamente no, eran dos mujeres distintas. San Juan distingue a las dos por sus nombres. Además, una María era de Betania y la otra María de Magdala, distantes unos 80 kilómetros. Sólo el apego a la tradición católica puede justificar que un humanista de tanta fama como Quevedo escriba un poema a Magdalena atribuyéndole la escena protagonizada por María de Betania, tal como hace en “Llegó a los pies de Cristo Magdalena”.


        “Llegó a los pies de Cristo Magdalena
         de todo su vivir arrepentida,
         y, viéndole a la mesa, enternecida,
         lágrimas derramó en copiosa vena.

        Soltó del oro crespo la melena
        con orden natural entretexida,
        y, deseosa de alcanzar la Vida,
        con lágrimas bañó su faz serena.

        Con un vaso de ungüento los sagrados
        pies de Jesús, ungió, y Él diligente,
        le perdonó, por paga, sus pecados”.

Todo el morbo de la leyenda que ahora circula en torno a María Magdalena parte del desconocimiento de los Evangelios. Esta maraña de teorías y de leyendas en torno a la santa de Magdala, la primera persona que vio a Jesús resucitado, tiene su origen en falsas interpretaciones de los libros sagrados y, lo más repugnante, en inventar historias para que escritores y editores engorden sus cuentas bancarias.

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