Morir la vida

Hoy, en un mundo desequilibrado e injusto, hay muchas personas que “mueren” la vida. La mueren, que no la viven.

17 DE JULIO DE 2017 · 12:00

Miles de menores trabajan en las minas de oro de Burkina Faso / Interpol,esclavos, minas oro
Miles de menores trabajan en las minas de oro de Burkina Faso / Interpol

Siempre he pensado que la frase de Jesús que afirma que “más vale un hombre que una oveja”, se podría decir así hoy en día en que predomina el interés económico frente al interés ante lo humano, al igual que predomina el tener sobre el ser: Más vale un hombre que un negocio, más vale un hombre que una empresa.

Hoy, el interés económico pasa por encima de la vida. En los ámbitos de las estructuras económicas, estructuras que se nos muestran como injustas al contemplar la situación de tantos seres humanos en el mundo, importa más la ganancia que el dignificar vidas en el ámbito del escándalo humano que es la pobreza en el mundo. Hoy, la pregunta de Jesús volvería a sonar: “¿No vale más un hombre que una oveja?”.

Desde los inicios, en los tiempos bíblicos, se nos muestra que el hombre puede asesinar a su hermano, a su prójimo. Hay muchas formas de asesinato. Si hoy sonara en el altavoz del altavoz de los cielos esa antigua pregunta bíblica sería: “¿Dónde está tu hermano?”. Y yo esperaría que la respuesta no fuera siempre la misma, la de la muerte, la del desprecio al otro, al robado de dignidad, al asesinado en algunas de sus formas: “No sé. ¿Soy yo, acaso, el guarda de mi hermano?”.

Hoy, en un mundo injusto y desequilibrado, hay muchas personas que “mueren” la vida. La mueren, que no la viven. ¡Cuántas personas hay que no sólo no pueden disfrutar la vida en plenitud, sino que la viven en sufrimiento, en el no ser de la pobreza, del hambre o de la exclusión social! Personas que no eligieron nacer, pero que, ya en la vida, se han visto ignoradas, como sobrante humano que, incluso, se dejarían explotar para dar de comer a sus hijos.

Son los que, en vez de vivir la vida, la “mueren” por no poder participar de los bienes de la naturaleza que les corresponden al igual que a cualquier otro ser humano.

Vivir sufriendo y “muriendo” la vida. Una triste experiencia, una sinrazón, un escándalo humano cuando podría ser evitable en tantísimos casos. Personas que, en muchos casos, no sólo “mueren la vida” en cuanto a su calidad, sino también en cuanto a su duración, su cantidad. Tristeza suma. ¡Cuántas personas malviven y acaban muriendo por causas evitables! Hombres, mujeres, niños. Falta de alimentos, falta de medicinas, focos humanos de infección y escasez, falta de agua potable, mujeres y niños que mueren en los partos que serían muertes totalmente evitables.

“Morir la vida”. La gran tragedia humana.

Un mundo lleno de contradicciones, de despojos: Unos viven la vida teniendo más de lo necesario y otros, en contrapartida y por la ley de vasos comunicantes, la mueren. Y lo más curioso: Los que viven la vida, lo hacen a costa de los que la mueren. Así dice la Biblia a los ricos: “La escasez del pobre está en vuestras mesas”.

Sufrir la vida, “morirla”, cuando podría ser evitable con un cambio de valores, asumiendo cuotas de solidaridad y luchando contra el egoísmo humano. Sociedades escandalosas de consumo irrefrenable, causa de que existan los excluidos de la mesa del rico Epulón como el pobre Lázaro. Parábola que expresa fielmente la realidad de nuestro mundo. El mundo de los vividores y el de los que “mueren la vida”. Desequilibrios. Riquezas acumuladas que son la maldición de más de media humanidad que vive la pobreza en mayor o menor grado hasta llegar a los hambrientos y totalmente excluidos del mundo.

Me gustaría que las campanas del firmamento tocaran con sonidos de gran emergencia. Que desde los cielos, desde las nubes, la luna y las estrellas se nos lanzase una gran interrogación. Podría ser el interrogante bíblico que sonara de forma atronadora: “¿Dónde está tu hermano?”.

Una gran voz interrogante ante la miseria del otro, del excluido, del robado y abusado. ¡Cuántos, por el egoísmo humano y por la acumulación de bienes de unos pocos, viven la vida como problema, o sea, la “mueren” diariamente convirtiéndola un infierno de corta duración y horrible. Todo a causa del hartazgo en el que viven mucho dando la espalda a los sufrientes de la tierra, a los pobres de nuestro mundo, muchos de los cuales están a nuestras puertas.

Una esquizofrenia social. A muchos les sobra todo, consumen energías sin límites, gastan en frivolidades y lujos inútiles y, sin embargo y de ahí ese gran escándalo humano, les falta el agua no sólo potable, sino mínimamente limpia. ¿No os asusta el mundo, el estado de cosas? ¿Por qué, nosotros los cristianos, no nos lanzamos, valor y contravalor en ristre, a publicar los valores del reino evangelizando las culturas egoístas y consumistas? Quizás nos falta el ser auténticos seguidores del Maestro. Vemos al mundo, en cierta manera, en manos de ladrones, y pasamos de largo como malos prójimos. A veces nos importa más el rito que el robo y el apaleamiento en el que han caído tantos prójimos nuestros.

Vi en televisión la película “El ladrón de palabras”. Alguien roba las palabras de una novela a su autor. Lo que ocurre en el mundo es más grave: no hay sólo ladrones de haciendas, acumuladores de lo que no les pertenece, sino ladrones de vida.

Ladrones de vida y dignidad humana, despojadores inhumanos frente al Jesús humano, el de los valores del Reino, el Jesús de la misericordia y del servicio. Él nunca convirtió a nadie en “prescindible”. Él nos dejó esta frase que repetimos: “¿No es más importante el hombre que una oveja?”. ¿No es más importante el hombre que una empresa, que un negocio, que todas las estructuras económicas injustas juntas?

No guardemos silencio ni nos quedemos paralizados ante la injusticia.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - De par en par - Morir la vida