¿El cristianismo es contracultural?

La labor del cristiano no es la de ser juez de la cultura, sino colaborador de Cristo en lo que se refiere al género humano, amando a Dios y al prójimo. Amar es que el prójimo se sienta amado.

ESPAÑA · 10 DE JULIO DE 2017 · 21:30

,

Quien de verdad pretenda ser considerado un buen orador no osará en pronunciar el término “contracultura” sin vacilación alguna. No sabemos de dónde procede tal vocablo ni qué se debe entender por él rigurosamente, pues se ha vuelto tan común en la boca de los predicadores y en los oídos acostumbrados a los clichés del evangelio, que las palabras de un buen mensaje se convierten en una melodía que debe sonar bien, adormecer y hacernos soñar que somos guerreros destructores de los logros cívicos. Una ilusión violenta que dura mientras se escucha apasionadamente el mensaje instantáneo que habla acerca de una revolución.

La RAE, escuetamente, indica que la contracultura significa “un movimiento social y cultural caracterizado por la oposición a los valores culturales e ideológicos establecidos en la sociedad”. Cualquiera pensaría que el cristianismo se ha convertido en una comunidad sucedánea como las que afloran entre muchachitos que tienen voluntad de poder, tales como el feminismo, veganismo, anarquismo o teocratismo, y otros tantos “ismos” que están siendo engendrados de la traviesa posmodernidad. Tal vez por ello deberíamos hacer un análisis de lo que supone utilizar esta palabra tan biensonante, pero de poco calibre epistemológico.

Cuando nos referimos al cristianismo como contracultura, lo que estamos diciendo es que en el evangelio se adoptan valores contrarios a los de la sociedad, cosa que ya debería causar sospecha, pues es bien sabido que la sociedad occidental está atravesada por los valores cristianos en lo más profundo de su complexión espiritual; si bien es cierto que, aunque los valores occidentales son cristianos, han dejado de contar con Cristo. Los valores de Cristo han superado a Cristo. Y tal vez en esto tengamos un poco de culpa sus seguidores, pues nos hemos vuelto rígidos medievalistas que tienen como armadura una axiología anquilosada y herrumbrosa.

Pretendemos mantener la idea de que los valores cristianos son estáticos, tiesos, austeros, estrictos e inconmovibles. Y ciertamente esto es contracultural, pues la cultura ideal se caracteriza por ser dinámica, ágil, atractiva, tolerante y flexible. La diferencia es clara, la primera presenta síntomas que son propios de la senectud y la enfermedad, mientras que la segunda presenta los rasgos vivaces y joviales de la salud. En efecto, se presenta el problema de que cuanto menos se mueve un cuerpo más fácilmente envejece y decae, pues sólo el movimiento resuelto transporta el oxígeno necesario que nutre de elementos esenciales la longeva vida de un organismo.

Al haber convertido al mensaje de la Cruz en contracultura se ha hecho que el cristianismo dependa de la cultura, pues con el prefijo “contra" se da a entender que es la negatividad de la cultura; una mera reacción; un doble falso que pretende asesinar al original; el gemelo rebelde de la humanidad; la sombra negra de la cultura que está destinada a desaparecer cuando su sol se ponga. Con este amasijo de analogías encontramos dos características: la primera es que se ha convertido al cristianismo en una abuela amargada a la que todo le parece mal: la contracultura es una reacción de la acción cultural. Aquella quiere destruir, mientras que esta tiene voluntad creativa y creadora. La segunda característica que vemos en el término contracultura es que el prefijo “contra" indica tomar la dirección opuesta, la que opta por el enfrentamiento y el choque. Y lo que se deduce de la última idiosincrasia es la guerra, algo que va contra los ideales – expresados en forma de mandatos – del amor al Dios de todos los hombres y el amor indiscriminado al prójimo, que asimismo es amado imparcialmente por Dios.

También me causa una débil risa que aquellos que pretenden ser la vanguardia de la contracultura hagan uso de la cultura en todos los ámbitos de su vida, en la música, en el arte, en la tecnología, en la medicina, en la ciencia y en todas las comodidades que hemos acogido como calzado que respira. No olvidemos que los valores artísticos y tecnológicos son valores-pilares de la cultura humana, lo que algunos llaman “contracultura”. Pero si solo nos referimos a los valores morales, entonces sería más correcto decir que somos críticos culturales, pues decir que somos contracultura es decir que somos la antítesis de la cultura, íntegramente, cosa que no es lógica, pues hay valores morales que no son nocivos para el cristianismo y se pueden conciliar con él.

Y decir que somos críticos culturales no debería ser lo mismo que decir que somos jueces culturales. Ciertamente debemos ser críticos y jueces para con nosotros mismos; juzgar, de acuerdo con nuestra conciencia, si lo que hacemos personalmente está bien o está mal. También podemos ser críticos de la cultura en general, porque tenemos libertad de pensamiento y de expresión. Pero no podemos enjuiciar a las personas por lo que se refiere a convicciones morales. La labor del cristiano no es la de ser juez de la cultura, sino colaborador de Cristo en lo que se refiere al género humano, amando a Dios y al prójimo. Amar es que el prójimo se sienta amado, no basta con decir “critico porque amo” o “mi crítica es amorosa”. Si el prójimo no se siente amado estamos criticando, pero no amando. Amar es que el prójimo se sienta amado.

Cristo vino al mundo no para ser una mera reacción de la cultura, no fue contracultura, sino creador de cultura. Los fariseos y el Estado fueron la reacción de la cultura que Cristo llevó a cabo revolucionariamente, fueron contracultura. La contracultura hizo morir a Cristo en una Cruz, y nunca pensaron que su muerte significaría el éxito de Su Cultura. En tanto que cristianos, no debemos ir contra otras personas independientemente de su religión, costumbre, convicciones o acciones. El amor al prójimo es un amor ciego que ama sin ver las diferencias.

El amor es la cultura eterna predicada por Cristo, que hace que en cada época haya una nueva manifestación de su eterno amor. Siempre el mismo amor, pero siempre nuevo y jovial; nunca viejo, nunca alterado ni adulterado.

 

Iván Campillo Moratalla – Estudiante de Filosofía – España 

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - IVÁN CAMPILLO MORATALLA - ¿El cristianismo es contracultural?