¿Son fiables los relojes moleculares?

Desde mediados de los 60, se han estado proponiendo árboles evolutivos que pretendían reflejar cómo habían ocurrido las transformaciones entre las especies

09 DE JULIO DE 2017 · 06:10

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Estamos asistiendo al desmoronamiento de otra de las grandes herramientas clásicas del evolucionismo para datar los tiempos de la evolución.

El reloj del ADN parece haberse estropeado o es que quizás nunca llegó a funcionar bien. Los biólogos moleculares se sienten frustrados al descubrir que este método de datación, usado durante décadas, resulta que no es fiable.

Desde mediados de los 60, se han estado proponiendo árboles evolutivos que pretendían reflejar cómo habían ocurrido las transformaciones entre las especies, en base a la suposición de que las mutaciones en su ADN se habían venido acumulando a un ritmo constante a lo largo del tiempo.

Sin embargo, a principios del presente siglo se empezaron a publicar trabajos que desmentían tal suposición.

En uno de los primeros, realizado por investigadores de la Universidad de California en Irvine,1 se comunicaba que las tasas de mutación eran muy diferentes incluso para especies estrechamente emparentadas y que esto convertía los relojes moleculares en herramientas inútiles en la práctica para marcar de forma exacta el tiempo evolutivo.

Más tarde, se pudo corroborar este hecho, a propósito de la explosión cámbrica (la aparición repentina de los planes corporales de todos los tipos de animales) y el evolucionismo no tuvo más remedio que reconocer que los relojes moleculares debían correr a diferentes ritmos dependiendo de las condiciones.2

Seis investigadores del Dartmouth College de Hannover (New Hampshire) intentaron averiguar cuándo aparecieron los primeros animales con simetría bilateral (es decir, los supuestos antecesores de gusanos, vertebrados, humanos y todo animal formado por dos mitades más o menos simétricas).

Se creía que este hipotético ancestro común debió haber vivido justo antes de la explosión cámbrica, un período en el registro fósil que continua desafiando cualquier explicación evolucionista.

Pues bien, la conclusión a que llegaba este trabajo dependía de hacer correr el reloj molecular a diferentes ritmos según las distintas ramas del árbol de la evolución de Darwin.

Unas veces debió ir muy rápido, mientras en otras ocasiones se habría retrasado notablemente. ¿Cómo se podía calcular entonces la antigüedad de las especies biológicas, si no se disponía de un ritmo de mutación estable?

Según los datos paleontológicos, los fósiles con simetría bilateral más antiguos tenían aproximadamente unos 555 millones de años. Pero los análisis mediante el reloj molecular indicaban que estos vertebrados divergieron de los invertebrados, como las moscas, hace unos 900 millones de años.

¿Qué había pasado durante esos 345 millones de años de diferencia? La respuesta que se ofreció, con el fin de preservar las tesis evolucionistas, fue que, o bien los invertebrados aceleraron su ritmo de evolución molecular, o bien los vertebrados lo ralentizaron.

Los autores del artículo se decantaron por lo segundo, aunque reconocieron la magnitud del problema que plantea la explosión cámbrica para la teoría de la evolución y manifestaron: “Debido a que los relojes moleculares tienen varios problemas inherentes, incluyendo cómo se calibra el reloj, cómo se estiman los ritmos de sustitución molecular, y cómo se detecta y corrige la heterogeneidad en estos ritmos, así como un prejuicio estadístico inherente para la sobreestimación de las fechas, no puede refutarse aún una fecha mucho más reciente para el último antecesor común de los bilaterales (LCB).”3

En vez de “homogeneidad de ritmos” (un reloj constante, tal como antes se pensaba), habría “heterogeneidad de ritmos” (varios relojes relativos en los diferentes grupos que funcionarían a diferentes velocidades).

Semejante conclusión está plagada de dificultades y es menester hacer muchas suposiciones más para aceptarla. Es evidente que la explosión cámbrica fue rápida, pero entonces todos los diversos planes corporales de los animales tuvieron que aparecer casi inmediatamente a partir de un supuesto y nunca visto antecesor común.

De alguna manera, y sin dejar rastro -a pesar de que las condiciones de los estratos eran ideales para la conservación de fósiles- este antecesor precámbrico originó una riquísima diversidad de animales en un tiempo increíblemente corto. ¿Qué clase de mecanismos genéticos pudieron producir semejante biodiversidad de especies, constituidas por órganos altamente complejos?

El dilema en que se encuentra aquí el evolucionismo es el siguiente: si se le concede a este supuesto antecesor común (LCB) más tiempo para poder evolucionar, hay que explicar por qué no aparecen fósiles en los estratos durante cientos de millones de años; pero si se acorta el tiempo para su evolución, es necesario explicar cómo aparecieron casi a la vez tantos planes corporales complejos.

¿Cuál fue la fuente de la información necesaria para construir repentinamente veinte nuevos planes corporales? Cuando este problema se mira sin las gafas del evolucionismo, deja de tener apariencia de evolución y adquiere otra muy diferente: parece creación y apunta a que la fuente de la información sólo pudo ser la inteligencia.

Este colapso de los relojes moleculares echa por tierra otro paradigma clave fundamentado en ellos. A saber, que el Adán cromosómico y la Eva mitocondrial vivieron en un pasado muy lejano y que no se conocieron entre sí puesto que habrían estado separados por más de 100.000 años.

Es habitual que desde el evolucionismo se le conceda una gran credibilidad a las fechas que proporcionan los métodos radiométricos. Sin embargo, por extraño que parezca, éstas son cambiadas constantemente cada vez que entran en conflicto con algún dato importante para la teoría evolutiva.

Lo mismo ocurre con las dataciones de los relojes moleculares que suelen modificarse cada vez que se analizan nuevas secuencias de ADN. La antigüedad propuesta para el Adán cromosómico ha venido variando desde los 50.000 años iniciales hasta los 581.000 años atrás.4

Semejante grado de variabilidad indica lo poco precisos que resultan tales cálculos y, a la vez, ponen de manifiesto la reducida certeza científica que aportan.

A pesar de todo, un equipo de investigación de la Universidad de Stanford en California, después de secuenciar el cromosoma Y de 69 varones de todo el mundo, descubrió en 2013 cerca de 9.000 variaciones desconocidas de dicha secuencia de ADN.5

Emplearon dichas secuencias para crear un reloj molecular, como se suele hacer habitualmente, y llegaron a la conclusión de que la Eva mitocondrial y el Adán cromosómico habían sido contemporáneos. ¿Qué más sorpresas nos deparará el futuro?

 

1 Francisco Rodríguez-Trelles, Rosa Tarrío y Francisco J. Ayala, 2001, “Erratic overdispersion of three molecular clocks: GPDH, SOD, and XDH”, PNAS, vol. 98, nº 20: 11.405-11.410.

2 Peterson, K. J., et al., 2004, “Estimating metazoan divergence times with a molecular clock”, PNAS, vol. 101, nº 17: 6536-6541.

3 Ibid.

4 Mendez, F. L., 2013, et al., “An African American Paternal Lineage Adds an Extremely Ancient Root to the Human Y Chromosome Phylogenetic Tree”, American Journal of Human Genetics, 92, nº 3: 454-459.

5 http://www.nature.com/news/genetic-adam-and-eve-did-not-live-too-far-apart-in-time-1.13478.

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