Ministerio infantil, crónica de una crisis anunciada

Hay varios factores que aconsejan un replanteamiento del paradigma de Infancia tradicional en las iglesias y ministerios evangélicos.

08 DE JULIO DE 2017 · 20:00

,

Hoy publico otro de los artículos que, sobre la Educación Cristiana, aparecieron en el sexto número de la revista SEMBRADORAS. Recalco que su publicación no tiene ninguna intención más que difundir lo que dicen diversos autores de nuestro ámbito con el fin de coadyuvar en nuestro peregrinaje como seguidores del Maestro por excelencia. Seguro que los artículos publicados en el año 2012 no han pasado de moda todavía. Por eso no me asombra que Proverbios 22.6 aún continúe vigente.

Aprovecho para agradecer nuevamente a Margarita García Romero, en aquel momento Responsable de la Consejería de Enseñanza Religiosa de FEREDE, por difundir la revista, en pdf, entre los profesores de ERE. Con lo cual constato, una vez más, que Dios está en su puesto, pendiente del mínimo detalle. 

A continuación va el artículo de Javier Martín:

 

MINISTERIO INFANTIL: CRÓNICA DE UNA CRISIS ANUNCIADA

Javier Martín Rodríguez*

 

Javier Martín.

Hay quien dice que en tiempos de crisis les toca sufrir más a los colectivos más vulnerables de la sociedad. De entre ellos quiero destacar a los niños por varias razones. Según Cáritas, el índice de pobreza infantil ha aumentado en el último año 5 puntos (del 18,5% al 23,4%), habiéndose mantenido en España en torno al 24% de media).

Para los que tratamos a diario con los niños, no es ninguna sorpresa que la infancia en España está en un proceso de crisis, y no sólo económica, también personal/emocional (vinculada a los procesos de desestructuración e inestabilidad familiar), educativa, social y espiritual.

Es de este último aspecto que me gustaría hablar con vosotros. Y digo hablar porque eso es lo que espero que ocurra una vez que leáis este artículo.

Hay varios factores que aconsejan un replanteamiento del paradigma de Infancia tradicional en las iglesias y ministerios evangélicos. No es extraño que nos sintamos orgullosos de nuestra supuesta herencia “libre de tradiciones y liturgias”, especialmente si nos comparamos con otras confesiones, pero creo que si nos examinamos con honestidad, pronto llegamos a la conclusión de que los evangélicos también somos deudores a esquemas y tradiciones que a menudo nos dificultan o impiden responder positivamente a los cambios que Jesús nos propone para el bien y el avance de Su Reino.

Me entristece que muchas iglesias y ministerios queremos seguir anclados en aquello que nuestros antepasados hicieron con nosotros, en cómo nos enseñaron a creer en Jesús, pensando que eso es “el depósito” seguro que debemos pasar a la siguiente generación, sin darnos cuenta de que sin una adecuada actualización, esos modelos quizá ya no sirven para responder a las necesidades y posibilidades de la infancia actual. Por supuesto no hablo del fondo, sino de las formas.

Vuelvo a los factores que creo hacen oportuna y urgente una reflexión acerca del paradigma de Infancia en nuestras iglesias y también fuera de ellas.

En primer lugar, la Infancia es distinta hoy de ayer. Hay nuevas necesidades y posibilidades, y nuestros ministerios deben hacerse primero esa pregunta: ¿qué necesitan los niños de hoy? Como he dicho antes, las recetas antiguas no suelen servir en el s. XXI.

En  segundo lugar, se echa en falta una perspectiva teológica del niño en el Reino de Dios. Jesús fue muy claro al respecto y llegó a indignarse con los discípulos cuando no lograron entenderlo y rechazaron  a los niños. Los capítulos 18, 19 y 21 de Mateo están llenos de esta enseñanza enfática de Jesús hacia la nueva generación de creyentes. Sin embargo esta teología parece no haber entrado en la mayoría de nuestros ministerios infantiles e iglesias. Seguimos considerando a los niños como esos “seres bajitos que no dejan de fastidiar con la pelota” (como cantara Serrat), en lugar de jóvenes creyentes que necesitan una educación espiritual de calidad y que ya pueden y quieren servir a Dios de maneras incluso más eficaces y amplias que los adultos, por no hablar de las expectativas futuras que Dios tiene hacia ellos. ¿Puede un niño tener una relación personal con Jesús? ¿Puede orar, leer la Biblia, ser discipulado, alabar, evangelizar o aconsejar? ¿Por qué no lo hacen en nuestras iglesias? ¿Es que no son “creyentes” o es otro el problema? ¿Por qué los solemos poner “aparte” en lugar de hacerlos “parte” de nuestras reuniones, congresos y conferencias? Quizá, pensando que los estamos protegiendo, en realidad los estemos alejando.

No es extraño que el paradigma tradicional favorezca que muchos adolescentes no encajen o se vayan de las iglesias, después de haberlas vivido durante su infancia como “lugares de adultos donde se hacen cosas de adultos”, en las que ellos ni participan ni se les tiene demasiado en cuenta, y donde la estrategia habitual es entretenerlos en una sala contigua mientras los mayores hacen y deciden las cosas importantes en la sala principal.  Un estudio realizado en Holanda revela que cada mes, 500 adolescentes evangélicos abandonan la iglesia. Sí, estamos hablando de una urgente necesidad de integrar a la nueva generación en las iglesias, pero de verdad.

Doy gracias a Dios por la sensibilidad que muchos líderes de Latinoamérica están prestando a la necesidad de este cambio de paradigma. Movimientos como la Red Viva, la ventana 4/14 y otros muchos se han iniciado o potenciado en ese continente. En el mundo anglosajón,  iniciativas como “Children matter”, “Global Community Games”, “Global Chidren Forum”, “Friendly Familiy Churches”, “Messy Churches”, etc. se están desarrollando vigorosamente e influyendo en otros muchos países.

Sin embargo, me apena que este movimiento, que personalmente considero del Espíritu, no haya todavía cruzado el Atlántico y las iglesias aquí nos sigamos contentando con tener a nuestros niños “nutridos” espiritualmente con sólo ¾ de hora semanales de Escuela Dominical, cuando la sociedad les dedica de 6 a 10 horas de influencia diaria, por medio del sistema educativo secularizado, los medios de comunicación y las amistades. ¿Qué cosecha se puede esperar de semejante siembra?

Hay otras causas de preocupación y motivos de cambio para el paradigma infantil como:

- La decreciente influencia de la labor educativa de los padres en la nueva generación.

- La delegación de la educación espiritual por parte de los padres hacia la escuela dominical.

- La escasez de ministerios infantiles dirigidos a la sociedad: evangelización, educación, protección, asistencia…

- La falta de visión en el ámbito evangélico español para invertir hoy en la infancia si queremos que lleguen a ser “jóvenes que venzan al mundo”.

¿Qué podemos hacer al respecto?

Las causas antes señaladas, sin pretender ser exhaustivas, nos pueden orientar hacia algunas vías de solución. Podríamos empezar con la revisión teológica de lo que son y representan los niños para Jesús y el Reino que Él ha venido a inaugurar.  Un estudio y consecuente aplicación práctica de los principios que encontramos nos dan un sólido punto de partida.

Uno de los principios, mayormente expresado en el Antiguo Testamento, se refiere al protagonismo de los padres como “educadores en la fe” para sus propios hijos. El fenómeno social de “delegar” la educación en instituciones, renunciando muchas veces los padres a prepararse o desarrollar la supervisión educativa de los hijos, contribuye a que se considere a la iglesia la responsable de la formación espiritual de la nueva generación. Los padres cumplirían su cometido llevando  a los hijos a la iglesia para que “conozcan a Dios”. Recuperar el rol de los padres y que la iglesia los forme para ello se torna una misión fundamental. Paralelamente, el liderazgo debe concienciar a las familias que la Escuela Dominical no es la responsable de educar a los niños en la fe, si bien puede ser un sistema o institución que colabore. El desarrollo espiritual, así como la integración de los niños en la iglesia, requiere la creación de una red de diferentes ministerios infantiles que respondan a cada necesidad importante de la nueva generación. Un solo departamento (tradicionalmente la Escuela Dominical) no puede sobrellevar por sí solo ese peso. Es una labor transversal que debe incluir siempre a los padres como protagonistas.

Una tercera vía de trabajo sería la integración real de los niños en la vida de la comunidad, más allá de la tradicional diferencia entre adulto/miembro y niño/no miembro, fruto de posturas teológicas que catalogan al niño sistemáticamente como “no creyente” o de un criterio puramente administrativo de la “membresía”.

Mientras el niño no se considere realmente integrado en la iglesia, no se sentirá parte de ella y tenderá a buscar otros grupos en los que integrarse, especialmente en la adolescencia. Un plan de discipulado para los niños que creen en Jesús, así como un planteamiento de iglesia intergeneracional (para todas las edades) e inclusivo (que anhela integrar a todo el que cree) nos ayudarán a detectar aquellos cambios estructurales que la iglesia local necesita plantearse.

El discipulado, también el de los niños, debe ser activo, no tanto enfocado a conocer suficiente doctrina para conseguir ser bautizado o ser aceptado como miembro en una iglesia local, sino en capacitar a la persona para vivir su relación personal con Jesús y en desarrollar los talentos que Dios le ha dado para servirle en la Iglesia y en el mundo. Los niños deben estar también incluidos en este proceso. Dios nos da múltiples ejemplos de cómo puede usar a un “pequeño” para realizar sus planes antes que a un “grande” (ver historias de David, Samuel…).

Los niños que creen en Jesús quieren conocerle más y también servirle. Pero muchas veces no les ofrecemos lo que necesitan para crecer en la fe y la sociedad llena ese hueco con otras ofertas. Y cada vez a edades más tempranas.

¿Cómo ayuda la Semilla de Trigo a la Iglesia en este desafío?

Primero formándola a través de cursos y sesiones en los que reflexionar sobre todo ello, y capacitarnos para el ministerio con la nueva generación. Líderes, padres, monitores y maestros precisan reciclar sus conocimientos y prácticas para alcanzar e integrar a la Infancia en nuestro país.

A continuación, estableciendo estrategias y proyectos coherentes con esa misión y que nos permita, desde una perspectiva educativa, compartir el Evangelio con los niños que no lo conocen y después proveer un proceso realista de integración en la iglesia, con los cambios que sea necesario efectuar.

Todo ello desde la relación estrecha que proporcionan acuerdos de colaboración a medio plazo (2-3 años), en los que nos ayudemos mutuamente y donde nuestros obreros asesoran y acompañan a la iglesia local para la consecución de este fin. Parte importante de estos planes de trabajo es la creación de redes de ministerio infantil en la misma zona entre las diferentes iglesias locales interesadas.

Las  actividades que estos planes producen se enfocan no solo al testimonio hacia fuera de la iglesia, sino también a la participación de los niños y sus familias en propuestas de tiempo libre como los campamentos de verano, los clubes infantiles, las ferias al aire libre, los KidsGames, etc., que permitan establecer lazos de amistad y relación con las familias y las instituciones de la comunidad.

Quiera Dios que nuestra generación lleve a cabo el precepto que recoge el Salmo 78 del versículo 5 al 7. La evangelización de toda una generación de españoles depende de ello.

 

*Javier Martín Rodríguez es Licenciado en Educación Física y Director de la Semilla de Trigo en España. www.lasemilladetrigo.org, y Director de la Subcomisión de Infancia de la Alianza Evangélica Española.

 

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Muy Personal - Ministerio infantil, crónica de una crisis anunciada