Carta abierta a los que sufren en verano

No pasa nada si tu verano no es perfecto. Nada de agobiarse por eso.

03 DE JULIO DE 2017 · 14:52

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Porque Dios no es injusto como para olvidarse de las obras y del amor que, para su gloria, vosotros habéis mostrado sirviendo a los santos, como lo seguís haciendo. 

Hebreos 6:10, nvi

A/A: Pastores/as, maestros/as, líderes de iglesia, misioneros/as, y todo aquel que trabaje para el Señor, en general.

Hola:

Es posible que estés a punto de tomarte las vacaciones de verano después de todo un año de trabajo. O, quizá, precisamente en verano es cuando más trabajas. En cualquier caso, me quería dirigir a ti en este momento, a finales de curso, aunque solo sea por el momento simbólico que representa: ¿qué tal ha ido el año? ¿Cuál es el balance de los últimos meses? Pero, sobre todo: ¿cómo te encuentras?

Lo digo porque, aunque se suele decir que la Navidad es la peor época del año (emocionalmente hablando), yo creo que el verano no es mejor. E incluso lo empeora un poco: al fin y al cabo, la tensión de Navidad dura unos días; y la tensión del verano tres largos y calurosos meses (y con mosquitos, además). Y, en cualquiera de los dos casos, vivimos en una sociedad que no entiende otra manera de relacionarse con la vida que no sea gastando dinero. Y para los siervos de Dios, que no solemos ir demasiado sobrados de recursos económicos, las exigencias de la sociedad, las que pasan desapercibidas en el día a día pero se nos clavan en el subconsciente, nos pueden hacer sentir un poco desgraciados.

Sí, sí, hacernos sentir desgraciados a nosotros, a los hijos de Dios, a los herederos de su gracia. Por increíble que parezca. 

Sucede sin querer, porque las normas, los anhelos y las reglas no escritas de esta sociedad utilitarista, consumista y tóxica los tenemos mucho más presentes y visibles en el día a día que las esperanzas y las indicaciones llenas de vida y paz del evangelio. No es desmerecer nuestro: es la realidad. Por poner un ejemplo: de camino al supermercado podemos llegar a ver veinte anuncios de helados; y ni un solo recordatorio visual de que el reino de los cielos no es comida ni bebida (para compensar un poco el aluvión). Me refiero a esas cosas. El esfuerzo por permanecer atados a las verdades y a las promesas bíblicas en mucho mayor ahora que en tiempos de Pablo. Porque entonces quizá tuvieran guardas romanos azuzando y te podían echar a los leones del circo al menor descuido; pero hoy te hacen creer que vives en calma y paz mientras te condicionan con las peores artimañas psicológicas para que no pienses diferente. No sé qué guerra es peor.

Y ojalá fueran solo los helados: también hay que irse de vacaciones, llevar a los niños al cine y cambiar todo tu fondo de armario “aprovechando” las rebajas. Sale carísimo todo esto. La normalidad, en nuestro mundo, pasa por tener mucho dinero para consumirlo rápidamente en cosas que no perduran. Los que vivimos para el reino de Dios no podemos estar más lejos de ese concepto, pero convivimos con ello todos los días, en todo momento, y al llegar el final de curso suele pasar que muchos de nosotros tenemos la tentación de ceder al fin y dejarnos llevar.

No hablo de que las vacaciones sean malas, ni mucho menos: quien pueda disfrutarlas, que lo haga con todos sus sentidos dando gracias a Dios por ello. Me refiero a la culpabilidad de no podernos permitir vivir como en los anuncios de TV (ni de tener esos cuerpos en bañador), ni de poder llevar a nuestros hijos a ver todos los estrenos de cine, y a todos los campamentos, y a todas las actividades infantiles, a todos los parques acuáticos. A la culpabilidad por estar lejos de las preocupaciones de la gente “normal”; y, en especial para los siervos de Dios, a esa sensación de fondo de que nosotros, de alguna manera, lo pasamos peor que el resto. Sobre todo pienso en estudiantes, misioneros, e incluso pastores que trabajan en comunidades pequeñas y con pocos recursos. O en gente que decide buscarse un trabajo alternativo donde la paga es menor, aunque sepan que su labor tiene muchas otras recompensas no materiales. Donde saben que están trabajando activamente, con todos sus pequeños granitos de arena, para hacer crecer el reino de Dios en la tierra. Pero, ah, que a cambio llevas tres años sin vacaciones. Ya. Y que todos los helados que irás a comerte este verano serán del Mercadona, como mucho.

Yo te escribía esto para recordarte (y recordarme a mí de paso) algo al respecto: da gracias por ello, y disfrútalo igual. Porque eso es lo que dice este versículo que se me ha aparecido brillando al pasar las páginas de mi Biblia hoy: un recordatorio de que no lo debo olvidar.

Puede que a veces, al comparar tu vida con la vida que ofrecen en este mundo, te dé la sensación de que todo es muy injusto. Pero la Biblia dice que Dios no es injusto como para olvidarse de todo lo que te estás esforzando, de todo el amor y las obras que haces para su gloria. Yo creo que la clave es esa: que sea para su gloria. O se hace así o no se hace bien, no hay manera de disimularlo ante él. Y cuando se hace para la gloria de Dios, Dios lo sabe.

Vivimos en un mundo al que se le caen las injusticias por los bordes de todo lo que rebosan. Pero deberíamos desprendernos un poco del discurso al que estamos acostumbrados en el día a día, despegarnos de la vida de los anuncios de televisión, y acordarnos de que Dios siempre es bueno y justo. Incluso cuando a nosotros no nos lo parece. Porque Dios no depende de nuestro estado de ánimo o de nuestra perspectiva.

Si sigues leyendo algo más del libro de Hebreos, te llamará la atención la cantidad de veces que se habla de las recompensas de Dios hacia sus hijos. No es que él nos deba nada… pero nos sabe cuidar. Y no vamos a poder verlo ni disfrutarlo si seguimos convencidos de “qué pobres de nosotros que somos pobres”. Las riquezas del reino de Dios a veces son un poco inesperadas.

Tampoco quería decir mucho más, solo esto: que no pasa nada si tu verano no es perfecto. Nada de agobiarse por eso.

Me despido deseándote lo mejor y que no pases mucho calor en estos meses.

Noa.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - Carta abierta a los que sufren en verano