Fátima en el primer centenario (4)

La hostia es una invención de la Iglesia católica, es un producto de la mente humana, por lo que no puede, de ninguna manera, ser autorizada por Dios.

28 DE JUNIO DE 2017 · 17:18

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Señor Director: Aquí me tiene. Este es el cuarto artículo que escribo para su Protestante Digital sobre las apariciones de Fátima al cumplirse el primer centenario de los hechos, que tuvieron lugar en 1917.

En mi primer escrito informé a sus lectores sobre la visita que el papa Francisco giró a Fátima el 13 de mayo pasado. Después entré a polemizar sobre los hechos en sí. Ya he discutido en torno a por qué las supuestas vírgenes se aparecen siempre a niños; los mensajes que transmiten; la Inmaculada Concepción; el purgatorio; el infierno y el rezo del rosario. El tema se prolonga, luego yo sigo con otros tratamientos.

 

La hostia del ángel.

Una tarde de principios de octubre, los tres niños de Fátima fueron a rezar a su cueva. De repente “se vieron rodeados de una claridad extraordinaria. Entonces se levantaron y vieron que un ángel estaba al lado de ellos. Tenía en su mano un cáliz y sobre el mismo vieron una hostia. De la hostia cándida caían unas gotas de sangre dentro del cáliz. Dejando el cáliz, que permaneció misteriosamente suspendido en el aire, el ángel se arrodilló al lado de los niños y, por tres veces, les hizo repetir esta fórmula: “Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, yo te adoro profundamente y te ofrezco los preciosísimos Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes con los cuales Él es ofendido. Por los infinitos méritos de su Sagrado Corazón y por los del Corazón Inmaculado de María, te pido la conversión de los pobres pecadores. El ángel se levanta, toma la hostia y se la ofrece a Lucía, que la recibe. Luego reparte el contenido del cáliz entre Jacinta y Francisco, diciendo al mismo tiempo a cada uno de los tres: Recibid el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. ¡Reparad sus pecados y consolad a vuestro Dios!” (1).

¿Puede esto ser posible? No. Rotundamente no. Entre otras razones importantes, porque en el cielo, donde está Dios, no entienden nada de hostias. La hostia es una invención de la Iglesia católica, es un producto de la mente humana, por lo que no puede, de ninguna manera, ser autorizada por Dios ni mucho menos dada por un ángel en nombre de Dios.

El origen de la hostia es el siguiente: Antes de su muerte, en el transcurso de la cena pascual que tuvo con sus discípulos, “tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y tomando la copa y habiendo dado gracias, les dio diciendo: Bebed de ella todos porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados” (2).

No hay lugar aquí para acumular citas históricas, por las cuales podríamos fácilmente comprobar que en el transcurso de los siglos, todos los fieles cristianos, al tomar la comunión, participaban de los dos elementos, a saber, del pan y del vino. En la comunión no veían más que un simple memorial, como lo quería Jesucristo (3). De esta forma llegamos al siglo trece. El 30 de noviembre de 1215, el papa Inocencio III inventa y proclama al mundo como dogma de fe la doctrina de la Transubstanciación (4). Según esta doctrina, la comunión con el pan y el vino queda sustituida por la hostia, esa pequeña oblea amasada con harina y agua, la cual se da a los fieles. El vino contenido en el cáliz se reserva para el sacerdote. Ese amasijo queda convertido, una vez consagrado, en el Cuerpo, Sangre, Alma, Nervio y Divinidad del Señor Jesucristo. Y como hace observar Varetto con mucho ingenio, si esa hostia se parte en dos, hay dos cuerpos. Y si apretamos con los dedos el trocito de harina y la materia se divide en diez mil o en un millón de partículas, cada una de esas partículas quedan automáticamente convertidas en cuerpo entero y real del Señor Jesucristo (5). Hasta horroriza pensar en tanto sacrilegio.

Ese sacrilegio, esa hostia, fue inventada por un papa que, “cargado de negocios, se quejaba muchas veces de no tener tiempo para pensar en las cosas del cielo”, según dice el historiador dominico Fray Francisco Rivas (6).

Siete siglos después del invento de la hostia por un ser humano, quieren que creamos que un ángel del cielo se aparece repartiendo hostias a inocentes niñas. ¡Cómo si los ángeles en el cielo creyeran en las hostias!

 

El padre santo.

Según Lucía, la aparición de Fátima se refirió en varias ocasiones al papa llamándolo “El Padre Santo”. Refiriéndose a Rusia dice que la Virgen le dijo: “El Padre Santo me consagrará Rusia…” Y otra vez: “Dios va a castigar al mundo por sus crímenes, mediante la guerra, el hambre y las persecuciones contra la Iglesia y contra el Padre Santo… El Padre Santo tendrá mucho que sufrir (7).

Este lenguaje de la aparición está en contradicción con la enseñanza de Jesús, quien nos dejó dicho: “Ni llaméis padre a nadie sobre la tierra, porque uno sólo es vuestro Padre, el que está en los cielos” (8).

Los epitafios que aún se contienen en las famosas Catacumbas de Roma indican que durante los primeros siglos los jefes religiosos que ocupaban el trono de Roma no se hacían llamar Papas sino Obispos, como consta por las inscripciones. Fue ya entrado el siglo sexto de nuestra era cuando el título de Papa, voz latina que significa padre, se introdujo en el cristianismo. Todo un señor Obispo católico del pasado siglo, don Felipe Scio de San Miguel, dice a este respecto: “Cuando el Señor prohíbe a sus Apóstoles llamarse maestros, doctores, padres, no es por respecto a sólo los títulos considerados en sí mismos, sino a los privilegios que por esto se atribuían y a los derechos que se usurpaban en la Iglesia de interpretar la ley según las tradiciones de sus padres, y de decidir por estas el sentido de las Escrituras, pretendiendo que sus decisiones fuesen otros tantos oráculos y arrogándose una especie de infalibilidad, por manera que el pueblo las debiese admitir con la mayor sumisión y sin la menor réplica” (9).

Pero como en la Iglesia católica todo se vuelve honores, sin que las prohibiciones ni advertencias de Cristo cuenten nada, el Papa distingue por su cuenta y riesgo a la Virgen María con el título de Inmaculada Concepción y ésta, en justa correspondencia, se le aparece en Fátima –dicen- y le llama “El Padre Santo”. No pueden tener quejas el uno del otro. 

 

Notas

1. “Las apariciones de Fátima”, páginas 22-23.

2. Mateo 26:26-28.

3. Lucas 22:19 y Primera de Corintios 11:24-26.

4. Hubert Jedin en “Breve historia de los Concilios”, página 58.

5. Juan C. Varetto, “El Evangelio y el Romanismo”, página 64.

6. Rivas, “Curso de Historia Eclesiástica”, página 167.

7. “Las Maravillas de Fátima”, página 52.

8. Mateo 23:9.

9. Felipe Scio de San Miguel, “La Sagrada Biblia”, comentario a Mateo 23:9, tomo I del Nuevo Testamento, página 83.

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