Poder y bondad

Ambos, rey y súbdito, aunque uno ocupase el trono y el otro la celda, sin embargo compartían la insatisfacción de sus destinos.

29 DE JUNIO DE 2017 · 20:50

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Érase una vez un rey tirano que tenía preso injustamente a uno de sus siervos.

Ambos, rey y súbdito, aunque uno ocupase el trono y el otro la celda, sin embargo compartían la insatisfacción de sus destinos.

Giges el Bueno en prisión se lamentaba de que no podía ejercer su condición bondadosa al carecer del poder y libertad necesarios; la cárcel no era el lugar ideal para mostrar su valía humana. Mientras que el rey Amadeo se sentía embrutecido por el sinnúmero de vejaciones que había cometido contra sus súbditos, entre ellos Giges.

Pero como el suceder de los acontecimientos es muy caprichoso, un día cualquiera de cualquier año, el rey Amadeo se vio destronado y, sin saber cómo, Giges el Bueno fue coronado por el pueblo como nuevo rey. ¡Qué alivio para todos!

En el destierro, Amadeo ya no podía actuar a su capricho porque estaba vigilado por la autoridad feudal y eclesial, como cualquier otro servidor. Y en parte se alegró de ello.

—En estas condiciones no tengo más remedio que portarme bien. ¡Por fin!— decía para sí.

Entre los campesinos llegó a ser querido por su buen hacer y se le apodó cariñosamente como el rey Amadeo, evocando su pasado real.

Giges el Bueno, una vez se vio en el poder, pensó que ahora sí, ahora era el momento de mostrar la naturaleza bondadosa de su carácter…

—Pero, ¿de qué me sirve ya la bondad si ahora tengo el poder?— dijo para sus adentros.

Con esta premisa su reinado fue aún más opresivo que el de Amadeo, razón por la cual el pueblo dejó de apodarlo el Bueno para llamarle maliciosamente Giges el Preso, evocando su pasado carcelario.

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