Si Lutero, hoy, fuese mujer: una respuesta

La declaración se enfoca principalmente en el rol de la mujer en la sociedad, la Iglesia y la familia, mi respuesta se centrará también en los mismos temas, especialmente en el del rol de la mujer en la Iglesia.

25 DE JUNIO DE 2017 · 07:10

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Introducción

En diciembre del año pasado, un grupo de la Alianza Evangélica Española y de los Grupos Bíblicos de Graduados publicaron un documento titulado «Si Lutero, hoy, fuese mujer».1

Cada persona y cada grupo tiene el derecho de hablar y escribir acerca de lo que consideran lo correcto, pero este documento tiene como fin ser publicado en octubre de este año «como un posicionamiento actual representativo del protestantismo contemporáneo».

Es por este motivo, más la invitación de parte de los autores a los lectores a aportar al documento antes de dicha publicación, que estoy escribiendo la siguiente respuesta detallada.

El propósito no es ser polémico, sino abordar de forma seria los temas que el documento pretende tratar.2

He dividido mi respuesta en tres partes: primero dirijo la atención a los puntos débiles más destacables del documento, segundo proporciono algunas citas de Martín Lutero sobre el rol de la mujer en la Iglesia, y tercero expongo lo que dice la Biblia acerca del rol de la mujer en la Iglesia.

Se debe notar que como la «Declaración» se enfoca principalmente en el rol de la mujer en la sociedad, la Iglesia y la familia, mi respuesta se centrará también en los mismos temas, especialmente en el del rol de la mujer en la Iglesia.

Una crítica de «Si Lutero, hoy, fuese mujer»

El motivo principal de mi respuesta son los puntos débiles más destacables del documento. A continuación expongo los cuatro más importantes:

- El primer punto débil tiene que ver con la falta de coherencia del documento y la confusión de temas. El documento contiene dos partes, una introducción de cinco puntos seguida por la «Declaración» de doce puntos. La introducción está dedicada exclusivamente al machismo y la violencia de género, lo cual nos hace creer que la «Declaración» también estará dedicada a lo mismo. Sin embargo, solo los puntos once y doce de la «Declaración» tratan con estos temas mientras que ocho puntos tratan sobre el rol de la mujer en la sociedad, la Iglesia y la familia. No conozco a ningún protestante que no se opondría a la especie de machismo y violencia de género descrito en la introducción del documento, pero es otra cosa cuando uno intenta vincular dichos abusos con el rol de la mujer en la Iglesia sin matizar. Hasta los años 50 del siglo pasado, la gran mayoría de los cristianos sostenía la postura «tradicional» del rol de la mujer en la Iglesia, y no había ningún vínculo entre dicha postura y el machismo y la violencia de género descrito en este documento. El documento ha proporcionado una dicotomía falsa a los lectores: uno, o puede ser un machista que consecuentemente limita el rol de la mujer en la Iglesia o puede aceptar el documento y así borrar toda diferencia entre el hombre y la mujer. El documento no deja espacio para otras alternativas—por ejemplo, la que era la postura de la gran mayoría de los cristianos hasta los años 50 y sigue siendo una postura sostenida por muchos protestantes hoy en día.

- El segundo punto débil tiene que ver con la falta de claridad del documento con respecto a lo que significa ser mujer. En los puntos dos y cuatro de la «Declaración», los autores hablan de mujeres que son «plenamente mujeres». Pero su descripción de lo que significa ser mujer (desarrollada en estos y otros puntos de la «Declaración») nos hace creer que ser mujer es igual a ser hombre sin ninguna diferencia entre los dos. Las siguientes frases provienen de la «Declaración»: «plenamente mujeres, con igualdad de capacidades intelectuales y con los mismos derechos e igualdad de oportunidades, en la sociedad y en la iglesia»; «no hay desigualdad por jerarquía de género»; «la capacitación por parte de Dios no tiene nada que ver con el género»; «que hubiera mujeres sirviendo en la enseñanza y predicación de la palabra en todas sus expresiones»; «Se tiene que fomentar y propiciar que haya más mujeres en puestos de responsabilidad e influencia, y que tuviesen las mismas oportunidades de acceso». Mucho de lo que se encuentra en estas citas está bien, pero queda la duda: ¿qué es, entonces, lo característico de ser mujer? Es decir, el documento no nos da una visión positiva de la gracia peculiar que sólo las mujeres pueden desempeñar a diferencia de los hombres. En el punto diez de la «Declaración» los autores se refieren a «las diferencias» entre hombre y mujer, pero no nos dicen cuáles son. Por lo tanto, el documento no logra dar «un posicionamiento actual representativo del protestantismo contemporáneo» porque no dice nada positivo acerca de la naturaleza única de la mujer. Esta crítica es importante porque está vinculada estrechamente con el debate actual sobre la identidad de género. Sin esta aclaración de la distinción entre hombre y mujer, me temo que el documento puede ser secuestrado por otros para fines más dañinos aún.

- El tercer punto débil es la falta de conocimiento histórico. No creo que los autores del documento entiendan lo que quería hacer Lutero cuando clavó sus 95 tesis en la puerta del castillo de Wittenberg. El motivo por el cual Lutero imploraba una reforma en la Iglesia era porque leía la Biblia y lo que leía no cuadraba con lo que veía en la Iglesia y la sociedad. Dicho de otro modo, Lutero intentaba hacer volver a la Iglesia a la Biblia y restaurar la centralidad de la Biblia en la vida de la Iglesia (un principio «sola Scriptura» incipiente). Este documento, sin embargo, apenas interactúa con la Biblia, citándola solamente tres veces: una vez en la introducción (Gén 3.16) y dos veces en la «Declaración» (Gén 2.28; Mt 28.19). Nos preguntamos si los autores siguieron las pautas de Lutero de hacer volver a la Iglesia a la Biblia o más bien hicieron lo contrario, a saber, intentar alinear la Biblia con lo que dice (algunas partes de) la Iglesia y la sociedad (moderna occidental). Las sospechas no hacen más que confirmarse cuando comienza el punto once de la «Declaración» con la siguiente frase «Toda mujer tiene derecho a ser feliz». Creo que entiendo lo que los autores querían decir con esta frase (luchar contra la violencia de género) y me alegro de que haya cristianos en el mundo que se dediquen a luchar contra esta plaga. Pero esta frase no es bíblica en ninguna manera y sale directamente del pensamiento mundano del cual los cristianos fueron llamados. Dios no se preocupa tanto por nuestra felicidad como por nuestra santidad.

- El cuarto punto débil es la falta de conocimiento exegético. Esta crítica podría ser la más importante. Como se ha dicho anteriormente, este documento cita solamente tres pasajes bíblicos, y cada caso contiene errores y sesgos muy graves. Primero, se cita Gén 3.16 para hacer destacar la parte que dice «él se enseñoreará de ti». Bueno, yo estoy totalmente de acuerdo con los autores del documento en que la violencia de género es una verdadera plaga sobre la faz de la tierra y que debemos hacer todo lo que esté en nuestro poder para erradicarla. Sin embargo, se debe observar que en Gén 3.16 hay mucho más que esta frase. Justo antes de esta frase la Biblia habla del rol pecaminoso de la mujer en relaciones futuras: «Tu deseo será para tu marido». Aquí la Biblia no solamente echa la culpa a los hombres por el conflicto matrimonial sino también a las mujeres: tal como Eva usurpó la autoridad de Adán en el jardín, así el mismo «deseo» de «enseñorear»3 del hombre tentará a la mujer durante toda la vida. El propósito de Gén 3.16, entonces, es demonstrar que tanto el hombre como la mujer son responsables del conflicto, y no solamente los hombres como insinúa el documento.4 Segundo, la cita de Gén 2.28 es un error—no existe este versículo en la Biblia y los autores deben corregirlo cuanto antes. Tercero, se cita Mt 28.19 para apoyar la afirmación de que los hombres y las mujeres son iguales en la Iglesia porque «se les ha encomendado a los dos por igual». Sin embargo, el versículo 16 del mismo capítulo nos dice precisamente a quién dirigía Jesús este mandamiento, a saber, a los once discípulos—todos hombres. Ahora bien, estoy de acuerdo con los autores del documento en que se pueden aplicar estos versículos a la Iglesia en general y no solamente a los once discípulos en particular, pero la cuestión es cómo aplicarlos a la Iglesia. Yo creo que es ilegítimo aplicar dichos versículos a la Iglesia tal como se ha hecho en este documento, lo cual intentaré defender en las siguientes partes de este artículo.

Lo que dijo Lutero acerca del rol de la mujer en la Iglesia

Creo que los autores han malentendido por completo la naturaleza de la Reforma. Al clavar sus 95 tesis en la puerta del castillo de Wittenberg, Martín Lutero no intentaba instigar a la rebelión contra toda la doctrina cristiana, ni tampoco intentaba aplacar a la Iglesia y la sociedad por afirmar con la Biblia lo que ya creían.

Más bien, Lutero intentaba hacer volver a la Iglesia a sus raíces tradicionales y apostólicas y hacerla volver a la Biblia.

Por lo tanto, si los autores quieren «recrear» la protesta de Lutero para la Iglesia de hoy día y hacerlo en su espíritu, deben enfocarse en dos fuentes, a saber, la tradición de la Iglesia y la Biblia.

Abordaré el tema de la Biblia en la siguiente parte de este artículo y la postura histórica de la Iglesia ya ha sido tratada en otras obras,5 así que aquí solo quiero presentar los comentarios de Martín Lutero mismo sobre el rol de la mujer en la Iglesia.

Gracias al Dr. Greg Lockwood ya es fácil obtener por lo menos un puñado de sus comentarios sobre el tema sin tener que leer todo .6 Abajo se encuentran los comentarios de Lutero y Lockwood:

- En su tratado «Sobre los concilios y la Iglesia» (1539) Lutero propone siete marcas externas de la Iglesia. Dice lo siguiente acerca de la quinta marca, «el hecho de que la Iglesia consagra o llama a ministros, o tiene oficios que debe administrar». Después de un párrafo excepcional en el cual cita Efesios 4.8-11 («él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros») y hablar de la necesidad de encomendar el ministerio pastoral a una persona, dice lo siguiente: «Es, sin embargo, verdad que el Espíritu Santo dispensa de las mujeres, los niños y los incompetentes de dicha función, pero escoge (excepto en emergencias) sólo a hombres competentes para dicha función como se lee en varios sitios en las epístolas de San Pablo que un obispo tiene que ser piadoso, apto para enseñar, marido de una sola mujer – y en 1ª Corintios 14.34 dice, «vuestras mujeres callen en las congregaciones». En resumen, tiene que ser un hombre competente y escogido. Los niños, las mujeres y otras personas no están capacitados para dicha función, aunque sí pueden escuchar la Palabra de Dios, recibir el bautismo, el sacramento y la absolución, y también son verdaderos cristianos santos, como dice San Pedro» (1 Pd 3.7; Luther’s Works [Las obras de Martín Lutero], edición americana, 41:154-155). Los que dicen que la ordenación de la mujer es simplemente un asunto de la práctica pastoral y no de la doctrina eclesiástica deben notar dónde se encuentra el párrafo de arriba. Los comentarios de Lutero forman una subdivisión de su explicación de la quinta marca esencial de la Iglesia, a saber, su consagración y su llamado de pastores. La quinta marca sigue a otros asuntos de enseñanza cristiana de peso: «la posesión de la santa Palabra de Dios», «el sagrado sacramento del bautismo», «el sagrado sacramento del altar», y «el oficio de las llaves desempeñado públicamente».

- El segundo lugar es el tratado del reformador sobre «Predicadores que se infiltran y clandestinos» de 1532 donde su discurso abarca varias páginas (LW 40:388-391). Aquí Lutero trata detalladamente el rol de las profetas tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento (390). Sin embargo, prosigue diciendo: «Pero en el Nuevo Testamento el Espíritu Santo hablando a través de Pablo ordenó que las mujeres deberían callarse en las iglesias y las congregaciones (1 Cor 14.34), y dijo que esto era el mandamiento del Señor. Pero sabía que Joel (2.28-29) ya había proclamado que Dios derramaría su Espíritu también sobre las siervas. Además, las cuatro hijas de Felipe profetizaban (Hch 21.9). Pero en las congregaciones y las iglesias donde existe un ministerio las mujeres deben callar y no predicar (1 Tim 2.12). Además pueden orar, cantar, alabar, y decir «Amén», y leer en casa, enseñarse unas a otras, exhortar, consolar e interpretar las Escrituras lo mejor que puedan» (LW 40:390-391).

- En un sermón sobre Joel 2.28 («derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas») dice Lutero: «Las cuatro hijas de Felipe eran profetisas. Una mujer puede hacer esto – no predicar en público sino consolar y enseñar – una mujer lo puede hacer igual que un hombre. Hay ciertas mujeres y señoritas que son capaces de consolar a otros y enseñar la verdad, es decir, que pueden explicar las Escrituras y enseñar y consolar a los demás…pero esto cuenta como profetizar y no como predicar» (Sermón sobre Joel 2.28 [1531], edición Weimar 34:483).

- Lutero aborda el tema de forma parecida en otras ocasiones: «Conferencia sobre 1ª a Timoteo» (LW 28:276-277), «Sermones sobre 1ª de Pedro» (LW 30:54-55, 88), «El mal uso de la misa» (LW 36:151-152). No queda ninguna duda sobre su fidelidad resoluta a la enseñanza apostólica de 1 Cor 14.34. Para Lutero, la voluntad de Dios con respecto a la ordenación de la mujer fue revelada claramente en las Escrituras. Si era así de claro para Lutero y para la Iglesia cristiana a lo largo de casi dos mil años, se debe plantear la pregunta: ¿por qué aseguran muchos hoy día que estos pasajes no son claros?

Al colocar a Lutero en el debate moderno sobre el complementarianismo y el igualitarianismo, Lutero se habría aliado con la primera postura y no con la segunda. Es así por los dos motivos citados anteriormente, a saber, la tradición eclesiástica y la Biblia.

Susan Karant-Nunn y Merry Wiesner-Hanks escriben en su libro Luther on Women: A Sourcebook («Lutero sobre la mujer: un manual») lo siguiente: «Nosotras hoy día nos sentimos justificadas para pensar en el gran reformador como una fuerza para la tradición y no como un innovador» (p. 12). Creo que la respuesta más adecuada a la frase «Si Lutero, hoy, fuese mujer» es «habría seguido la enseñanza bíblica y tradicional».

¿Qué dice la Biblia?

La pregunta más importante que nos tenemos que plantear como protestantes es: ¿qué dice la Biblia? A veces la Biblia habla a favor de las prácticas de la Iglesia y la sociedad mientras que en otras ocasiones habla en contra de ellas, pero siempre debe permitírsele tener su propia voz y que así sea escuchada. Las limitaciones de espacio me impeden de explicar plenamente la enseñanza bíblica sobre la mujer, pero intentaré perfilarla lo mejor que pueda.

La Biblia enseña que el hombre y la mujer son iguales a nivel ontológico, es decir, los dos llevan la misma imagen de Dios y los dos reciben el mismo mandato para llenar la tierra con la gloria de Dios (Gén 1.26-28).

Sin embargo, dentro de dicha igualdad ontológica existe la diversidad funcional en la cual el hombre lidera a la mujer a través del servicio y el sacrificio propio y la mujer se somete al hombre de forma voluntaria y gozosa (Gén 2.18-23; Ef 5.25-33).

El liderazgo del hombre sigue las pautas del sacrificio propio de Jesús en la cruz (Ef 5.25-33) y la sumisión de la mujer sigue las pautas de la sumisión voluntaria de la Iglesia a Cristo (Ef 5.22-24). El rol principal de la mujer dentro de la familia era ser «madre de todos los vivientes» (Gén 3.20).

Desgraciadamente, como consecuencia del pecado, tanto el hombre como la mujer abusan de sus roles—los hombres recurren al machismo (o al pasotismo) y las mujeres intentan usurpar la autoridad de sus maridos (Gén 3.1-6, 16).7

Como resultado de la maldición, el rol principal de la mujer como madre de todos los vivientes fue maldecido con dolor (Gén 3.16).8 En la Iglesia, la cual es la «la casa de Dios» (1 Tim 3.15), el orden de la creación queda restaurado en el cual existe la igualdad ontológica entre el hombre y la mujer (Gál 3.26-28) y la diversidad funcional entre los dos (1 Tim 2.8-3.13).

La diversidad es coherente con la diversidad original de la creación: el pastor, que es hombre (1 Tim 3.1-2), lidera a la iglesia a través de la enseñanza (1 Tim 2.11-14; 3.1-7) y la administración de los sacramentos (p. ej., Mt 28.16-20), mientras que las mujeres (y la mayoría de los hombres también) reciben la enseñanza de forma sumisa (1 Cor 14.34-35; 1 Tim 2.11-14) y se dedican a actos de servicio y misericordia, sobre todo dentro del contexto del hogar (1 Tim 2.15; 5.9-10; Tito 2.3-5).

La sumisión por parte de la mujer no le prohibe participar en el culto: la Biblia les anima orar, profetizar e incluso enseñar dentro del contexto de la exhortación mutua o cuando se hace en privado (Hch 18.26; 1 Cor 11.3-16; [¿1 Cor 14.26?] Col 3.16).

De hecho, la Biblia dice que son las ancianas las que deben enseñar a las mujeres (Tito 2.3-5). En resumen, se pone el límite en la administración pública de la Palabra y de los sacramentos—estos son reservados para los hombres.

Se tiene que plantear la pregunta, ¿por qué? ¿Por qué insiste la Biblia en la unidad ontológica y la diversidad funcional? Creo que la respuesta es bastante profunda: el hombre y la mujer son creados cada uno únicamente para reflejar la imagen del Dios trino, el hombre desde la perspectiva del Padre y la mujer desde la perspectiva del Hijo. Baso la afirmación en una serie de textos de la Biblia, los cuales expongo a continuación.

Primero, cuando Dios crea al ser humano a su imagen, crea dos personas que son iguales y a la vez distintas (Gén 1.26-28). Esto demuestra que para reflejar la imagen de Dios, el hombre y la mujer lo tienen que hacer en comunidad de unidad y diversidad.

Vemos en el capítulo dos del mismo libro que la diferencia es de orden y por lo tanto de autoridad (Gén 2.18-25; 1 Cor 11.3-16; 1 Tim 2.11-14). Esta es precisamente la relación que el Padre y el Hijo tienen: iguales y a la vez distintos, lo cual resulta en orden y autoridad (Jn 5.19-47; 10.29-30; 17.20-24).

Segundo, el hombre y la mujer se unen en el amor de tal forma que se hacen uno (Gén 2.18-25; Ef 5.31-33). Así se explica la unidad dentro de la Trinidad, a saber, el Espíritu Santo, que es el amor mismo de Dios (Rom 5.5) es el vínculo entre el Padre y el Hijo de tal forma que están unidos en el amor (Jn 17.20-24).

Tercero, la forma con que la Biblia describe la relación entre el hombre y la mujer es una relación de uno «enfrente del otro» (Gén 2.18).9 El lenguaje de uno «enfrente del otro» es el mismo que se usa para hablar de la relación entre el Padre y el Hijo (Jn 1.1).10

Cuarto, 1 Cor 11.3 hace un vínculo explícito entre el orden entre el hombre y la mujer y entre el Padre y Cristo.

La combinación de estos textos nos lleva a la siguiente conclusión: Dios creó al hombre y a la mujer para un propósito específico, a saber, para ser una imagen de la relación intra-trinitaria entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (no estoy diciendo que la imagen sea perfecta ni completa, pero existen suficientes vínculos entre los dos como para servir como ejemplo).

De la misma manera en que el Padre y el Hijo son iguales a nivel ontológico y a la vez son distintos a nivel funcional y están unidos a través del amor del Espíritu Santo, así también el hombre y la mujer son iguales a nivel ontológico y a la vez son distintos a nivel funcional y están unidos a través del amor que los une.

Dicho de otra manera, los mandamientos de Dios sobre los roles distintos para el hombre y la mujer no son arbitrarios ni tampoco están ligados a las culturas y a los tiempos en los cuales fueron escritos no siendo aplicables a la Iglesia de hoy día.

Más bien, la relación entre el hombre y la mujer nos da una imagen de cómo es el Dios trino. Dios ha dejado su huella en la creación, y lo ha hecho de forma asombrosa en esta sagrada relación. Es por este motivo que necesitamos ver urgentemente a mujeres que abracen sus roles como mujeres según la Biblia.

La Iglesia y la sociedad necesitan ver urgentemente a mujeres que reflejan la relación intra-trinitaria desde la perspectiva del Hijo. La mujer no vale menos porque se somete al marido igual que el Hijo no vale menos porque se somete al Padre.

Al contrario, el Padre honra y ama al Hijo precisamente por dicha sumisión (Jn 5.19-23; 10.17; Fil 2.5-11). De forma irónica, la mujer encontrará su mayor honra en la sumisión voluntaria al hombre.

Conclusión

Los autores de la «Declaración» han intentado ofrecer a sus los lectores «un posicionamiento actual representativo del protestantismo contemporáneo», pero no han logrado hacerlo por los numerosos motivos citados anteriormente.

La «Declaración» es un documento mal articulado que no ofrece a las mujeres una visión clara de quienes Dios les ha querido que sean. He intentado exponer los puntos débiles de este documento, pero el espacio y el tiempo me han impedido exponer una visión positiva del rol de la mujer en la Iglesia y la sociedad como me habría gustado.

Para este fin, dirijo a los lectores al «Manifiesto de la mujer verdadera», el cual es bíblico, inclusivo y práctico.11 Que el Señor dé fuerza y valentía a su Iglesia en general, y a las mujeres en particular, para ser fieles a su Palabra, la cual es la fuente de toda vida y verdadero gozo.

 

Notas

Nota del editor: Sobre el tema del ministerio de la mujer y la interpretación bíblica, se presentaron con anterioridad en Protestante Digital dos series con acercamientos opuestos, de Luis Marián (aquí el primero) y Amable Morales (aquí el primero).

 

1 Como lector me gustaría saber quiénes son los «expertos» que han escrito este documento. He hablado con unos miembros de la AEE y de los GBG que no han participado en este documento. El director de la comisión de la familia de la AEE, Juan Varela, no participó, como demuestran sus comentarios (afirmaciones y críticas) abajo del documento (nn. 22-23).

2 Tratando un tema tan polémico como éste, me gustaría ser muy claro en afirmar la unidad que los dos lados tenemos en Cristo; esa unidad no está en juego aquí.

3 Ver Gén 4.7 donde estas dos palabras son usadas de forma paralela.

4 El punto doce del documento dice: «Estamos absolutamente en contra de los que niegan la existencia de la violencia de género, o que la igualan a la violencia de mujeres contra hombres». Yo, también, estoy en contra de los que niegan la existencia de la violencia de género, pero quiero insistir en decir que las dos partes pueden pecar en la relación matrimonial y por lo tanto las dos son responsables.

5 Por desgracia, no conozco de ninguna obra disponible en español sobre este tema. Para los lectores que pueden leer francés o inglés, creo que una buena obra con que comenzar es la de Roger Gryson, Le ministére des femmes dans l’Église ancienne (trad. inglés: The Ministry of Women in the Early Church). Su análisis comprensivo de los comentarios sobre este tema hasta el s. VI demuestra que la Iglesia rechazaba la idea de las mujeres como «pastoras» y solo los grupos heréticos, como los montanistas y los nósticos, las tenían. Ruth Tucker, siendo ella misma igualitarista, no pudo dar ni un solo ejemplo de una «pastora» dentro de ninguna rama de la Iglesia ortodoxa hasta los ss. XVII-XVIII entre los cuáqueros y los metodistas (Juan Wesley mismo no creía en las «pastoras» pero las permitía en su época porque creía que había una «dispensación especial» en su tiempo y ministerio).

6 http://thetruthinlove.net/martin-luther-on-women-pastors/.

7 Dicha alienación entre humanos es solamente una de las diversas alienaciones que son las consecuencias de la maldición: los seres humanos están alienados de sí mismos (Gén 3.10), están alienados de la naturaleza (Gén 3.16-19) y están alienados de Dios (Gén 3.23-24).

8 Es importante notar que la maldición de la mujer no era su sumisión al hombre sino el obstáculo del dolor en su rol principal de ser madre de todos los vivientes.

9 Cf. Reina 1569 para una traducción literal del hebreo: «hazerlehé ayuda q[ue] este delante deel [sic]».

10 En Juan 1.1 la preposición «con» es la mejor que tenemos en este contexto para traducir la preposición griega que da la idea de «hacia» o «estar en la presencia de».

11 Los lectores deben saber que el «Manifiesto» fue escrito con el propósito de responder a la «Declaración de Séneca Falls» de 1848, la cual fue la inspiración detrás de la «Declaración» tratada aquí. Cf. Nancy Leigh DeMoss, Voices of the True Woman Movement, 158-159.

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