Algunas lecturas sobre la Reforma Protestante (XVI)

El volumen 'Nuestras 95 tesis, a quinientos años de la Reforma' trae diversas miradas que hacen del libro un abanico que muestra distintos pliegues de la colorida pieza.

18 DE JUNIO DE 2017 · 13:30

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Continúo con las miradas desde la diáspora latinoamericana a la herencia de Martín Lutero. Latinoamericano(a)s residentes en los Estados Unidos y que allí desarrollan ministerios eclesiásticos y/o teológicos aportaron sus reflexiones que fueron agrupadas por Alberto L. García y Justo L. González en el volumen Nuestras 95 tesis, a quinientos años de la Reforma (Asociación para la Educación Teológica Hispana, Pembroke Pines, Florida, 2016). Cada una de las miradas hacen del libro un abanico que muestra distintos pliegues de la colorida pieza.

El quinto capítulo, “Una Reforma incompleta: las 95 tesis de Lutero desde una perspectiva anabaptista”, lo escribió Juan Francisco Martínez Guerra. Él es profesor de Estudios Hispanos y Liderazgo, a la vez que vicepresidente de Diversidad y Ministerios Internacionales en el Seminario Teológico Fuller, en Pasadena, California. Autor de varias obras, publicadas tanto en inglés como en castellano: Sea la luz: The Making of the Mexican Protestantism in the American Southwest, 1829-1900 (University of North Texas Press, 2006); Los protestantes: An Introduction to Latino Protestantism (Praeger Publishers, 2011); Caminando entre el pueblo, ministerio latino en los Estados Unidos (Abingdon Press, 2008).

Los editores prefirieron usar anabaptista y anabaptismo para referirse a la corriente de iglesias de creyentes que consideraban el bautizarse tras haber creído en Jesús como Señor y Salvador, además de adherirse voluntariamente a una comunidad que buscaba diferenciarse de la sociedad circundante mediante el discipulado y seguimiento de las enseñanzas de Jesús el Cristo. El uso de la “p” es un arcaísmo, y si va a usarse entonces debería seguirse la forma elegida de manera consistente. Por ejemplo si decidieron usar anabaptismo, lo congruente sería escribir  baptizarse, Juan el Baptista y cuando se trata de la denominación describirla como baptista en lugar de bautista. 

Martínez Guerra menciona que desde los primeros años existieron quienes consideraron insuficiente la propuesta reformista de Lutero. Algunos de ellos inicialmente hicieron causa común con el teólogo de la Universidad de Wittenberg, como Thomas Müntzer y Andreas von Karlstadt. Por circunstancias no buscadas por él, apunta Juan Martínez, “Lutero depende de la protección de algunos príncipes alemanes, [debido a esto] se ve en la necesidad de abogar a favor del orden social imperante. Aunque cuestiona las injusticias, cuando los campesinos se rebelan contra la estructura socio-política injusta, usando la Biblia y los mismos argumentos de Lutero como apoyo, este toma partido por los príncipes en la matanza que se llamará la Guerra de los Campesinos (1524-1525)”.

En otras partes de Europa emergieron líderes que, como Lutero, criticaban el régimen de Cristiandad normado por la Iglesia católica romana. Por ejemplo, Ulrico Zwinglio, quien a partir de 1519 comenzó a predicar en la Catedral de Zúrich, Suiza, nada más basado en pasajes bíblicos, sobre todo del Nuevo Testamento. Estudiaba esta porción de la Biblia, junto con un grupo de discípulos jóvenes, en la edición que en griego hizo Erasmo de Rotterdam en 1516.

Zwinglio tuvo el respaldo de las autoridades de Zúrich, a las que no deseaba contravenir como le presionaban quienes argumentaban que las enseñanzas neotestamentarias demandaban conformar iglesias de creyentes y negativa del paidobautismo. Además, abogaban porque las comunidades voluntarias de creyentes debían diferenciarse de las instituciones estatales, sostener la vía pacífica y estar dispuestos a sufrir persecución a causa de sus creencias. Fue así que desobedeciendo al Concejo de Zúrich, Conrado Grebel, Félix Manz y Jorge Cajacob, entre otros, se bautizaron el 21 de enero de 1525 a la vez que rehusaron bautizar, como ordenaba el Concejo y apoyaba Zwinglio, a los infantes. Sobre el suceso escribí en otro Kairós y Cronos (http://protestantedigital.com/magacin/35018/una_gelida_noche_en_zurich_hace_490_anos).

Los anabautistas de Zúrich (llamados así por haberse rebautizado como adultos) y grupos con creencias similares en otras partes de Europa, comenzaron a ser perseguidos por las iglesias oficiales, también llamadas iglesias territoriales. Ellas no admitían iglesias distintas a la oficial en un determinado territorio y con la que se identificaban los reyes y/o príncipes. 

Ante la realidad que les era hostil y frente a la necesidad de acordar convicciones que les singularizaran, representantes de distintas comunidades anabautistas se reunieron clandestinamente en Schleitheim, Suiza, en febrero de 1527. Entonces, resume Martínez Guerra, redactaron una confesión cuyos puntos son los siguientes: 1) El bautismo es para quienes públicamente se han arrepentido y confesado a Cristo como Salvador y Señor. Por esto no pueden ser bautizados los infantes. 2) La comunidad [no las autoridades del Estado, a menos que el asunto sea de su competencia] debe disciplinar a quienes están en pecado. 3) La Santa Cena es solo para los que han sido bautizados y están caminando en el Señor. 4) Los creyentes se deben separar del mal. 5) Los pastores deben ser personas de buen testimonio [y elegidos por la congregación]. 6) Los creyentes no deben usar la violencia en ninguna circunstancia. Deben seguir el ejemplo de Jesús de resistir el mal con el bien. Esto significa que los creyentes no pueden servir en puestos públicos donde se utiliza la violencia como medio de castigo. 7) Los cristianos no deben jurar lealtad [a ninguna autoridad humana]. Su sí debe ser sí y su no, no.

Respecto a la Confesión de Schleitheim escribe J. Denny Weaver que los siete artículos representan “la primera articulación de la Iglesia libre, la idea de una Iglesia de creyentes independiente de la Iglesia establecida y de las autoridades civiles” (Becoming Anabaptist. The Origin and Significance of Sixteenth-Century Anabaptism, Herald Press, Scottdale, 2005).  

La diferenciación teológica de las comunidades de creyentes necesariamente devino en una disidencia política debido a la simbiosis Iglesia/Estado entonces existente. Certeramente observa Juan F. Martínez que “el problema principal para los reformadores clásicos como Lutero y Zwinglio [y Calvino] era que el mensaje de la iglesia de creyentes amenazaba el orden social, que dependía de que todos los ciudadanos fueran ‘cristianos’, bautizados como niños y hechos ciudadanos en ese acto. No había lugar, en su entendimiento, para que se separara el ser miembro de la iglesia de ser ciudadano de la ciudad o región”.

Juan Martínez hace una vinculación histórica e interpretativa del protestantismo latinoamericano con los postulados del anabautismo del siglo XVI. Aunque, me parece, la vinculación es inconsciente y se dio por condiciones socio religiosas parecidas a las del régimen de Iglesia territorial predominante allá y aquí, y no tanto por una continuidad identitaria transmitida a lo largo de los siglos. Subraya el autor que “en América Latina la gran mayoría de los protestantes tienen más en común con la Reforma radical (anabautista) que con la Reforma protestante magisterial. Hasta hace poco la gran mayoría de los creyentes protestantes literalmente eran anabautistas, habiendo sido bautizados como niños en la Iglesia Católica y luego como creyentes adultos en una iglesia protestante. También, hasta hace poco, en muchos países de América Latina un protestante no podía servir en las fuerzas militares, haciendo pacifistas a muchos protestantes. Y dada la persecución que muchos sufrieron por hacerse protestantes, muchos se convirtieron a gran costo personal y social. La persona que se convertía hacía un compromiso alto y tenía que estar muy segura de su decisión de seguir a Cristo Jesús de esta manera y de bautizarse como creyente. También está claro que el mensaje de esperanza del evangelio ha sido muy atractivo a los pobres y desposeídos de América Latina, como lo fue entre los pobres de Europa del siglo dieciséis”.   

De alguna manera tuvo lugar en el tipo de implantación del cristianismo evangélico en América Latina a partir del último tercio del siglo pasado una reivindicación histórica con los separatistas del siglo XVI. Incluso confesiones originalmente europeas que en el Viejo Continente se desarrollaron como iglesias territoriales, dado el contexto latinoamericano de predominio católico romano y el monopolio de éste en cuanto a creencia religiosa excluyente de las demás y la protección del Estado a tal orden social político y religioso; se vieron en la necesidad de comportarse de manera no conformista.

Lo anterior implica que los no conformistas en la práctica se desarrollaron como iglesias de creyentes, en tal carácter enarbolaron la separación Estado-Iglesia (católica) y se destacaron en la defensa del laicismo. Bien lo detectó hace poco más de cuatro décadas Samuel Escobar: “…observados a cierta altura de su desarrollo, los grupos evangélicos que más se extienden en nuestras tierras adquieren una talante del protestantismo radical o anabautista. El protestantismo más respetable, el llamado histórico, se niega a emprender la obra misionera en el seno de esta cristiandad establecida. Tal es el sentir de Edimburgo 1910, aquel gran primer cónclave del siglo [XX]. Y sin embargo, el impulso misionero rompe diques de esos escrúpulos teológico-políticos, y se lanza a la evangelización en estas tierras, partiendo a veces desde las filas del mismo protestantismo histórico. Llamo la atención de nuevo a este hecho por la significación que tiene para nuestra reflexión teológica. Hemos hecho referencia a adquirir un talante anabautista. Con ello es necesario aclarar que aunque muchos evangélicos de América Latina tienen su origen en misiones que no eran anabautistas en doctrina u origen histórico, por su carácter de minoría dentro de una cristiandad establecida adquirieron una manera de ser semejante a la de los grupos de la llamada Reforma Radical del siglo XVI” (“El Reino de Dios, la escatología y la ética social en América Latina”, en C. René Padilla, editor, El Reino de Dios y América Latina, Casa Bautista de Publicaciones, El Paso, 1975, pp. 127-156). 

Seguiré en la entrega siguiente con otras miradas de la diáspora latinoamericana en Estados Unidos al movimiento desencadenado por Martín Lutero.

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