“Maria Magdalena. De pecadora arrepentida a esposa de Jesús”, por Régis Burnet

Régis Burnet traspasa la frontera de lo ético y llega a la blasfemia. Juega con dos términos que pocas veces coinciden, proximidad y sexualidad. Si todas las personas que mantienen una relación de proximidad con otras derivaran en prácticas sexuales, la sociedad sería un caos.

15 DE JUNIO DE 2017 · 18:20

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El título de este libro lo considero un disparate, un esperpento. Ni María Magdalena fue una pecadora, si con ello el autor quiere significar prostituta, ni fue esposa de Jesús.

Dicho esto, añado que este libro de Régis Burnet, catedrático en las Universidades Paris VII y París VIII, es el más serio de los que he leído sobre María Magdalena. Se trata de un ensayo muy bien documentado; no es una más de las novelas baratas que tanto abundan sobre la bella e inocente mujer de Magdala.

Una nota original en esta obra es la alusión que hace su autor a Hipólito de Roma, quien llegó a identificar a María Magdalena con la protagonista de “El Cantar de los Cantares”. Ignorante de mí, nada sabía yo del tal Hipólito de Roma. Hube de recurrir al primer tomo de “Patrología” publicado en 1961 en Madrid por la Editorial Católica. Aquí se incluye un largo capítulo explicando quién fue, qué hizo y cuántos libros escribió el llamado Hipólito.

Cuando Orígenes, uno de los llamados padres de la Iglesia visita la comunidad cristiana que había en Roma el año 212 de nuestra era, conoce a un predicador romano llamado Hipólito. Dice la Historia que, ya famoso, llegó a ser el primer antipapa. Murió el año 235. Escribió unas quince obras, de las que se conservan muy pocas en su texto original. Entre ellas figura un comentario a El Cantar de los Cantares. Para  Hipólito, la muchacha del Cantar prefigura a María Magdalena y descubre a Cristo en el amado del Cantar. Compara la fuerte posesión del amado que proclama la joven de Cantares con la posesión de Cristo por parte de la Magdalena: “hallé luego al que ama mi alma. Lo así y no lo dejé” (2:4). Donde la protagonista del Cantar dice medio sonámbula “por las noches busqué en mi lecho al que ama mi alma” (3:1), Hipólito ve a “María Magdalena que busca al Señor en la mañana de Pascua”. Y añade: “todos hemos de buscar a Cristo. Magdalena nos muestra el camino”.

Según Burnet, lo cual es verdad, “desde hace algunos años María Magdalena está en el candelero. Son ya innumerables las obras exegéticas, históricas, literarias, hagiográficas que estudian este personaje del Nuevo Testamento”. ¿Existió en realidad María Magdalena? Burnet no lo niega, pero acerca a la obra una cita del provocador escritor francés Daniel Arasse, quien en su libro “On n´y voit rien”, escribe: “Magdalena no ha existido nunca. Todos lo saben, pero se actúa como si nada hubiera pasado. Ahora bien, por mi parte no estoy de acuerdo, e incluso yo mismo digo que es fundamental. Sin juego de palabras. Magdalena no existe”.

¿No existe María Magdalena? ¡El colmo de la ignorancia o de la mentira! ¿Ha leído Daniel Arasse Mateo 27:56; 27:61; 28:1; Marcos 15:40; 15:47; 16:1; 16:9; Lucas 8:2; 24:10 y Juan 19:25; 20:1, 11, 16 y 18? Nada menos que catorce menciones a María Magdalena en los cuatro Evangelios canónicos. Tengo ante mí un libro de 1860 titulado “Sainte Marie-Madeleine”. Fue escrito por el famoso predicador católico, autor y teólogo francés Jean Baptiste E. Lacordaire. En las páginas 16 y 17 emite estas opiniones: “Yo he escrito sobre esta mujer. Alabada en todo el universo por el Evangelio, no tiene necesidad de que una pluma mortal reavive en las sombras del siglo XIX (cuando escribió) su gloria del tiempo. Ningún otro nombre ha resistido más que el suyo la indiferencia. Su misma virtud le abre un camino en la generación de corazones sin mancha. María Magdalena ha tocado las dos partes de nuestra vida”.

Novelas sobre María Magdalena, carentes de rigor histórico, le atribuyen tres amantes: María de Betania, la mujer anónima mencionada en el capítulo 7 de Lucas y María Magdalena. Algunos autores sin escrúpulos o desconocedores del Nuevo Testamento afirman sin más que las tres son una única y misma mujer. En un ademán de apego a la Palabra inspirada, Burnet dedica dos páginas, las 53 y 54, a describir la figura de María Magdalena tal como se la presenta en los Evangelios. Pero le dura poco. Porque también éste autor francés cree en las supuestas relaciones sentimentales entre Jesús y la Magdalena, relaciones de las que el Nuevo Testamento no dice  una sola palabra. En una cita que reproduce del evangelio apócrifo de Felipe, se lee: “El Señor amaba a María más que a todos los discípulos y la besó en la boca repetidas veces” (página 73).

En las últimas páginas del libro, escribiendo por cuenta propia, Régis Burnet traspasa la frontera de lo ético y llega a la blasfemia. Juega con dos términos que pocas veces coinciden, proximidad y sexualidad. Si todas las personas que mantienen una relación de proximidad con otras derivaran en prácticas sexuales, la sociedad sería un caos. Dice Burnet: “se habla de la pareja mística, de unión con Cristo. En adelante, las cosas están claras, y por decirlo de un modo crudo, Magdalena se acostó con Jesús” (página 153).

Después de esta bestialidad Burnet se une a la tesis de la norteamericana Margaret Starbird, cuyo libro sobre María Magdalena he comentado en este medio, y concluye que “Cristo tuvo un hijo con María Magdalena… Se trata de una hija. Esta hija se llama Sara” (página 141-142).

¿Y afirma Burnet que las cosas están claras? Estarán para él, para su mente irracional, para su papel, su bolígrafo o su ordenador. Pero en modo alguno están claras para los lectores del Nuevo Testamento ni para la historia verdadera. Quienes estamos convencidos de que Cristo es Dios e Hijo de Dios no podemos aceptar la tesis de que estuviera casado, especialmente por cuanto en los 26 libros del Nuevo Testamento no se encuentra ni una sola palabra al respecto. Y la Biblia inspirada es el único libro en el que podemos creer sin átomo de duda. El contexto de las teorías sobre el matrimonio entre Jesús y la Magdalena no es otro que tratar de rebajar al Hijo de Dios a un mero hombre, con todas sus debilidades inherentes, tal como hizo en el siglo XIX el célebre exjesuita y luego racionalista francés Ernesto Renán en su libro sobre la vida de Jesús. Decir que Jesús tuvo esposa basándose en un documento escrito cuatro siglos después de los acontecimientos es como decir que Picasso pintó la última cena de Da Vinci. Giovanni María Vian, especializado en temas de la Iglesia primitiva, dice que “hay un comercio de documentos falsos en

Régis Burnet se suma a la controversia que arrastra siglos sobre el lugar donde fue enterrada María Magdalena.

Una teoría dice que María Magdalena murió y fue enterrada en Francia por Maximino, obispo de Aix, en la Provenza francesa.

Una segunda teoría afirma que murió en Egipto, en el seno de una colonia judía en la que había cristianos. “Allí es donde debió terminar su vida”, escribe Burnet.

Una tercera teoría sostiene que murió y fue enterrada en Éfeso, Turquía. Burnet cita a Gregorio de Tours, quien en el siglo VI afirmaba que “se honraba su tumba en Éfeso, en un lugar al aire libre según la costumbre bizantina de colocar las tumbas en el patio interior de las basílicas”.

En fin, una cuarta teoría insiste en que María Magdalena murió y fue enterrada en Jerusalén, lo que parece lo más probable. Burnet cita a un peregrino francés anónimo quien el año 330 publicó su itinerario por tierras de Israel y dejó escrito que la Magdalena fue enterrada en la ciudad de David.

¡Y qué más da! ¡Qué quita o añade a la verdadera historia de María Magdalena el hecho de que fuera enterrada, en Europa o en Oriente Medio. Si la santa de Magdala, la endemoniada sanada por Jesús pudiera hablarnos hoy, tal vez nos diría algo así: “Amigos, no recarguéis mi tumba  con vanas especulaciones”.

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