'Antes del anochecer': la huella del tiempo en el amor

Para muchos, esta es una serie de películas de culto, no sólo porque es el cuadro de su generación, ya que tienen la edad de sus protagonistas, sino porque de alguna manera todos nos vemos reflejados en ellas.

23 DE SEPTIEMBRE DE 2013 · 22:00

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¿Quién no ha sentido nostalgia por los años que no volverán? La trilogía de Richard Linklater nos lleva desde “antes del amanecer” hasta “el atardecer” de un matrimonio, “antes del anochecer”. ¿Quién podría imaginar que dieciocho años después, el inmaduro e inseguro Jesse seguiría unido a la neurótica y fascinante Céline? Para ellos, como para nosotros, la época del “esplendor en la hierba” pasó. Dice el actor Ethan Hawke que “la primera película era sobre lo que podrían haber sido las cosas, la segunda sobre lo que deberían haber sido y Antes del anochecer sobre lo que son”. O sea, si “Antes del amanecer” nos habla de nuestros sueños, “Antes del atardecer” nos llena de nostalgia y “Antes del anochecer” de frustración. Las esperanzas de las dos primeras contrastan con la realidad de la tercera. El problema es que somos incapaces de conformarnos con los hechos. Necesitamos soñar para vivir. Para muchos, esta es una serie de películas de culto, no sólo porque es el cuadro de su generación, ya que tienen la edad de sus protagonistas, sino porque de alguna manera todos nos vemos reflejados en ellas. “Las referencias en los títulos a los distintos momentos del día se han convertido, conforme se estrenaban, en un reflejo no tanto de la vida y de sus etapas como de nuestras ilusiones contenidas en ellas”, dice Carlos Losilla. LOS AÑOS PASAN Estos dos jóvenes, “Antes del amanecer” (1995), el estadounidense Jesse (Ethan Hawke) y la francesa Céline (Julie Delpy) se conocen en un tren camino de Viena, donde pasan la noche en vela, vagando por la ciudad. Se enamoran y se proponen encontrarse allí mismo, un tiempo después. Tras nueve años, Jesse ha escrito una novela sobre su reencuentro frustrado, “Antes del atardecer” (2004). Al ir a presentar el libro en París, vuelve a ver a Céline. Queda esa tarde con ella, antes de volver a casa, donde le espera su esposa y su hijo. Ahora “Antes del anochecer” (2012), transcurridos otros nueve años, los encontramos juntos, en la Grecia de la crisis, tras una prolongada convivencia, en la que han tenido dos hijas gemelas. Ya no hay límite de tiempo, como las veces anteriores. La amenaza de separación, no viene por un plazo inexorable, sino por sus múltiples reproches, insatisfacción y resentimiento. La relación en que se basa esta historia la tuvo el director con una chica llamado Amy Lehrpaut. Se mantuvo después de una noche inolvidable, pero como suele ocurrir tantas veces, se perdió con el tiempo. Ella murió en 1994, cuando tenía sólo veinticuatro años, en un accidente de moto. No llegó a ver, por lo tanto, ninguna de las películas, pero Linklater dedica esta última, a su memoria. UNA PAREJA REAL Los guiones de estas películas los ha escrito el director con la pareja protagonista. Tienen un estilo inconfundible, cercano al “cinema verité”, donde importa más el estado emocional que la acción, porque los personajes se definen por los diálogos. Sus movimientos, de una improvisación aparente, son guiados siempre por una conversación ágil e inteligente. La trilogía recuerda a filmes como “Tú y yo” (An Affair To Remember) de Leo McCarey y “Dos en la carretera” de Stanley Donen, pero esta última hace referencia explicita a “Te querré siempre” (Viaggio in Italia), la obra maestra de Rossellini, cuando estuvo casado con Ingrid Bergman. De ella habla Céline, cuando comenta una película que vio de adolescente en blanco y negro de los años cincuenta, sobre un matrimonio que está a punto de divorciarse y visita las ruinas de Pompeya, donde descubre la figura de una pareja abrazada que ha sido calcinada por la ceniza. “Son dos personas que se quieren, pero a veces se repelen; se admiran, pero a veces se rechazan; se desean, pero a veces se repudian –como observa Arantxa Bolaños en Miradas de Cine–, en fin, la pareja real”. Lo que comenzó como un idilio romántico, que se convirtió en nostalgia melancólica, se ha vuelto ahora en algo mucho más profundo. La palabra sigue siendo la protagonista, pero no para idealizar, sino para poner los pies en el suelo. ANTES DEL ANOCHECER “Antes del anochecer comienza con un “tour de force”, una larga escena en un coche, que forma un solo plano-secuencia de casi quince minutos, tras llevar al hijo de Jesse al aeropuerto de Messina, al sur del Peloponeso. El chico regresa ahora con su ex-mujer, tras pasar unas vacaciones con su nueva familia en Grecia. Su paternidad frustrada por el divorcio, choca aquí con los deseos de realización personal de Céline que ha sacrificado oportunidades de trabajo para estar con Jesse y las dos hijas que han tenido juntos. “Sabemos que al final nos separaremos, seguramente”, dice una mujer en la comida que reúne a tres matrimonios de diferentes edades. Están en la casa del escritor de viajes Patrick Leigh-Fermor en Kardamyli. Hablan de la amistad, la compañía, el compromiso y el sexo. Nos muestran lo que significa el amor en una época donde ninguna relación es permanente. Es significativo que la primera vez que se encuentran, Jesse y Celine, empiezan a hablar en un tren, por la molestia que les produce la discusión de un matrimonio. Todo nos lleva a la dura escena final en la habitación del hotel, digna del mejor Ingmar Bergman. En el camino, Céline se burla de Jesse, llamándole “cristiano que no ha salido del armario”. Lo dice en una iglesia ortodoxa, al hacer una broma sobre el sexo oral. Lo que iba a ser una noche de pasión amorosa, se convierte en un intercambio de reproches entre gritos y lágrimas. Como en “Secretos de un matrimonio”, la discusión revela que la unión implica también esfuerzo, una dedicación diaria, ya que basta una palabra para echar abajo todo lo que se ha construido durante años. FINAL ABIERTO El final abierto, al que nos tiene ya acostumbrado esta trilogía, te permite construir tu propio desenlace. ¿Sobrevivirá su amor al tiempo? Como dice Arantxa Bolaños, “esta película dialoga con nosotros sobre lo que realmente ocurre cuando aparece el The End en las típicas películas románticas: el desafío de la convivencia, de la rutina y de las dificultades de aunar espacio propio con el común”. Cuando se encuentran en el tren, Céline huye de la furia de un matrimonio alemán. Se cambia de sitio y le pregunta a Jesse: “¿has oído que a medida que las parejas envejecen, pierden la capacidad de escucharse?”. El le contesta: “la naturaleza tiene su forma de permitir que las parejas crezcan juntos sin que lleguen a matarse”. Al llegar a los cuarenta, todavía se escuchan, pero ya no son “inmunes a los combates verbales y los brotes de amargura”. Como dice Carlos Reviriego, “sentimos su fragilidad, a veces su desesperación”. Son las huellas del tiempo que “lo borra todo, sin borrarlo del todo”, como dice Sergi Sánchez: “quedan los restos del naufragio”. Las grietas desvelan sus inseguridades. Nos gustaría con Auden, “conquistar el tiempo”, pero sólo hay un amor eterno, que supera los estragos del tiempo. Es el que comienza en el Edén y acaba en una fiesta de bodas. La Biblia es la historia de un idilio. El encuentro de un hombre y una mujer, anuncia la unión perfecta del Creador con su criatura. Génesis 2 nos lleva a Efesios 5, para mostrarnos el único amor que sana todas las heridas. AMOR ETERNO Hemos sido creados para reflejar ese amor redentor. Cada vez que una pareja se funde en el beso de un final feliz, mostramos el anhelo humano de que nuestros deseos de intimidad, encuentren algún día su final realización. Como dice C. S. Lewis, si esto no ocurre todavía, tendrá que ser en esa realidad eterna que sólo Dios hace posible por medio de Cristo Jesús. Nuestras aspiraciones de encontrar valor y propósito en los brazos de la persona a la que amamos, se enfrentan a la realidad que nos impide darnos y recibirnos, libremente. El amor es lo opuesto al egoísmo que nos separa (1 Corintios 13:4-5). Nuestro orgullo nos hunde en la autocompasión, el enojo y la desesperación que corroe cualquier relación. El amor humano nace del descubrimiento de encontrarse seguro con otro. La amistad nace de la simpatía de ver las cosas del mismo modo, pero el amor erótico de contemplarse el uno al otro. Dios nos muestra el amor eterno, que se entrega hasta el sacrificio. Y al hacerlo, nos ofrece una compañía que descubre el placer de la visión de Alguien que nunca pierde su atractivo. Su contemplación enciende una pasión, que sólo puede satisfacer la unión completa. Ese amor conquista el tiempo. “Ni la muerte, ni la vida, ni lo presente, ni lo por venir, nos podrá separar de él en Cristo Jesús” (Romanos 8:39). Su comunión nos hará sentir completos en un placer que no tendrá fin. Ya que no deseamos sólo conocerle y admirarle, sino gozar de Él para siempre. Para eso hemos sido hechos. Ese es el amor que resiste las huellas del tiempo.

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