Morir dando la cara o vivir escondiendo el rostro

No hay respaldo bíblico para que los cristianos nos escondamos y no demos testimonio de nuestra fe en Jesucristo en la sociedad imperfecta en la que vivimos.

07 DE MAYO DE 2017 · 06:25

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Por bueno que sea ningún autor es perfecto. Sólo del Creador leemos que todo lo que hizo fue bueno (01).

Los autores humanos siempre reciben críticas y halagos. Los que publican firmando sus obras son dignos de ser comentados, pues al menos tienen el valor de hacerse cargo de las consecuencias de lo que escriben. Tienen el valor de dar la cara, de no esconderse detrás de un seudónimo (02).

El histórico uso de un nombre falso (significado de ‘seudónimo’) ha dado lugar al empleo de eufemismos tales como ‘alias’, ‘apodo’, o ‘nick’ (reducción de ‘nickname’, vocablo inglés no aceptado por el DRAE).

En sociedades que proscriben a la mujer o que la consideran como inferior al hombre muchas de ellas optaron por desarrollar su vocación usando nombres falsos y evitar ser condenadas.

En ‘agentes de cambio’ consideramos que el uso de seudónimos en una sociedad que permite la libertad de expresión (aunque coartada en más de un aspecto, como ocurre en la nuestra) no se condice con la identidad de los genuinos cristianos.

No hay testimonio más valiente que el de un hombre, una mujer, a quien el Señor Jesucristo le haya liberado de la esclavitud del pecado, y viva como nueva criatura. Aunque conserve su nombre de cuna es una nueva creación de Dios. Como tal tiene el valor de dar la cara. Así el mundo sabe quién es y quién no es realmente un cristiano, una cristiana.

“Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor.” (03)

No hay ningún asidero bíblico para predicar el Evangelio de salvación y regeneración sin dar la cara.

Desde que fue transformado camino a Damasco, el Apóstol Pablo obró siempre a cara descubierta. Se hizo cargo de todo lo que escribió (04). Había recibido la revelación y no se aprovechó de ella para beneficio exclusivo. Su misión era la de compartirla en el mundo pagano del primer siglo. Y lo hizo sufriendo a causa de los que

“proclaman a Cristo por ambición personal, no con sinceridad, pensando causarme angustia en mis prisiones. ¿Entonces qué? Que de todas maneras, ya sea fingidamente o en verdad, Cristo es proclamado; y en esto me regocijo, sí, y me regocijaré. Porque sé que esto resultará en mi liberación mediante vuestras oraciones y la suministración del Espíritu de Jesucristo” (05)

Retomando la serie ‘El Pensamiento Cristiano’ (06) en homenaje a los primeros reformadores, este artículo es sobre Cipriano de Cartago. Precisamente por dar la cara sosteniendo lo que escribía fue perseguido, denunciado y decapitado.

Transcribimos lo que J.C.Varetto dice de él en su libro ‘La Marcha del Cristianismo’ (07)

Cipriano de Cartago

A principios del siglo tercero (08), nació este ardiente cristiano, hábil organizador, escritor aventajado y noble mártir. Dice Varetto:

“Su padre pertenecía a las familias encumbradas. Era senador, y poseía muchas riquezas. Descubriendo en su hijo señales de talento y amor a la literatura, lo dedicó al estudio de la Retórica, en la cual se distinguió tanto, que no tardó en ser profesor de esta materia tan popular entre la gente culta de aquel tiempo.

En su juventud, Cipriano fue arrastrado por la corriente de la corrupción. La vida pagana y las costumbres licenciosas, le hicieron víctima de pasiones innobles. El mismo, cuenta de sus extravíos, para dar gloria al que le sacó del camino ancho que conduce a la perdición. Oigamos cómo se expresa él mismo:

"Cuando yo estaba en las tinieblas de una noche oscura, sacudido por las olas tempestuosas del siglo, arrastrado incesantemente hacia todos lados, no sabiendo qué hacer de mi vida, extranjero a la verdad y a la luz, tenía como increíble e imposible, lo que la divina misericordia hizo para mi salvación...

¿Cómo puede uno que ha caminado orgullosamente, vistiendo púrpura y oro, contentarse con una simple capa de plebeyo? ¿Puede uno que ha aspirado a las apariencias, renunciar voluntariamente a los honores y retirarse a la oscuridad?

Las pasiones tejen encantos invencibles, a los cuales siempre se rinden aquellos que los han conocido. Las bebidas fuertes estimulan a seguirlas, el orgullo hincha y la rabia enciende; la codicia los hace insaciables, la crueldad los impulsa al crimen, y de la embriaguez de la ambición pasarán a la sensualidad.

Así me decía yo a mí mismo: por ser yo mismo un esclavo de estos deseos pecaminosos, no soñando siquiera en ser librado de ellos, yo voluntariamente aceptaba su yugo, y no teniendo esperanza de poder llevar una vida mejor, que prendía a mi perversidad como si fuese parte de mí mismo."

No sabemos cuándo Cipriano empezó a sentirse inclinado al cristianismo, pero como en su ciudad natal, Cristo tenía muchos y fieles testigos, no parece dudoso que desde joven haya conocido a los discípulos. Según Jerónimo, su primera impresión seria, la recibió leyendo al profeta Jonás.

Pero su conversión fue el resultado de los trabajos y oraciones de un anciano de la iglesia llamado Cecilio, también pagano de origen. Este hombre tomó gran interés en la conversión de Cipriano y la hizo el objeto de sus fervientes oraciones, las que tuvieron evidente respuesta.

Cuando Cipriano resolvió seguir a Cristo, Cecilio, a fin de ayudarle espiritualmente y sustraerlo de la influencia mundana, lo llevó a su propia casa. Cecilio era casado y padre de varios hijos, y deseaba que el alma que había visto nacer, pudiese pasar su infancia espiritual, respirando la atmósfera de un hogar santificado por la influencia cristiana.

Allí se estableció el vínculo sagrado que para siempre mantuvo unidas a estas dos almas. La vida santa de aquel hogar cristiano, produjo en el neófito impresiones imborrables. Un discurso se olvida más fácilmente que un buen ejemplo.

"Después de ser probado como catecúmeno - dice Pressensé (08) - Cipriano vio por fin amanecer el día solemne en el que fue admitido en la iglesia. Estaba lleno de un gozo tal, que se hallaba fuera de sí; y en su entusiasmo atribuye poder regenerador a las aguas del bautismo, de la cual el sacramento era en verdad la señal y el sello.

Es imposible leer sin emoción, su descripción del gran cambio en su vida anterior. «Cuando mis manchas —dice él— fueron lavadas en el agua viva, una luz pura y celestial llenó mi alegre corazón. No bien hube nacido de nuevo, por el soplo del Espíritu, repentinamente se disiparon todas mis dudas, las puertas de la verdad se me abrieron y mi noche se cambió en día.»

Así colocado, dice él mismo, sobre la cima de la montaña, vio todo en su real posición y en su verdadera luz, y despreció todo lo que antes lo había engañado y extraviado. La sociedad pagana, vista desde esa altura luminosa, se le presentaba del todo detestable, y para siempre le dio las espaldas.

En Cipriano, como en casi todos los de su época, se confunden en una sola cosa, la conversión y el bautismo. Lejos estaba de negar la obra del Espíritu Santo, sin embargo atribuye al agua una influencia regeneradora. Esta creencia, fuente de errores incalculables, arrojó sombra sobre la enseñanza y obra de este gran hombre de Dios.

Arraigada en él la creencia de que el bautismo era la regeneración, o parte de ella, creyó que debía extenderse a los párvulos; y debido a la influencia de Cipriano, esta práctica, lo mismo que la de la comunión de párvulos, se hizo general, en el Norte de África.

Cipriano no sabía lo que era hacer cosas a medias. Entró en la nueva carrera poniendo al servicio de la causa todo el ardor de su sangre africana. De un solo golpe rompió la cadena que le había ligado al paganismo. Vendió todas sus posesiones y el producto lo empleó en aliviar las necesidades de los que sufrían.

Su talento, su ardor y su celo por la causa, le hicieron ganar un buen nombre en la iglesia de Cartago. En vano su modestia le impulsaba al retiro solitario y a la meditación tranquila. Era un hombre llamado a ser soldado, y los ojos de toda la iglesia estaban fijos en él para elegirle obispo en la primera oportunidad.

Aquella elocuencia tan delicada y fina que hasta entonces sólo había servido para la causa del mundo, los cristianos querían verla empleada para la gloria y honor del que les había salvado, y Cipriano supo derramarla a los pies de su Señor con el mismo espíritu con que la pecadora del evangelio derramó el vaso de ungüento de nardo exquisito.

Dice el historiador francés, citado más arriba:

"El noble instrumento de su elocuencia, que sólo había servido para adornar la doctrina muerta de los demonios, fue usada desde entonces para la edificación de la iglesia.

Esa voz, que había sido la trompeta marcial para animar a los soldados del padre de las mentiras, ahora resuena sólo para sostener el coraje de los santos mártires, quienes bajo las órdenes del capitán, Cristo, vencen al maligno dando sus vidas por el Maestro."

Bien armado de la espada de dos filos de la Palabra de Dios, y encendido en santo entusiasmo, por la lectura de Tertuliano, a quien llamaba su Maestro, Cipriano empieza su tarea escribiendo algunos tratados que por todas partes eran recibidos con marcadas señales de admiración.

De simple pastor, es elegido obispo en la primera elección; y aquí tenemos que señalar otro de los aspectos menos felices de su carrera, pues hizo del episcopado una institución que degenera pronto en una autocracia religiosa.

No hay nada más peligroso que el error practicado por un hombre superior. Cipriano contribuyó a que el episcopado democrático, plural en cada iglesia, no autoritario, del Nuevo Testamento, perdiese todas estas características y se convirtiese en una cosa diametralmente opuesta a lo que fue en principio. Era el lamentable triunfo del espíritu clerical que no tardaría en arruinar al cristianismo.

Colocado así al frente de la Iglesia de Cartago, se consagró con todo su talento, devoción y energía, a desarrollarla y a mantenerla unida. Nada le infundía más espanto que un cisma entre los hermanos. Era venerado de todos y sus consejos revestían la autoridad de un oráculo.

Nada ambicionaba para sí, y todas sus energías estaban consagradas a la obra para la cual se sentía llamado por Dios. Tenía un notable talento de organizador. Lograba que en las múltiples ramificaciones de la obra, todo se hiciese con orden y a su debido tiempo. Los pobres, y los mandamientos del Señor, como os he enseñado por palabra y por ejemplo.

Que ninguno cause escándalo entre los hermanos, ni se exponga innecesariamente a la persecución. Habrá tiempo de hablar cuando seáis prendidos y llevados ante el tribunal. Jesucristo, quien está con nosotros, hablará por nosotros en aquella hora. El prefiere un testimonio fiel a la impetuosa imprudencia...

Queridos hermanos, que Dios os guarde de todo mal, en su iglesia."

Con razón se ha dicho que estas palabras son el testamento espiritual de Cipriano. Cuando el procónsul regresó a Cartago, Cipriano fue prendido y llevado a juicio. El pretorio estaba repleto de gente. Una multitud enfurecida se disputaba un lugar en aquella escena.

La fama del acusado, su reconocida elocuencia, y su autoridad como argumentador, hacían esperar una brillante defensa de su causa, y todos querían oírla. Entre esa multitud de personas enloquecidas de odio, Cipriano pudo ver los rostros apacibles de los fieles en Cristo Jesús, que ofrecían silenciosamente el incienso de sus fervientes plegarias. Era para él un gran aliento verse así circundado, y espiritualmente ayudado, por aquellos a quienes había administrado la Palabra de Dios.

Después de la primera audiencia, fue llevado de nuevo a la cárcel, donde tuvo el consuelo de hallarse con otros hermanos que, como él, esperaban la hora de la partida. Al día siguiente tuvo que comparecer otra vez. Toda la ciudad se había congregado para oír su defensa y seguir de cerca los detalles de su condenación. El juicio fue breve.

"¿Eres tú - le pregunta el juez - Thascio Cecilio Cipriano?" "Yo soy".

"El santo emperador te ordena que ofrezcas sacrificio a los dioses."

"Yo no obedeceré." "Cuida de tu vida", le dice el juez, haciéndole saber que la negativa sería castigada con el último suplicio.

Cipriano responde serenamente: "Ejecuta las órdenes que has recibido. En una causa tan justa, no hay por qué deliberar."

Al pronunciarse la sentencia, Cipriano es declarado portaestandarte de la cristiandad en Cartago. Sus enemigos no podían hacer de él mejor elogio, y Cipriano nunca será más glorioso que en el momento cuando este estandarte estará bañado con la sangre de su martirio.

El mismo día fue decapitado en presencia de todo Cartago. Hasta aquí Varetto.

Imperfecto, como cualquiera de nosotros Cipriano fue valiente como pocos. Él dio la cara y no se retractó de su fe en el Único merecedor de nuestra adoración: el Señor Jesucristo. No fue rebelde a Su llamado; no se escudó en un nombre falso ni en leyes humanas con tal de salvar su pellejo. Por el contrario, puso la cara y murió en consecuencia; así entró a la Gloria.

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Notas

Ilustración: https://i.ytimg.com/vi/Ca_AODbtysc/maxresdefault.jpg

01. Génesis 1:10, 12, 18, 21, 25, 31.

02. El término seudónimo o pseudónimo proviene del griego ψευδώ (/pseudo/, prefijo que significa «falso») y νυμος (/neimos/, «nombre»): nombre falso. A lo largo de la historia literaria ha habido autores que se hicieron famosos firmando con un nombre falso, i.e. George Eliot (en realidad Mary Anne Evans); George Sand (en realidad Amantine-Aurore-Lucile Dupin ); J.K. Rowling y Robert Galbraith (en realidad Joanne Rowling, contemporánea exitosa gracias a la serie ‘Harry Potter’) y Mark Twain (Samuel Langhorne Clemens). El uso de seudónimos se debe, entre otros motivos particulares, a la decisión de ocultar la verdadera identidad para evitar posibles problemas.

03. 2ª Corintios 3:17,18.

04. Romanos 1:1; 1ª Corintios 1:1; 2ª Corintios 1:1; Gálatas 1:1; Efesios 1:1; Filipenses 1:1 (con Timoteo); Colosenses 1:1 (con Timoteo); 1ª Tesalonicenses 1:1 (con Silvano y Timoteo); 2ª Tesalonicenses 1:1 (con Silvano y Timoteo); 1ª Timoteo 1:1; 2ª Timoteo 1:1; Tito 1:1; Filemón 1:1 con Timoteo).

05. Filipenses 1:17-19.

06. Interrumpida para dedicar todo el mes de abril a la serie ’23 de abril: Día Mundial del Libro’. Este artículo continúa a ‘Perseguidos fuera y dentro de las iglesias’ (26/03/2017) http://protestantedigital.com/magacin/41770/Perseguidos_desde_fuera_y_dentro_de_las_iglesias

07. Op. Cit. Páginas 123-130.

08. Tascio Cecilio Cipriano (200 – 258)

09. Edmond Dehault de Pressensé (1824 – 1891), historiador y escritor cristiano francés.

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