Una puerta abierta

Coexistimos en una sociedad de puertas cerradas, con corazones confinados a su rítmico palpitar, endurecidos e incapaces de mostrar interés por cuanto les circunda.

07 DE ABRIL DE 2017 · 10:38

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Somos individuos individualistas.

Residimos en comunidad, formamos parte de una ciudadanía, de un país, constituimos una porción de esta enorme y contradictoria aldea global, sin embargo, vivimos cada vez más y más aislados.

El vecino no es prójimo, es simplemente la persona que ocupa una vivienda en tu mismo edificio, alguien con quien te encuentras cada mañana en el ascensor pero del que desconoces su nombre, alguien que te importa bien poco. Vamos por la vida tan preocupados por nuestro reducido mundo que nos olvidamos de que ahí fuera hay mucha gente.

He pasado unos días en un pequeño pueblo de la sierra de Cádiz llamado El Bosque. Uno de esos hermosos lugares enlucidos de cal y con olor a pan recién hecho. Un pueblo donde las prisas parecen no existir, donde todo resulta sosegado y acogedor.

Pasear pos sus empinadas calles y ver las puertas de las casas abiertas de par en par te sorprende a la vez que te invita a reflexionar.

Una puerta abierta es símbolo de confianza, es una invitación a entrar, a que se haga sin miedo, a que uno se sienta como en casa.

Las puertas abiertas dan paso a una estancia desconocida a la que te atreves a invadir para poder descubrir lo que existe tras ella. Es la antesala de un pequeño mundo que alberga numerosas y diferentes historias.

Coexistimos en una sociedad de puertas cerradas, con corazones confinados a su rítmico palpitar, endurecidos e incapaces de mostrar interés por cuanto les circunda. Algunos poseen una vida virtual dónde muestran demasiadas cosas que pertenecen al ámbito íntimo y contradictoriamente viven sus vidas encerrados en una almena creyéndose los poseedores de todo el castillo, sintiéndose seguros, protegidos, sin dejar que nada ni nadie interfiera en sus objetivos.

Alzamos vallas, muros, puertas, barreras. Las creamos con el único fin de protegernos y así matizar que el hombre es un lobo para el hombre.

Cada vez que cerramos una puerta, alguien se queda fuera.

Es bueno saber que existe una puerta estrecha, angosta pero que siempre permanece abierta, indicándonos el camino hacia una vida sin trincheras, sin dificultades, un maravilloso lugar en el que todos los que decidimos abrir nuestro corazón a Dios tenemos cabida.

Una puerta que nunca se cierra esperando expectante a que tú pases bajo su dintel y así darte la bienvenida.

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