“El legado perdido de María Magdalena”, por Margaret Starbird

Cuando surge un tema que capta al público, los editores se vuelcan en la producción de obras que especulen sobre el mismo entramado. Es su negocio. Y hay un empecinamiento literario en casar a Jesús con María Magdalena.

07 DE ABRIL DE 2017 · 05:10

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El legado perdido de María Magdalena, por Margaret Starbird, traducción del inglés por Francisco Martín Arribas. Editorial Planeta, Barcelona 190 páginas.

La semana pasada comenté aquí, en “Protestante Digital”, la abultda novela escrita por Margaret George titulada “María Magdalena”.

Hoy me enfrento a un libro diferente. En apariencia no es otra novela, pero hay mucho de fábula en esta obra de la norteamericana Margaret Starbird. Ya el subtítulo del libro supone unas pretensiones carentes de fundamentos históricos: “revelaciones sobre la esposa de Cristo”, así, por sevillanas, como si ella tuviera la llave de los misterios, como si hubiera asistido como testigo a la supuesta boda fechada dos mil años atrás.

Cuando el año 2003 escribí sobre “El Código Da Vinci” profeticé que la novela de Dan Brown daría lugar a una epidemia de libros sobre el mismo asunto. No porque me considere profeta, sino porque he sido dueño de una editorial y conozco el negocio. Cuando surge un tema que capta al público, los editores se vuelcan en la producción de obras que especulen sobre el mismo entramado. Es su negocio. Y hay un empecinamiento literario en casar a Jesús con María Magdalena. Se trata de una literatura fraudulenta, de argumentación insostenible, falseadora de la Historia real, pero que produce buenas fuentes de divisas y tiene miles de seguidores.

Starbird actúa de manera distinta a otros autores que escriben sobre la supuesta y jamás llevada a cabo boda entre Jesús y la Magdalena. Esta escritora quiere probar la razón de la sinrazón acudiendo a la numerología, los números simbólicos que aparecen en el Nuevo Testamento, un método seguido por los antiguos filósofos griegos y los cabalistas hebreos. Y aquí, apenas introducido el libro, comete el primer error. Afirma que los números codificados en el Apocalipsis están “totalmente consagrados a la mujer que, según el relato del Evangelio, ungió a Jesús con un precioso perfume de nardos de su pomo de alabastro”. Este párrafo, sólo este, ya la desacredita en todo lo que escribe a continuación. Porque como investigadora anda perdida.

Margaret Starbird ha caído en la trampa de la teología católica, donde han tropezado otros autores. La verdadera Historia cuenta que fue el papa Gregorio Magno (540-604), hombre especulativo y poco original, el que identificó a María Magdalena, quien aparece en la Biblia por vez primera en Mateo 27:56, con la mujer de la que escribe el evangelista Lucas en 7:36-50. Invitado Jesús por un fariseo de nombre Simón, estando en la casa, “una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies y los enjuagaba con sus cabellos; y besaba sus pies, y los ungía con el perfume”.

¿Quién era esta mujer?

No existen datos.

Lucas la llama “pecadora”, palabra que ha clavado en su frente el sustantivo de prostituta.

Era conocida de Simón el fariseo. Refiriéndose a Cristo comentó: “este, si fuera profeta, conocería quién y qué clase de mujer es la que le toca, que es pecadora” (Lucas 7:29). Si el fariseo la conocía, ella, a su vez, debía conocer al fariseo. ¿Qué hacía en aquella fiesta? ¿Quién la invitó? ¿Cómo logró entrar en la comida privada del fariseo?

Cuando leemos que la mujer sabía que “Jesús estaba a la mesa en casa del fariseo” (Lucas 7:37) nos permite suponer que había oído predicar a Jesús, tal vez había presenciado algún milagro, y le seguía.

Absolutamente nada en esta historia permite identificar a la protagonista con María Magdalena. Pero desde el papa Gregorio el Grande han pasado ya quince siglos, la liturgia católica viene proclamando, como una falsedad más del texto bíblico, que sí, que era la Magdalena.

Por la Andalucía de España circula una coplilla que dice así:

                        Más pecó la Magdalena

                        y luego la hicieron santa,

                        cuando vieron que era buena.

¿Quién dijo al autor o autores de esa letra que María Magdalena pecó de prostitución, como insinúa la canción completa? ¿Y quién descubrió que era buena? ¿Quién la hizo santa? ¿El papa Gregorio el Grande?

La mentira, la calumnia y la blasfemia han perseguido a Jesús a lo largo de la Historia. Los especialistas dicen que sobre Él se han escrito diez mil biografías. El 27 de octubre de 2016 la cadena de televisión DMAX emitió un documental sobre Jesús y la Magdalena. Insistiendo el guionista en la mentira de que ambos llegaron a contraer matrimonio, el cámara presentó un primer plano en la que aparecían besándose. ¡Blasfemos!

En el cuadro de Leonardo Da Vinci, “la última cena”, la imaginación del norteamericano Dan Brown interpreta que la figura a la derecha de Jesús, puesto de honor, no es el apóstol Juan, como siempre se ha creído, sino María Magdalena. ¿Cómo lo sabe él? ¿Estuvo allí? Ni siquiera la madre de Jesús, la mujer más próxima al Maestro, estuvo invitada a esa cena.

La autora de “El legado perdido de María Magdalena” no se detiene en su obsesión de matrimoniarla con Jesús. Manejando lo que ella llama números sagrados del Nuevo Testamento llega a escribir esta bárbara barbaridad: “los números simbólicos relacionados con María Magdalena señalan que era la “Dama Consorte” en la fundación del cristianismo. ¡Ahí es nada! Concluye su última página pidiendo a la Iglesia católica que derogue el celibato obligatorio, permita la ordenación de la mujer “y restituya a María “la amada” su papel de desposada en la Unión Sagrada”. Y cierra con una cita del profeta Jeremías: “En las ciudades ha de oírse voz de gozo y alegría, voz de desposado y voz de desposada” (Jeremías 33:10-11).

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - “El legado perdido de María Magdalena”, por Margaret Starbird