Lovesick, o el amor como enfermedad

Se idolatra el amor romántico, un amor que nos ofrece la promesa de ser el único en satisfacer nuestra necesidad profunda de pertenencia, y que sin embargo (se descubre antes o después) resulta ser una mentira.

17 DE MARZO DE 2017 · 09:00

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A veces, más allá del entretenimiento, poder disfrutar de una buena película, una buena serie o un buen libro consiste en que no solo ocupan nuestro tiempo y nos evaden, sino que nos ayudan a entender mundos (o submundos) lejanos, nos explican cosas o nos exponen a realidades que hemos perdido (porque están lejos, o que pertenecen a otro tiempo). A pesar de que muchas veces no compartimos los supuestos desde donde se nos cuentan esas historias, casi siempre, sobre todo cuando son historias bien contadas (con buen gusto y arte) son una ganancia.

Me ha pasado con Lovesick, una serie de televisión británica que terminé de ver hace poco. Es un drama cómico que narra la historia de cómo a Dylan (Johnny Flynn, el actor y cantante sudafricano) le diagnostican clamidia (la enfermedad de transmisión sexual) y se ve obligado a contactar con todas sus anteriores parejas para advertírselo y que se hagan las pruebas. La historia, a partir de ahí, se desarrolla en una serie de flashbacks en donde se nos explica quiénes han sido esas chicas y por qué acabó mal la relación. Toda esta historia se nos cuenta también a través de sus compañeros de piso (el típico piso cochambroso de gente joven en una zona cualquiera de Londres), Luke y Evie, y la difícil e incómoda relación con Evie, con quien mantiene un romance intermitente y peculiar. La primera temporada de la serie se emitió originalmente en el Channel 4 de la BBC en 2014 y para la segunda temporada, en 2016, Netflix la adquirió.

Aunque no es una de esas series de masas, ni es muy conocida, hay varias razones por las que Lovesick merece la pena. Una de esas razones, la principal para mí, es lo bien que están construidos sus personajes, tanto los principales como los secundarios. Todos sufren una evolución a lo largo de la serie, pero no uno de esos cambios radicales sacados de contexto, sino que la historia nos permite ir viendo que nuestros primeros juicios nunca son muy acertados. En el primer capítulo, por ejemplo, se nos presenta a Angus en el día de su boda, un tipo un poco ridículo, histriónico que aparenta ser muy superficial. Sin embargo, según va avanzando la historia (y sobre todo al llegar a la segunda temporada), se nos va revelando que en realidad es alguien sensible, que nunca estuvo seguro de casarse, y que es capaz de sacar algo bueno para su vida a partir de sus errores. Pasa lo mismo con Dylan, el protagonista, que al principio parece mucho más adorable de lo que resulta ser al final; o con Luke, que de ser un gran ligón, uno de esos hombres cuya única aspiración es conquistar mujeres sin tener ninguna clase de relación, pasa a mostrarse como un tipo muy dolorido, necesitado de amor, que se siente defraudado con las mujeres y quiere disimularlo.

Y es que la serie juega todo el tiempo con el doble sentido de su título: Lovesick pretende hacer referencia a cómo se denominan comúnmente las enfermedades venéreas (enfermedades del amor), pero lo cierto es que todo el tiempo te está hablando no de la enfermedad física, sino de la enfermedad emocional, de lo que es estar enamorado, de lo que significa ese sentimiento en nuestra sociedad.

Las relaciones amorosas en la serie son profundamente difíciles, todas ellas. Todas están marcadas por la incapacidad de los protagonistas para ser buenas personas. Cometen errores garrafales, y muchos de ellos son solo fruto del miedo, del egoísmo o de la cobardía. Y te presentan ese concepto contemporáneo del amor, sus reglas y sus funcionamientos, con la perplejidad y la incomprensión que realmente provocan.

Los personajes de Lovesick se pasan la vida corriendo de un amor a otro, de una relación a otra, buscando a “la persona” definitiva que se les escurre constantemente. En el mundo anglosajón existe un nombre para esa persona con la que anhelamos casarnos, asentarnos y convivir felices el resto de la vida: “The one”, el único/la única. Muchas veces no es alguien real, sino un ideal cuya etiqueta, de forma más o menos acertada, se decide colgar sobre alguien. Su búsqueda es lo que arrastra a los personajes de Lovesick, a menudo a través únicamente de relaciones sexuales con desconocidos y de un conocimiento muy superficial del otro; sin embargo, este concepto de “the one” se puede rastrear en muchas otras series de televisión, como en Friends o Cómo conocí a vuestra madre.

Y es una constante desde finales del siglo XX. La idea de fondo es la convicción de que la felicidad proviene de tener pareja estable, una relación comprometida y libre de problemas, y que alcanzar eso es una especie de salvación trascendental. La realidad (y la trama de muchas de estas series y películas) es que ese ideal no es posible. ¿Qué clase de relación sentimental es posible en este mundo que no presente desafíos, desajustes o problemas? Lovesick, al menos, es de esos pocos productos que te muestran esa imposibilidad con sinceridad, que hablan de esa frustración perpetua de colocar el amor en el estrado mayor de nuestra adoración.

Cuando creemos que la Biblia dice la verdad, comprendemos que ese concepto del amor contemporáneo, en el que están atrapados los protagonistas de Lovesick, es completamente erróneo. No es el amor de Dios, el de Dios es amor, sino el amor romántico que se idolatra, que se coloca por encima de todo lo demás, un amor que nos ofrece la promesa de ser el único en satisfacer nuestra necesidad profunda de pertenencia, que sin embargo (se descubre antes o después) resulta ser una mentira. Como todos los falsos ídolos, su único poder reside en la capacidad de convencer y de hacer pasar a la acción a la gente con cosas que se quedan en meras promesas.

Lo bueno de Lovesick es que, al menos, mientras te cuenta esta historia no deja de lado el humor (muchas veces amargo) ni la honestidad. Ni tan siquiera se sienten cómodos cuando los personajes, en algún momento, consiguen un poco de esa estabilidad amorosa de la que idealizan. Ni siquiera son capaces de comprender que tienen lo que anhelan, porque interpretan el desasosiego que sigue existiendo en su interior no como una flecha que señala a algo superior, sino como un indicador constante de que nunca es suficiente, de que algo va mal.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Preferiría no hacerlo - Lovesick, o el amor como enfermedad