¿Te persiguen por tu fe? ¡Tuyo es el reino de los cielos!

Los cristianos se nutren con el amor de Dios. La cruz y la tumba vacías garantizan el reino de los cielos a los bienaventurados que padecen persecución por su fidelidad a Jesucristo.

11 DE MARZO DE 2017 · 20:54

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Ya hay cifras pavorosas de cristianos perseguidos y ejecutados de maneras espeluznantes, en al menos 50 países (01). En todas partes se repiten hoy escenas propias de la diversión que el Estado patrocinaba en el circo romano colmado de fanáticos. Disfrutaban viendo morir a miles de cristianos. Las autoridades ofrecían a los cristianos salvar la vida si se retractaban de su fe, adoraban a los dioses paganos y le rendían culto al César. Pero, ellos preferían enfrentarse a la burla, vejación, tortura y muerte, con gratitud y gozo de ser dignos de morir por Jesucristo.

Lo que sigue en esta serie acerca de los reformadores que precedieron a Lutero, es lo que ocurría en la nueva ciudad de Cartago (02) fundada por Roma sobre las ruinas de la que había demolido en las guerras púnicas. Los cristianos experimentaban un gran crecimiento, hasta que llegó la orden de perseguirlos, torturarlos y matarlos. Así lo narra J.C.Varetto (03):

 

Los mártires de Cartago.

Figura en la historia con el nombre de quinta persecución la que a principios del siglo tercero azotó violentamente a las florecientes iglesias del norte de África. Clemente de Alejandría escribía en ese tiempo: ‘Muchos mártires son quemados diariamente, crucificados o decapitados en nuestra presencia’. El emperador Septimio Severo, al principio de su reinado, mostró, si no simpatías, por lo menos tolerancia, para con los cristianos. Esta actitud se atribuye al hecho de haber sido curado de una grave enfermedad por medio de las oraciones de un cristiano llamado Próculo, a quien recibió en su palacio hasta su muerte, mostrándose muy agradecido. Pero las instigaciones de los paganos consiguieron que cambiase de actitud y lanzó un edicto prohibiendo a sus súbditos aceptar el cristianismo o el judaísmo.

La ausencia de los cristianos en las fiestas idolátricas y crueles del circo, celebradas en su honor, parece que concluyó por irritarle.

El primer golpe lo sintió la iglesia de Alejandría (04), centro de una gran actividad cristiana, y residencia de un crecido número de ilustrados apologistas e intérpretes de las Escrituras. Los ojos de los adversarios estaban fijos sobre esta comunidad, sabiendo que una victoria ganada sobre ella representaría una herida formidable al organismo cristiano. En los pueblos y aldeas del campo fueron prendidos muchos de los cristianos de figuración, y traídos a Alejandría para ser muertos allí donde los paganos querían dar un escarmiento. Leónidas, el padre del célebre Orígenes, murió durante esta persecución, animado por las palabras de su propio hijo, de dieciocho años, que quedaba como el único sostén de la madre viuda.

Una joven de singular hermosura, llamada Potamiana, fue también una de las víctimas. Resistiendo a todas las exigencias de sus carnales perseguidores, mostró cuánto heroísmo puede crear el honor unido a la fe cristiana. La firmeza de su corazón ante los jueces, confundía a los enemigos del cristianismo. La amenaza de la tortura, y la mil veces peor de ser entregada a los gladiadores, no pudieron conmoverla de su resolución de no negar a su Señor, sabiendo que sus perseguidores podían matar el cuerpo pero no el alma. (05)

Uno de los soldados, llamado Basílides, que la llevaba al suplicio, quedó profundamente impresionado de la pureza de su carácter que contrastaba con la brutalidad de los paganos, así como por el valor que demostraba en medio de las angustias, y se constituyó en su protector contra los ultrajes vandálicos de la multitud. Ella oraba por él. Después de su martirio, Basílides la vio en sueños, sonriendo y triunfante, y que poniendo una corona sobre su cabeza, le decía: ‘Yo he orado por ti’. El no tardó en comprender que esa corona se la ceñiría después de pasar por las mismas pruebas que ella había sufrido. Resolvió entonces declararse cristiano y dar testimonio de su fe entre los soldados. Cuando se negó a pronunciar un juramento pagano, fue procesado, y antes de muchos días estaba con Potamiana, en la presencia del Señor.

La persecución siguió recrudeciendo, y llegó hasta Cartago, donde se presentó en todo su carácter cruel y sanguinario. Los cristianos habían hecho extraordinario progreso no sólo en la ciudad, sino en toda esa región proconsular. La población africana había retenido su elemento de barbarie dentro de las formas de una civilización corrompida, de modo que los cristianos estaban expuestos a una lucha más violenta que en otras partes.

La persecución siempre adquiría un carácter tumultuoso. Un procónsul llamado Saturnino dio la primera señal de ataque en Cartago. El primer mártir fue un esclavo púnico llamado Ninforo. Varios cristianos de un pueblo llamado Scillita fueron traídos para ser juzgados en Cartago. Había también varias mujeres entre éstos. Uno de ellos, llamado Esperate, hablaba en nombre de sus hermanos para contestar a las preguntas del procónsul Saturnino, mostrando franqueza, valor y un espíritu noble de cristiano.

Podéis ser perdonados - les dijeron - si os volvéis de corazón a vuestros dioses’.

No hemos hecho ningún mal - respondió Esperate - no hemos hablado mal de nadie; por todo el mal que nos habéis hecho os hemos dado gracias. Damos gracias a nuestro Señor y Rey por todo lo que nos sobreviene.’

El procónsul respondió: ‘Nosotros también somos piadosos, juramos por el genio del emperador, nuestro señor, y oramos por su bienestar, como debéis hacerlo vosotros.’

Esperate respondió: ‘No conozco el genio del gobernador de esta tierra; pero sirvo a mi Dios celestial, a quien ningún hombre ha visto ni puede ver.’

El procónsul mandó entonces que fuesen conducidos de nuevo a la prisión hasta el día siguiente. Cuando comparecieron nuevamente, Saturnino, el procónsul, les dijo que tenían tres días de plazo para reflexionar; si en ese tiempo no renunciaban al cristianismo, serían irrevocablemente condenados. Esperate contestó, en su nombre y en el de sus hermanos, que para ellos, tres días o treinta eran la misma cosa, porque no cambiarían nunca.

Yo soy cristiano – dijo - y todos nosotros somos cristianos; no dejaremos la fe en nuestro Señor Jesucristo. Haced con nosotros como os plazca.’

Después de estas palabras heroicas y llenas del fuego divino de la fe, los cristianos fueron todos condenados a la decapitación. Cuando la sentencia fue pronunciada, dieron gracias al Señor. El día de la ejecución, al llegar al lugar del suplicio, todos se pusieron de rodillas y oraron dando gracias por ser tenidos por dignos de sufrir por el nombre del Señor. Así morían los mártires; sellando con sangre el testimonio de su fe, y hablando con su Padre Celestial, en oración, hasta que el alma partía a su descanso.

Pocos años después, tres jóvenes, Revocato, Saturnio, y Segundo, y dos mujeres jóvenes, Perpetua y Felicitas fueron arrestados en Cartago. Perpetua tenía 22 años de edad. Hacía poco que se había casado con un hombre de alto rango, siendo ella también de una de las familias caracterizadas de la ciudad. Cuando fue arrestada amamantaba a un niño de quien era madre.

No bien se hubo cerrado la puerta de la cárcel, vino a verla su anciano padre, quien temía que su hija sufriese una condenación infamante, según las costumbres, a pedirle que por amor a sus progenitores, abjurase el cristianismo.

Perpetua, mostrándole un vaso, le dijo:

¿Puedo llamar a este vaso otra cosa de lo que es? Seguramente que no. Así tampoco yo no puedo dejar de llamarme cristiana, puesto que lo soy’ (06). Era una gran lucha interna la que tuvo que sostener. Por un lado estaban los legítimos sentimientos filiales y por otro la fidelidad al que dijo: ‘El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí’ (07).

Los hermanos de la iglesia podían obtener acceso a los prisioneros, sobornando a la guardia, y los visitaban a menudo, para confirmarles en la fe. Perpetua, que era todavía catecúmena, fue bautizada durante este tiempo. ‘Al salir del agua - dice ella - el Espíritu me enseñó a orar, pidiendo paciencia’. (08) Después fue encerrada en un calabozo. Al verse privada de su hijo y del compañerismo de sus hermanos en la fe, se sintió abatida y tentada a retroceder. ‘Nunca me había hallado en tal oscuridad antes. ¡Oh, qué día horrible! El excesivo calor causado por la multitud de prisioneros, el trato brutal que recibíamos de los soldados, y la tremenda ansiedad por mi hijo, hicieron que me sintiese miserable’. Perpetua consiguió que le trajesen el hijo a la prisión, lo estrechó sobre su pecho, y tal fue el gozo que tuvo, que escribió estas palabras:

Cuando tuve a mi hijo conmigo, la prisión se convirtió en un palacio’. Sabiendo que tendría que morir, encomendó su hijo al cuidado de su madre, quien también era cristiana.

Cuando su anciano padre supo que tendrían que comparecer ante el procónsul, fue a verla y se echó a sus pies, rogándole que abjurara. ‘Hija mía - le dijo - ten piedad de mis cabellos blancos; ten piedad de tu padre, si es que merezco aún ese nombre, si es que te acuerdas de los cuidados que yo te prodigué. ¡Oh tú, a quien yo amaba más que a los otros, no me expongas al dolor y a la vergüenza de ver concluir tus días, bajo la mano del verdugo! Mira a tu madre, mira a tu hijo; ¿cómo podrá él vivir si tú mueres? Perpetua, doblégate, y sálvate a ti misma para no perdernos a nosotros’.

Mi corazón - escribe Perpetua en el relato de sus sufrimientos que redactó en la prisión - sangraba cuando veía los cabellos blancos de mi padre, y cuando pensaba que él era el único de la familia que no se gozaba con mis sufrimientos. Yo procuré, sin embargo, consolarlo. ‘Padre mío, no te aflijas de esta manera; no sucederá sino lo que Dios haya determinado; nuestra vida está en sus manos’.

El anciano se fue desesperado, llevándose al niño. En la sala de audiencias, los mártires confesaron resuelta y abiertamente la fe que tenían en Jesucristo. Cuando le tocó el turno a Perpetua, he aquí a su anciano padre que entra en el recinto, con un esclavo que traía al niño, y le conjura de tener piedad de su vejez y de la ternura de su infante. El gobernador le dice:

Ten piedad de los cabellos blancos de tu padre; ten piedad de tu hijo, y sacrifica al emperador'.

No puedo’, fue la resuelta contestación de la mártir.

¿Eres cristiana?’ le pregunta el juez. ‘Sí - contesta ella - yo soy cristiana’.

El juez entonces mandó que sacasen de la sala al anciano padre. Esto no pudo hacerse sin violencia. Perpetua pudo demostrar que su conducta no implicaba falta de amor al autor de sus días, escribiendo estas palabras: ‘Cuando los soldados golpeaban a mi padre, me golpeaban a mí’.

Todos fueron condenados a ser lanzados a las fieras del circo, en la próxima festividad, que tendría lugar en el aniversario de la ascensión de Geta. Vueltos a la prisión, Felicitas, quien había dado a luz a su primogénito sobre un montón de paja en el calabozo, y que era también una de las que tendrían que sufrir el martirio, se puso a llorar amargamente. El carcelero le dice entonces: ‘Si ahora sufres tanto, ¿qué harás cuando seas echada a las fieras? Esto debías haber tenido en cuenta cuando rehusaste sacrificar’.

Lo que ahora sufro - respondió - lo sufro yo; pero entonces será otro el que sufrirá por mí, porque yo también sufro por él’. Se refería a Cristo, su Señor.

El día de la ejecución, siguiendo una costumbre del tiempo de los sacrificios humanos, quisieron vestir a los hombres como sacerdotes de Júpiter, y a las mujeres como sacerdotisas de Ceres. Los mártires protestaron, alegando que morían por no someterse a esas abominaciones, y que era inicuo vestirlos así.

La protesta fue tenida en cuenta y reconocida como justa. Cuando llegó la hora señalada, el cortejo de mártires cristianos fue conducido al circo; Perpetua era la última. La tranquilidad de su alma se reflejaba en su rostro, lleno de una santa alegría. Antes del último momento se abrazaron y besaron como hermanos, y murieron animados por la dulce seguridad de la gloriosa inmortalidad.

Eran éstos los actos que arrancaron a la vehemencia de Tertuliano los siguientes soberbios plumazos que dirigió al gobernador Scápula:

Nosotros no temblamos ante los males que nos hacen sufrir los que no nos conocen. La primera condición para todo el que se une a esta secta, es la de exponer su vida; tenemos sólo un deseo, alcanzar lo que Dios promete; tenemos sólo un temor, el de las penas de la otra vida.

Toda vuestra crueldad no nos hará vacilar en el conflicto; nosotros le salimos al encuentro, y somos más felices cuando nos atacáis que cuando nos dejáis. De modo que si os mandamos esta epístola, no es porque temamos por nosotros; es para vuestro bien, que sois nuestros enemigos.

No, ¿qué digo? sois nuestros amigos; porque tenemos que amar a nuestros enemigos y orar por los que nos desprecian y persiguen; y en esto se hace manifiesta la gran virtud de nuestra religión, porque todos aman a sus amigos, pero sólo los cristianos aman a sus enemigos.

Sufrimos al ver vuestra ignorancia, y estamos llenos de compasión a causa de vuestro humano error, porque sabemos lo que os espera en el futuro; por eso creemos que es nuestro deber advertiros por carta de lo que rehusáis escuchar de nuestros labios.’ (09)

Y el valiente cartaginés termina con este apóstrofe: ‘Salva a Cartago, y sálvate a ti mismo. Nosotros tenemos un solo Señor, que es Dios. El está sobre ti; no se puede esconder, y tú no le puedes hacer mal. Aquéllos a quienes tú llamas señores, son hombres, y pronto perecerán; pero esta secta es inmortal, y tú sólo logras edificarla cuando te figuras que la destruyes.’

Así concluye Varetto este párrafo dedicado a los cristianos de Cartago; esos reformadores de los primeros siglos que menospreciaron sus vidas por amor a Jesucristo. Estaban imbuidos de una fortaleza psíquica y emocional a toda prueba. Para quien escribe, estos ejemplos de fidelidad le conmueven; pero, también le hacen reflexionar si nuestras iglesias tuviesen que enfrentar una persecución como la que sufren otras iglesias en el mundo ¿estaríamos listos para ser arrancados de nuestros hogares, vejados, torturados y asesinados si nos negásemos a traicionar a Jesucristo.

Nuestra esperanza es Aquél que regresará a buscar a los suyos. Pero, primero resucitará a los que durmieron en paz, pues Él es nuestras primicias en todo (10).

Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita:

Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? ya que el aguijón de la muerte es el pecado, y el poder del pecado, la ley. Mas gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo.

Así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano.” (11)

No dejemos de agradecer a nuestro Padre por los hermanos y hermanas que, con su fidelidad a la Palabra y amor por Jesucristo, sirven a la familia de fe y aman a sus enemigos, aun al precio de su comodidad, de su salud y de sus propis vidas. Oremos por las iglesias perseguidas.

 

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En nuestro próximo artículo sobre los reformadores anteriores a Lutero, presentaremos a Orígenes, quizás el cristiano más prominente del siglo III, proveniente de la iglesia en Alejandría. Hasta entonces, si el Señor lo permite.


 

Notas

Ilustraciones: http://impactoevangelistico.net/noticia/3613-los-emperadores-siglos-persecucion-i

http://2.bp.blogspot.com/-UNK-0hvtihU/TwiaccpKsOI/AAAAAAAABcg/XmLF7usf_rg/s320/persecucion-cristiana.jpg

01. http://protestantedigital.com/internacional/34919/aumenta_la_persecucion_a_los_cristianos_en_todo_el_mundo

Si el lector tiene suficiente valor para ver cómo tratan a nuestros hermanos y hermanas en Cristo en algunos de esos países, este link tiene varios videos: http://www.acontecercristiano.net/2012/01/persecucion-cristiana-cristianos.html

02. La fecha más verosímil para la fundación de Cartago (Qart Hadašt: ‘ciudad nueva’) es entre los años 825 y 820 antes de nuestra era. Al decaer Tiro, Cartago se convirtió en la capital de una próspera república, viéndose enriquecida por los recursos provenientes de todo el Mediterráneo occidental. Incluso fue durante mucho tiempo una ciudad más próspera y rica que Roma. La arqueología revela que tenía edificios de hasta siete pisos de altura, un sistema de alcantarillado unificado y docenas de baños públicos. Cartago y Roma se enfrentaron en las guerras ‘púnicas’, que terminaron con la derrota cartaginesa y sellaron la hegemonía romana en el Mediterráneo, a partir del año 146 a.C. Sobre las ruinas César Octavio reconstruyó una colonia romana (Colonia Iulia Concordia Carthago), y su capital de la provincia romana de África, una de las zonas productoras de cereales más importantes del imperio. Su puerto fue vital para la exportación de trigo africano hacia Roma. La ciudad llegó a ser la segunda en importancia del Imperio con 400 000 habitantes y, hasta más rica que la misma ciudad imperial de Roma.

03. ‘La Marcha del Cristianismo’, páginas 107 a 114.

04. Alejandro Magno la fundó en el 31 a.C. en Egipto. Por su estratégica ubicación mediterránea se convirtió en pocos años en el centro cultural del mundo antiguo y en un activo puerto generador de riqueza. De allí llegaron algunos que disputaban con Esteban, y Apolos, varón elocuente y poderoso en las Escrituras (Hechos 6:9; 18:24).

05. Es una clara referencia a lo dicho por Jesús: Mateo 10:28; Lucas 12:4.

06. Es una alusión a lo dicho por el apóstol Pablo: Romanos 9:20,21.

07. Ella conocía bien las palabras de Jesús; ver Mateo 10:36-39.

08. El relato refleja que el bautismo fue realizado por inmersión, como era la costumbre entre los primeros cristianos.

09. Alude a Mateo 5:44; Lucas 6:27,35.

10. Isaías 26:19; Romanos 8:23; 1ª Corintios 15:20,23; 1ª Tesalonicenses 4:16.

11. 1ª Corintios 15:20, 23.

Importante: las notas, citas bíblicas y negritas son responsabilidad del autor de este artículo.

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