¡Cómo silenciar lo que siento!

Me tendiste la mano y acogiste mi dolor para que este huyera de mí y me dejara libre.

08 DE MARZO DE 2017 · 17:35

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Me miraste cuando las miradas de muchos otros no se habían percatado de mi existencia.

Me tendiste la mano y acogiste mi dolor para que este huyera de mí y me dejara libre.

Tus palabras fueron el bálsamo que sanó mi desconsuelo y llenó por completo ese vacío que existía en mí.

Has tenido siempre un trato de favor para conmigo concediéndome la oportunidad de acercarme a ti y descubrirte, descubrirme.

¿Cómo puedo silenciar mi agradecimiento?

Me separo de la multitud que asciende hacia una colina donde espera encontrar una respuesta que yo ya encontré, o prefiero quedarme a solas en el valle, deleitándome en el silencio, oyendo el roce del viento golpeteando mi pelo y haciendo que me sienta como una cometa izada en un cielo raso.

Quiero detenerme y pensar en todo lo bueno que me has proporcionado, todos esos gestos amables que has tenido a bien mostrarme y que han hecho de mí un ser bienaventurado.

No quiero correr alocadamente ansiando cosas que pueden ofrecerme un efímero placer, un momentáneo gozo, instantes insuflados de fuegos de artificio tan brillantes, tan fugaces. No envidio a aquellos que fingen ser felices en ese vertiginoso juego de conquistar tierras estériles. Yo ambiciono quedarme a tu lado, lo más cercana a ti, arropada bajo la sombra de tus alas, sin miedo a la tormenta, sabiendo que a tu lado todo puede ser vencido.

Ansío gritar para ser oída, decirle al mundo que tan apresuradamente corre, juzga, niega y finge, que tú eres el aliento de mi alma, el que considera mis pensamientos, el que sacia de bien mi boca, el que me corona de favores y misericordia.

No debo acallar mi agradecimiento, no debo silenciar mi voz, quiero que esta fluya con denuedo deseosa de posarse en tus oídos, deshojarse como una flor ofrendada a tus pies.

Deseo que mis palabras se deshagan en cumplidos, halagos, agradecimientos, piropos para ti, mi Dios, mi Rey, mi Padre eterno, aquel que escucha la canción de mi corazón y me la canta cuando me falla la memoria.

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