La comunión de los santos

El cristiano es santo por derecho de redención, porque Cristo, al salvarle, le ha comprado con su sangre.

08 DE MARZO DE 2017 · 08:39

,

El texto del Credo sigue tratando de otro importante aspecto en la doctrina de la Iglesia: la comunión de los santos. Los autores de este Símbolo Apostólico, dicen: "Creo en la comunión de los santos..." En el concepto católico "santo" es aquel que figura en el santoral, elevado a los altares de la supuesta santidad por la más alta jerarquía católica. La doctrina bíblica rebasa esta concepción humana de la santidad.

Según el Viejo Testamento, "santo" significa separado; persona separada del mundo y dedicada al servicio de Dios. Esta idea es frecuente en el Éxodo y en el Levítico, donde leemos: "Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel" (Éxodo 19:6).

"Habéis, pues, de serme santos, porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos" (Levítico 20:26).

En las epístolas de Pablo es común el ejemplo del nombre santo referido a los cristianos (Puede verse, entre otros pasajes, Romanos 1:7, 1ª Corintios 1:2, 2ª Corintios 1:1, Efesios 1: 1 y Colosenses 1:2).

El apóstol Pedro incorpora los conceptos de separación y de elección prevalecientes en el Viejo Testamento y enseña que el cristiano es santo por derecho de redención, porque Cristo, al salvarle, le ha comprado con su sangre (1ª Pedro 1:18-19) y le ha apartado para su servicio, santificándole en Él: "Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio,  nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas  a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais  alcanzado  misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia"(1ª Pedro 2:9-10) .

Puede que para algunas personas sea difícil entender eso de alcanzar la santidad por medio de la redención. Lo ilustraré con la siguiente anécdota.

Un niño, con alma de artista, consiguió tallar un trozo de madera hasta lograr un barquito que hacía sus delicias cuando jugaba con él en la bañera de casa o en los riachuelos, durante las salidas de la familia al campo. Un día se le perdió el barquito. Puede imaginarse la tristeza del niño. Otro día,  pasando frente a una tienda dedicada a la compra y venta de objetos usados, el niño vio, con la natural sorpresa y alegría, que su barquito estaba en la vitrina. Entró en la tienda como una exhalación y explicó al dueño que aquel barquito le pertenecía, que se lo entregara. El dueño respondió que él lo había comprado y, por lo tanto, tenía que pagar el precio que le había puesto en vitrina.

Ir el niño a casa, pedir al padre la cantidad necesaria y volver a la tienda, fue todo una. Cuando de nuevo tuvo el barquito en sus manos, lo estrechó fuertemente contra su pecho y exclamó:

- Ahora eres mío dos veces, porque yo te hice y te compré.

He aquí la doctrina de la redención, perfectamente ilustrada. Dios nos hizo, nos creó, pero nos perdimos. Para recuperarnos de nuevo tuvo que mandar a Su Hijo y dejar que muriera por nosotros en la Cruz. Ahora, los redimidos por Cristo somos dos veces de Dios: porque Él nos hizo y porque Él nos compró.

Esta es la redención.

La santidad es una consecuencia de la redención. El apóstol Pedro dice que los adquiridos por Dios formamos una nación santa. Somos santos porque Él, Dios, nos ha santificado en Cristo.

San Pablo, refiriéndose a los beneficios de la redención, dice: "Ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús y por el Espíritu de Dios" (1ª Corintios 6:11).

La "comunión de los santos", a la que se refiere el Credo, significa la unión común que ha de haber entre todos los redimidos por Cristo. Esta unión mediante el proceso de la conversión tiene dos manifestaciones, una celestial y otra terrenal. Los que mueren en Cristo pasan a la presencia de Dios y allí, en el paraíso, se unen a sus hermanos en la fe. Entre todos practican la llamada "comunión de los santos", porque nada separa en el cielo a los elegidos. Están unidos entre sí y en torno a Dios. El Salmo 25:14 dice: "La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, y a ellos hará conocer su pacto".

Salomón, en Proverbios 3:32, repite la misma idea: "Porque Jehová abomina al perverso; mas su comunión íntima es con los justos".

Pero la comunión entre los santos debe ser también terrenal. Se ha de empezar a practicar aquí, ahora, en la tierra, entre todos los convertidos.

Por ello oró Cristo antes de Su muerte, diciendo: "... Padre santo, a los que me has dado, guárdalos en tu nombre, para que sean uno, así como nosotros... para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. ...Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado" (Juan 17:11, 21 y 23). El capítulo 12 de la epístola a los romanos contiene una serie de reglas que deben seguirse si se quiere lograr la armonía espiritual en la congregación de los santos. Los consejos de Pablo se cierran con unas palabras que están inspiradas en la regla de oro enseñada por el Maestro. Dice el apóstol: "Así que, si tu enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. No seas vencido de lo malo, sino vence con el bien el mal" (Romanos 12:20-21).

La comunión que se puede gozar con los santos aquí es parcial, relativa y siempre está ensombrecida por el pecado. La que se goza en el cielo es gloriosa y será eterna.

No hace falta la teología ni la erudición bíblica para vivir convencido de la inmortalidad. Es más importante la voz de la propia conciencia,  la seguridad que proporciona la fe. La teología es dogma y especulación. La inmortalidad es vida, humanidad que se prolonga en el mundo de lo eterno. El hombre es demasiado importante para perderse definitivamente en la tierra húmeda o entre las frías paredes de una cavidad de mármol. El mismo Voltaire, campeón y guía del ateísmo materialista, destruyó sus propias creencias ateas en un momento de buen sentido, cuando a la vista del pasaje bíblico de Eclesiastés 12:7 se planteó estas interrogaciones:

"¿Quién sin más luz que la razón pudiera 
Averiguar jamás cuál es la suerte
Que al hombre cabe en su hora postrimera?
¿Evita su alma el golpe de la muerte?
¿Se apaga entonces la divina llama
Y como el cuerpo en polvo se convierte?

No. No se apaga la divina llama. No se convierte en polvo el alma que da vida al cuerpo. Se evita el golpe de la muerte. La muerte pierde su aguijón. El sepulcro cede su victoria. El alma traspasa madera, tierra, mármol y tiempo y vuelve al lugar de donde vino. "Mamá -escribió el soldado Enzo Valentini antes de morir en el frente de guerra-, procura no llorar por mí si caigo en el campo de honor. Piensa que aunque no regrese a casa no por eso habré muerto. La parte inferior de mi ser, el cuerpo, puede sufrir, consumirse y desaparecer, pero el alma no.

¡Yo, alma, no puedo morir! Mi muerte física será el principio de la verdadera vida, el retorno a Dios, al infinito. Por eso, mamá, ¡no llores!"

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enfoque - La comunión de los santos