Relevancia bíblica de Adán y Eva

La historia, la teología, la ciencia y la apologética se entrelazarán para considerar la realidad de un primer hombre y una primera mujer.

19 DE FEBRERO DE 2017 · 07:10

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¿Fueron nuestros primeros padres dos personas de carne y hueso o, por el contrario, sus nombres son símbolos de una presunta población humana primitiva? ¿Descendemos de una sola pareja original, como afirma la Biblia, o de un grupo formado por miles de individuos, tal como propone hoy la genética evolutiva?

Tradicionalmente, la respuesta que se ha dado a esta cuestión ha venido condicionada por el relato bíblico de Génesis y, en general, por la interpretación natural de toda la Escritura. Es impresionante el número de referencias que hay en ella en relación al primer hombre creado.

Tanto Moisés como el autor del libro de Crónicas y el evangelista Lucas creen en un Adán histórico y así lo incluyen en sus genealogías como cabeza de la raza humana (Gn. 5:1; 1 Cr. 1:1; Lc. 3:38). Además del testimonio del Antiguo Testamento, los autores del Nuevo fundamentan también importantes doctrinas cristianas sobre la historicidad de Adán y Eva.

Y, en fin, el apóstol Pablo llega a comparar el primer Adán con Cristo, “el postrer Adán” (1 Co. 15:45), ligando así la causa de la muerte al primer hombre y la resurrección a otro hombre, el Señor Jesucristo. Quien, al hablar sobre el matrimonio y el divorcio, dirá: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo,..? (Mt. 19:4).

No obstante, el desafío a tal creencia bíblica no ha surgido de la propia teología sino curiosamente de la cosmovisión evolucionista. Desde que Darwin señalara la idea y, más tarde, Teilhard de Chardin recalcara aquello de que “el hombre ha aparecido exactamente siguiendo el mismo mecanismo (geográfico y morfológico) que cualquier otra especie”1, hasta nuestros días, se ha venido dudando de la historicidad de Adán y Eva.

Más recientemente, hace sólo una década, el famoso genetista evangélico, Francis S. Collins, quien había liderado el Proyecto Genoma Humano, se descolgó con su libro ¿Cómo habla Dios?, afirmando que: “estudios de la variación humana, junto con el registro fósil, señalan el origen de los humanos modernos hace aproximadamente cien mil años, y muy probablemente en África occidental. El análisis genético sugiere que cerca de diez mil ancestros dieron lugar a la población entera de seis mil millones de humanos en el planeta. ¿Cómo mezclar entonces estas observaciones científicas con la historia de Adán y Eva?”.2

Y, en la siguiente página, ofrece su respuesta. Lo de nuestros primeros padres sería “una alegoría poderosa y poética del plan de Dios para la entrada de la naturaleza espiritual (el alma) y la ley moral en la humanidad”.3

De manera que, según Collins y muchos otros evolucionistas teístas, Adán y Eva no serían realmente personajes históricos sino sólo los protagonistas ficticios de una poderosa fábula poética que pretendería ilustrar el origen de la naturaleza espiritual humana.

Actualmente puede constatarse que cada vez son más los creyentes que se apuntan a esta idea (hasta el Sumo Pontífice de la iglesia católica lo hace) ya que supuestamente vendría respaldada por la sublime ciencia moderna. Y ya se sabe, “donde hay patrón, no manda marinero”.

Si la ciencia lo dice y las autoridades religiosas se lo creen, habría que revisar, adaptar, contextualizar, poner al día o modificar el mensaje de la Escritura. La cuestión es saber si, en verdad, los hechos comprobados por los estudios genéticos actuales, libres de prejuicios darwinistas, contradicen la historicidad de Adán y Eva o, por el contrario, la respaldan.

Es mucho lo que se ha descubierto desde que Collins escribió su polémico libro y, cuando tales datos se vislumbran juntos, resulta que -como se intentará explicar- apoyan mejor la idea de una pareja original, que la de una población sometida a un supuesto cuello de botella evolutivo.

Deseo iniciar una serie de trabajos, que aparecerán D. M. en esta sección de ConCiencia, con el fin de profundizar en dicho tema de los orígenes humanos, desde las perspectivas bíblica y científica, pero mostrando las explicaciones no evolucionistas que se han venido aportando recientemente.

Los últimos descubrimientos en el campo de la genómica hacen, a mi modo de ver, que la discusión entre la genética y la historia de Adán y Eva resulten fascinantes. Es posible también que muchas de las ideas que se analicen no hayan sido todavía escritas en el idioma de Cervantes (en el de Shakespeare sí, por supuesto).

De manera que la historia, la teología, la ciencia y la apologética se entrelazarán para considerar la realidad de un primer hombre y una primera mujer (nuestros primeros padres creados milagrosamente a imagen y semejanza de Dios), según afirma la Sagrada Escritura.

Veamos, en primer lugar, la relevancia que le concede la Biblia a esta primera pareja humana, así como los argumentos bíblicos que la sustentan.

La historicidad del primer Adán

La historia de la creación de Adán y Eva siempre ha sido extremadamente importante como doctrina bíblica fundamental. Sobre ella se sostienen implicaciones teológicas prioritarias como el origen del pecado y el mal en el mundo, así como la naturaleza de la salvación.

Si los primeros seres humanos no hubieran sido creados moralmente buenos, como asegura el libro de Génesis, ¿qué sentido tendría la Caída? Es más, cuando decimos que Jesucristo es nuestro salvador, ¿de qué nos tiene que salvar? Si somos el resultado de la supervivencia del más apto en la lucha evolutiva e injusta por la vida, ¿no sería Dios el responsable de nuestra maldad natural? ¿No nos habría hecho pecadores por naturaleza? Si se toma literalmente la teoría de la evolución humana a partir de animales carentes de moralidad, ¿acaso no peligra toda la estructura teológica de la Biblia?

Son muchos los estudiosos que han intentado responder a tales cuestiones con la intención de hacer compatibles el darwinismo y las Sagradas Escrituras. Sin embargo, las respuestas generalmente aportadas no han sido plenamente satisfactorias y no han logrado convencer a todos los creyentes.

Por ejemplo, el conocido pensador cristiano, C. S. Lewis, que no tenía inconveniente en aceptar que el ser humano podía haber evolucionado físicamente a partir del animal, reflexionando acerca de la Caída, escribe: “No sabemos exactamente lo que sucedió cuando cayó el hombre. Mas si se me permite hacer conjeturas, brindo el siguiente cuadro. Se trata de un “mito” en sentido socrático, no de una fábula inverosímil.”4

El mito socrático es el relato de lo que acaso haya podido ser un hecho histórico. Vemos aquí el esfuerzo de Lewis por compatibilizar la evolución con la Caída moral de la humanidad.

No obstante, el conocido teólogo y pastor evangélico alemán, Gerhard von Rad (1901-1974), gran especialista en Antiguo Testamento, escribiendo acerca del primer capítulo de Génesis, manifestó lo siguiente: “Cuanto ahí se dice, pretende ser tenido por válido y exacto, tal como ahí está dicho. El lenguaje es extremadamente a-mítico; tampoco se dice nada que haya de ser entendido simbólicamente y cuyo sentido profundo tengamos que empezar por descifrar.”5

Después, sigue diciendo que aunque en este relato probablemente se nos ofrece mucho de la ciencia de la época sobre el origen del mundo, no es ésta quien toma aquí la palabra sino que sólo ayuda a formar enunciados concretos sobre la creación hecha por Dios.

Esta opinión de von Rad contradice la idea de algunos -como Collins- que creen que los dos primeros capítulos de la Biblia son poéticos y de la misma naturaleza que los cantos de la creación que poseían los antiguos pueblos del Próximo Oriente (como los poemas de Gilgamesh y de Atrahasis).

Lo cierto es que el estilo poético, así como las convenciones lingüísticas y el tono doxológico, propio de tales antiguos himnos de las culturas periféricas a Israel, están completamente ausentes del relato bíblico. La poesía hebrea hace servir frecuentes paralelismos o repeticiones de la misma idea, como puede verse por ejemplo en el Salmo 104, sin embargo los primeros capítulos de Génesis presentan una forma narrativa normal que nada tiene que ver con la poesía.

No hay paralelismos frecuentes. Además, cuando se deja que la Biblia se interprete a sí misma, es posible comprobar que el Nuevo Testamento entiende la narrativa de Génesis como si se tratara de acontecimientos reales. De manera que estamos ante relatos escritos en prosa narrativa, no en poesía.

Decidir, de antemano y basándose en fuentes extrabíblicas, que los once primeros capítulos de Génesis no son históricos supone no hacer una buena exégesis del texto inspirado (una interpretación objetiva, crítica y completa) sino una eiségesis (o interpretación subjetiva que introduce alguna presuposición ajena al texto).

Por ejemplo, el capítulo 12 de Génesis empieza diciendo: Pero Jehová había dicho a Abram… (Gn. 12:1). Esto significa que todo lo que sigue a continuación -desde el capítulo 12 hasta el 50- es consecuencia de lo que ocurrió antes. Por lo tanto, según la Biblia, los once primeros capítulos deben ser entendidos como históricos, puesto que los restantes también lo son.

Toda la estructura del libro de Génesis está conectada por diez frases como las siguientes: estos son los orígenes de los cielos y la tierra (Gn. 2:4); este es el libro de las generaciones de Adán (Gn. 5:1); estas son las generaciones de Noé (Gn. 6:9; 10:1); Sem (11:10); Taré (11:27); Ismael (25:12); Isaac (25:19); Esaú (36:1) y Jacob (37:2).

Tales frases son como bisagras que pretenden señalar que todos estos acontecimientos y personajes mencionados fueron realmente históricos. Ya que seis de estas frases se encuentran en los once primeros capítulos de Génesis y cuatro de ellas en los restantes, debe entenderse que ambas secciones del libro son consideradas históricas.

Además, estas dos partes están conectadas entre sí por el texto de Gn. 11:27-32, que narra la historia de Abram, Lot y Sara. Una historia que se inicia al final de la primera sección pero finaliza en la segunda sección del libro.

De la misma manera, el capítulo 12 tendría poco sentido sin la genealogía preparatoria ofrecida en los once primeros capítulos. Habría que hacer verdaderos malabarismos interpretativos para considerar históricos a personajes como Abraham, Isaac y Jacob pero no hacerlo con Adán, Noé, Sem y Jafet. De hecho, el Nuevo Testamento se refiere indistintamente a ambas secciones de Génesis y las considera históricas.

Por tanto, rechazar la historicidad de Adán y Eva (Gn. 1-5) equivale a negar también la del resto de los personajes que se mencionan en el libro. Estamos ante un bloque sólido pero que se desmoronaría por completo si le arrancáramos los once primeros capítulos. Y, al revés, aceptar la historicidad de los capítulos posteriores es reconocer que los primeros capítulos nos presentan a un Adán literal.

La realidad histórica de Adán y Eva es también la base sobre la que descansan doctrinas evangélicas fundamentales. Jesús y los autores humanos del Nuevo Testamento se refieren a la primera pareja considerándola como formada por personas auténticas. Esto significa que si no fueron reales, la base de tales doctrinas quedaría socavada. Por ejemplo, veamos algunas que son cruciales para la fe cristiana:

1. La doctrina de la unidad esencial de la raza humana: Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación (Hch. 17:26). Si no existe esta unidad en Adán, las enseñanzas de Pablo sobre la Caída y todas sus consecuencias carecen de sentido.

2. La doctrina de la Caída de la humanidad: Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron. Pues antes de la ley, había pecado en el mundo; pero donde no hay ley, no se inculpa de pecado.

No obstante, reinó la muerte desde Adán hasta Moisés, aun en los que no pecaron a la manera de la transgresión de Adán, el cual es figura del que había de venir (Ro. 5:12-14). Sin la existencia de un Adán literal del que descenderíamos todos los seres humanos, la unidad y universalidad del pecado no tienen fundamento.

3. La doctrina de la redención: Así también está escrito: Fue hecho el primer hombre Adán alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante (1 Co. 15:45). De la misma manera, si Adán no fue un ser vivo, la comparación con Cristo que hace Pablo sería completamente absurda.

4. La igualdad y dignidad de hombres y mujeres ante Dios: Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Gn. 1:27). Y también: Pero en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón; porque así como la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer; pero todo procede de Dios (1 Co. 11:11-12). La discriminación por razón de sexo -por desgracia tan practicada hasta hoy- no encuentra apoyo en la Escritura, ya que ésta fundamenta la igualdad humana en la creación de la primera pareja.

5. La doctrina del matrimonio: ¿No habéis leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una sola carne? (Mt. 19:4-5). De la misma manera, la unión conyugal del hombre y la mujer descansa en la creación original. Y, por último:

6. La doctrina sobre la muerte humana: Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente (Gn. 2:7); con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás (Gn. 3:19). Estos textos así como Job 34:15, Eclesiastés 3:20 y Daniel 12:2 se entienden mejor si realmente Adán fue creado sobrenaturalmente, tal como afirma la Biblia, del polvo de la tierra.

 En resumen, si le arrancamos a la Escritura la primera pareja humana creada por Dios, toda su estructura se resquebraja estrepitosamente. ¿Obligan los hechos científicos hoy, libres de prejuicios, a realizar semejante cirugía teológica? Nosotros creemos que no e intentaremos explicar nuestros argumentos en sucesivos trabajos.

 

1 de Chardin, T., 1967, El grupo zoológico humano, Taurus, p. 71.

2 Collins, F. S., 2009, ¿Cómo habla Dios?, Planeta, Madrid, p. 222.

3 Ibid., p. 223.

4 Lewis, C. S., 2016, El problema del dolor, Rialp, Madrid, p. 91.

5 von Rad, G., 1988, El libro del Génesis, Sígueme, Salamanca, p. 56.-

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