Algunas lecturas sobre la Reforma Protestante (VI)

Lutero inició su confrontación con la Iglesia católica romana cuando tuvo un nuevo entendimiento de las enseñanzas bíblicas.

12 DE FEBRERO DE 2017 · 15:40

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Lutero fue un personaje multifacético. Debido a esto libros como el que inicié su reseña la semana pasada son de gran utilidad para quien desee comprender las distintas facetas del teólogo alemán.

La obra coordinada por Donald K. Mckim, The Cambridge Companion to Martin Luther, Cambridge University Press, Cambridge, U. K., 2003, de la que anteriormente glosamos los primeros cinco capítulos, contiene dos apartados (el sexto y séptimo) que se abocan a estudiar “La teología de Lutero” y “La teología moral de Lutero”, respectivamente. En el primer caso, quien desarrolla el tema es Markus Wriedt, investigador y docente en la Universidad de Mainz y profesor visitante en la Universidad Marquette, Milwaukee, Wisconsin. El tópico de la teología moral del reformador lo analiza Bernd Wannenwetsch, cuyo centro académico es el Harris Manchester College, de la Universidad de Oxford.

Wriedt y Wannenwetsch sintetizan temáticas muy amplias y que tienen distintos ángulos. Lutero inició su confrontación con la Iglesia católica romana cuando tuvo un nuevo entendimiento de las enseñanzas bíblicas, las que contrastó con el cuerpo doctrinal de la institución eclesiástica en la que fue ordenado como sacerdote. Desde entonces el monje agustino se empeñó en normar con la Biblia los principios que enarboló y defendió frente a otros puntos de vista y prácticas. De su descubrimiento de la salvación por gracia en Cristo, Martín Lutero debió ir elaborando respuestas puntuales a cuestiones como la libertad de conciencia, el papel de las autoridades políticas en asuntos de fe, celibato y matrimonio, el significado de la Santa Cena, claves hermenéuticas para estudiar la Palabra, el lugar de las buenas obras, propuesta de organización social y política, nueva organización eclesiástica y litúrgica, niñez y educación, entre muchos otros temas.

En el capítulo 8, Fred W. Meuser (presidente emérito del Trinity Lutheran Seminary, en Columbus, Ohio) resalta que Lutero se consideró más un predicador de las enseñanzas bíblicas que teólogo, profesor, traductor, escritor, autor de himnos y músico o pastor. En todo momento, sobre todo cuando atravesaba por momentos adversos, Martín Lutero estimaba un deber ineludible exponer las Escrituras. Para él cada “cada sermón era un campo de batalla por las almas de las personas, un evento apocalíptico que contraponía las puertas del cielo con las del infierno, escenario del continuo conflicto entre el Señor y Satanás”.

Jane E. Strohl, profesora de Historia y Teología de la Reforma en el Seminario Teológico Luterano del Pacífico, Berkeley, California, en el capítulo 9, traza el “Itinerario espiritual de Lutero”. En su peregrinaje cognitivo y espiritual el profesor de teología en la Universidad de Wittenberg llegó a un punto de quiebre cuando entendió de una forma liberadora la justificación del pecador por la gracia de Dios en Jesucristo. Strohl subraya que “la idea del creyente como santo (justificado) y pecador es la mayor polaridad distintiva de la espiritualidad de Lutero”. Dicha polaridad se sintetiza en una expresión: “Simul iustus et peccator”, justo y pecador al mismo tiempo.

Los capítulos 10 (“La lucha de Lutero con temas éticos y sociales”), 11 (“Los encuentros políticos de Lutero”), y 12 (“Las polémicas y controversias de Lutero”) presentan al personaje como alguien que tuvo momentos sinuosos y hasta contradictorios. Los tópicos son abordados por Carter Lindberg, David M. Whitford y Mark U. Edwards, respectivamente. Cada uno de ellos tiene extensa trayectoria en estudiar a Lutero y/o la Reforma protestante. 

Lindberg previene del error de percibir a Lutero como politólogo y/o analista de cuestiones sociales. Más bien es necesario comprender las posiciones éticas de Lutero como preocupaciones teológicas y pastorales, ya que su “batalla con temas de ética social procedían de su percibida vocación para proclamar la promesa y juicio de Dios”. Por su parte Whitford clarifica que la teología política de Lutero debe ser entendida “con el trasfondo de sus compromisos teológicos” basados en la Biblia. A partir de este fundamento, Martín Lutero elaboró la llamada doctrina de los dos reinos y la diferenciación entre esferas de autoridad terrenal y espiritual. En cuanto a Edwards, él hace un recorrido por las polémicas de Lutero, las cuales inicialmente estuvieron enfocadas en debatir, de viva voz o mediante escritos, con teólogos católico romanos. No mucho después el reformador debió confrontarse con otros que compartían sus críticas al sistema teológico/eclesial católico, pero tenían distintas propuestas de cómo enfrentarlo y llevar al cabo la renovación de la comunidad cristiana. Lutero polemizó y/o enseñó contra Karlstadt, colega en la Universidad de Wittenberg, Zwinglio, reformador de Zúrich, Tomás Müntzer y la insurrección de los campesinos, los anabautistas.

La sección titulada “Después de Lutero” la conforman tres capítulos, del 13 al 15. Robert Kolb explora “La función de Lutero en una era de confesionalización”, donde muestra el imaginario construido sobre el teólogo germano en distintos bandos: por un lado sus adversarios pertenecientes a distintos grupos, y por el otro los discípulos que prosiguieron la tarea reformadora. Lutero consolidó una confesión distinta en tiempos durante los cuales el monopolio de los bienes simbólicos de salvación los tenía la Iglesia católica romana. Hans J. Hillerbrand, especialista en la Reforma y prolífico autor acerca de la misma, ofrece en “El legado de Lutero” los aportes del ex monje agustino. Lutero dijo de sí mismo que no era sino “una maloliente bolsa de gusanos” y que esperaba a su muerte fuesen quemados todos sus libros y escritos, también manifestó que “los hijos de Dios no deberían ser llamados por mi nombre”, es decir luteranos. Como sea, la herencia de Lutero tiene alcances históricos, geográficos y culturales y las repercusiones en estos campos fueron evidentes mientras él vivía. James A. Nestingen hace un ensayo interpretativo en el capítulo “Acercamiento a Lutero”, en el cual lo disecciona como personaje y como símbolo. Lutero-símbolo representa algo más grande que su persona, y ha trascendido hasta marcar con su lid la construcción de Occidente, incluso en uno de sus extremos exóticos, como es América Latina.

La obra concluye con la sección cuarta, “Lutero hoy”. James A. Kittelson, en el capítulo “Lutero y la historia moderna de la Iglesia” hace un repaso a las distintas lecturas históricas sobre la gesta del personaje y sus resultados. Aboga por un acercamiento amplio y comprensivo del reformador para liberarlo de las mitologizaciones que han elaborado tanto sus oponentes acérrimos como sus partidarios más entusiastas. En “El significado teológico contemporáneo de Lutero”, Robert W. Jenson encuentra que las propuestas de Lutero son dinámicas, o sea tienen vigencia pero con la condición de no trasladarlas mecánicamente a nuestra propio ejercicio bíblico/teológico. Finalmente, Günther Gassman cierra el libro con el capítulo “Lutero en la Iglesia mundial hoy”. No lo dice así, pero en el análisis del autor está la propuesta para que los herederos de Lutero hagan el esfuerzo de ser selectivos en cuanto a qué preservar y qué desechar de la herencia transmitida. Me parece una buena línea para tener en cuenta a la luz del quinto centenario del inicio de la Reforma protestante. De hacerse el ejercicio habrá mucho que reivindicar en el movimiento desencadenado por Martín Lutero y, también, rémoras a ser identificadas para deshacerse críticamente de ellas.

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