Fama… Fortuna… Faldas

Cualquiera de estas tres cosas pueden destruir a personas buenas y que aman al Señor.

05 DE FEBRERO DE 2017 · 15:20

,

Hace pocos años, una querida amiga me contaba la historia de un siervo de Dios que siempre repetía lo mismo:

“Hay tres cosas que pueden destruir la vida y ministerio de un siervo de Dios por completo. Fama… Fortuna… Faldas” 

No voy a comentar más sobre todo lo que rodeó aquella conversación, y la frase que mi amiga creía que aquel siervo había acuñado. Es demasiado duro y no importa.

Me acerco a este viejo tema con el más profundo respeto que os podáis imaginar; me siento demasiado pequeñita para hablar de un tema tan fuerte. Pero llevo varios días, en los que el Señor lo ha puesto en mi corazón de forma muy fuerte; así que lo hago con la más profunda humildad, respeto, amor, temor y temblor.

Cuando pienso en el tema de la fama, me viene a la mente y al corazón reiteradamente el rey Salomón. Un hombre que comienza tan bien, que cuando el Señor le dice que le pida lo que desee, solamente le pide una cosa, ¡sabiduría! Parece simple ¿No es cierto? Pues para nada. Creo que no podía haber pedido nada mejor para si. Otro pediría grandes victorias, una gran fortuna y miles de cosas. Pero Salomón pidió algo que le agradó tanto al Señor, que llevaba implícito todo lo demás. De modo que llevó el reino a cotas tan altas de todo lo imaginable, que su fama le precedía, y llegó hasta la reina de Saba, quien viajó hasta él para conocerle, saber de él y traerle los más preciados regalos, sedas, terciopelos, esencias, especies maravillosas…. Algo muy inusual y muy fuerte, pero totalmente cierto.

El tiempo pasó, su grandeza siguió creciendo, hasta que esa fama, terminó por llevarlo por caminos muy errados. Tuvo muchas mujeres y concubinas, mujeres que incluso no eran mujeres pertenecientes al pueblo de Dios. Terminó muy apartado del Señor y de todo aquel precioso comienzo. Todas aquellas mujeres terminaron por desviar su corazón a otros dioses y llegó a ser un auténtico idólatra. Me tiembla la mano al escribir esto, y el castigo y las palabras del Señor, no se hicieron esperar. Le fue quitado el reino, pero no en vida por amor del Señor a su padre David. ¡Estremecedor final!

Cuando pienso en la fortuna, barajo diferentes nombres, y diferentes vidas de la historia bíblica. Pero mi corazón vuela con intensidad a un joven que, servía al Señor de un modo un tanto diferente. Estoy pensando en la escena que recoge el Evangelio del “joven rico”.

En una ocasión, conociendo la fama que precedía a Jesús, y amándole, lo llama, y le dice cruzando su mirada dulce y penetrante con la suya:

Maestro bueno ¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna? Jesús le responde sutilmente, ¿Por qué me llamas bueno, si bueno sólo es Dios? Lo estaba probando…. Jesús le sigue diciendo ¡cumple todos mis mandamientos! A lo que el joven responde, todo eso he cumplido desde mi juventud. Entonces Jesús habla de nuevo, pues vende todo lo que tienes y dalo a los pobres. La mirada del joven se aparta de la de Jesús, se da media vuelta y se va triste. Tenía demasiado, y se aferraba a ello con una fuerza que le impidieron no sólo soltarlo, sino perder una Salvación y un servicio al que llamaba Maestro.

Me produce demasiado dolor toda esta escena. De algún modo servía a Jesús, cumplía todos los mandamientos y quería hacerlo mejor, aún sin ser Suyo totalmente. Su gran fortuna y su amor por ella, lo alejaron tanto del Señor, que creo que en aquel mismo instante lo perdió todo por completo.

Cuando me acerco al tremendo tema de las faldas, y lo hago de un modo genérico, el tema de las relaciones ilícitas entre hombre y mujer, lo hago con temor y temblor; porque es demasiado fuerte y deseo medir cada palabra.

Cuando pienso en este tema tan duro, no puedo dejar de pensar en nadie que ilustre más todo esto del mejor modo, que la historia del rey David, el gran cantor de Israel, el bendito autor de maravillosos Salmos, entre ellos el Salmo 23. Un hombre que amaba al Señor profundamente, “un hombre conforme al corazón de Dios” escogido, ungido, precioso en todos los sentidos.

David comenzó muy bien, empieza venciendo a Goliat, sigue aplacando el espíritu malo que dominaba a Saúl, continúa escapando de la ira del mismo y, cuando lo tiene en su mano y puede acabar con él, dice algo que me  parte por dentro…. ¡Líbreme el Señor de matar a Su ungido o de hacerle algún mal, es el ungido del Señor!. Esto sucedió en la cueva de Adulam.

Y David llega a ser rey. Dice la Escritura de él, que fue el instrumento de Dios en medio de su generación, y cosechó éxitos tras éxitos y victorias tras victorias.

Y pasa el tiempo, y cuando creía que ya tenía todas las batallas ganadas, pierde la más grande y terrible de su vida. Toda la historia de Betsabé, mujer de Urías. No sólo fue todo el tema del adulterio; sino todo lo que rodeo a aquel  terrible pecado. Una mentira para cubrir otra, un asesinato premeditado…. Es como una especie de pesadilla que Dios no puede pasar por alto, y que termina en tragedia, muerte y dolor. Pero David seguía siendo un hombre conforme al corazón de Dios, se arrepiente profundamente, y su Dios lo perdona y lo restaura. No sólo eso, sino que Betsabé fue madre de Salomón.

Estos temas, en una familia pastoral, son muy peligrosos, no sólo porque pueden acabar con vidas y ministerios; sino por el dolor que traen consigo.

Hay un orden que nunca nos podemos saltar, El Señor de la Obra, el cónyuge, los hijos, la Obra el Señor. Y si trastocamos ese orden en algún punto, vamos a ir muy mal. 

He visto a demasiadas personas poner la Obra de Dios, antes que la propia familia ¡incluso más! Ponerla por delante del Señor mismo. Esposos que se pasan la vida viajando por separado, consejerías hechas con poco cuidado, muchas historias que traen dolor y soledad, un flanco débil y tremendamente gustoso para Satanás. Y sigo escribiendo con temblor en mis manos, porque todos estos temas, traen consecuencias demasiado dolorosas.

Fama… Fortuna… Faldas….

Cualquiera de estas tres cosas, pueden destruir a personas buenas y que aman al Señor, hasta llegar a dejar todo atrás por servirle. Pero que, en algún lugar del camino, perdieron la senda, y el enemigo tomo buena ventaja de ello. Tristemente, nuestro enemigo es demasiado inteligente y suele ir a por lo más “alto”. Cuanto más escándalo, mayor ministerio, más caída, y más daño puede hacer, más feliz se siente.

Sé bien que no he dicho nada nuevo, pero son temas a recordar y a considerar de vez en cuando. Pido al Señor por cada uno de os que le servimos con todo nuestro corazón. ¡Qué el Señor nos guarde tan cerca de Él, que evite nuestras posibles caídas!

Para todo esto, no sólo es imprescindible la ayuda del Señor al que servimos, también es necesaria la ayuda de todos los hermanos. En ocasiones las críticas, las murmuraciones, y tantas cosas; en lugar del profundo apoyo en oración, pueden hacernos perder la batalla

Bendigo a mi Señor por ser un Dios de perdón y restauración. Pero le pido que siempre guarde nuestro pie del mal y no terminar siendo un motivo de maldición; sino de la más profunda bendición para todos.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Follas novas - Fama… Fortuna… Faldas