Una casa abierta en Betania

Los cabellos enjugan los pies del Rey de Reyes. Un murmullo se cierne entre los asistentes, palabras ahogadas entre el clamor de un corazón agradecido.

30 DE ENERO DE 2017 · 10:58

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Jesús vuelve a Betania. La última vez que estuvo allí manifestó la gloria del padre y se rebeló como la resurrección y la vida al resucitar a Lázaro.

Ahora vuelve y en Betania hay una casa dispuesta a recibirlo.

Una casa con puertas abiertas, con dinteles expectantes , deseosos de que Jesús pase bajo ellos y dar cobijo a aquel que es merecedor de toda honra.

Una casa que anhela agradecer a Jesús el milagro ejecutado en las vidas de esa pequeña comitiva que ansía ofrecerle una cena.

Un resucitado observa embelesado, sumido en una gratitud sin límites.

Una mujer que había sido reprendida y aleccionada sirve con alegría.

Los discípulos acomodados esperan a que la comida esté terminada.

Pero María desea hacer algo que no todos van a entender, que va a resultar molesto para alguno de los espectadores de aquella escena.

María quiere derramar su corazón en gratitud, en admiración, reconociendo en Jesús al autor de la transformación de su vida.

En un desgarrado arranque de amor derrama el valioso perfume contenido en un vaso de alabastro y lo expande sobre el maestro.

A ella no le importa lo que piensen los demás, no considera las especulaciones de aquellos que de seguro juzgarán con desaprobación aquel supuesto desperdicio.

Ella quiere demostrar el amor que siente hacia un hombre que ha cambiado el transcurso de su vida y la de su familia.

Cuando estamos enamorados hacemos cosas que aparentemente son locura.

Ella se arriesga, se salta el protocolo, se humilla, se entrega.

Una casa se abre en Betania para ofrecer una celebración.

Cuando las puertas se abren Dios entra.

El perfume se expande, toda la casa huele a nardo puro. Jesús sabe que pronto será entregado y manda guardar silencio a la necia voz de quien pretende hacerse pasar por justo restando importancia al acto de humildad allí representado.

Los cabellos enjugan los pies del Rey de Reyes. Un murmullo se cierne entre los asistentes, palabras ahogadas entre el clamor de un corazón agradecido.

¡Déjala! increpa Jesús. Déjala que derrame su vida, déjala que demuestra lo que hay en su corazón, déjala que presente esta ofrenda y con ella consiga perfumar el aire que pronto olerá a despedida.

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