Lógica y fe

La ciencia no hace más que descubrir lo que hace ya mucho está inventado por una mano y una mente superiores.

28 DE ENERO DE 2017 · 22:50

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Acostumbrados como estamos al debate entre ciencia y fe, por el título podría parecer que es en eso en lo que quisiera detenerme hoy, pero no es así.

Aunque ciertamente algunos elementos de estos dos debates, el clásico mencionado y el que plantea el encabezado, pueden estar presentes en ambos, quisiera centrarme más bien en el uso personal de la lógica que puede hacer una persona y cómo se compagina eso con la pretensión de vivir una vida de fe.

Dicho de otra forma, olvidémonos por un momento de aquello que nos excede, y centrémonos en cómo nos movemos cada cual en este asunto ciertamente complicado de equilibrar, porque la fe influye en nuestra lógica y, a menudo, la lógica interfiere con la fe.

Para el hombre y la mujer de hoy, la lógica es un asunto importante. Uno ya no puede ir por ahí alegremente acogiéndose a la fe en perjuicio de la lógica, porque parece que eso ya no nos lo podemos permitir como gente moderna que nos consideramos.

Mucho menos está bien visto acogerse a la religión en perjuicio de la ciencia (este es un mal planteamiento de partida, por cierto y algunos, además, nos consideramos personas de ciencia y de fe, aunque la compaginación entre ambas no siempre sea sencilla).

Honestamente, no creo que haya que hacer esa elección, porque la ciencia no hace más que descubrir, cuando es verdaderamente honesta –porque si no, no es ciencia- lo que hace ya mucho está inventado por una mano y una mente superiores. Muchos elementos resultan paradójicos, sin duda, pero tengo la plena convicción, desde la fe, que un día los entenderemos.

Sin embargo, esta es la gran premisa: “El hombre y la mujer modernos son racionales y así deben manifestarlo” (que solo sea en palabras, ya es tema de otra reflexión que no haré en esta ocasión). Pero nuestro verbo al menos debe hablar de nuestras intenciones y de nuestro posicionamiento como gente que ya no pertenece a la Edad Media, ni a tiempos oscuros en los que la fe parecía entenebrecerlo todo.

Quizá fueron tiempos sombríos porque nunca se entendió bien del todo la fe, o se usó de manera represora y no liberadora, lo cual es contrario al espíritu del evangelio. Parece que tuvo que llegar “el conocimiento moderno” que se cargara a Dios de un plumazo para arrojar luz sobre todas las cosas y, en ese ejercicio de alumbrar, se fue decidiendo que nada más que la lógica humana podría alumbrar las cosas, con lo que se fue relegando a la fe a un plano mucho menos visible donde destacara y distrajera menos.

Ahora, como nunca, me doy cuenta de lo poco “moderna” que soy para muchos, aunque creo que bien entendido, el planteamiento de no renunciar a diferentes abordajes sigue siendo el más completo de todos. Así que a la par puede que eso me convierta en “demasiado moderna” para otros. Pero gracias a Dios, no necesitamos ni necesito que llueva a gusto de todos.

Lejos de tener en cuenta cuanto muchos expresan acerca de las bondades de vivir a la luz de otra cosa que no seamos nosotros mismos y nuestros propios razonamientos, se ha relegado la fe a espacios absolutamente irrelevantes, donde nadie pueda verla de manera fácil, casi sin darse cuenta, porque no queda a la vista, sino donde los que quieran encontrarla tengan que entrar a propósito y esforzándose, por no decir casi escondiéndose, no sea que demasiada visibilidad nos resulte insoportable en nuestro arrebato de modernidad.

Y así, la luz que podía arrojar, o que muchos escogemos contemplar, simplemente brilla lo poco que le dejamos o de forma, al menos, más que imperceptible para la mayoría. Y ya se sabe que una luz que queda escondida, no vale para gran cosa.

Las razones para esto, más allá de las que tienen que ver con nuestro orgullo y nuestra propia autosuficiencia, con el esquema de hombre moderno que nos hemos creado, que también están ahí, tienen su origen en planteamientos muy “lógicos” nuestros, como son la expresión de que la fe enturbia la lógica.

Es decir, que una persona no puede ser lo suficientemente lógica o cabal si permite que la fe tenga algún espacio relevante en su vida. De ahí que si tienes fe, seas automáticamente cuestionado como ser ilógico que aún “no se ha caído del guindo” o “no ha salido de no sé qué huevo”.

Triste, porque esa lógica aparentemente aplastante no termina de asumir que, simplemente, hay cuestiones que no se pueden abrazar desde la ciencia, sino solo desde la fe.

La lógica, los propios razonamientos, que no han de ser sustituidos completamente por la fe, porque hemos sido diseñados como seres racionales, pueden dejarse influir por esta última, haciendo su aproximación al conocimiento mucho más completa, creo. Pero se ha dejado fuera todo aquello que no se puede abarcar con los propios métodos de abordaje del enfoque moderno. Y nos estamos perdiendo, sugiero, grandes cosas con este empeño.

No siento, honestamente, que la fe enturbie mi capacidad de juicio (aunque quizá alguno podría opinar algo diferente, claro). Al contrario, creo que me permite vivir una existencia con esperanza en cosas que, aun siendo intangibles y no perceptibles con los sentidos, colman de luz situaciones terriblemente oscuras de la existencia. Y todos tenemos en nuestras vidas esos espacios de oscuridad en los que, sin perder el contacto con la realidad, necesitamos que algo más responda a nuestras preguntas e inquietudes.

Todo no vale, pero nuestra lógica, a secas, no lo responde todo. Ni la lógica de los demás, por cierto, tampoco. Así que sigo optando por una vía en la que, cuando me encuentro con un “choque” entre la una y la otra, eso solo puede significar que debo seguir investigando más.

Me preguntaba en estos días, además, si no será que más bien, no solo la fe no tiene por qué enturbiar el sentido común, sino si más bien no sucede al contrario. Es decir, identificaba en el evangelio alguna situación en la que la lógica había enturbiado la fe, con el consiguiente fracaso de esta a continuación.

Tenía en mente especialmente los relatos en los evangelios que recogen el momento en el que Jesús camina sobre el mar hacia sus discípulos (Marcos 7, Mateo 14), que se habían adelantado en la barca dejando al Maestro un espacio de soledad para orar por petición de este:

  • Cuando Jesús decide incorporarse al grupo tiempo después, lo hace de manera milagrosa, acercándose a ellos en la tempestad y caminando sobre las aguas. Nada que la lógica pueda comprender, ni suscribir, por supuesto. Por eso es milagroso. La pregunta es si concebimos la posibilidad de milagro dentro de nuestra lógica, como concebimos el imprevisto, el accidente y otras cosas que se nos escapan.
  • El miedo, absolutamente lógico, por otro lado, aunque tantas veces no lo sea, surge en la mente de los discípulos. No podríamos esperar menos. Jesús habla directamente a su fe diciéndoles “No temáis. Yo soy”, lo cual a muchos podría no decirles gran cosa, pero es que a ellos, a la vez, les apelaba también a su lógica en términos de memoria reciente, porque hacía muy poco le habían contemplado alimentando a una multitud de más de 5000 personas aparentemente de la nada, usando solo cinco panes y dos peces. La lógica decía que nada de eso tenía sentido, pero sus ojos lo habían visto. Y no parecía tratarse de una alucinación colectiva. Jesús, de alguna forma, les decía: “Soy el mismo que he hecho ese milagro que ya habéis contemplado, luego puedo volver a hacerlo”, pero a la vez se apelaba a su fe, como diciendo: “El hecho de que sea yo debería bastaros; confiad”. Lógica y fe, fe y lógica en un difícil baile que no sabemos muy bien cómo se da, pero que resulta precioso en su ejecución cuando se aprende.
  • Pedro, el más lanzado de todos ellos por su propio temperamento impulsivo, opta por ir un paso más allá e invita al Maestro a que le llame y que él mismo pueda acompañarle sobre la superficie del agua. “¡Si eres tú, manda que yo vaya a ti sobre las aguas!” Y así sucede: Jesús accede a la petición y durante los instantes en que Pedro confía, anda sobre el mar. Jesús parece darle a Pedro cancha en su propia lógica, la que él mismo había expresado con su demanda.
  • Pero pronto, en cuanto Pedro se ve andando sobre el mar, su lógica interfiere en el camino y empieza a hundirse, clamando por salvación. Esta también es una expresión de fe, en un sentido, porque se dirige a quien consideraba que podría salvarle, aunque no lo había visto aún. Quizá era simple desesperación. Pero, sin duda, en ese Pedro nos encontramos nosotros, como siempre sucede.

Nuestra lógica, nuestra idea sobre cómo deberían funcionar o ser las cosas, interfiere con la lógica divina, que no es la nuestra, y que no tiene que ver con nada que podamos entender, sino con que Dios hace lo que quiere, como quiere, porque Él no se sujeta a las leyes que nosotros nos sujetamos.

Él es un Dios creador, luego es también un Dios libre. No tiene por qué gobernarse por las leyes físicas, porque las ha creado Él; tampoco por los elementos, o por lo que se llama “Madre Naturaleza”, porque esa “Madre Naturaleza” es criatura de un Dios mucho más grande que ella.

Dios actúa tantas veces siguiendo las leyes creadas porque así estima hacerlo, porque lo que creó era y es bueno en gran manera. Pero pretender reducir Su lógica a la nuestra es, desde el punto de vista de la fe, un absoluto sinsentido.

Me niego a tener que elegir entre la una y la otra. Muy por el contrario, me resulta absolutamente apasionante ahondar cada día en la comprensión de las dos, viendo cómo conviven, buscando elementos de conocimiento, sí, pero más allá, de sabiduría, que según entendemos desde la fe está ligada al temor de Dios y a aprender a ver las cosas como Él las ve.

Ciertamente la combinación y el desafío de vivir por ambas, renovando nuestro entendimiento cada día como expresa la carta a los Romanos, es difícil de abordar en tantas ocasiones. Vivimos por fe y no por vista, tal y como expresa la palabra, pero reconociendo a la vez que Dios nos da en tantas ocasiones la posibilidad de ver y entender eso que percibimos con la mente que también Él nos ha proporcionado.

Quizá la clave de esta combinación es tener ambas sujetas al Creador que les dio forma, tanto a una como a otra. Esto nos recuerda aquella disquisición, creo que ya más superada para muchos, entre cuerpo y espíritu. Cuando una combinación así trae tanta apertura y bendición a la vida de uno, por el sometimiento de ambas facciones a Su voluntad, ¿cómo renunciar a recibir todo lo que Dios nos proporciona generosamente por medio de tales fuentes?

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El espejo - Lógica y fe