Derramando besos

Dios nos enseña que sólo podemos dar cuando hemos sido llenos. Si queremos ofrecer amor, debemos de llenarnos de Él.

11 DE ENERO DE 2017 · 17:33

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Qué gran poder poseen los besos capaces de sanar, de ahuyentar pesares, de calmar el dolor…

El amor tiene infinidad de formas con las cuales ataviarse, a veces se transforma en sencillo beso, huye del letargo para buscar donde posarse y poder desplegar su preciosa carga de dulzura.

Me gustan los besos, la calidez de unos labios que acarician tu mejilla y te entregan su valija de afecto.

Me gustan los besos del amado, aquellos que depositados en los labios mitigan tu sed y tiñen tus ojos de un brillo especial.

Hay besos apasionados, otros amigos, ósculos santos, besos infantiles que dejan en tu rostro olor a caramelo, roces de labios ingenuos que mermados de maldad ofrendan su dote de cariño incondicional.

Pero entre tantos besos hay uno que ha marcado la historia, fue un beso falso, hipócrita, sombrío beso que entregó a Jesús a la muerte.

Siempre que leo en los diferentes evangelios la narración de cómo se sucedió aquella entrega juzgo con inclemencia el acto traicionero de aquel beso. He pensado en la ambición malsana de Judas, que con deshonestidad utilizó un gesto hermoso convirtiéndolo en una acción traicionera.

Los besos son una muestra de amor, de afecto, de cariño, son una representación escénica de la ternura, pero Judas, en un arrebato de locura hace sufragar la belleza que contiene transformándolo en un ademán de deslealtad que perdurará por los siglos de los siglos.

Él ha mancillado la historia de los besos, ha creado la excepción en la regla. Él, guiado por la maldad, enrancia el aire que envuelve la noche y otorgando un falso beso a Jesús muestra a toda la humanidad cómo la avaricia ciega al hombre.

A veces, de forma consciente o inconsciente, también manifestamos gestos de amor cuando nuestro corazón alberga un sentimiento totalmente distinto. Eso lastima. Provoca dolor a quien lo da, provoca insatisfacción a quien lo recibe.

Dios nos enseña que sólo podemos dar cuando hemos sido llenos.

Si queremos ofrecer amor, debemos de llenarnos de Él.

Acerquémonos con silenciosa honestidad hasta los pies de Jesús e imitando la escena de aquella mujer pecadora colmemos de besos sus pies; besos cargados de humildad. Regalémosle a nuestro Rey besos sinceros, besos que demuestren lo mucho que necesitamos estar siempre a sus pies.

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