Bob Dylan y el Nobel de literatura

Dylan se hace la pregunta que ocasionó discusiones por todo el planeta, pero que, lamentablemente, no amplió lo suficiente: “‘¿Son mis canciones literatura?’”

23 DE DICIEMBRE DE 2016 · 08:54

Diploma del Nobel para Dylan.,
Diploma del Nobel para Dylan.

Time is an ocean

but it ends at the shore.

Bob Dylan, “Oh, sister” (1976)

Ante la determinación de la Academia Sueca, antecedida en los últimos años por el rumor de que Bob Dylan obtendría el Nobel, ríos de tinta han corrido en pro y en contra. Que si es escritor o no; que si un cantante, por más que trabaje con poesía, no merece obtenerlo; que si, por fin, la música popular ha recibido el reconocimiento canónico largamente postergado, lo cierto es que, en esta ocasión, la controversia ha alcanzado límites inimaginables. Los siempre discutibles argumentos con que la Academia justifica su elección (“…por haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadunidense”), esta vez se vieron reforzados por las palabras de Horace Engdahl en la ceremonia formal: “La belleza de sus canciones es del máximo nivel. […] No debe sorprender que un cantante/compositor reciba ahora el premio Nobel de Literatura. […] En el pasado lejano se cantaba toda la poesía. […] Dylan ha devuelto su estilo sublime a la poesía, perdido desde el Romanticismo. […] Cuando la gente del mundo literario suspira hay que recordarle que los dioses no escriben, sino que bailan y cantan”.

Con la anunciada (y nuevo motivo de debate) ausencia del compositor y cantante, envió a su amiga Patti Smith a cantar uno de sus temas más emblemáticos y exigentes: “A hard’s rain a-gonna fall” (1963). No nos ocuparemos de revisar la inmensa trayectoria de Dylan, tantas veces expuesta y analizada aquí por algunos autores (señaladamente José de Segovia) sino más bien de las palabras que envió para la ceremonia del 10 de diciembre, leídas por la embajadora Azita Raji, en las que, entre otras cosas, se disculpó por no estar presente, luego de haber sido criticado calificado como “arrogante” por algún miembro de la Academia.

 

Bob Dylan y el Nobel de literatura

Luego del breve saludo, Dylan expresa sus disculpas por la ausencia: “Lo siento, no puedo estar con ustedes en persona, pero por favor, sé que estoy definitivamente con vosotros en espíritu y honrado de recibir un premio tan prestigioso”. E inmediatamente reflexiona sobre la importancia del premio, así como su antigua percepción del mismo: “Ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura es algo que nunca podría haber imaginado o visto venir. Desde temprana edad, he estado familiarizado con la lectura y la absorción de los trabajos de aquellos que se consideraron dignos de tal distinción: Kipling, Shaw, Thomas Mann, Pearl Buck, Albert Camus, Hemingway”. La mención de esos grandes escritores/as le propicia profundos sentimientos al encontrarse al lado de ellos: “Estos gigantes de la literatura cuyas obras se enseñan en las aulas, alojadas en bibliotecas de todo el mundo y hablados en tonos reverentes siempre han causado una profunda impresión. Que ahora me uno a los nombres en una lista como esta es realmente más allá de las palabras”.

Sobre el sueño de éstos y otros escritores de alcanzar el Nobel, señaló: “No sé si estos hombres y mujeres alguna vez pensaron en el honor del Nobel por sí mismos, pero supongo que cualquiera que esté escribiendo un libro, un poema o una obra de teatro en cualquier parte del mundo podría albergar ese sueño secreto en su interior. Probablemente está enterrado tan profundo que ni siquiera saben que está allí”. Su propia manera de verlo viene a continuación: “Si alguien me hubiera dicho que tenía la menor posibilidad de ganar el Premio Nobel, pensaría que tendría las mismas probabilidades que de estar en la luna. De hecho, durante el año en que nací [1941] y durante unos años después, no hubo nadie en el mundo que se considerase lo suficientemente bueno para ganar este Premio Nobel. Por lo tanto, reconozco que estoy en compañía muy rara, por lo menos”. Esta alusión a su generación recuerda, para algunos, la gran influencia que recibió de poetas como Allen Ginsberg (1926-1997), gran amigo suyo con quien colaboró y hasta anduvo de gira.

 

Lectura de Azita Raiji.

Luego ofrece los entretelones de la manera en que se enteró del premio: “Estaba en carretera cuando recibí esta sorprendente noticia, y me tomó más de unos minutos procesarla correctamente”. Recordar a Shakespeare produjo opiniones de los más diversos tonos, pues hubo quien lo criticó por compararse con él: “Comencé a pensar en William Shakespeare, la gran figura literaria. Creo que se consideraba un dramaturgo. El pensamiento de que estaba escribiendo literatura no podría haber entrado en su cabeza. Sus palabras fueron escritas para el escenario, con la intención de ser habladas, no leídas. Cuando escribía Hamlet, estoy seguro de que estaba pensando en muchas cosas diferentes: ‘¿Quiénes son los actores adecuados para estos papeles?’. ¿Cómo debería hacerse esto? ‘¿Realmente quiero establecer esto en Dinamarca?’. Su visión y sus ambiciones creativas estaban sin duda en la vanguardia, pero también había asuntos más mundanos que considerar y tratar. ‘¿Cómo será la financiación?’. ‘¿Hay suficientes asientos para el público?’. ‘¿Dónde voy a conseguir un cráneo humano?’. Apuesto a que lo más lejano de la mente de Shakespeare era la pregunta: ‘¿Es esto literatura?’”.

Su experiencia inicial como cantante es rememorada a lo lejos: “Cuando empecé a escribir canciones de adolescente, e incluso cuando comencé a lograr algo de renombre por mis habilidades, mis aspiraciones para estas canciones nunca fueron tan lejos”. Sus aspiraciones no eran tan grandes: “Pensé que podían ser escuchadas en cafés o bares, tal vez más tarde en lugares como Carnegie Hall o el London Palladium. Si realmente me pusiese a soñar mucho, tal vez podría imaginar llegar a hacer un disco y luego escuchar mis canciones en la radio. Ese era realmente el gran premio en mi mente. Hacer discos y oír sus canciones en la radio significaba que estaba llegando a una gran audiencia y que podría seguir haciendo lo que había planeado hacer”.

Verse a sí mismo como un cantante honesto ya era suficiente para él: “Bueno, he estado haciendo lo que me propuse hacer durante mucho tiempo. He hecho decenas de discos y ha tocado miles de conciertos por todo el mundo. Pero son mis canciones las que están en el centro vital de casi todo lo que hago. Parecían haber encontrado un lugar en la vida de muchas personas a través de muchas culturas diferentes y estoy agradecido por eso”. Y añade: “Pero hay una cosa que debo decir. Como intérprete he tocado para 50 mil personas y para 50 y puedo decir que es más difícil tocar para 50 personas. 50 mil personas son una sola, no así 50. Cada persona tiene una identidad individual, separada, un mundo en sí mismo. Pueden percibir las cosas con mayor claridad. Juzgan con honestidad y se relacionan profundamente con tu talento se juzga. El hecho de que el comité del Nobel sea tan pequeño no lo puedo obviar”. Cantar para una sola persona es una extravagancia que, por cierto, no dejó de hacer para el sueco Fredrik Wikingsson, en noviembre de 2014, en la Academia de Música de Filadelfia.

Allí viene la comparación con el gran dramaturgo: “Pero, como Shakespeare, yo también estoy a menudo ocupado en la búsqueda de mis esfuerzos creativos y tratando con todos los aspectos de los asuntos mundanos de la vida. ‘¿Quiénes son los mejores músicos para estas canciones?’. ‘¿Estoy grabando en el estudio correcto?’. ‘¿Esta canción está en la clave correcta?’. Algunas cosas nunca cambian, incluso en 400 años”. Y entonces, para concluir, se hace la pregunta crucial, la que ocasionó discusiones por todo el planeta, pero que, lamentablemente, no amplió lo suficiente: “Ni una sola vez he tenido tiempo de preguntarme: ‘¿Son mis canciones literatura?’”. Ojalá lo haga en el discurso que deberá leer cuando, por causa de tres conciertos que ofrecerá en Estocolmo en abril de 2017, se presente a recoger el premio. “Por lo tanto, doy las gracias a la Academia sueca, por tomarse el tiempo para considerar esa misma pregunta y, en última instancia, proporcionar una respuesta tan maravillosa. Mis mejores deseos para todos”. Esas fueron sus últimas palabras, con las que, de momento, zanjó las controversias que seguirán hasta escucharlo de viva voz el próximo año en Suecia.

De entre la enorme cantidad de opiniones sobre el Nobel concedido a Dylan, rescatamos algunas vertidas desde México:

El Nobel no debe darse a quien lo necesita (no creo que ningún candidato lo necesite, por cierto) sino a grandes creadores, y Dylan es uno de ellos, juglar perdido en el siglo XXI. ¿Habrá que recordar que es un extraordinario compositor de textos? Desarticuladones, sí, según nuestra paupérrima lógica de la eficiencia, pero cargados de una electricidad creativa y gratuita como el súbito salto de una ballena en el horizonte. Yo no analizo a Dylan para buscarle un desarrollo cartesiano, sólo me regocijo con sus chispazos, como en aquella canción en la que indaga sobre el misterio de soñar, "Series of dreams", en la que precisamente aclara que esa faceta del ser no es demasiado científica. Soñar, dice, es algo tan ligero que no revienta a la burbuja. ¿Qué burbuja? La de las historias que soñamos, la de nuestra capacidad creativa, la de la sorpresa, la burbuja de crear. (Julio Trujillo, “Dylan sí”)

Bob Dylan, los muchos Dylan que ha sido Bob Dylan, son palabras, versos, frases creadas de imágenes contrapuestas, pedacería verbal y esquirlamiento de la realidad devuelta en canciones que se sumergen en los oídos y le han dado voz a un tiempo. Lo importante es lo que se ha escrito, lo que se canta, lo que está. Lo demás es anecdótico. El propio Dylan lo ha dicho: “Para mí, el intérprete viene y se va, las canciones son el centro del espectáculo, no yo”. Dylan hace lenguaje, lenguaje-música, y a través de ello ha creado de nuevo un espacio ritual (los conciertos) donde la voz y la música son el instrumento del lenguaje. Es la voz que corta el aire, la que susurra el mundo al oído como un flujo sonoro que llega al espacio más secreto de la conciencia, es la voz que alumbra el golpe y lo cuestiona, la voz que, como Scheherezade, permite salvar la cabeza. Este Nobel celebra la palabra que cambia al mundo, pero desde otra plataforma que no es el libro, que tiene otros espacios. Este Nobel reconoce la poesía amplificada, expandida, oral, y el contacto entre escucha y palabra, entre el rapsoda que hila las voces de todos para tejer el canto. Un canto que cambia las formas de comprender el mundo como lo es el de Bob Dylan. (Rocío Cerón, “Bob Dylan, lenguaje”)

A los 75 años, el vagabundo de Duluth sigue en el camino. Su Odisea no tiene Ítaca. Es más fácil localizarlo en un autobús que en una casa. Ha reconocido sus deudas artísticas, pero también ha dicho: “¿Qué hay de las cruces en las carreteras y en las esquinas heladas? ¿Qué hay de los discos que oí una sola vez? ¿Qué hay de los aullidos de los lobos y los ladridos de los perros?”.

Dylan adiestró su talento en bares donde la música recibía poca atención. Una vez tocó en un club de ajedrecistas de Nueva Jersey. Mientras cantaba, alguien decía “jaque” o “buena jugada”. Al terminar le pagaron con dos piezas de ajedrez, un rey y una reina. Fue a la barra y pidió un refresco. Pagó con la reina y le dieron de cambio cuatro peones, dos torres y un caballo. Hoy ha recibido otra recompensa.

“¿Cuántos caminos debe recorrer un hombre para ser llamado hombre?”, dice la más conocida de sus canciones. El expedicionario que nunca llegará a la meta puede hacer una pausa para escuchar el sencillo rumor del mundo, ya inseparable de su poesía: la respuesta, lo sabemos, está en el viento. (Juan Villoro, “Un árbol en el océano”, Reforma, 14 de octubre de 2016)

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