Genoma humano y la coherencia de Lennox (II)

¿Cuánto ADN compartimos, en realidad, con los chimpancés? El baile de cifras extraídas de las publicaciones científicas ha sido continuo y confuso.

25 DE DICIEMBRE DE 2016 · 17:00

Foto: Ricardo Gómez Ángel (Unsplash, CC),
Foto: Ricardo Gómez Ángel (Unsplash, CC)

¿Cuánto ADN compartimos, en realidad, con los chimpancés? El baile de cifras extraídas de las publicaciones científicas, y redondeadas por la divulgación de los diversos medios de comunicación, ha sido continuo y confuso, en función de los intereses y concepciones evolucionistas. Cuando en 2005 se realizó la secuenciación del ADN del chimpancé (Pan troglodytes), se aseguró en la revista científica Nature que la similitud con el genoma humano era de algo más del 98%.[1] Algunas publicaciones, poco después, elevaron esta cantidad por encima del 99%. De manera que, al parecer y por lo que respectaba a los genes, prácticamente éramos idénticos.

Cuatro años más tarde, en la misma revista Nature aparecía otro artículo en el que se rebajaban algo tales pretensiones[2] y se aseguraba que la cifra anterior era incorrecta. Si antes se creía que sólo diferíamos en un 1.24% de los chimpancés, ahora se aseguraba que tal cifra podría ser “hasta diez veces superior”. Semejante modificación se debía al estudio de las duplicaciones segmentarias, fragmentos grandes de ADN repetidos muchas veces a lo largo del genoma, que antes eran difíciles de distinguir con las técnicas empleadas. Tal cambio les permitía a los autores reconocer que quizás hombres y primates somos cualitativamente diferentes, desde el punto de vista genético.

Dos años después, en el 2011, la bióloga evolucionista Nessa Carey -profesora de Biología Molecular en el Imperial College de Londres- reconocía que “no hay una cifra media sencilla y significativa que podamos dar para expresar lo semejantes que son los genomas del hombre y del chimpancé. Las estadísticas son, en realidad, muy complicadas, porque hay que tener en cuenta que diferentes regiones genómicas (por ejemplo, secciones repetitivas versus regiones de genes codificadores de una sola copia codificadora de proteínas) afectan a las estadísticas de modo diferente.”[3] Y se refería a una diferencia que podía ser determinante. Es decir, a la distinta forma en que es tratado el ácido ribonucleico no codificante (ARNnc) -antes considerado como producto del ADN basura- en las células de las dos especies. ¿Qué significa todo esto?

El primer artículo de Nature del 2005, en el que se publicitaba el famoso parecido del 98%, ya incluía en su conclusión una pista que podría aclarar todo este baile de cifras. Contenía estas sospechosas palabras: “el borrador de la secuencia del chimpancé estudiada es suficiente para los análisis iniciales, pero todavía es imperfecto e incompleto. Los estudios definitivos sobre la evolución del gen y del genoma -incluyendo la formación de pseudogenes, la expansión de la familia de genes y la duplicación segmentaria (es decir, el ADN basura)- requerirán una secuencia terminada de alta calidad.”[4] Estas palabras parecían reconocer que lo que realmente se había secuenciado era el ADN codificante (sólo el 2% que formaba proteínas) pero no el llamado ADN basura que en el chimpancé, lo mismo que en el hombre, supone alrededor del 98% del ADN restante. ¿Significaba esto que el famoso parecido inicial del 98% entre humanos y simios se refería solamente al 2% codificante de ambos genomas, ya que no se había secuenciado todavía el ADN basura? Esto es precisamente lo que entendieron y denunciaron en su momento algunos científicos críticos partidarios del Diseño inteligente.

El Dr. Jonathan Wells, biólogo del Discovery Institute, publicó una nota en el 2011, en la que hacía hincapié en que las pretendidas similitudes del 98% o el 87% o lo que fuera, se referían en realidad únicamente al 2% de los genomas del hombre y el chimpancé, puesto que el resto del ADN, el no codificante, no se había comparado.[5] Y además, este ADNnc que no formaba proteínas, difería notablemente entre los simios y las personas. Wells se formulaba la siguiente cuestión. Si las llamativas semejanzas en el ADN codificante de proteínas (2% del genoma) apuntan a una descendencia común de chimpancés y hombres, ¿por qué las diferencias en el ADN no codificante de proteínas, muchísimo más abundantes (98% del genoma), no apuntan a sus orígenes separados? Él respondía que esto era un asunto tabú ya que cuestionaba las tesis del darwinismo y que, en el fondo, se trataba del típico razonamiento circular. ¡Si el ADN codificante de ambas especies es similar, esto se debe a que comparten un antecesor común. Pero si el ADN no codificante NO es similar, esto se debe también a que comparten un antecesor común! Tal sería la lógica darwinista.

En fin, desde planteamientos evolucionistas, se ha intentado hacer creer que el pequeño porcentaje de similitudes genéticas en el ADN, que fabrica proteínas en las dos especies, justifica su origen común y es más relevante que el elevado porcentaje de diferencias en el ADN, que no fabrica proteínas, pero hace otras tareas fundamentales. ¿Es suficiente este pequeño tanto por ciento para afirmar que descendemos del mismo antepasado? Aunque es verdad que no sólo los evolucionistas sino también algunos partidarios del Diseño inteligente creen que sí, como el propio Michael J. Behe, -y desde luego no les faltan razones para ello, como se verá en sucesivos trabajos- cada vez son más los genetistas que piensan que la singularidad biológica humana, aparte de la cultural, reside precisamente en nuestro peculiar ADN no codificante. Después de todo, es el hombre quien estudia el genoma del chimpancé y no al revés. Alguna diferencia importante debe haber ¿no?

En realidad, según se desprende de los últimos descubrimientos en el ADNnc, pueden ser cientos de millones las divergencias genéticas que nos separan de los grandes simios. Unas diferencias que la evolución ciega por selección natural nunca hubiera podido desarrollar. La próxima semana se analizarán las similitudes existentes que plantea la homología darwinista entre los genomas del chimpancé y humanos. Particularmente los errores o mutaciones comunes que parecen corroborar un origen común. Veremos también las explicaciones ofrecidas por los críticos del evolucionismo.

 

[1] Chimpanze Sequencing and Analysis Consortium, 2005, Inicial sequence of the chimpanzee genome and comparison with the human genome, Nature, 437: 69-87.

[2] Marquès-Bonet y otros, 2009, “A burst of segmental duplications in the genome of the African great ape ancestor”, Nature (12 de febrero de 2009).

[3] Carey, N., 2013, La revolución epigenética, Buridán, Barcelona, p. 209.

[4] Chimpanze Sequencing and Analysis Consortium, 2005, Inicial sequence of the chimpanzee genome and comparison with the human genome, Nature, 437: 69-87 (El paréntesis en itálicas es añadido por el autor).

[5] Wells, J., 2011, “Darwinian Logic: The Lates on Chimp and Human DNA”, Evolution News.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - ConCiencia - Genoma humano y la coherencia de Lennox (II)