La persona de Cristo

A pesar de esta rabiosa actualidad de Cristo, el Maestro permanece realmente ignorado. Ocurre lo mismo que en los casos que nos relatan los Evangelios.

16 DE NOVIEMBRE DE 2016 · 16:54

Christ! / Walter Bakker (flickr - CC BY-NC-ND 2.0),
Christ! / Walter Bakker (flickr - CC BY-NC-ND 2.0)

Con el comentario anterior he terminado de exponer la primera parte del Credo, que habla de la fe en Dios, de Dios como Padre, Dios Poderoso y Dios Creador.

Con este capítulo se inicia la segunda parte del Credo, que tiene como figura central a la persona de Cristo.

Hay en total diez afirmaciones que bosquejan los más importantes aspectos de su Persona. Son una admirable síntesis de cristología.

Cristo es en nuestros días una figura eminentemente popular. Al mismo tiempo, sigue siendo objeto de controversia en los ambientes teológicos, filosóficos, científicos y literarios. No hay descanso para el cansado Peregrino de Galilea.

Cuando Ernesto Renán escribió su famosa "Vida de Jesús" a finales del siglo XIX, se pensó que ya se había criticado todo en la persona de Cristo. Pero los libros de apologética han seguido apareciendo.

En América se han hecho populares obras como: "Jesús y los celotes", de Brandon; "El otro Jesús", de Ballou. y "¿Quién fue Jesús?", de Cross.

En España se ha publicado otro importante libro con el título: "Radiografía de Cristo", del médico psiquiatra Enrique Salgado. Su visión de Cristo no es muy ortodoxa. El libro fue prohibido por la censura. Y hay centenares más en la misma línea de fantasía cristológica.

El movimiento hippy fue reconocido como uno de los más importantes acontecimientos ocurridos en Norteamérica en 1967. Actualmente casi ha desaparecido. Sus jóvenes componentes incluyeron a Cristo entre su bagaje ideológico y se distribuyeron pinturas de Jesús donde le hacían aparecer como un hippy más, identificado en lo físico y en lo mental con la filosofía hippy.

Los supervivientes del hippismo más partidarios de Cristo lanzaron un nuevo movimiento cristológico: El "Jesus Movement". Distribuidos en comunas compuestas por grupos de diez a treinta jóvenes de ambos sexos, abandonaron la droga, el alcohol, el sexo -en parte- y se dedicaron -no sé con qué dosis de sinceridad- a la predicación de un Evangelio concebido a su imagen y semejanza y con un Cristo sumamente liberal como centro.

La música "pop" ha incorporado a su amplio repertorio la figura de Cristo. Esto ha ocurrido en mayor o menor escala, en todos los países del bloque occidental, pero principalmente en Norteamérica, donde se hicieron célebres títulos tales como "Oh, happy days!", "I want to go to glory", "My sweet Lord", "Oh  Lord, why  Lord!", "Put your hand in the hand", y otros muchos.

El teatro y el cine están popularizando tremendamente la figura de Cristo. Cada día se montan nuevas obras de teatro y se producen películas donde Cristo es figura central del guión. Cabe destacar las ya célebres óperas musicales "Jesucristo Superstar" y "Godspell", ambas montadas en teatro y llevadas posteriormente a la pantalla.

A pesar de esta rabiosa actualidad de Cristo, el Maestro permanece realmente ignorado. Ocurre lo mismo que en los casos que nos relatan los Evangelios.

María Magdalena le tenía ante sí y le confundía con el hortelano. Jesús se presenta ante los discípulos y éstos se espantan creyendo que veían un espíritu. Camina con dos discípulos durante más de dos horas y son incapaces de reconocerle. Habla desde la orilla de la playa con los que están en la barca y no saben que el interlocutor es Jesús hasta que se produce el milagro de la pesca. Las multitudes viven hoy saturadas de Cristo. Pero al mismo tiempo desconocen al Cristo real del Evangelio. Nuestra época ha confeccionado una imagen de Cristo apta para el consumismo fácil y popular. Y esto, que en algunos círculos religiosos se considera un bien, por aquello de que lo importante es que se hable del personaje, yo creo que es un grave mal, porque establece conceptos erróneos que cuesta mucho disipar.

El Cristo del Credo es más exigente. No es un Cristo fácil. Pero es el Cristo que el mundo necesita y el que nosotros hemos de propagar. Un Cristo que reclama fe seria, serena, meditada, razonada; una fe que abarque todos los aspectos de Su Persona, de Su obra y de Su existencia eterna.

Cristo, hoy, está cubierto de pensamientos bellos, de flores alegres, de incienso perfumado. Pero ni se le comprende, ni se le vive. Se le ha reducido a cálidas palabras y a aplazadas ilusiones. Es preciso renunciar a todo ese rosario de metáforas y de superficialidades sentimentales y abrazarle en la viva realidad del Evangelio. Como lo proclamaba José María Pemán en un tierno poema, cuyos versos dicen:

Yo tenía
tanta rosa de alegría, 
tanto lirio de ilusión,
que entre mano y corazón
el Niño no me cabía...

Dejé las rosas primero.
 Con una mano vacía
- noche clara y alba fría-
me eché a andar por el sendero.

Dejé los lirios después.
Libre de mentiras bellas,
me eché a andar tras las estrellas
con sangre y nieve en los ples.

Y sin aquella alegría,
pero con otra Ilusión,
llena la mano y vacía,
cómo Jesús me cabía
-¡y cómo me sonreía!-
entre mano y corazón.

A Cristo no se le puede comprender, ni sentir, ni vivir, ni participar de sus beneficios redentores si no es a través de la experiencia personal.

La divinidad de Cristo, como la misma existencia de Dios, es una cuestión de convicción. Podemos defender y rebatir argumentos; podemos discutir ideas; podemos examinar filosofías; podemos comparar sistemas; podemos sumirnos en el estudio de las razones positivas y negativas hasta que se nos seque el seso de tanto leer, como le ocurrió al Caballero de la Triste Figura, pero si no llegamos a sentir la vida de Cristo en nuestra propia vida, si no nos convencemos por el método directo y personal de la conversión, nunca estaremos realmente ciertos de Su divinidad.

Es una cuestión de experiencia personal, íntima. El ciego de nacimiento curado por Jesucristo sólo tenía un argumento que presentar a quienes le pedían su opinión sobre Jesús. "Una cosa sé -decía-, que habiendo yo sido ciego, ahora veo" (Juan 9:25). Y nadie podía convencerle de lo contrario; los líderes religiosos podían negar el carácter mesiánico de Cristo, podían decir que sólo era un hombre, incluso que era un pecador, pero nada podían contra las razones irrebatibles  del ciego: “Yo era ciego y ahora veo". Cuando el corazón dice que Cristo es Dios porque el milagro de Cristo se ha producido en él, no cabe discusión posible.

Cuando Pablo relató su encuentro con Cristo ante la enfurecida multitud de Jerusalén, los que le oían daban gritos, arrojando sus ropas y lanzando polvo al aire, mientras exclamaban: "¡Muera!" (Hechos 21:36) y "Quita de la tierra a tal hombre, porque no conviene que viva" (Hechos 22:22). Pero él estaba seguro de que su testimonio era verdadero, de que al hablar de Cristo como Dios no mentía, porque había sentido en lo profundo de sí mismo el cambio operado por la obediencia al Jesús resucitado.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Enfoque - La persona de Cristo