Correr hasta que te pillen

Dios espera es que descansemos en él y prestemos atención a lo que hemos oído, a lo que está escrito en su Palabra.

07 DE AGOSTO DE 2014 · 22:00

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Michael Johnson en los JJOO de Sydney / jimmyharris (Wikimedia Commons)

«El cinco veces campeón olímpico Michael Johnson devolverá su última medalla de oro conseguida en el relevo de 4x400 metros en los Juegos Olímpicos de Sídney 2000 después de que un compañero de equipo admitiera haberse dopado». Ese fue el enunciado de la noticia el día siguiente a que Antonio Pettigrew testificara en el juicio contra el entrenador Trevor Graham y admitiera haber tomado sustancias dopantes desde las clasificatorias estadounidenses de 1996. Su confesión llegó tras las suspensiones a Alvin y Calvin Harrison y Jerome Young, que también fueron integrantes de ese equipo. No son casos únicos, ¡y no solo ha ocurrido en el mundo del deporte! Cada vez encontramos más personas que devuelven medallas, cargos o dinero cuando comienzan a ser procesados por problemas de corrupción, cohecho, dopaje, delitos económicos, estafas, etc. No es que esté mal que lo reconozcan, ¡todo lo contrario! Lo que me llama la atención es que casi todos lo hacen cuando son descubiertos. Nunca antes. Yo lo llamo «conducta jurídica». Es decir: todo lo que haces es correcto mientras no te descubran. Cualquier cosa que hagas es válida con tal de que nadie lo sepa. En cuanto hay sospechas y te denuncian, casi todo el mundo se arrepiente. Muy pocos toman sus decisiones de acuerdo a lo que está bien o a lo que está mal. Casi todos intentan engañar, ¡y si nadie se entera mejor! Al final, la mayoría de las personas dejan de vivir de acuerdo a la justicia. Solo acuden a ella cuando son engañados, o cuando son descubiertos. Dios ya conocía adónde íbamos a llegar con nuestro comportamiento y nuestras excusas, así que dejó escrito: «Por tanto, debemos prestar mucha mayor atención a lo que hemos oído, no sea que nos desviemos» (Hebreos 2:1). Es genial la palabra desviarse, porque en el original significa «perder el rumbo»; vivir sin saber adónde ir. La mejor definición de muchas personas en nuestra sociedad. Y esa señal de alerta, «no sea que perdamos el rumbo», está escrita para todos, creyentes y no creyentes. La mayor parte de la sociedad ya no vive bajo principios cristianos ni le preocupa demasiado lo que es correcto o no. Muchos han perdido el rumbo de una manera definitiva, y lo peor es que no les preocupa demasiado. Pero esa es una advertencia válida también para los que creen en Dios, porque podemos ir deslizándonos poco a poco (¡casi sin darnos cuenta!) hasta seguir un rumbo equivocado. Podemos desperdiciar meses enteros (¡o años enteros!) de nuestra vida pensando que lo que hacemos es correcto sin vivir la vida que Dios tiene preparada para nosotros. En cierto modo, podemos estar perdiendo el rumbo aunque estemos en el camino correcto. No se trata de hacer el bien únicamente por temor al castigo. La conducta jurídica no va a transformar la sociedad ni hacerla más justa. El pensar que algo está bien mientras no nos descubran es un engaño infantil. Además, otros pueden estar robándonos sin que nosotros lo sepamos. Lo que Dios espera es que descansemos en él y prestemos atención a lo que hemos oído, a lo que está escrito en su Palabra. Que cada decisión que tomemos la hagamos en su presencia.No podemos perder el rumbo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Con otro ritmo - Correr hasta que te pillen