Esperar sin esperanza

Encarcelado por comunista, Antonio Buero Vallejo llegó a ser el autor de teatro más reconocido del régimen franquista, una paradoja de las muchas que acompañan toda su vida.

25 DE OCTUBRE DE 2016 · 08:20

Hablando con el presidente Adolfo Suárez en 1978.,antonio buero vallejo
Hablando con el presidente Adolfo Suárez en 1978.

“Pensaba en lo lleno que está el mundo de coincidencias, en cómo todos esperamos algo –dice Julián, el personaje de Buero Vallejo (1916-2000) en “La señal que se espera” (1952) –. Esperar contra toda esperanza es el único quehacer auténticamente humano, según el dramaturgo, que ahora recordamos su centenario. Encarcelado por comunista, llegó a ser el autor de teatro más reconocido del régimen franquista, una paradoja de las muchas que acompañan toda su vida. El escritor decía que poseía “más duda que fe”. Por eso aunque reconoce que su obra tiene “un fondo religioso, puede que ni siquiera crea en Dios”, dice al hispanista Eric Pennington. 

Su mera apariencia me trae el recuerdo de aquella España en blanco y negro. Su bigote bien recortado, pelo engominado y traje de raya bien planchado, le daba la imagen de un hombre de derechas que en la Transición hubiéramos llamado “facha”. Sin embargo, estuvo casi siete años en prisiones, a punto de ser fusilado, por ser comunista. Daba la impresión de ser extremadamente serio. Aunque aquellos que le conocían dicen que tenía un gran sentido del humor. Hombre sobrio y de costumbres fijas, veraneaba siempre en Navacerrada, pero tenía la curiosidad de asistir a cualquier espectáculo joven de vanguardia, aunque no tuviera nada que ver con su estética. Muchas paradojas, para tener una idea clara de quién era alguien que decía que hubiera preferido ser músico, antes que escritor.

 

Abrazando a su mujer en un descanso durante un ensayo de Las cartas boca abajo en 1981.

Yo era estudiante de Periodismo a principios de los años ochenta, cuando le llamé para hacerle una entrevista sobre su idea de Dios, para la revista Panorama Evangélico. Su respuesta fue la más inteligente que recibí de todos los intelectuales que contacté: “ese no es un tema para hablar por teléfono”. Cuando veo su foto, pienso en mi tío Manolo. Era igual que él, físicamente. Pasé temporadas en su casa durante mi adolescencia, cuando se iban mis padres al extranjero. Era un alto funcionario de Aduanas, pero simpatizante del partido socialista, serio e irónico, al mismo tiempo. No decía mucho, pero fumaba sin parar, como Buero. 

Es extraño pensar que estamos en su aniversario y no hay ni una sola obra suya en cartel. Pertenece a esa España que vivió el franquismo, a pesar de haber estado en contra de él, sin ser luego revindicada por el socialismo. Como Julián Marías, fue preso y represaliado en la posguerra, pero debido al nombre que adquirió en el régimen, el gobierno del PSOE no quiso saber nada de él. Habiendo sido comunista, su difícil relación con el partido quedó también plasmada en un libro que hoy nadie quiere recordar, “Miseria y grandeza del PCE”. Eran personas en tierra de nadie. No eran una cosa, ni otra, ¡como los protestantes españoles!  

 

“LO QUE PUDO Y DEBIO SER, NO SERÁ”

En los años sesenta el dramaturgo mantuvo una dura polémica con el ahora vindicado autor comunista Alfonso Sastre, sobre el llamado “posibilismo”, como si Buero se hubiera domesticado ante la dictadura. Se le reprochaba incluso haberse quedado en España. Tenía menos de veinte años cuando fusilaron a su padre, un militar gaditano que enseñaba cálculo en la escuela de ingenieros. Y como soldado republicano, el escritor fue detenido y condenado a muerte en 1939. 

 

Buero con su hijo Enrique, el único que sobrevivió, tras la muerte por accidente de tráfico de su hermano Carlos.

Buero pasó por media docena de cárceles a causa de su militancia comunista –entre ellas, la de Conde de Toreno en Madrid, donde hizo su famoso dibujo de Miguel Hernández–, esperando seis meses su fusilamiento, para recibir finalmente libertad condicional –cuando estaba en el penal de Ocaña en 1946–. Al salir de la prisión, colaboró con una de esas organizaciones antifranquistas que cabían en un taxi, como dice su amigo Gregorio Morán. La llamaban la Unión de Intelectuales Libres. 

Su alejamiento de la agotada lucha en el interior, fue acompañado de un amargo rechazo por la resistencia en el exterior, que utilizo para sus ataques al cartelista Josep Renau y el periodista Haro Tecglen, que actuaron como auténticos sicarios estalinistas, frente a Buero. Su posibilismo fue incomprendido entre los muchos conversos a la izquierda que hubo en la Transición. Cuando entra ya en la Academia en 1972, dijo con gravedad: “lo que pudo y debió ser, no será”. En su discurso sobre Lorca, constata: “el azar me perdonó la vida, pero de él solo permanece la angustia de su ausencia”.

 

Buero es el primero a la izquierda, en esta foto en el penal de El Dueso en 1942.

Su obra sobre el suicidio de Larra, “La detonación” (1977) habla del poco futuro que tiene en este país, la singularidad personal, frente a una sociedad corrupta. Buero pertenecía a una España que se quería olvidar, si no enterrar. No es extraño que no tuviera lugar en “la bodeguilla” de Felipe González en la Moncloa. Tras su salida del Congreso por la Libertad de la Cultura en los años sesenta, al descubrir el interés de la CIA en esta organización, mantuvo el “no” a la OTAN, que cambió el partido socialista a su llegada al gobierno. Definitivamente, estaba en tierra de nadie. 

 

ESCALERA A NINGUNA PARTE

Como muchos contemporáneos, conocí a Buero Vallejo al tener que leer en el colegio la obra con que se dio a conocer en 1949 por el Premio Lope de Vega, “Historia de una escalera”. Muchas representaciones suyas se veían en televisión, dentro del espacio Estudio 1. Algunas se pueden ver todavía en el Archivo que tiene RTVE en Internet. Es una delicia recordar actores como José María Rodero en “El concierto de San Ovidio” o “Las Meninas”, José Bodalo en “Las cartas boca abajo”, Jesús Puente en “La Fundación”, Berta Riaza en “Hoy es fiesta”, Jaime Blanch “En la ardiente oscuridad”, Emilio Gutiérrez Caba en “El tragaluz”, o Monica Randall en “Madrugada”.

 

Historia de una escalera es su obra más conocida desde 1968.

El teatro de Buero es como el espejo de un país que ha cambiado el ideal por el interés. Observa cómo los buenos deseos y motivaciones han dado lugar a la traición y desencanto por el amor frustrado. Lo interesante es que desde el principio encuentra que el origen de ese fracaso no está en el mundo, sino en la persona. Su esperanza no está en un Dios en el que no cree, sino en el hombre. “Fui educado de acuerdo a la religión católica, pero ya no me considero católico –dice al hispanista Eric Pennington en una entrevista de 1978–. La figura de Jesús es extraordinaria, y la ética cristiana, bien entendida, también lo es. Hay esto también en otras religiones.”

Cuando el profesor norteamericano le pregunta por la similitud de Ignacio con Cristo “En la ardiente oscuridad” (1950), Buero contesta que es menos que él. Le recuerda la cita que encabeza la obra del Evangelio de Juan: “Y la luz en las tinieblas resplandece, más las tinieblas no la comprendieron” (1:5). El personaje es un ciego rechazado por otros, que dice como Jesús: “no os traigo paz, sino guerra”. Al final es asesinado, pero resucita. Consciente de la analogía con Cristo, el autor dice que no tiene una intención “apologética”, porque “no es un Cristo impecable, sino un hombre de pasiones”. 

 

LUZ DE ESPERANZA

La oscuridad que produce la ceguera es un tema recurrente en la obra de Buero Vallejo. Cuando el autor invoca la introducción al Evangelio de Juan para hablar de esa “incomprensión” de las tinieblas a la luz (1:5) –como traduce la Nueva Versión Internacional–, se refiere a la ceguera del que no quiere ver. Hay un conflicto entre la luz y las tinieblas, que llena todas las páginas de la Biblia. La causa según Juan, es que “los hombre amaron más las tinieblas que la luz” (3:19). Jesús por eso, nos llama a salir de la oscuridad (8:12).

 

En 1974 estrenó La Fundación con Jesús Puente y Francisco Valladares.

Cristo vino “al mundo como la luz”, para que todo aquel que crea en Él “no permanezca en tinieblas” (12:46). Cuando las personas se encierran en su ceguera, eligen vivir en tinieblas. Esto no es sólo una cuestión intelectual. Hay una dimensión afectiva. Aman la oscuridad. ¿Por qué? “Sus obras son malas” (3:19). En esto consiste la condenación, dice Juan. Somos responsables de nuestra ceguera.

Ignacio anhela la luz “En la ardiente oscuridad”. Como los protagonistas de sus obras, espera contra esperanza. Así Julián en “La señal que se espera” cree que “la fe no es inútil”, ya que “mueve las montañas y produce las señales”, en referencia a las palabras de Jesús en el Evangelio según Mateo (17:20). Es más dice que “por su poder vivimos”. Ya que como observa el autor de la Epístola a los Hebreos, “la fe es certeza de lo que se espera, convicción de lo que no se ve” (11.1).

En un sentido, “la fe ve mejor en la oscuridad”, dice Kierkegaard. La cita viene de unos discursos como sermones o meditaciones teológicas que llamó “El Evangelio de los sufrimientos”, publicados en otoño de 1846, cuando el filósofo entiende cómo la fe cristiana no puede ser entendida en tiempos de felicidad. La idea de Dios muriendo en una cruz es escandalosa, lo más oscuro que uno pueda imaginar. Y sin embargo, nos muestra el amor de Dios en esa patente oscuridad.  

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