El Dios soberano universal de Ezequiel

Los libros proféticos (XX): Ezequiel (III): el Dios que es soberano universal de todos los tiempos (c. 25-32).

19 DE OCTUBRE DE 2016 · 19:00

,ojo de Dios, universo galaxia

Seguramente, algunos recordarán aquella secuencia de la película “El cardenal” en la que un joven judío, enamorado de una muchacha católica, pregunta a su hermano (sacerdote) de dónde es Dios.

El judío –que no pasa de ser un agnóstico- formula la cuestión no sin ironía, pero, en un momento determinado, viendo la conducta de aquella familia católica, acaba diciendo con amargura: “Ya lo sé. Dios es irlandés”. Una idea expresada con más humor, pero no diferente es la que transmite aquel chiste de vascos en el que uno le dice a otro: “Fíjate si Cristo era humilde que, habiendo podido nacer en Bilbao, nació en Belén”.

Podríamos multiplicar los ejemplos por docenas. Los católicos españoles insisten en que España es la tierra de María e hija predilecta de la iglesia católica, sin duda, ignorando que es lo mismo que sus correligionarios franceses dicen de Francia.

Por supuesto, el fenómeno se da en otras religiones. Sin duda, existe una propensión habitual a limitar a Dios a nuestro grupo, tribu o región.

El pueblo de Israel padeció también de esa enfermedad espiritual, pero, de manera bien significativa, los profetas se enfrentaron con ella de manera frontal.

No sólo es que Dios no iba a legitimar lo malo que pudiera hacer Su pueblo por mucho que fuera Su pueblo. Es que además Dios también establece Su justicia también en otras naciones. Ese mensaje presente en Elías y en Oseas, en Amós y Habacu, en Sofonías y Jeremías, aparece también en Ezequiel y proporciona una extraordinaria trascedencia a la Historia universal cuyos hilos –aunque se escape a la mayoría de los humanos– son entretejidos por Dios.

El castigo del reino de Judá había sido indiscutiblemente justo, pero eso era una cosa y otra muy diferente era la manera en que estados como Amón, Moab, Edom o Filistea se habían aprovechado del dolor ajeno (c. 25). La maldad nunca queda legitimada porque Dios la utilice como elemento de juicio. La maldad es maldad y Dios pedirá cuentas por ella.

Tarde o temprano, Dios ejecuta Sus juicios en y a lo largo de la Historia y no existe manera de evitarlos aparte de la conversión. ¿Existe una potencia económica extraordinariamente próspera? Su prosperidad no será para siempre si no va unida a determinados factores morales.

El caso de Tiro fue paradigmático. Gran potencia comercial, su riqueza no podría parar el curso de la Historia (c. 26-27). El que su gobernante se creyera un dios no sólo no cambiaría esa situación sino todo lo contrario (c. 28). Al fin y a la postre, acabaría pudriéndose exactamente igual que todos los que lo habían precedido (28: 1-10).

Es precisamente en este punto cuando Ezequiel introduce uno de los pasajes más enigmáticos de la Escritura. Tras referirse al príncipe de Tiro, pronuncia un oráculo sobre el rey de Tiro. De él se dicen cosas llamativas como que vivió en el jardín del Edén (28: 13), que era un querubín que moró en el santo monte de Dios (28: 14) y que fue perfecto hasta que un día optó por la maldad (28: 15).

Aunque metafóricamente podría ser una mención repetida al gobernante de Tiro, no han sido pocos los intérpretes que han creído ver en estos versículos una referencia al Diablo. Querubín perfecto en otro tiempo, la maldad habría precipitado su caída hasta que llegara un momento en que acabaría dejando de ser (28: 19).

No se trata, desde luego, de una interpretación imposible. Incluso tendría una cierta lógica ya que implicaría un punto de inflexión en medio de los oráculos sobre las naciones.

Los que se alzan contra Dios acabarán recibiendo su merecido lo mismo si se trata de naciones pequeñas que de emporios económicos o grandes potencias militares. De hecho, la regla se aplica incluso al denominado Príncipe de las tinieblas o señor de las potestades del aire.

Aquella generación no sólo contemplaría el terremoto que sacudiría al reino de Judá y a los pequeños reinos de alrededor. También sería testigo de cómo se tambalearía la fortaleza financiera y se desplomarían las mayores potencias. El altivo Egipto (c. 29-32) desaparecería como potencia.

Nada de todo aquello debería ser inesperado porque el profeta habría cumplido con la misión de anunciar los propósitos de Dios. Como un centinela o atalaya (c. 33) habría advertido a la gente para que cambiara el rumbo de su vida; y contemplaría cómo sus anuncios se convertían en realidad por más que hubieran provocado la irritación de los que lo escuchaban (33: 21 ss).

Durante un tiempo, Ezequiel había sido objeto de burlas y desprecios, pero esa situación iba a cambiar de manera radical (33: 30). Quisieran o no, las gentes tendrían que aceptar que Dios ejecuta Sus juicios justos (33: 29) y también, cuando todo sucediera, que en medio de ellos había vivido un profeta que les había avisado de todo aunque para ello hubiera corrido no pocos riesgos (33: 33).

Y es que Dios no es irlandés, ni judío, ni vasco, ni blanco o negro. Dios es soberano sobre todas las naciones y culturas de la tierra. Las que han sido, las que son y las que puedan ser.

 

Continuará

Lectura recomendada: Capítulo 26; 28; 33.

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