Cuarto centenario de Cervantes: La derrota del invencible caballero

Quiso Cervantes elegir Barcelona para que la ciudad a la que elogió fuera testigo de las tristes, las dolientes, las desmayadas palabras del vencido caballero.

22 DE SEPTIEMBRE DE 2016 · 20:40

Ilustración de Don Qujote y Sancho Panza, junto al mar de Barcelona. ,Don Quijote de la Mancha
Ilustración de Don Qujote y Sancho Panza, junto al mar de Barcelona.

Desde que abrí por primera vez las páginas del QUIJOTE, hace ya muchos años, los dos capítulos que más emoción me producen cuando los releo son el LXXIV, donde se describe la muerte del caballero, y el LXIV, que relata la derrota del héroe.

Aquel lamento ante la proximidad inevitable de la muerte, “vámonos poco a poco, pues ya en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”, y esta agónica petición al Caballero de la Blanca Luna, “quítame la vida, pues me has quitado la honra”, desgarran el alma de dolor. Al menos, a mí me ocurre.

Aquí tenemos otro engaño, en esta ocasión a cargo del bachiller Sansón Carrasco. Es igual. Engaño al fin y al cabo. Siempre engañado, burlado y molido nuestro buen señor Don Quijote de la Mancha.

Cuenta Cide Hamete Benengeli que la tragedia tuvo lugar “una mañana, saliendo Don Quijote a pasearse por la playa, armado de todas sus armas, porque, como muchas veces decía, ellas eran sus arras ,y su descanso pelear”.

Paseando estaba por la playa cuando “vio venir hacia él un caballero, armado asimismo de punta en blanco, que en el escudo traía pintada una luna resplandeciente; el cual, llegándose a trecho que podía ser oído, en altas voces”, se dirigió a Don Quijote.

El misterioso personaje se identificó como el Caballero de la Blanca Luna. Tenía el propósito de hacer confesar a Don Quijote que su dama era más hermosa que Dulcinea del Toboso. Propuso un duelo. De caer vencido Don Quijote habría de retirarse a su lugar en La Mancha y permanecer inactivo durante un año.

“Don Quijote quedó suspenso y atónito, así de la arrogancia del Caballero de la Blanca Luna como de la causa por la que le desafiaba”. Y aceptó la pelea.

Ya había llegado a la playa el virrey, avisado del lance. Llegó también Antonio Moreno acompañado de otros muchos caballeros. La expectación crecía por momentos. El virrey trató de evitar el duelo, pero no lo consiguió, ante lo cual, como otro Poncio Pilato, se lavó las manos diciendo: “Señores caballeros, si aquí no hay otro remedio sino confesar o morir, y el señor Don Quijote está en sus trece, y vuesa merced, el de la Blanca Luna en sus catorce, a la mano de Dios, y dense”.

Lo que continúa merece ser resumido del original. Ambos tomaron las riendas de sus caballos y se encontraron a medio campo.

Como era más ligero el de la Blanca Luna, llegó a Don Quijote a dos tercios andados de la carrera, y allí le encontró con tan poderosa fuerza, sin tocarle con la lanza –que la levantó, al parecer, de propósito- que dio con Rocinante y con Don Quijote por el suelo una peligrosa caída. Fue luego sobre él, y poniéndole la lanza sobre la visera, le dijo:

-Vencido sois, caballero, y aun muerto, si no confesáis las condiciones de nuestro desafío.

Don Quijote, molido y aturdido, sin alzarse la visera, como si hablara dentro de una tumba, con voz debilitada y enferma, dijo: -Dulcinea del Toboso es la más hermosa mujer del mundo, y yo el más desdichado caballero de la Tierra, y no es bien que mi flaqueza defraude esta verdad. Aprieta, caballero, la lanza, y quítame la vida pues me has quitado la honra.

-Eso no haré yo, por cierto –dijo el de la Blanca Luna- : viva, viva en su entereza la fama de la hermosura de la señora Dulcinea del Toboso; que sólo me contento con que el gran Don Quijote se retire a su lugar un año, o hasta el tiempo que por mí fuere mandado, como concertamos antes de entrar en esta batalla.

Tierno y soberbio a la vez me parece el comentario que a todo esto hace Unamuno: “Ved aquí, cómo cuando es vencido el invicto caballero de la Fe, es el amor lo que en él vence. Esas sublimes palabras del vencimiento de Don Quijote son el grito sublime de la victoria Amor. Él se había entregado a Dulcinea sin pretender que por eso se le entregase Dulcinea, y así su derrota en nada empañaba la hermosura de la Dama”.

En la lectura que Vladimir Nobokov hace del Quijote reprocha que el vencedor sea Sansón Carrasco. Cree que habría tenido más emoción un enfrentamiento con Avellaneda, el autor del falso Quijote.

Un duelo entre los dos Quijotes, dice el escritor norteamericano de origen ruso, habría sido el cierre genial y perfecto de la novela. Habría sido el combate más glorioso de la literatura. Pero Cervantes, que no dejaría de pensar en esta posibilidad, lo dispuso de otra manera.

Terminado el combate e impaciente por descubrir la verdad, Antonio Moreno sigue al de la Blanca Luna hasta el mesón donde éste se hospedaba. Ante la insistencia de Moreno, le pone en antecedente de la historia. El es Sansón Carrasco, “del mismo lugar de Don Quijote de la Mancha”.

Empeñado en que abandonara la vida de aventuras y viviera en la tranquilidad del pueblo, salió una vez a su encuentro disfrazado como Caballero de los Espejos. Quiso vencer a Don Quijote e imponerle la misma penitencia, pero fue vencido por él, y lo intentó una segunda vez convertido en Caballero de la Blanca Luna. Sabiendo que Don Quijote era “puntual en guardar las órdenes de la andante caballería, sin duda alguna guardará la que le he dado, en cumplimiento de su palabra”.

Con esto quedó satisfecho Antonio Moreno y aliviado Sansón Carrasco.

Vencido, el mundo de Don Quijote se derrumbó. Analizando el desenlace del duelo cabe preguntarse: ¿Fue Don Quijote el vencido o lo fue Rocinante? De haber aguantado el caballo, ¿se habría mantenido el caballero? ¿Habría ganado al de la Blanca Luna?

Ya todo da igual. En aquella playa barcelonesa fue derrotado el que a tantos derrotó. Quiso Cervantes elegir Barcelona para que la ciudad a la que elogió fuera testigo de las tristes, las dolientes, las desmayadas palabras del vencido caballero. Dice Navarro y Ledesma que aquí puso Cervantes lo mejor de su corazón, aquí sacó el Don de lágrimas que poseía como pocos escritores.

Hay que leer y releer esta aventura hasta que cada una de sus partes abra huecos en el corazón.

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