La verdad sobre la muerte

Siempre me ha sorprendido la discrepancia entre el apoyo público a la eutanasia (apoyo que se da entre la gente sana) y el deseo de mis pacientes de continuar con vida.

  · Traducido por Joana Morales

18 DE SEPTIEMBRE DE 2016 · 18:20

,

Soy doctora, y trabajo en cuidados paliativos. Cuido de personas que tienen una enfermedad en estado terminal. Les voy a contar la historia de un paciente al que cuidé hace muchos años, en mi época de formación académica.

Debido a las rotaciones habituales cuando estás haciendo las prácticas, yo había estado presente cuando se le diagnosticó cáncer de pulmón a un alto caballero libanés de impresionante bigote, patriarca de una amplia familia inmigrante. Pasó tiempo sin que volviera a verle, y cuando apareció en el hospital otra vez pude ver que las cosas no habían ido bien.

Era una sombra de su antiguo yo, y estaba demacrado y gris, aunque el bigote resistía valientemente. Fue como ver a un viejo amigo, y siempre es agradable ver una cara conocida en un ambiente así.

Fuimos capaces de controlar rápidamente el dolor y la disnea (dificultad para respirar) con la medicación adecuada. Pero el hombre seguía sufriendo. Le pregunté cuál había sido la experiencia más difícil de su enfermedad. Su respuesta me sorprendió en aquel entonces, aunque no me sorprendería ahora.

A pesar de lo difícil que fue descubrir que tenía cáncer, de sufrir los estragos de la quimioterapia, de luchar contra el dolor y la disnea y de la creciente debilidad, lo que le resultó más difícil fue perder su posición en la familia. Ya no era el jefe del clan; su enfermedad había conllevado un descenso de categoría.

Le parecía intolerable, quería recuperar su autoridad, y quería más tiempo con su familia. Como la mayoría de mis pacientes, ni siquiera pensó en la eutanasia como respuesta a su sufrimiento. Quería más tiempo, no menos.

Siempre me ha sorprendido la discrepancia entre el apoyo público a la eutanasia (apoyo que se da entre la gente sana) y el deseo de mis pacientes de continuar con vida. Una reciente encuesta afirma que la mayoría de los europeos apoya el suicidio asistido en caso de enfermedad incurable (1). Sin embargo, se ha llevado a cabo una investigación entre las personas que están recibiendo cuidados paliativos, y el resultado es diferente.

Un estudio realizado hace algunos años en Sídney descubrió que menos del 1 por ciento de las personas que son derivadas a un servicio de cuidados paliativos solicita la eutanasia de forma persistente (2). Según lo que yo he podido observar, las cosas no han cambiado mucho desde entonces. ¿Por qué se da esta disparidad?

Creo que hay muchas razones para ello. Sin duda, la ausencia de la muerte en la vida cotidiana contribuye a ello: la muerte es algo lejano, que ocurre a menudo en los hospitales, y muchos de nosotros sólo tenemos conocimiento de oídas de lo que realmente pasa. Y las historias de oídas, sobre todo las que han ocurrido hace mucho tiempo, pueden ser terribles.

Sin embargo, creo que la razón principal por la que nuestra sociedad apoya la eutanasia de manera tan firme es porque no ha entendido bien algunas prácticas para terminar con la vida que ya son legales y están aceptadas, pero no se han entendido bien. Algunas de estas prácticas son la retirada de tratamientos para prolongar la vida y para el control de síntomas.

Cuando un paciente está en la fase terminal de su enfermedad, puede llegar un momento en que los tratamientos destinados a curarle ya no funcionen (son inútiles) o el peso de los efectos secundarios como náuseas y vómitos sea tan abrumador que pueda anular los beneficios del tratamiento. En este punto, puede que el tratamiento ya no prolongue la vida, sino que esté prolongando el proceso de morir.

En ese momento se puede tomar la decisión de detener o no iniciar tal tratamiento. Puede que sea el propio paciente el que lo sugiera. Los pacientes mentalmente competentes no tienen que aceptar un tratamiento que no quieren. La decisión se toma con cuidado, consultando siempre al paciente y a su familia, y se pone en marcha un sistema de cuidado completo para que el paciente pueda estar cómodo mientras la enfermedad subyacente sigue su curso. No se trata de cuestionar el valor de una vida, sino de cuestionar si el tratamiento vale la pena.

Lo que mata al paciente no es apagar el interruptor. Lo que le mata es la enfermedad subyacente. Esa enfermedad es la razón por la que tenían un soporte vital.

A veces, en las etapas terminales de una enfermedad, la naturaleza angustiosa de los síntomas del paciente puede requerir una sedación cuidadosa. Una vez más esto se hará minuciosamente, consultando siempre al paciente, y la sedación se disminuirá periódicamente para permitir que el paciente se comunique.

A menudo se compara el tratamiento con morfina con la eutanasia, en base a un mito que persiste a pesar de que los trabajadores en cuidados paliativos se han esforzado en desmontarlo. La morfina que se receta para dosis terapéuticas (dosis necesarias para controlar el dolor) no acorta la vida (3), por lo que no hay necesidad de complicadas discusiones filosóficas para justificar la analgesia adecuada para los pacientes moribundos. Tratamos los síntomas que angustian a nuestros pacientes, equilibrando los beneficios y las cargas que conllevan como en cualquier otro momento de la vida.

Detener o no iniciar un tratamiento para prolongar la vida junto con un control adecuado de los síntomas es una buena práctica médica para el final de la vida que se debe fomentar en situaciones clínicamente adecuadas, ya que mejoran la calidad de vida de los moribundos. Es algo que queremos todos, no cabe duda de que todas las personas involucradas en el debate de la eutanasia quieren asegurarse de que el sufrimiento es mínimo al final de la vida.

Defino la eutanasia como la situación en la que un médico mata intencionalmente a una persona mediante la administración de fármacos, a petición voluntaria y competente de esa persona.

El suicidio médicamente asistido es la situación en la que un médico ayuda intencionalmente a una persona a cometer suicidio mediante la autoadministración de fármacos, a petición voluntaria y competente de esa persona. En esta situación el médico está distanciado del hecho en sí, pero desde el punto de vista moral no es diferente de la eutanasia, puesto que el motivo, la intención y el resultado son los mismos.

Los puntos más importantes en la definición son que las acciones del doctor son deliberadas, que el paciente pide eutanasia sin recibir ninguna recibir presión por parte de terceros, y que el paciente es mentalmente competente en el momento de hacer la solicitud.

Una definición limitada de la eutanasia nos permite discutir cada práctica para finalizar una vida según sus propios méritos. Sé que algunos pacientes no son conscientes de que tienen derecho a rechazar el tratamiento, por ejemplo, y les alivia descubrir que no tendrán que someterse a un tratamiento gravoso que preferirían evitar.

No utilizo los términos "activa" y "pasiva" para describir la eutanasia porque son ambiguos y confusos. De la misma manera, creo que se debe evitar utilizar "voluntaria" e "involuntaria" al referirse a la eutanasia. No existe la eutanasia involuntaria. Si alguien recibe la muerte sin su consentimiento, incluso en un entorno médico, no es eutanasia: es asesinato. Por supuesto, esa es la razón por la que la eutanasia ha sido ilegal durante tanto tiempo en muchos países.

La prohibición de matar deliberadamente a un ciudadano inocente es uno de los principios más básicos de nuestra sociedad. Esta ley encuentra sus orígenes en los valores judeo-cristianos, lo que explica por qué la gente religiosa se suele oponer a la eutanasia. "No matarás" (uno de los diez mandamientos) es una ley que por supuesto cumplen creyentes y no creyentes. La cosmovisión cristiana ha dejado un legado que se extiende profundamente a través de la cultura occidental.

Así que ¿por qué hay una llamada a legalizar este acto en un momento en el que tenemos más tratamientos médicos disponibles que nunca antes en la historia humana?

Los dos argumentos principales a favor de la eutanasia son el alivio del sufrimiento y la autonomía personal. La motivación de los que apoyan la eutanasia es, en casi todos los casos, la compasión. Compasión por los que sufren y un deseo de ofrecer alivio. Es un sentimiento honorable, y puedo comprenderlo.

Puedo incluso entender por qué las personas con una cosmovisión materialista argumentan la justificación ética de la eutanasia de forma individual (aunque yo no apoyo esta postura): si crees que esta vida es todo lo que hay, y te enfrentas a un debilitamiento físico, ¿por qué no querrías poner fin a todo? El sistema actual para tratar a las personas que están a punto de morir no es suficiente. Debemos hacerlo mejor. Los servicios de cuidados paliativos trabajan en ello a diario, y han tenido éxito hasta el punto de que éste ya no es el argumento dominante en el apoyo de la legalización de la eutanasia. Pero el acceso a estos cuidados no es universal, y debemos hacer más.

La autonomía y el derecho del individuo a elegir el momento y la manera de su muerte son ahora el foco de la retórica a favor de la eutanasia. Acepto que al oponerme a la legalización de la eutanasia estoy intentando evitar que la pequeña minoría de pacientes que solicitan la eutanasia o el suicidio asistido al final de su vida consiga lo que quiere.

A lo que me opongo es a un cambio en la ley que opera en toda la sociedad en su conjunto (un escenario diferente al individual), que reúne una amplia gama de consecuencias que se desarrollan a un nivel social (4). Es terrible que los pocos que lo piden no puedan tener lo que quieren, pero tenemos que proteger el grupo más grande de pacientes vulnerables que estarían en riesgo si se legaliza la eutanasia. A mí también me motiva la compasión.

Estos temas son difíciles de tratar y hay mucho desacuerdo, pero la decisión de ajustar la moralidad de la sociedad de una forma tan dramática que permitiría que un médico estuviera autorizado a matar a su paciente no se debe tomar fácilmente.

Me pregunto si el debate social sobre la eutanasia no está tan relacionado con el control del dolor como con el deseo de controlar la muerte en sí misma. No necesitamos tener "derecho a morir": la muerte nos llegará a todos y cada uno de nosotros, y el hombre autónomo moderno no está preparado para ello. Hemos perdido nuestras tradiciones, no sabemos cómo morir, hemos perdido nuestro vocabulario para discutir las cuestiones existenciales a las que la muerte nos obliga (¿por qué estamos aquí?, ¿hay alguna razón para esto?, ¿hacia dónde vamos?).

Estos son asuntos importantes en los que meditan mis pacientes a medida que ven cómo se deterioran sus cuerpos. El caballero libanés de gran bigote cuestionó su existencia una vez despojado de su papel terrenal, y aún cuando su dolor había remitido y su respiración había mejorado, siguió sufriendo. No era un problema médico. Hacía falta algo más que una respuesta médica.

 

La doctora Megan Best trabaja en cuidados paliativos, es especialista en ética médica y miembro del Centre for Public Christianity. Este artículo apareció por primera vez en ABC Unleashed .

Este artículo se publicó con el permiso de la revista Solas . Solas se publica trimestralmente en el Reino Unid. Haga clic aquí para obtener más información o suscribirse.

 

 

(1) Assisted Suicide in the view of Europeans. 2012. Se puede leer en: www.isopublic.ch.

(2) Glare, P. (1995). The euthanasia controversy. Decision-making in extreme cases [letter]. Med J Aust, 163:558.

(3) Portenoy RK, Sibirceva U, Smout R, et al.. Opioid use and survival at the end of life: a survey of a hospice population. J Pain Symptom Manage. 2006; 32:532-40.

(4) Las consecuencias de la legalización de la eutanasia se observan en las jurisdicciones donde se practica y son la razón por qué muchos países han decidido contra la legalización. La discusión de estas consecuencias está fuera del alcance de este artículo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Actualidad - La verdad sobre la muerte