La joven esclava sin nombre hizo posible la ‘gran historia’

Aquella adolescente tenía en sus manos todos los argumentos para sentirse desgraciada pero se sumergió en el océano de la gracia del Creador: no habría una gran “historia” sin ella.

22 DE MAYO DE 2013 · 22:00

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Ni siquiera sabemos su nombre. Una de las lecciones más sublimes de la Biblia la recibimos de una joven que pasa desapercibida y a la que muchos ni siquiera mencionan cuando explican la historia; a pesar de que no existiría “historia” de no ser por ella. Tenía en sus manos todos los argumentos para sentirse desgraciada: era esclava, había sido desterrada, estaba herida… había sido llevada cautiva por el capitán del ejército sirio, Naamán, después de una de las batallas ganadas al pueblo de Israel. Estaba sola, así que lo más “normal” es que hubieran asesinado a su familia cuando invadieron su pueblo y su casa. No hace falta tener demasiada imaginación para entrever todo lo que los soldados pudieron haberle hecho antes de decidir llevársela como esclava (2º Reyes 5:3). Aparentemente su vida ya no tenía razón de ser. La joven podía haber orado a Dios clamando venganza, tenía todo el derecho a hacerlo y nadie la habría juzgado. Es más, confiaba y creía que Dios la cuidaba a pesar de todo lo que había sucedido, así que, pedir que la justicia divina alcanzase a los que habían destruido su vida sería la decisión que cualquiera de nosotros hubiera tomado. Pero ella no lo hizo. Había comprendido que la razón principal de la vida de los que aman a Dios es bendecir a los demás, ¡Y lo puso en práctica! Naamán era leproso. Una lectura desapasionada de la historia, bajo el prisma de “pagamos las consecuencias de lo que hacemos” podría llevarnos a nosotros (¡Y mucho más a ella!) a la conclusión de que el capitán que la había llevado cautiva, merecía lo que le estaba sucediendo por lo que había hecho ¡Se había atrevido a invadir-arrasar-destruir al pueblo de Dios! Pero la joven no se vengó. Ni siquiera pensó “Lo que le sucede es un castigo de Dios” ¡No! Se sumergió en el océano de la gracia y la compasión del Creador para decirle una y otra vez a la mujer del capitán que había un profeta de Dios que podía sanarle. Nadie le había preguntado nada. Ella podría haberse callado, al fin y al cabo Naamán era el capitán que la había tomado cautiva y había destruido no sólo a su familia, sino también su futuro y puede que su vida entera; pero ella tuvo compasión de él y le dijo que tenía que ver al profeta en Samaria, porque allí encontraría el poder de Dios para sanar. ¡Gracias a esa joven Naamán fue sanado! Gracias a ella, la historia del poder de Dios sobre la enfermedad llegó a nosotros. Por su valor y ¡sobre todo! Por su compasión y su perdón, cientos de miles de personas (¡literalmente!), han llegado a comprender la salvación que Dios nos regala, porque miles de predicadores (¡literalmente también!) han tomado la sanidad del capitán sirio como un ejemplo preciso y precioso para explicar el evangelio. ¡Jamás debemos olvidar que sin la joven esclava no habría historia! Sin la vida de la que quiso perdonar y bendecir, no “habría” capítulo cinco del segundo libro de reyes en nuestra Biblia. Esa joven, de la que ni siquiera sabemos su nombre, nos recuerda una de las más sublimes lecciones del cristianismo: no tenemos enemigos. Ella no tomó como tales a los que asaltaron su casa y la esclavizaron, porque decidió bendecirlos. ¡Qué difícil es comprenderlo! Y sin embargo necesitamos vivir así y recordar que somos herederos de bendición. Ningún ser humano es nuestro “enemigo”. ¡Y mucho menos lo son los más cercanos a nosotros! No importa si has discutido con alguno de los tuyos, ¡Nadie de tu familia es tu enemigo! No importa si te has enfrentado con alguien en la iglesia ¡Tu hermano o tu hermana no son tus enemigos! No importa si algún amigo ha dicho algo que te hizo daño ¡No es tu enemigo! Nuestros vecinos no son nuestros enemigos; los que no están de acuerdo con nosotros no son nuestros enemigos. Los que nos señalan no son enemigos nuestros. Los que no nos comprenden jamás pueden ser considerados como tales. Los que alguna vez se han enfrentado o se enfrentarán con nosotros no son nuestros adversarios ¡Ni siquiera los que a veces nos hacen daño son nuestros enemigos! Tenemos que dejar de tratar a otros como si fueran enemigos. Es necesario resolver los enfrentamientos sin considerar a los que pueden llegar a ultrajarnos como enemigos. Sólo tenemos un enemigo y es el maligno. Él es el que a veces nos usa a nosotros para hacer daño a otros, o usa a otros para hacernos daño a nosotros; y él sabe que su mayor victoria es hacernos creer que otras personas son enemigos nuestros. El diablo disfruta creando enfrentamientos, luchas, engaños, dolor, enemistades, etc. El es especialista en robar, matar y destruir; y su mayor ambición es ver la humanidad dividida en mil pedazos creyendo que todos son enemigos unos de otros y ¡por supuesto! De Dios mismo. Y de verdad que lo está consiguiendo: A la humanidad le “encanta” hacer enemigos desde la primera vez que se rebeló contra Dios. Desgraciadamente, Caín está mucho más cerca de ser la regla de conducta, que la excepción ¡Hasta con algo tan trivial como un juego o un deporte somos capaces de discutir, enfadarnos, etiquetar e incluso amenazar a los que pensamos que son nuestros adversarios! ¡No quiero ni pensar lo que le haríamos a los que realmente nos caen mal! (No necesito pensar mucho, la historia ya nos ha dado miles de desgraciados ejemplos). Es cierto que en lo posible, debemos tener los ojos abiertos para que no nos hagan daño y al mismo tiempo, siempre tenemos que defender a los débiles y maltratados: No se trata de vivir bajo la filosofía del “todo el mundo es bueno”, porque no es así; pero jamás debemos dar ese paso abismal de convertir a todos aquellos que no están de acuerdo con nosotros, o simplemente no viven como queremos, en nuestros enemigos. Porque no lo son. Ningún ser humano es nuestro enemigo. Y si por alguna circunstancia alguien nos viese así, es decir, alguna persona piensa que somos sus enemigos, recuerda que el Señor Jesús dijo que nuestro deber es amarlos. Y esa actitud, la de amar a nuestros enemigos, no es un examen que deben pasar los cristianos espirituales de primera categoría, ¡No!, Es un mandamiento para TODOS. Y por si alguien no había entendido bien eso de “amar”, el Señor lo explica de una manera bien sencilla: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer. Si tiene sed dale de beber…” y Pedro, el radical, escribe inspirado por el Espíritu de Dios: “¡Bendecid y no maldigáis!” Al fin y al cabo, nuestro “Héroe”, Aquel a quién amamos, admiramos, seguimos y servimos… es el mismo que pidió perdón para sus enemigos cuando le estaban crucificando. ¿Recuerdas? Y ese no es un ejemplo imposible de seguir: Esteban (cf. Hechos 6) y muchos otros mártires han hecho lo mismo en los últimos dos mil años. Esa es una de las razones por las que la gracia de Dios es incomprendida e incomprensible para muchos. Dios hace llover sobre justos e injustos. El ama a todos sin excepción, el Señor Jesús fue a una cruz por todos. El Espíritu de Dios nos enseña a vivir viendo a los demás ¡Siempre! como posibles receptores de su gracia. Dios nos diseñó para vivir sumergidos en su compasión, pero desgraciadamente cuando nos alejamos de Él, dejamos de ser agentes de bendición. Aquella joven lo comprendió perfectamente, por eso deseaba que quien la tenía como esclava fuera sanado. Sabía que no era su enemigo, y esa compasión de ella llevó a Naamán a alcanzar la sanidad y a comprender el amor del único y verdadero Dios. Ni siquiera sabemos el nombre de la joven. Yo tengo mil razones para admirarla. Puede que muchos conozcan nuestros nombres y apellidos, pero quizás en la situación de ella no habríamos derrochado tanta gracia y tanto perdón. Necesitamos aprender que no tenemos enemigos.

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