La amistad con el mundo

Una parte importante de la advertencia bíblica de no hacernos amigos del mundo quiere decir no aceptar amigablemente cualquier propuesta de esta corriente predominante que dirigen los que no tienen temor de Dios.

11 DE JULIO DE 2016 · 11:59

,

Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios. Concentrad vuestra atención en las cosas de arriba, no en las de la tierra, pues vosotros habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Colosenses 3:1-3

Hoy no traigo un artículo corto, pero no había otra manera. Lo que he aprendido esta semana meditando en estos textos me ha hecho cambiar, de nuevo, la forma en la que veo el mundo, y esas cosas no son rápidas de explicar nunca.

La idea de la que debemos partir es esta: ¿qué son las cosas de arriba? ¿Qué es exactamente “el mundo”? ¿Qué son las cosas de la tierra? Este concepto, que vuelve a repetirse en Santiago 4, entre otros sitios, ha obsesionado al cristianismo protestante desde, por lo menos, el siglo XIX. Los movimientos puritanos acabaron dando vueltas alrededor de abandonar la tecnología y regresar a los tiempos pasados que siempre fueron mejores (de ahí, por ejemplo, gente como los amish), y en sus comienzos, movimientos como los pentecostales prohibieron tajantemente a los jóvenes ir al cine o escuchar música rock.

Bueno, vamos a ser sinceros: no eran los pentecostales. En mi primer año de universidad tenía varias compañeras de clase que pertenecían a una de las ramas más radicales del Opus Dei; ellas tampoco podían ir al cine.

Por otro lado, estamos en una encrucijada: no queremos “tener amistad con el mundo”, claro está, pero, la verdad, tampoco tenemos ni idea de a lo que se refiere.

Obviamente, no podemos convertirnos en amish. Tenemos que vivir en sociedad. Tenemos que ir a comprar el pan, llevar a los niños al colegio, ir a clase, ir a trabajar, conducir nuestro coche, subirnos al metro o al autobús; tenemos que pagar con la misma moneda que el resto y estamos controlados por los mismos impuestos. Ser cristianos no nos exime de ninguna de nuestras obligaciones como ciudadanos, y tampoco nos debería limitar ninguno de nuestros derechos. El evangelio no pone ninguna condición a nuestra realidad social. Cualquiera, en cualquier momento, en cualquier lugar, siempre que haya tenido acceso al mensaje de salvación, puede convertirse en discípulo de Cristo.

Tampoco podemos limitar la definición de “mundo” a expresiones culturales o al arte. Creer que ser amigos del mundo significa ver películas, jugar a videojuegos o leer libros, de por sí, es una visión retorcida de las cosas. También tenemos un llamado divino a crear cultura y a participar en ella desde nuestra identidad en Cristo, y eso nos obliga a hablar el mismo lenguaje que nuestros prójimos; y eso, hoy en día, significa conocer cuáles son los referentes culturales. Ahora se ha puesto de moda en ciertos círculos asociar la amistad con el mundo al conocimiento académico y a la ciencia, y así, si un cristiano estudia Humanidades y ama la ciencia es visto como alguien peligroso, un “humanista” o un filósofo, y te lo dicen como insulto.

Todo eso es confundir la velocidad con el tocino.

Voy a hablaros de algo más profundo que, espero, arroje luz tanto al texto de Colosenses como el de Santiago, con la misma luz con la que me encontré yo (de donde autocito varias cosas). Tiene que ver con el primer artículo de la serie. Es fácil comprenderlo ahora que estamos en verano: reto a cualquiera a salir a la calle, o a encender su televisión, y a contar la cantidad de cosas que te intentan vender con muchachas en bikini que no sean bikinis. Eso nos dará una idea de dónde estamos metidos y de por qué no podemos ser amigos del mundo, por qué debemos creer convencidos que nuestra vida está escondida con Cristo.

Hay una cosa que se llama mainstream, que viene del inglés y quiere decir “corriente predominante”, que aunque normalmente se asocia a cuestiones culturales como arte o música, en realidad es un término que ya desde los años 50 del siglo XX se utiliza en los estudios culturales para hablar de esa corriente que surge de la sociedad para controlar la sociedad, que estandariza y comprime la cultura, castiga a los disidentes y unifica el pensamiento. El mainstream se difunde por medio de la publicidad, la televisión, e Internet, y suelen tener interés en controlarlo aquellos que quieren aprovechar su poder para su interés: dinero, influencia, visibilidad. El mainstream empuja a la gente a creer que necesita cosas que no necesita, a que el ocio de consumo es algo necesario, y cosas así, detallitos que no tienen que ver con las necesidades reales, pero que se vuelven necesidades. Yo creo que una parte importante de la advertencia bíblica de no hacernos amigos del mundo quiere decir no aceptar amigablemente cualquier propuesta de esta corriente predominante que dirigen los que no tienen temor de Dios.

Y tiene mucha lógica, porque ser indulgentes con el mainstream provoca cierta clase de dolor. Por supuesto, nunca en quien lo disfruta, sino en quien queda automáticamente excluido. Porque una de las características del mainstream es que no es democrático ni igualitario. Como los que quieren aprovecharse de esta corriente buscan nuestro dinero, solo les interesa la gente con dinero. Y si esta corriente es muy poderosa en la sociedad y ha pasado a sustituir otros valores inmateriales (como sucede en las sociedades consumistas occidentales), de repente da la sensación de que solo tiene valor la gente que tiene dinero. No sé si os suena de algo, pero eso es Santiago 5:1-6.

Es muy difícil ser pobre, pero es aún más difícil ser constantemente pobre en una sociedad de ricos, que premia y valora el gasto y el consumo cuando tú no tienes esos recursos. Estar en un mainstream como el nuestro, el de la cultura de los centros comerciales y los cines multisala con palomitas a precio de tinta de impresora, de tiendas de ropa con 15 temporadas nuevas al año, de teléfonos y tabletas que cuestan el presupuesto mensual en comida de dos familias, provoca dolor en una gran parte de la población en la misma medida que pretende provocar un placer de fácil acceso y muy repetible en otra parte.

El rico piensa en el esfuerzo de tomarse todos los días un zumo de naranja natural en el desayuno, como dicen los expertos (que él ha leído en Internet) que debe hacerse. Piensa en sus zumos detox, en sus smoothies; prueba la quinoa porque dicen que es muy sana, y cuando se harta de vida sana pide comida al Telepizza.

El pobre funcional, el que no está en la miseria pero vive constantemente en el borde, el que tiene techo pero una situación precaria, el que tiene ingresos irregulares y no sabe cuánto le durará el dinero que le queda, piensa en dónde debe comprar el pan para ahorrarse unos céntimos. Y se siente culpable porque no compra en esos supermercados que tienen verdura ecológica, sino en las ofertas del Mercadona (que, por como hablan de él, es el infierno en la tierra). Tampoco compra pollo amarillo, sino del otro, el barato, el que provoca la muerte instantánea al que lo come, por lo que dice Internet. Hace años que no prueba la ternera salvo en alguna hamburguesa.

Sus hijos no toman leche enriquecida, sino apenas leche entera de la marca más barata. Tampoco tienen patinetes, ni bicis, ni patios con piscina como los anuncios de televisión. Sobreviven, se levantan cada día, se siguen esforzando; pero el mainstream da por hecho que tendrían que ir a la playa porque es verano; que tendrían que comprar más helados de Nestlé porque comer helados del Dia no es la misma experiencia. Que tendrían que tener un tiempo de ocio en el cine multisala del centro comercial, y que si no lo hacen no están viviendo como deberían vivir.

El pobre y el rico comparten el mismo mainstream, y por eso es algo maligno, en el fondo: porque lo comparten, pero no están en igualdad de condiciones. El rico no se da ni cuenta mientras vive en esa corriente mientras que el pobre sufre una punzada constante en su día a día porque la corriente le golpea y le arrastra violentamente.

Y si hay algo aún peor es vivir en esto, ricos y pobres, dentro de una misma iglesia. Ricos cristianos con esa indulgencia hacia el mainstream. Pobres cristianos que sienten la obligación de sentirse culpables frente a cualquier ayuda o alivio porque deberían esforzarse más para mejorar su economía. Más para entrar en el mainstream, no en el reino de los cielos.

Creo, con toda mi humildad, que cuando entiendo Colosenses 3:1-2 desde esta perspectiva, la Biblia se ilumina. Ahora lo entiendo, ahora veo la belleza de la enseñanza bíblica, su importancia y trascendencia. Veo el carácter amoroso y guerrero de Dios ahí detrás, a favor de las viudas y los huérfanos, hoy puesto sobre los que sufren pobreza energética, sobre los desahuciados, los que aun teniendo trabajo, por ser tan precario, son pobres. Veo a Dios defendiendo a los niños que si no comen en el colegio no comen, a los abuelos que sostienen a familias enteras con su pensión. Y lo veo mientras sale en televisión el enésimo anuncio de hoteles, de cruceros, de helados de chocolate que crujen entre los labios de una sensual señorita en bikini. Yo ya no puedo pertenecer a nada de eso. No puedo colaborar con esa masa uniforme de dolor e injusticia.

Porque he sido resucitada (3:1). Y es curioso, porque mi vida no ha cambiado desde que conocí a Cristo. En teoría, no he sufrido ningún cambio físico. Y, sin embargo, el texto dice, en pasado, que he sido resucitada a una vida nueva. La promesa de la resurrección futura es tan real, tan absoluta, que podemos hablar de ella como si ya hubiese ocurrido. Y en el tiempo de Dios, que se vive fuera del nuestro, no podemos saber si es que realmente ya se ha producido, incluso. A esa información no tenemos acceso, pero sí a la promesa.

Nuestra vida, ahora, en su nueva condición, está escondida con Cristo. Es decir: guardada, asegurada. Esa es la base para rechazar el mainstream, la corriente principal, y lanzarnos contracorriente con toda seguridad.

Es consuelo para el pobre, porque aunque comer pollo y tomates de oferta del Mercadona llenos de productos químicos (dicen) le acorte la vida, no importa, porque su vida está escondida con Cristo, está asegurada. Y cuando se acabe, tiene esperanza.

Es consuelo para el rico, que en Cristo tiene el poder para salir de la espiral consumista en la que está atrapado, y que le insta a mirar las verdades del cielo, los tesoros que no se rompen, no les caduca la garantía, no se quedan desfasados y sin poder actualizarse, no se destiñen en la lavadora, no se pierden en un cajón. Ya no más bagatelas.

Y es un alivio porque, rechazando ese mainstream, podemos volver a mirar la cultura con la dignidad que se merece. Podemos volver a ver películas y jugar a videojuegos no ya atrapados en la vorágine de ocio y consumo, sino en la convicción de vivirlo para conocer y poder amar a nuestro prójimo gamer o friki.

Quizá ahora no podamos disfrutar de toda la gloria que nos espera; y será duro salir de ahí. Creo que es lo más duro a lo que debe enfrentarse un cristiano occidental, y muchos no lo hacen en toda su vida por desconocimiento, porque no se les ha predicado, o por pura pereza. Pero la promesa bíblica dice que cuando Cristo sea revelado a todo el mundo, nosotros seremos parte de toda esa gloria. Y las cosas del mundo perderán su valor.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - La amistad con el mundo