Tesoros ocultos

No se puede acceder a la sabiduría y al conocimiento si no es a través del evangelio, que son las buenas noticias de Jesús a la humanidad.

04 DE JULIO DE 2016 · 10:03

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Así conocerán el misterio de Dios, es decir, a Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento.

Colosenses 2:2-3

Este verano lo estoy pasando en la Colosas del siglo I. Cada semana leeré una parte de la carta de Pablo a los cristianos de esa ciudad e intentaré entender qué dice allí que, en amor, es aplicable a nuestro contexto. Si queréis acompañarme, podemos comentar el viaje en Twitter y Facebook a través de #VeranoEnColosas.

 

Hoy vuelvo un poco atrás en la lectura, porque al pasar por encima de este pasaje hace unos días se me quedó un poco pegado en el pensamiento, y no me lo puedo quitar de encima. Si soy sincera, me encantan estos temas; y, por raro que resulte, me encantan los malabares con ideas, leer sobre filosofía, estudiar las inferencias entre disciplinas y la contextualización cultural. Pero este versículo hace que me dé cuenta de dónde estoy realmente, de quién soy y a quién le debo la gloria aun a pesar de toda la bendición de mi raciocinio.

El texto es claro, en su traducción y en el original: en Cristo están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y el conocimiento, y los podemos conocer porque conocemos a Cristo, quien es el misterio de Dios.

Para los judíos, y en todo el Antiguo Testamento se puede comprobar, la sabiduría es el verdadero tesoro inmortal e inmaterial de la humanidad. Un paseo por el libro de Proverbios te deja esa sensación grabada a fuego en la mente, y Eclesiastés lo redondea dándole, después, su verdadero lugar en la vida humana. Era un tema sobre el que se debatía y se hablaba en los círculos elevados, pero también algo que preocupaba a las clases bajas por sus implicaciones prácticas, por cómo estas creencias iban calando en toda la sociedad y le daban forma a su pensamiento, desde el del escriba real hasta el del campesino. El conocimiento y la sabiduría moldean la forma de pensar de las personas, y por lo tanto moldean sus culturas y sus sociedades.

Y no somos suficientemente conscientes hoy de todo eso, ni de lo que implica.

En la corriente helenística en que Pablo hace su obra, sin embargo, se creía que la sabiduría y el conocimiento eran cosas a las que el ser humano podía acceder a través de la elevación de la mente que suponía el pensamiento abstracto. Realmente se creía que si un ser humano, por medio de la filosofía, podía llegar a concebir una idea que explicase la realidad, y esa idea resultaba coherente a unos cuantos, era una explicación veraz de la realidad. Por decirlo en términos modernos, consideraban que lo que ellos habían elucubrado era una realidad científica de la realidad. Lo que hoy conocemos como ciencias estaban dentro del campo de la filosofía, pero no se acercaban, ni de lejos, al pensamiento científico actual. De hecho, nosotros consideramos que nuestra forma de pensar hoy es el culmen, el extremo más elevado al que podemos llegar como raza humana y por medio del cual conocer la realidad, y parte del nuevo ateísmo descansa sobre la idea de que nuestro conocimiento de la realidad es científico y por lo tanto absoluto e irrefutable. Sin embargo, estamos tan cerca del error como lo estaban los helenistas: no es más que otra manera de acercarse a lo que nos rodea; y sí, hemos mejorado en muchas cosas gracias a la ciencia (gloria a Dios por las lavadoras y la olla exprés), pero esta no tiene respuestas trascendentales, ni aunque nos esforcemos. En el mejor de los casos, nos da conocimiento (información), pero no nos da sabiduría (análisis de esa información).

Lo que Pablo dice es que Cristo es un misterio. Y encima un misterio en el que está escondido todo lo que anhela el ser humano como especie: saber el por qué de todo esto. No se puede acceder a la sabiduría y al conocimiento si no es a través del evangelio, que son las buenas noticias de Jesús a la humanidad. Esto viene a decir que, de puesto que ningún ser humano por sí solo puede hacer lo suficiente como para asegurarse su salvación, de la misma manera no hay nada que puedan hacer los seres humanos con su raciocinio, por su cuenta, para conocer la realidad: la verdad, y las bases de datos de esa verdad (la sabiduría y el conocimiento) están escondidas en Cristo.

Y tener esto en cuenta es muy importante no solo para comprender la Biblia en su contexto, sino entendernos a nosotros mismos hoy. Tengo la sensación de que Pablo tenía un pasaje específico del Antiguo Testamento en mente cuando escribía esto, Deuteronomio 29:29: “Lo secreto le pertenece al Señor nuestro Dios, pero lo revelado nos pertenece a nosotros y a nuestros hijos para siempre, para que obedezcamos todas las palabras de esta ley”. Cristo es por medio de quien debemos obedecer a Dios, esas palabras de la ley están en él, como dice en Colosenses 2:9: “Toda la plenitud de la divinidad habita en forma corporal en Cristo; y en él, que es la cabeza de todo poder y autoridad, vosotros habéis recibido esa plenitud”.

Y no sé si he conseguido expresarlo bien, pero… vaya, así todo cambia.

En realidad, la verdad no reside en el extremo hasta el que nosotros podamos alcanzar a pensar, como les pasaba a los helenistas y como les pasa a los cientifistas de hoy en día. Nada de esto depende de la capacidad del ser humano para lograr ninguna clase de pensamiento abstracto: Cristo tiene la potestad sobre la sabiduría y el conocimiento.

Por lo tanto, incluso las corrientes teológicas tan de moda hoy día caen y pierden su valor por su propio peso, porque pretenden adoptar la forma helenística de aproximarse a la verdad, en vez del respeto y la autoridad que pasa por Cristo. Hay teólogos (aunque no llegan a eso y deberíamos llamarlos simplemente “ideólogos”, porque no parecen preocuparse tanto por Dios [theos] como por sus propias ideas) que aun amparados bajo un parapeto de supuesta reverencia a Dios, creen tener el tesoro oculto de Cristo a su disposición y se creen con derecho de administrárselo a los hombres. Es el mismo error en el que cayó la iglesia católica en la Edad Media, el mismo error que llevó a una escolástica impregnada de helenismo y desapegada de la realidad que provocó (a nivel intelectual) la Reforma protestante: pues ahora los protestantes parece que tenemos nuestra propia escolástica medieval, con el set completo, incluida la Inquisición.

Sin embargo, en la realidad, el tesoro oculto nunca le ha dejado de pertenecer a Cristo. Y él se lo ofrece a los humildes, a los mansos, a los pacificadores, a los que trabajan por la justicia, a los niños, en vez de a los filósofos, a los académicos, a los de elevado pensamiento, porque eso de darle la vuelta a las cosas es muy de Dios. En los versículos 6 al 20 del capítulo 2 de Colosenses, justo a continuación de estas palabras se habla de que en esta nueva vida en Cristo tenemos gratitud (v. 7), confirmación (v. 7), plenitud (v. 10), significado para nuestra vida (v. 9), perdón (v. 14), crecimiento (v. 19). Si alguien te viene con otra historia, si te provoca desazón, confusión, y la sensación de que tu mundo se ha hecho más pequeño, no hay más: no viene de parte de Dios.

Es tan sencillo como eso, y sí, es un tesoro de sabiduría. Se llama discernimiento.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - Tesoros ocultos