Jaula sin puerta

Esos barrotes que nos cercan han sido creados con un propósito de sumisión desde donde miramos asombrados y luchamos a manotazos contra el aire.

24 DE JUNIO DE 2016 · 11:16

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Si a cualquiera de nosotros nos dijesen que vivimos enjaulados, presa de usanzas y ceremonias propias, negaríamos dicha afirmación. Nos hemos acostumbrado a nuestras maneras de tal forma que, aunque fuésemos invitados a salir de su fuerte estructura, ni siquiera nos lo plantearíamos.

Coexistimos con miedo a contaminarnos. Estamos a gusto en nuestra prisión, la que contiene diferentes nidos bien protegidos por cada uno de sus dueños. La liturgia se convierte en un bucle, las canciones en meros rituales. Se nos atiborra de citas con el fin de justificar el encierro. Y en esa rutina nos sentimos a salvo porque nos proporciona calma, pero es evidente también que huimos del mundo en el que hemos sido colocados con una misión.

Nos alzamos en defensa de la clausura como si se tratase de la libertad más absoluta. Nuestra jaula cuelga de un lazo flojo que por la fuerza tratamos de enganchar a Jesús. Todo lo de fuera parece perverso. Nos deleitamos en el aire rancio. Las plumas se nos caen. El apetito espiritual se sacia a base de cumplir costumbres.

Tras estas rejas se asientan los nuevos convertidos, sólo los que convienen. Luego se les cierra la puerta. Se les crea inseguridad hacia el exterior, se les adiestra, se les enseña un nuevo lenguaje, otra forma de vestir, otra manera de moverse. Se les convence. Se les prohíbe. Se les limita. Se les obliga a hacer su propio nido.

En esta especie de esclavitud religiosa malvivimos, nos reproducimos y morimos.

Miramos con recelo otras jaulas existentes. Las juzgamos. Como jilgueros orgullosos alzamos como prosélitos un canto de reclamo. Nos hemos convencido de que esa es la forma de vida a la que hemos sido llamados y al que llegue a opinar lo contrario se le marca quebrándole las alas, así se le amainan sus ansias por salir y en caso de lograr escapar, no pueda alzar de nuevo el vuelo.

Esos barrotes que nos cercan han sido creados con un propósito de sumisión desde donde miramos asombrados y luchamos a manotazos contra el aire.

Sin embargo, el cristianismo es vida en libertad, la que Jesús enseñaba a sus seguidores. Es existencia de fe en constante movimiento, en perpetua búsqueda, en luchar batallas sobre el terreno, en dudar, tropezar, caer y levantarse con las fuerzas renovadas. Sí, llorar y reír sin remordimientos según sea el instante.

En el Señor formamos un cuerpo abierto a otros cuerpos. Somos luz dando testimonio. En Jesús no existen puertas que impidan salir a la vida; volar nuestra fe; derramar como semillas, por todas partes, esos dones que hemos recibido. Su santuario es hermoso, a él dan deseos de entrar a cantarle con felicidad. ¿Quién nace a Cristo para vivir enjaulado? ¡Abrid las puertas, abrid!

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Tus ojos abiertos - Jaula sin puerta