La aventura de París

Lo que más me gusta de estos macroencuentros, es estar entre bastidores, lejos del escenario. Con gran alegría, puedo constatar que la sinceridad de los participantes es la misma aquí que en el escenario.

11 DE JUNIO DE 2016 · 09:15

Ilustración: Alain Auderset,alain auderset
Ilustración: Alain Auderset

Sobrepasado por una ola

Son las dos de la mañana y me precipito sobre París con el sentimiento de ser arrastrado por el remolino de un río. Tras haber dejado a unos autoestopistas llego a destino, una sala a tope con 3.500 personas, con retransmisión video vía internet a más de 10.000 conexiones en directo. Encuentros con oradores conocidos (que yo no conozco) y yo (que conozco) pasando desapercibido con una misión muy particular: dibujar en la gran pantalla mientras que ellos hablan.

 

Haciendo el Mac Gyver

Enseguida me doy cuenta de que lo que hago es innovador. ¡En efecto, no han previsto nada para mí! Pero me lo tomo con calma, improviso la conversión de un flightcase para amplificador en una mesa de dibujo, cuelgo una especie de cámara en la punta de una cinta adhesiva improvisada que andaba por ahí, transformo una especie de parrilla para asar chistorras en un foco luminoso.

Lo que queda de mi cabeza está a 1 m de un gran altavoz que permite que las personas del fondo de la sala oigan con toda claridad hasta el pedo de una hormiga... (Mi consuelo: ¡El olor no será amplificado!). Me mantengo de pie, dibujando en equilibrio sobre mi instalación improvisada. El más mínimo trazo será proyectado en la gran pantalla durante esos tres días. Pero siento la presencia de Dios que por momentos se ampara de mi lápiz, creando las más bellas improvisaciones dibujadas. Me siento como un receptor hipersensible al espíritu que sopla en la sala y transcribiendo en imagen todos esos efluvios captados, sobre todo durante el tiempo de alabanza.

 

El tiempo de los apóstoles

Alzo los ojos, y soy el testigo silencioso de la llegada repentina y espectacular del Espíritu Santo de Dios sobre la gente… Es como volver a los tiempos de  los apóstoles que nos describe la Biblia: los enfermos son sanados de enfermedades incurables, los demonios (sí, sí, lo han leído bien) no pudiendo soportar el ambiente celestial salen de muchas personas gritando (¡eso da un poco de miedo!), y se dan palabras de conocimiento muy precisas y detalladas a algunas personas en particular.

Y, colocado donde estoy, pasa lo que tenía que pasar: recibo una profecía en toda la cara a través del orador principal, diciendo algunas cosas increíbles que Dios ha previsto hacer conmigo (¡vaya!, estoy tan sorprendido de qué se dirijan a mí desde lo alto del escenario, que no he captado nada…).

Lo que más me gusta de estos macroencuentros, es estar entre bastidores, lejos del escenario. Con gran alegría, puedo constatar que la sinceridad de los participantes es la misma aquí que en el escenario.

 

La puerta lateral…

...Salgo para huir del incesante murmullo de la multitud. Echo de menos la dulce melodía del rumor del follaje del bosque. Un muro de seto se extiende a lo largo del camino que conduce al hotel. De repente mi mirada se queda clavada en una discreta puertita de rejas incrustada en él, una entrada… Miro a la izquierda, a la derecha, nadie, mi curiosidad me empuja prudentemente hacia dentro (¡no soy yo, es ella!)

Y allí: ¡sorpresa! en pleno corazón de esta agitada ciudad, me encuentro directamente en la intimidad de la presencia de Jesús, justo en medio de un vasto estadio verde de rugby, rodeado de naturaleza y de cantos de pájaros...  ¿esto es real? conejos en libertad saltan por los arbustos (¡bah, no intenten entenderlo...)

Me llené por completo de Su ternura.

Por la noche, los responsables del encuentro me dan tres minutos para hablar a la multitud. Tres minutos es poco, pero ante 13.000 personas es mucho… ¿Qué les puedo decir en tan poco tiempo?

Pero la abundancia recibida por la tarde en mi encuentro cara a cara con el Señor de los conejos (y subsidiariamente del universo), rebosa en mi corazón y a pesar del tamaño de la sala, la llena hasta el techo…

... Fin de la velada, estoy reventado, todo el mundo se va, vaciando poco a poco la enorme sala. Como suele suceder, soy uno de los últimos en abandonar el barco.

Quedo solo con mis pensamientos mientras recojo los cómics colocados en mi stand. Ante el resultado mediocre de mis ventas, me interrogo acerca de mi utilidad y mi impacto real…

Pero cuando levanto la cabeza, me encuentro cara a cara con un modesto grupo de jóvenes que viene expresamente a verme, visiblemente conmovidos, me dan las gracias con entusiasmo. Una joven, me dice con lágrimas en los ojos:

“Los tres minutos que has hablado, son los que más me han conmovido en todo el fin de semana…”

Lo más grande que puedes dar, no es tu trabajo (aunque éste sea para Dios) sino a Jesús mismo…

 

Para los amantes de la letra pequeña

Entre el público, se me invita, entre dos reuniones, a hablar en dos cultos seguidos en Belleville. Desde allí, soy directamente catapultado a la iglesia china. ¡Una “coincidencia” - que da escalofríos en la espalda-  ha hecho que esté alojado en el mismo barrio y gracias a eso he podido llegar a tiempo!

 

Frente a una futura multitud

Vaya contraste. Dejo la muchedumbre y me encuentro como orador de un grupo de una quincena de jóvenes. Un pensamiento muy fuerte cae sobre mí:

- Vosotros sois semillas y campos saldrán de las personas presentes en esta sala.

Esto tuvo el efecto de un detonador, especialmente en una de las responsables que había recibido exactamente las mismas palabras…   

 

Más pequeña todavía

Hay una joven venezolana que me ayuda en el taller, lo increíble es que nos hemos dado cuenta de que la responsable que me ha invitado era, hace unos 10 años, su vecina en Caracas.

(Caracas: 6 millones de habitantes, París y alrededores, ídem.)

Esto, por ejemplo, es inútil que intentes descifrarlo, porque no quiere decir nada…

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Cita con Dios - La aventura de París