El alcalde, 1972. Julio López

Yo sé que el alcalde es de piedra, pero veo sus manos de piel dura y callosa de haberlas gastado trabajando bajo el sol, pero no ahora, sino antes, muchos años antes.

02 DE JUNIO DE 2016 · 21:10

El alcalde, 1972. Julio López.,
El alcalde, 1972. Julio López.

Lo primero que percibo es que me recuerda a alguien de mi familia, alguien lejano en el recuerdo de la niñez, de los veranos en el pueblo, de las tierras anchas de Extremadura bajo una higuera, donde el tiempo corre al ritmo que tardan en abrirse y cerrarse los periquitos. Aquel a quien a mí me recuerda no era alcalde, pero tenía su misma presencia. ¿Y cómo es posible que un trozo de pizarra aglomerada con resina de poliéster tenga alguna presencia?

El folleto de la exposición del Museo Thyssen dice que lo que caracteriza a esta escultura es que la forma se pone al servicio de lo narrativo. Pero uno podría pensar que se equivocan, que no hay nada narrativo en el tono monocromo y cobrizo, en su quietud eterna. Y sin embargo, cuando te propones ignorar el gentío constante que pasa a tu alrededor y te fijas, al que le observa le está diciendo que detrás de cada una de sus arrugas que no está hecha de carne, de los dobleces de su ropa que no está hecha de tela, uno puede imaginarse un gesto que ha provocado otro gesto, y que a su vez ha provocado un movimiento, que a su vez ha provocado una idea, y una acción, cercana o lejana, en él mismo o en otro.

Y eso, al fin y al cabo, es la narración.

La sala está llena de gente, y el alcalde parece en sus cosas, como de camino a algo, cuando se le ha parado el pensamiento en una idea concreta. Me imagino que cuando Dios hizo la primera escultura del barro arcilloso del Edén, antes de dotarnos del soplo de vida, nos esculpió con ese mismo destello en la mirada, como a punto de tener la primera idea.

 

folleto de la exposición del Museo Thyssen.

Quizá no sea en él en el primero en que se fijan los visitantes; sin embargo, yo me fijo en el hueco de su jersey, que se abre hasta su carne inerte. Ese hueco es imposible, piensas, hasta que caes de nuevo en la realidad de que, en esta ocasión, la piedra y el barro no se convirtieron en vida. El autor quizá no quiso, o quizá no supo, o quizá se conformó con quedarse en este casi tan inquietante.

Aun así, me acerco y pego el oído por ver si se le escucha la respiración cargada del anciano. Yo sé que el alcalde es de piedra, pero veo sus manos de piel dura y callosa de haberlas gastado trabajando bajo el sol, pero no ahora, sino antes, muchos años antes, cuando era joven y no pensaba en esas cosas, solo en trabajar y salir adelante, y no le molestaban las sequedades ni las astillas en las yemas. Tiene las uñas grandes y anchas de quien tiene el corazón ya mayor, y la barriga de las copas de vino a la comida y la panceta sin contemplaciones, sin que ningún médico pueda decir nada de su dieta porque allí donde el vive él tiene la máxima autoridad en todo. Su gesto delata que es totalmente verdad; como el de alguien que puede atravesar su pueblo, y quizá la sala entera del museo, si pudiera, sin que nadie se atreviese a decirle más que un “Buenos días, señor alcalde”.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Preferiría no hacerlo - El alcalde, 1972. Julio López